[Crónica] «Papelucho gay»: El misterio del fulgor poético en un Santiago periférico

Amiga lectora, amigo lector, debes leer este libro, cuanto antes: yo esperé cuatro meses, hasta que algo, un llamado impreciso, me hizo abrirlo, cruzar el umbral de la portadilla, con la afectuosa dedicatoria de Juan Pablo Sutherland, escrita en una caligrafía apresurada, como de receta médica.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 20.4.2021

Se trata de una contrición auténtica, en este caso, no de esas apelaciones institucionales con retraso de cuatro o cinco siglos, hechas para limpiar imágenes ya inmunes a toda posible higiene moral. Es algo más simple, pero no menos acuciante, para este escriba cronista y opinante literario.

Desde hace 40 años (no exagero), recibo con cierta habitualidad solicitudes de escritores noveles, maduros y aún consagrados, pidiéndome que comente sus libros, que les haga llegar mi opinión estética, a través de los medios que recibían y reciben mis crónicas desde revista PLAN, Punto Final, El Siglo, Ercilla, La Época, Fortín Mapocho, La Nación y otros de menor prosapia. También, por supuesto, Crónicas de la Emigración, de Galicia en el Mundo.

Y, desde hace tres o cuatro años, Cine y Literatura, Polítika, Crítica y Wall Street.

Me pasa como a Filebo en los 80, cuando los colegas y compañeros de oficio le hacían llegar sus colaboraciones para las dos páginas de cultura del diario Las Últimas Noticias. El bueno de Sánchez Latorre nunca decía que no, pero aquellas cuartillas ansiosas se acumulaban sobre su mesa de redacción, ante la imposibilidad de satisfacerlas todas.

En la reunión vespertina de los lunes, Casa del Escritor, se renovaba el asedio. Filebo respondía, entre amable y elusivo, que tuvieran paciencia, que el espacio era muy acotado, que la semana entrante, quizás…

En mi caso es peor, son libros o textos para comentarlos directamente, sin supuesta dilación espacial. El punto es otro, amable lectora, estimado lector; la carencia está asociada al tiempo, cada vez más escaso y mezquino, cuando he traspasado la barrera de los 80 febreros cumplidos.

Todavía debo dedicar horas semanales a los libros contables, mucho menos gratos que los literarios, pero más eficaces a la hora de proveer la subsistencia. Otras urgencias nacen de mi propia escritura y los libros que aún no he leído, y que son muchos, cada vez más…

Pido perdón, ofrezco disculpas a quienes confían en mí sus libros, sin que yo pueda cumplir con sus expectativas. Trataré de empeñar un esfuerzo adicional. ¡Tened paciencia, compañeras y compañeros!

 

Una cotidianeidad áspera, llena de contradicciones

En diciembre de 2020, con ocasión de compartir los afanes de jurados en un premio municipal, el escritor Juan Pablo Sutherland me obsequió su novela testimonial, Papelucho gay en dictadura, libro que permaneció, intocado, hasta ayer domingo 18 de abril de 2021.

Otros textos tuvieron prioridad para ser leídos y comentados, sin que ello obedeciera a clasificación alguna; un hecho arbitrario o de simple oportunidad lectora.

Ciento treinta y dos páginas de prosa directa, narrada en primera persona, como una suerte de diario íntimo, al modo del célebre Papelucho de Marcela Paz, solo que este niño, flaco, orejón y espigado, no es el infante de una familia chilena pequeñoburguesa o de “clase media acomodada”, según ese eufemismo neoliberal con que se juega a ocultar o disimular la pobreza, llamándola “vulnerabilidad”, sino un niño que se resistía a vivir “en un país triste, en una ciudad triste, una calle triste, en una familia triste —en la que— todos deseaban algo…”.

Una cotidianeidad áspera, llena de contradicciones, angustiosa desde la duda en sí mismo, a partir de un visceral conflicto de las inclinaciones amorosas y de los afectos, los que parecen brotar desde la imagen que los otros tienen del ser que somos o intentamos ser, y no de la voluntad del propio anhelo.

El protagonista tiene seis años de edad cuando ocurre el golpe militar, ese hito siniestro que marcará al hierro vivo a Chile, lacerando varias generaciones y dejándoles una impronta flanqueada por el horror o el conformismo, por los ímpetus de rebeldía o por la búsqueda del materialismo consumista y sus luces fatuas.

Entre la sensibilidad a flor de piel de su incipiente condición de gay y la inclinación decidida por la literatura, este Papelucho popular y rebelde buscará consolidar su identidad.

Va a lograrlo con el notable expediente estético de su escritura, a partir de los folios existenciales —porque comenzó a escribirlo antes de teclear en la vieja máquina de escribir—; al cabo —pues el proceso ha culminado como libro—, en la catarsis de la palabra impresa: testimonio y verdad autobiográficos.

El libro se disfruta en su acezante intensidad, en unas horas de lectura cuyas páginas, en cierta forma, han leído al lector que soy. Temblores adolescentes, inquietudes extremas, nerviosismo al borde de la plétora; el asma infantil, ese “llanto ahogado”, como bien lo definiera Voltaire, asmático genial e hipersensible de nacencia prematura.

La vida en la periferia de Santiago, desde fines de los 70 y hasta finalizar los 80, experiencia desgarrada, sin adjetivaciones ni hipérboles ni tremendismos; pura sustantivación bajo la pluma eficaz de Juan Pablo Sutherland.

El niño cuenta, apelando a programas de radio y series televisivas de la época; el adolescente grita en sordina y protesta desde la ideología aún vaga de militante de las Juventudes Comunistas, para declararse ácrata y rebelde al vislumbrar la madurez que parecen anticipar su niñez y confirmar su juventud en retirada.

Es un libro breve, de formato pequeño, portada algo opaca, donde, sobre la fotografía filial de color verde oscuro, se despegan —visualmente hablando— la hoja filosa de la hoz y la cara golpeadora del martillo, no en el rojo de la ardiente revolución, sino en el negro funerario de los sueños tronchados.

Sí, porque la muerte ronda también en estas páginas entrañables y da cuenta, con la brevedad de lo terrible hecha cicatriz, del suicidio del hermano, de la intensa vida y muerte del poeta Rodrigo Lira, que a través de sus versos había de encantar al Papelucho adolescente, revelándole el misterio del fulgor poético, ese que se nos hace carne y espíritu, en un momento de nuestra existencia, para siempre.

Y es que la atracción por las palabras es también misteriosa, como el sexo, sus caminos y servidumbres. Ambas búsquedas van a volverse una sola senda en el apasionado narrador.

Amiga lectora, amigo lector, debes leer este libro, cuanto antes. Yo esperé cuatro meses, hasta que algo, un llamado impreciso, me hizo abrirlo, cruzar el umbral de la portadilla, con la afectuosa dedicatoria de Juan Pablo Sutherland, escrita en una caligrafía apresurada, como de receta médica…

Sí, porque las dedicatorias agregan premura a la encomienda, aunque, en este caso, el autor no me pidiera nada; se trató de un obsequio fraternal y desinteresado.

—¿Y qué otros libros le esperan?

—La Casa bailarina y otros poemas, de Leo Lobos; El viejo que subió un peldaño, de Jorge Calvo… No sigo, pues crearé falsas expectativas.

Discúlpenme, por ahora. Pido permiso para callar.

 

***

Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.

 

«Papelucho gay en dictadura» (Editorial Alquimia, 2019)

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Juan Pablo Sutherland.