«El lugar», de Annie Ernaux: Una exploración sobre el duelo paterno

Esta novela es la última novedad de la escritora francesa publicada por Tusquets Editores, la casa impresora del Grupo Planeta que ya ha traducido al castellano los tres títulos previos de la autora: «Pura pasión», «El acontecimiento» y «La vergüenza».

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 17.9.2020

En El lugar (Tusquets, 2020) Ernaux toma otro episodio autobiográfico para realizar una íntima, y reveladora exploración sobre la compleja, multifacética noción de “lugar”. ¿Existe tal cosa como un lugar determinado? ¿Cómo cambia nuestra percepción de los lugares (físicos, sociales) que hemos habitado, a medida que envejecemos?

Estas preguntas se precipitan con la historia de esta narración. En ella, la protagonista, que circula a finales de la década de los 60, ejecuta un cambio de zona al superar el examen de capacitación en un liceo de Lyon, como aspirante a profesora. El contraste de este ascenso social se refleja en la interacción con el padre, quien representa más que un mero pasado rural.

Así, la emprendedora narradora provoca las comparaciones entre aquel pasado y la observación social de la urbe capitalina como ideal burgués. Nuevamente, vemos la pericia con la que Annie encapsula los prejuicios de la atmósfera: los ojos vigilantes y controladores siempre están ahí, con su permanente protocolo: el qué dirán es omnipresente.

La narración es honesta en reconocer que la escritura ocurre sin alegría. Sin embargo, son las palabras las que le permiten nombrar los límites y las tonalidades de los lugares que habitamos. Estas frases, dice, describen: “el color del mundo donde vivió mi padre, donde viví yo también. Y no tomábamos jamás una palabra por otra”.

El texto (es difícil atreverse a llamar “novela” a este estudio) comienza con la muerte del padre y, ya en su entierro, notamos la fragmentación social que acontece: “Por supuesto, ninguna de las personas de buena posición con las que mi padre tuvo algún trato se tomó la molestia de ir, y tampoco otros comerciantes. Él no formaba parte de ninguna asociación, pagaba su cuota a la unión comercial, sin participar en nada. En la oración fúnebre, el cura habló de ‘una vida de honestidad, de trabajo’, de ‘un hombre que nunca hizo daño a nadie’”.

De este modo, se desentierran las raíces familiares: al abuelo “lo que más le irritaba era ver en su casa a alguien de su familia ensimismado en un libro o en un periódico. Él no había tenido tiempo de aprender a leer y a escribir”. La abuela, por su parte, “era una mujer limpia y muy de su casa, cualidad muy apreciada en un pueblo donde los vecinos vigilaban la blancura y el estado de la ropa tendida a secar, y sabían si se vaciaban los orinales todos los días”. La atmósfera es también controlada por los rituales en torno a Dios: “Al igual que la limpieza, la religión les otorgaba dignidad”.

Pero más que la sencilla historia familiar, que relata un episodio con el que todos nos podemos identificar, es la escritura la que se pone en entredicho como herramienta de investigación y documentación. Ernaux tiene una hiperconciencia de su tradición literaria y, en el breve volumen, también se dan cita Proust y Genet, por ejemplo. Por eso, el cuestionamiento es radical: “Al escribir se estrecha el camino entre dignificar un modo de vida considerado inferior y denunciar la alienación que conlleva”.

El lenguaje como marca de circulación, ascenso y peligro social, es motivo de análisis respecto a sus padres. El patois que maneja el padre es contrastado con el léxico burgués y más culto con el que se empieza a familiarizar la hija al ingresar al universo estudiantil. Ella analiza a sus progenitores desde esta perspectiva también: la madre se muestra “ansiosa por demostrar que aprendía, se atrevía a experimentar sin vacilación alguna lo que acababa de oír o de leer”. En cambio, el padre “se negaba a usar un vocabulario que no era el suyo”. El recuerdo es duro: “Todo lo que tiene que ver con el lenguaje es… motivo de resentimiento y de discusiones dolorosas, mucho más que lo relacionado con el dinero”.

El lugar es una exploración sobre el duelo (del padre), elaborado como un proceso vital: “Por mi parte, yo he acabado de sacar a la luz el legado que tuve que deponer en el umbral al entrar en el mundo burgués y cultivado”, leemos hacia el final del texto.

Y es, asimismo, una reflexiva elaboración respecto al tiempo, que la autora describe como un choque de dimensiones: “Durante todo el tiempo que he estado escribiendo, también he corregido deberes, preparado redacciones, porque para eso me pagan. Ese juego de ideas me causaba la misma impresión que el lujo, sentimiento de irrealidad, ganas de llorar”.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerposRéplicasNuestros desechosNo me ignoresCardumenSi ellos vieranConcepcionesSinestesia, y Dame pan y llámame perro; y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island. Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El lugar», de Annie Ernaux (Tusquets Editores, 2020)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Annie Ernaux (1940).