Elogio de la desmesura: El cine de Rainer Werner Fassbinder

Pese a su corta vida —falleció a los 37 años— la obra del realizador alemán todavía trasciende a través de la fuerza de sus imágenes y de la sensibilidad de sus guiones cinematográficos, en un arte audiovisual que ha retratado como pocos el misterio del amor y la locura de la marginalidad, en el contexto de la historia política contemporánea de Europa.

Por David Quintero Fuentes

Publicado el 7.6.2020

Si uno quisiera aproximarse al cine, escogiendo las películas por la belleza de sus nombres, no habría más remedio que comenzar por las de Rainer Werner Fassbinder: El amor es más frío que la muerte, Sólo quiero que me quieran, Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, La angustia corroe el alma, El mercader de las cuatro estaciones, La ansiedad de Verónica Voss, En un año con trece lunas, Miedo al miedo, Ocho horas no hacen un día… en fin, con esos nombres, ¿cómo no sentir curiosidad? Si estuvieran escritos en las marquesinas de los viejos cines, cuando los había, ¿cómo resistirse al impulso de entrar? ¿Cómo no dejarse llevar?

Un cine poblado de seres solitarios y marginales que buscan el amor con desesperación, pagando el precio incluso con la cordura, la dignidad y hasta la vida misma. Fassbinder (1945-1982) vivió, con la misma desmesura de sus personajes, una trajinada vida breve de apenas 37 años. Se propuso hacer películas: “como las de Hollywood, pero sin la hipocresía” y vaya que lo logró. Más de 40 películas en menos de 15 años, a las que se suman tres decenas de obras de teatro, solía afirmar: “Cada cual debe decidir si llevar una vida breve e intensa o larga y rutinaria”. “Ya dormiré cuando esté muerto” fue la consigna de este trabajador infatigable. Prefirió la ruta del exceso: alcohólico, drogadicto, bisexual, sadomasoquista y muchas otras cosas más. En su caso se hacen ciertos los conocidos versos de William Blake: «El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. Es que, sin duda, uno no va al cine a visionar vidas ejemplares ni a juzgar moralmente a los personajes o a los autores. No se mira la pantalla con los ojos de un gran inquisidor. O al menos, no se debería.

Retratista de la Alemania de los setenta, sus películas parecen hoy recién hechas. Ya que quizá el Chile de los noventa, y de las primeras décadas del nuevo siglo, se le parece mucho más de lo que se pudiese creer. En sus propias palabras: “No sé cómo podría ser feliz cuando veo cómo vive la gente. Encontrarme con gente en la calle o en las estaciones de tren, ver sus caras y observar sus vidas, todo eso me llena de desesperación. Lo que más quiero entonces es gritar bien fuerte”.

Para acercarse a su obra, además de ver sus películas, sugiero revisar el bello sitio que Rafa Morata le ha dedicado en internet, y leer Fassbinder por Fassbinder, publicado en Chile, el 2018, por editorial Hueders, libro que compila una treintena de conversaciones con este director y dramaturgo alemán, que se efectuaron entre 1969 y 1982, incluyendo tanto la primera entrevista que dio como también la última, pocas horas antes de morir.

Por supuesto, lo mejor es leerlo, verlo y sentirlo. He aquí algunos botones de muestra:

«Creo que el entramado social en que vivo no está marcado por la felicidad y la libertad sino más bien por la opresión, el miedo y la culpa. Lo que a uno se le ofrece como vivencia de felicidad es, desde mi punto de vista, un pretexto que una sociedad marcada por las coacciones ofrece a los individuos. Y una oferta así no la acepto.»

“No creo que sea de mi incumbencia decir a las mujeres cómo deben conducir su emancipación. Cada mujer debe decidirlo por sí misma. Lo más que puedo decir es que esto o aquello no funciona y hay que hacer algo.»

«Es mi forma de ver el mundo. Además de los que construyen en un rincón una pequeña felicidad protegida, vivimos dentro de un sistema que no da a las personas la posibilidad de establecer contactos, de comunicarse. La forma de educación de las diferentes generaciones sólo conduce a esta ausencia de comunicación. Una comunicación real entre las personas sería revolucionaria.»

«[El cine] puede tener mucho efecto [en la sociedad]. Distraer, contar historias de manera que el espectador se distraiga sin quedar atontado. Puede aclararle o despertarle el deseo de aclararse algunas cosas. Puede formular miedos. Para los demás. Si nadie lo hiciera nos recluiríamos en el mutismo y en cualquier momento nos atontaríamos. El cine puede dar valor al que mira para que siga haciendo preguntas, para que tenga una postura y le dé expresión. Creo que el cine es un medio que puede ser eficaz de las formas más diversas. Y sigue siendo un instrumento de distracción y tiene que seguir siéndolo. Como la literatura o la música, que también tienen que divertir independientemente de los efectos que produzcan.»

Para quien no lo haya visto antes, un par de buenas puertas de entrada a su cine son ¿Por qué le da el ataque de locura al señor R? y La angustia corroe el alma.

En la primera, una película de 1970, el protagonista tiene una vida envidiable: una familia bien constituida, una bella mujer y un hijo a los que quiere y que lo quieren, un trabajo estable con perspectivas de pronto ascenso, un departamento cómodo, domingos de paseo con la familia extendida. Y de pronto, ¿por qué sí?…, sin previo aviso, le da un ataque de locura. Todo estalla y se desvanece.

En la segunda, una película de 1974, los protagonistas son Alí, un marroquí de treinta y tantos, y Emmi, una viuda de sesenta años que se gana la vida como mujer de la limpieza. Los dos se conocen cuando Emmi ingresa a un bar, queriendo guarecerse de la lluvia y sintiéndose atraída por la música que escucha. Enamorarse resulta inevitable. Podemos imaginar lo que sucederá después: el repudio social, el que dirán. Uno podría imaginarse la misma historia contada en el Chile de 2020: una pobladora de La Pintana enamorada de un inmigrante haitiano… ¿y qué va a decir la gente?

Ese podría ser un lema apropiado para nuestro escudo nacional. Sustituir el ya gastado y cuestionable: “Por la razón o la fuerza” por el más frecuente y arraigado en el alma nacional: “¿Y qué va a decir la gente?”.

En suma, he aquí cine para valientes y desprejuiciados. Cine para intensas y desmesurados. Cine para seres buscando desesperadamente ternura.

 

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David Quintero Fuentes es abogado y magíster en filosofía moral por la Universidad de Concepción. Además es máster en argumentación jurídica por la Universidad de Palermo, Italia. Actualmente imparte clases en las Escuelas de Derecho de la Universidad de Valparaíso, la Universidad Alberto Hurtado y la Universidad de Talca.

«Fassbinder por Fassbinder» (Editorial Hueders, 2018)

 

 

David Quintero Fuentes

 

 

Imagen destacada: Rainer Werner Fassbinder en Kamikaze 1989 (1982).