[Crónica] Las memorias de Edmundo Moure: La rara elegancia de Stella Díaz Varín

Te amé desde la primera vez que te vi en el refugio López Velarde, Casa del Escritor, a fines de la década de los 70. Estabas en un rincón, de piernas cruzadas sobre la silla, fumando con indudable estilo, mientras parecías otear el mundo desde una atalaya.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 18.6.2021

 

El «Tote» España

El Refugio López Velarde, es apropiado lugar para el diálogo y fue un auténtico asilo en tiempos de zozobra democrática. Doña Mina, antigua concesionaria, nos provee del vino para encender la conversa y media docena de empanadas fritas… Aristóteles España está, como tantas veces, de paso por Santiago. Por ahora, Buenos Aires es hábitat de menos riesgo…

Tenemos tres horas para hablar y recordar. Comenzamos con un poema, que el Tote lee con voz segura:

LA VENDA (Del libro Dawson):

La venda es un trozo de oscuridad/ que oprime,/ un rayo negro que golpea las tinieblas,/ los íntimos gemidos de la mente,/ penetra como una aguja enloquecida,/ la venda,/ en las duras estaciones de la ira y el miedo,/ hiriendo, desconcertando,/ se agrandan las imágenes,/ los ruidos son campanas/ que repican estruendosamente la venda,/ es un muro cubierto de espejos y musgos,/ un cuarto deshabitado,/ una escalera llena de incógnitas,/ la venda,/ crea una atmósfera fantasmal,/ ayuda a ingresar raudamente/ a los pasillos huracanados de la meditación/ y el pánico.

 

—¿Esta cicatriz?

—No es de cuando fui torturado en Isla Dawson… Es santiaguina, obra de un teniente de carabineros, hecha en el umbral de la Sociedad de Escritores de Chile, durante una protesta contra la dictadura, en 1983.

—Todavía recuerdo la voz del cabo que alentaba a su jefe:

—Péguele, mi teniente… A éste lo conozco; es poeta y marxista…

—Me dieron como bombo en fiesta, pero los chilotes somos de cráneo duro y de convicciones profundas, como los gallegos, ¿verdad, Moure?

—En mi pueblo, cuando un niño tiene la cabeza blanda, se dice que no es memorioso…

—Nací en Santiago de Castro, en 1955. Mi padre era hijo de español; mi madre, descendiente de campesinos chilotes, por varias generaciones; ella es, en todo “hija del archipiélago”.

—Mi abuelo era hombre de mar. Trabajaba en faenas de pesca y en la caza de ballenas y lobos marinos, al extremo sur del continente. Llegó muy joven a Chiloé, luego de haber dirigido un motín a bordo del barco ballenero que lo trajo desde Europa.

—Él y sus compañeros debieron refugiarse en la isla de Quehui, por varios años. Allí se casó con una campesina, mi abuela. En Chonchi levantaron su propio palafito, donde nacerían mi padre y sus hermanos…

 

Aristóteles España

 

Los fantasmas estremecidos

Bueno, Stella Díaz Varín, si me lo pides, lo cuento:

Te conocí en el refugio López Velarde, Casa del Escritor, a fines de la década de los 70. Estabas en un rincón, de piernas cruzadas sobre la silla, fumando con rara elegancia mientras parecías otear el mundo desde una atalaya.

En mesa contigua, cuatro jóvenes iracundos, corajudos por el pisco y la marihuana, despotricaban contra la Mistral, Huidobro y Neruda, denostándoles por decadentes y pasados de moda.

Les preguntaste, sin preámbulos, con tu vozarrón enronquecido que era como un clarín en sordina, si habían leído algo de aquellos “despreciables poetas” o si les conocían de oídas y, por supuesto, escuchándoles mal, y cállense mejor, mocosos inadvertidos y dudipsindapsin

Te respondió, algo confundido, el que parecía dirigir el destemplado debate o flagrante desautorización del trío celeste nacional, que los jóvenes no debían contaminarse de viejos obsoletos y menos recibir malas influencias de sus versos de salón o sindicato; que la vanguardia y la ruptura eran la única salida a la decadencia de la burguesía.

Retrucaste, con ese dejo irónico en la expresión, tan tuyo, poniendo distancia con un solo ademán, que no se preocuparan tanto del influjo del lenguaje ajeno, menos viniendo éste de los libros, consagrados o no, pues bien podían optar, como paradigmas al uso, por el léxico callejero del lumpen o el argot miserable de comentaristas deportivos o reporteros ignaros.

Tu palabra era un florete que podía herir o cautivar, según como fuese esgrimido o de qué entrevero semántico o ideológico se tratase, pero a nadie dejaba indiferente.

Cuando las discusiones subían de tono o sentías el alfilerazo de una provocación de mal gusto, podías llegar a la agresión física, lo que contribuyó a la leyenda —con base real, como todas— de tu carácter violento y avasallador. Varios escribas pudieron dar fe de ello con su propia integridad.

En Stella Díaz pude confirmar las dimensiones de la potencia intelectual femenina, que salía a luz con todo su esplendor en las tertulias espontáneas del refugio López Velarde, cuando nos reuníamos para capear el horror cotidiano de una ciudad, de un país entero entregado a la milicia gris y mostrenca.

Tiempos duros en que Luis Sánchez Latorre, Filebo, presidía nuestra Sociedad de Marginados Culturales, como timonel que llevase un barco al garete en plena tempestad. Con hábiles maniobras, Filebo evitó el naufragio; es su mérito indiscutible, entre otros de sólida valía intelectual.

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Stella Díaz Varín.