Actualmente en la cartelera nacional, el filme debido al realizador y actor francés Louis Garrel es una correcta reflexión audiovisual acerca de un triángulo amoroso en cuyo centro subyace la muerte, pero por sobre todo la soledad.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 5.3.2020

En El amante fiel (2018) Louis Garrel demuestra tener la habilidad necesaria para generar interés y llevar a puerto seguro una comedia como la presente. Es capaz de hilar con presteza los enredos amorosos de tres personajes y lo hace con una hebra invisible: Paul, un muerto que es solo una tumba, un recuerdo y el padre del astuto y sensible Joseph.

Aquí, Garrel (1983) es Abel, un periodista que recibe a Marianne, su antigua novia, luego de que esta lo dejara por Paul al quedar embarazada de él. A la ecuación habría que añadir a Ève —la hermana del difunto, y eterna enamorada de Abel— y al mismo Joseph, quien afirma que fue su madre quien mató a su papá. Se podría decir que es un triángulo amoroso en cuyo centro subyace la muerte, pero sobre todo la soledad.

Estos conceptos, quizá demasiado grandilocuentes por la pluralidad de sentidos que evocan, aquí se resuelven con discreción y buena letra. El amante fiel destaca por su minimalismo formal y dramático. Garrel despoja de cualquier exceso a su película, acaso creyendo que de este modo podrá alcanzar una autenticidad cómplice e íntima con el espectador. De alguna forma, lo consigue; la iluminación, el trabajo actoral y cierta crudeza de la puesta en escena se sienten más íntimas, porque desnudan a la película de cualquier artificio cinematográfico innecesario para dejar que sean los personajes sus principales sostenedores.

Y aunque en la superficie esa pretensión podría recordar al cine de Robert Bresson, el resultado en El amante fiel es muy diferente. No es ni metafísico ni espiritual, sino puramente carnal. Las relaciones amorosas, sujetas al deseo y al amor (al igual que en Bresson), cobran relevancia por su sinceridad y desapego a los ritmos tradicionales del cine romántico, pero se estancan por la insistencia de rodar una comedia de enredos en un suelo que es extraño.

Sus aciertos, aunque ciertamente empañados, igual subsisten: la música, por ejemplo, acompaña, pero no edulcora la imagen, simplemente intensifica una idea; la luz en casi todo momento parece natural evitando un simple valor expresionista; las actuaciones buscan deslindarse de cualquier emocionalidad superflua… Si hay un axioma al que busca apegarse Garrel es su pretensión de hablar del amor sobre una superficie bien pensada, pero aséptica y, por eso, incompleta y rara.

Esos desmedidos esfuerzos de dirección se apoyan, no obstante, en una metodología tradicional para que lo demás brille: el uso intensivo del primer plano y la narración en off. Pese a que son recursos básicos, cumplen y permite que conozcamos mejor a los personajes, pero no dejan de sentirse algo mediocres para las pretensiones que tiene El amante fiel.

En ese sentido, destaca la narración que aporta Ève por su fatalidad y constancia sincera. Ella junto con Joseph son los más activos y desafiantes; sabiendo que están destinados al fracaso se empeñan en continuar su senda. En cambio, quizá por las canas que peinan, Abel y Marianne simplemente abrazan el destino y dejan que haga su trabajo.

Mal que mal, son los hilos invisibles que mueven a hombres y mujeres. Los hacen crecer, enamorarse, desencantarse y volver a enamorarse.

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Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

La actriz Laetitia Casta en «El amante fiel» (2018)

Tráiler:

Imagen destacada: El amante fiel (2018), de Louis Garrel.