[Crítica] «El padre»: Una elegía contra el olvido

Este jueves 12 de agosto se estrena en las salas nacionales el esperado largometraje de ficción que se llevó hace unos meses a la bitácora de su ficha técnica, dos de los premios Oscar más codiciados de cada temporada: el destinado al mejor actor principal (Anthony Hopkins) y el galardón dedicado al guión adaptado de mayores logros artísticos y dramáticos, según el juicio de la academia estadounidense.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 10.8.2021

Cualquier consideración de análisis en torno al filme del joven realizador francés Florian Zeller (1979) empieza por la actuación del ganador del último Oscar de la especialidad, el octogenario intérprete inglés Anthony Hopkins. De un realismo desopilante, las variables de su desempeño se observan traspasadas por la cercanía y la estética gestual de un escenario teatral.

Desde la mirada brillante e interrogadora de su personaje, y su postura corporal víctima de la pérdida, de la desmemoria, del miedo y de la orfandad, el registro diegético que ofrece Hopkins resulta memorable y tan novedoso y original en su propuesta, que se manifiesta imposible encontrar un ejemplo interpretativo que se le aproxime. Ni siquiera la Julianne Moore de Still Alice (2014), con todo su manto de tragedia, talento y sensibilidad, puede comparársele.

Asimismo, el montaje de la historia de Zeller refleja una conceptualización escénica y dramática de su filme, bastante parecida al rodaje (y a la transmisión en vivo y en directo) de una obra como las que ofrece regularmente el Teatro Nacional de Londres, en una aproximación descarnada a una intimidad socavada por la biología de la existencia.

El tratamiento audiovisual de la memoria que aborda el guión y la cámara de Zeller (adaptó el libreto de su propia pieza teatral con la ayuda de Christopher Hampton), claro que es existencialista y nos interroga por esa soledad del género humano ante el paso del tiempo y del cosmos.

Tenemos una consciencia trascendente, pero debemos morir y desaparecer, en las coordinadas de una realidad, que finalmente, también está condenada a desfallecer, cuando la estrella que nos ilumina, agote la energía de su núcleo.

Bajo esos parámetros de reflexión desesperanzadora, consabida y siempre vigente, la cámara del realizador francés registra la cotidianidad de un anciano agobiado y torturado por el mal de Alzheimer.

Víctima y victimario de su desconcierto, con escasos recursos ambientales y de construcción escénica, el filme depende de la genialidad de Hopkins y de la propuesta narrativa de Florian Zeller, fragmentada y sin nunca mencionar la palabra clave, aunque plenamente identificable, hacia el final del metraje.

Los maltratos sufridos, la incomprensión, el desamparo y la angustia emocional padecida, son los llantos y las lágrimas de una elegía audiovisual que como nunca antes, compuso una pieza maestra acerca de la conclusión que protagonizaremos todos, aunque en distintos grados de dolor: solos antes nosotros mismos, la muerte y el peso de la vida, y la cual aquí se extingue, en su absurdo y sentencia, mediante la belleza elegante de una aria de ópera y de la indiferente música compuesta para la ocasión por Ludovico Einaudi.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El padre (2020).