«El irlandés», de Martin Scorsese: Conservadurismo revolucionario

Un análisis cultural y multidisciplinario al gran estreno de este mes de noviembre en las salas chilenas, una obra audiovisual que nuestro redactor define como el «mejor» título cinematográfico que esta temporada ha llegado a nuestro atribulado país. Se exhibe, entre otros, en el Cine Arte Normandie de Santiago

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 22.11.2019

A principios de octubre Martin Scorsese fue objeto de duras críticas cuando afirmó que las películas de Marvel no son cine, sino «parques de atracciones», aunque impecables por los talentosos artistas que involucra. La polémica fue avivada por el sensacionalismo que provoca la rapacidad de los clics y en poco tiempo dio pie a un intenso debate entre uno y otro bando.

La repercusión fue tal, que incluso el mismo Scorsese salió a explicarse. Lo hizo en una columna que publicó en The New York Times, donde evidenció la falta de riesgo que carece el cine contemporáneo al privilegiar la seguridad comercial. «Muchas películas actuales son productos perfectos fabricados para el consumo inmediato. Muchas de ellas están realizadas por equipos de personas talentosas. Aun así, les falta algo esencial: la visión unificadora de un artista individual. Por supuesto, un artista individual es el factor más riesgoso de todos».

Bien podría hablarse de esas películas como cine petardo: estalla, conmociona y pasa al olvido cuando se aproxima otra que promete ser más ruidosa y deslumbrante. Es la repetición de un modelo que en un comienzo rejuveneció a una industria con películas de características similares, pero que en la actualidad cansó su esquema. Pienso, por ejemplo, en el Spielberg de los 70 y 80, en su cosmovisión cándida de la infancia, en sus extraterrestres amistosos, en sus héroes jóvenes en busca de aventura y en el cine de superhéroes actual, hecho para disfrutarse, rendirle pleitesía y luego dejar que el viento recoja sus cenizas. Hoy, un conservadurismo de la narración cinematográfica parecería ser revolucionario.

La filmografía de Scorsese, contemporáneo a ese otro cine comercial que estaba en ciernes durante los 70, de algún modo se valió de los preceptos de la teoría de autor para publicitarse y cultivar un estilo diferente y característico. Sigue vigente en El irlandés, así como sus inquietudes más fundamentales: el conflicto entre el pecado y la culpa religiosa, el existencialismo cansado y el comentario político de la historia de los Estados Unidos.

Aquí sirven para narrar la vida de Frank Sheeran (Robert De Niro), un camionero que se involucró poco a poco en la mafia hasta conocer a Jimmy Hoffa (Al Pacino), un carismático líder sindical que fundaba su poder gracias a sus conexiones con el crimen organizado y el alcance mediático que tenía a su disposición.

Conociendo las películas de Scorsese, podría acusársele de poco original por este nuevo trabajo al repetir una vez más las inquietudes que ha arrastrado durante casi cincuenta años, pero en El irlandés refleja tal grado de madurez y talento —sobre todo por mantener interesante un proyecto que se extiende más allá de las tres horas, prácticamente impensable en la actualidad— que resultaría ridículo y ofensivo afirmarlo.

Su voluntarismo refleja una dedicación que está ausente en ese otro cine petardo: aquí sí hay riesgo; espacio para la polémica al involucrar a la familia Kennedy, Nixon y la mafia; hay también un deseo de extender esas inquietudes metafísicas que tuvieron su último eco en Silencio, y también en hacer del cine una experiencia que permita sufrir y asombrarse con la relación de Sheeran y su hija que lo juzga desde el silencio, sabiendo las atrocidades que comete su padre.

Es un cine que atrapa, porque consigue la comunión de la mirada que dan las salas de proyección. Un cine que comparte el efecto con ese otro cine petardo, pero sin las exigencias corporativas que corta alas y controla vuelos, porque en él prima una voluntad de riesgo, la reinvención de un discurso ensayado durante medio siglo y el amor incondicional de un hombre por el séptimo arte.

El irlandés, por lo mismo, cae en una paradoja que le es ventajosa: por su arquitectura, pertenece a otra época, pero por su sistema de distribución, se acopla a los estándares actuales que exige lo digital, aunque manifestando su inconformidad con el formato. La preciosa fotografía se violenta en una tablet y tiene un impacto más completo en una sala de proyección. Las actuaciones de Al Pacino, De Niro, Pesci y Keitel se aprecian mejor cuanto más grande es la pantalla que las muestra. La banda sonora se ensancha en la comodidad de un cine y no queda amarrada a los parlantes de un televisor. Podríamos seguir así con otras virtudes de la película; todas ellas se despliegan maravillosamente en una sala de cine y deprecian su valor en un televisor o, peor aún, en un smartphone que amenaza con descargar su batería.

Netflix, empero, fue la única plataforma que le dio plena libertad a Scorsese y confió en su proyecto, hasta el punto de permitirle la distribución limitada en cines —cosa que ha hecho anteriormente por la publicidad que acarrea la temporada de premios—, pero obviamente privilegiando el formato digital: esta, una película que tiene un agradable sabor a añejo, dura tres horas y media y remite a esas épicas antiguas que no temían bordear las cuatro o hasta cinco horas de duración y en cuyos personajes el cine adquirió su inmortalidad cultural.

Pero hoy, en una época que ha olvidado la contemplación y vuelto bastarda la paciencia, no podemos hablar de un apocalipsis cinematográfico. Puede que nuevamente sea posible estar mucho tiempo frente a un largometraje por el simple hecho de poder pausarlo y verlo en distintas sesiones. La pantalla del cine, no obstante, es la única que permite la apreciación cabal de El irlandés y temo que Netflix lo sabe, aunque no diga nada al respecto.

Probablemente esta sea la mejor película del año y esté poco tiempo en salas. No la descarte. El streaming si bien ha democratizado la experiencia cinematográfica gracias a su sistema de distribución, también ha abierto la puerta a esa convivencia forzosa que sugería Soderbergh en High Flying Bird. Gracias a los servicios digitales, mucha gente podrá ver el nuevo largometraje de Scorsese y maravillarse de sus prodigios, pero espero que sean más los que quieran verlo como fue pensado: en la comunión de una sala de cine.

 

Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Un fotograma de «El irlandés» (2019), de Martin Scorsese

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Fotomontaje promocional de El irlandés (2019), de Martin Scorsese.