[Crónica] Nuleidis, la fragata cubana

Como era de esperarse la popa hermosa, fragante, dura, firme, tersa, como el anca de mi yegua corralera, la garantía, con la que una vez gané el «Champion» del rodeo ovallino, en esos juveniles años de extrema sin razón, antes de que sentara cabeza y, que como buen republicano que soy, ingresara a la Escuela Naval del Capitán Arturo Prat en Valparaíso, Chile, para y desde ahí, entregar la vida a la patria si el deber lo ameritara.

Por Iván Ramírez Araya

Publicado el 20.7.2023

«Llegó la hora en que debo, razonadamente, renunciar a toda locura».
Heinrich Heine

La entrada en La Habana esta vez fue bastante desagradable, además de revisar el equipaje de manera inadecuada me impidió tomar el bus a la hora convenida, cansado y estresado dormí sin sobresaltos en un acogedor dormitorio con todo aquello que hace una estada más grata en un viaje pensado con antelación.

Un par de días con intensas actividades, y así llega un buen domingo que como en todas las ciudades del mundo, y si de la capital se trata, pasa el día sin pena ni gloria, aquello también en La Habana, ciudad en eterno movimiento al ritmo del son, merengues, cumbias, salsa, y el cha cha chá.

Como no estamos en edad de esos desaguisados, confieso eso sí que nunca fui buen bailarín, quizá por mi espíritu republicano, bailaba la cueca chilena, las tres patitas incluidas con singular gracia según el decir de muchos, Manuel es entallado pa bailar la cueca, y las últimas, las de tres patitas, la bailé en Combarbalá, en un 18 bien regado ni más ni menos que con la chelita, una morena buenamoza que a sus 70 años puchas que la bailaba bien, la cueca al menos.

De los otros bailes cuando joven lo practicaba donde la Ana Machaca generalmente los boleros que cantaba lucho Gatica, quizá algún tango, y sin lugar a dudas las típicas cumbias chilenas que las meretrices bailaban sin ningún compromiso. Manuel baila la cumbia con el potito parado se decía, además claro está, los corridos mexicanos que eran el segundo baile nacional.

Entonces en ese desbrido domingo, Cuba también descansa, se apagan los tambores, reposan los bongos, se tranquilizan las maracas, se silencian las trompetas, es decir La Habana reposa.

Que hacen los cubanos ese día, buena pregunta, quizá lavan la ropa, pasean en los bellos parques con su familia, van al malecón, quizá la playa, en fin, infinitos lugares donde acortar el día en espera del lunes en donde todo empieza a moverse nuevamente al ritmo del son y de la pachanga.

La Habana chiiicooo, empieza a bailal, polque, y ahí los bailarines están en su ambiente, y claarooo, y que meejol, y la mielda esa, asere.

Y se ve mujeres solas bailando al ritmo de la orquesta, gringas especialmente, que mueven la cinturita y el culito sin mucha gracia, quizá pa que algún mocetón cubano ojalá mulatico de pie glande y de herramienta afilada pueda coger aquellas carnes fofas y blancas raídas por los excesos y amortiguadas por el mal uso en su ya largo caminar, en fin, volvamos a los silenciosos domingos habaneros.

 

La meta es el presente

Así entonces, aquel domingo en la habitación, a eso de las 9 de la noche y para acortar la tarde y noche subí a la terraza del hotel en ánimo de refrescarme y admirar desde las alturas las iluminadas avenidas que debo decirlo de noche, lucen aún más bellas.

Estando sentado en la mesa y ordenada ya la cena, Nuleidis me consulto si podía acompañarme, como persona educada que creo ser y, además, por haberme retirado con el grado de capitán de navío de la gloriosa marina chilena, es decir un viejo lobo de mar que conoce todos los mares del mundo y que como se sabe en cada puerto queda un amor, aunque mercenario es amor y, siempre queda algo, más si ese encuentro se repite un par de veces.

Bien lo sabe José Pérez mi amigo coquimbano que tiene catorce hermanos biológicos todos de apellido Pérez, hijos del marinero mercante Ramón Luis Pérez que a la edad de veintidós años embarcó en un mercante griego que transportaba hierro de la Compañía Minera del Pacifico, la CAP, que desde el mineral El Tofo llevaba el metal en bruto como es la manera de exportar que tienen todos los países el tercer mundo, materias prima para que después los chinos, los alemanes o los ingleses no reenvíen el metal en rieles de trebes, hojalatas, clavos y tornillos, pero esa es otra cosa.

En fin, el marinero coquimbano se hace tripulante del barco metalero Zorba, el que cargaba dicho material en el puerto de La Herradura y que tenía un recorrido fijo y sistemático Coquimbo, Chile, Nagasaki, Japón, y con paradas en puntos intermedios, de ahí que Ramón Luis tenia esposas algunas legales y otras al margen de la ley según las especificaciones de los diferentes países donde el metalero atracaba, entonces fácil explicarse eso de catorce hermanos desparramados en los diferentes y exóticos lugares: a mucho de esos hermanos José Pérez los conocía, otros a través de los medios de comunicación.

Su padre aseguraba, ellos son sus legítimos hermanos, hermanas, todos son mis hijos, tiene una pequeña membrana palmeara como los anfibios, entre dedo el índice y el dedo medio del pie izquierdo, hombres y o mujeres, espero que mis nietos sigan llevando ese sello inconfundible del padre, macho Alfa coquimbano, potente por el consumo de piures, erizo, machas y ostiones, del jurel ahumado y de los machuelos, el pescado símbolo del puerto.

Bueno me iba por las ramas en cuanto Nuleidis abordó la mesa del capitán, como toda mujer que sabe lo que tiene, enseñó una popa no de un falucho ni de una goleta pesquera. No cuadraban y, de acuerdo a mi larga trayectoria de hombre de mar, asomaba más bien la popa, de un crucero, pero tampoco la de un crucero cualquiera, era una popa digna de un crucero misilero de última generación.

Pero había un algo más, era la proa que como joven audaz enseñaba a través de su escote una proa delicada, firme, pero fina, más bien semejaba aquella proa del Yate Real Britannia en donde Su Majestad la Reina recorría sus extensos dominios del Imperio avasallador de las colonias subdesarrolladas del África, quizá la India, Barbados en fin, pero esta proa se asemejaba más bien a la proa de esos yates que los jeques árabes mantienen en Marbella, finos esbeltos, nada de frágiles pero en una palabra proa exuberante, pero delicada.

Cenamos amablemente, pero yo estaba cierto para donde iban los tiros de esta fragata, fina como el buque bergantín Escuela Esmeralda o la Sebastián Elcano español, una verdadera escuela de formación de oficiales y aguerridos marineros que cruzarán océanos tormentosos, pacíficos o sutiles.

En fin intercambiamos nuestra carta de navegación, en general no coincidíamos en el objetivo final: sostengo que el presente, el instante es la meta, no es el camino. Es la meta. Ves, coincidimos si la meta es el presente, entonces, ¿qué esperamos?, me desafío impúdicamente.

 

Si el deber lo ameritara

Ve mi querido capitán de navío de la gloriosa Armada chilena, entonces, ¿qué esperamos?, vamos al combate a mar abierta, y ahí nos veremos las caras a ver como usted es capaz de manejar este barco que esta pronto para ir a la mar en combate franco, sin escaramuzas, ahí, «derecho pelea el Buin», como una vez me comentó un aguerrido teniente coronel de infantería del glorioso Regimiento Buin como él me enseñó.

Parece que en su país todos son muy gloriosos, o al menos creen serlo.

Bueno, estando consciente que iba a un combate tan desigual, acepté el desafío, tal vez por curiosidad, ver si las anclas, los bujes, la quilla, el espolón podrían aguatar el choque a mar abierto en el que fui desafiado, más que por deseos, a estos años, como todo en la vida se va, o perece.

Estoy vivo y toco, toco, toco, toco qué alegría loca, toca, toca, seno, muslos, pluma, roca. Toca, pues estarás cierto que algún día estarás muerto, irremediablemente yerto.

Toca… Toca… Toca… que alegría loca.

Y efectivamente había mucho, pero mucho que tocar, en una piel aceituna, fresca, juvenil, tersa, una piel dorada por las tibias aguas del Caribe, una pintura entre mora y andaluza como aquellas que pintaba Julio Romero de Torres, fragante a jazmines con toques florales a canela.

La proa tersa y erguida y ahí como un viejo contraalmirante en retiro (obvia decirlo, pero lo diré, la Armada de mi querida patria, en si ya muy gloriosa, nos sube, al retirarnos, un grado en el escalafón naval), entones este contraalmirante ya retirado, dejaba acariciar en las mejillas aquellas almendras confitadas que se ofrecían suaves como las mismas etéreas nubes que oteaba en las tardes de la mayor de las Antillas.

Como era de esperarse la popa hermosa, fragante, dura, firme, tersa, como el anca de mi yegua corralera, la «garantía», con la que una vez gané el Champion del rodeo ovallino en esos juveniles años de locura extrema, antes de que sentara cabeza y, que como buen republicano que soy, ingresara a la Escuela Naval del Capitán Arturo Prat en Valparaíso, Chile, para y desde ahí, entregar la vida a la patria si el deber lo ameritara.

(Se terminó de escribir, siendo las 11: 30 horas de la noche, en la habitación número 131 del Hotel Inglaterra de La Habana, relato que nace de la experiencia vivida por Manuel José Toribio y, que me comisionó que la transcribiera).

Como se pide.

Doy fe.

 

 

 

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Iván Ramírez Araya nació en Chile, en las tierras semidesérticas de la provincia de Limarí, el 30 de agosto de 1937. Hijo de don Ángel Custodio Ramírez Galleguillos y de doña Pabla Ida Araya Carvajal de Ramírez.

De profesión médico veterinario, titulado en la Universidad de Chile, ha ejercido en diferentes lugares del país. Fue funcionario del Servicio Agrícola Ganadero (SAG), del Ministerio de Agricultura durante 30 años, hasta su jubilación. Se ha perfeccionado en su especialidad en el extranjero y en materias de ciencias sociales en el Crefal, Pátzcuaro, Michoacán, México.

Durante el gobierno del presidente Salvador Allende (1970 – 1973) ocupó cargos de responsabilidad política en materias de su especialidad profesional, y más tarde, en el primer gobierno de la Concertación (1990-1994) se desempeñó como director regional de Corfo (Corporación de Fomento de la Producción) y, de seremi de Economía en la Región de Coquimbo.

 

 

Iván Ramírez Araya

 

 

Imagen destacada: 7 días en La Habana (2012).