«La cucaracha», de Ian McEwan: Así es la novela «anti-Brexit» del gran escritor inglés

La rapidez, la síntesis del relato opaca y desacredita un poco la recepción de esta ficción política y alegórica, la última obra dramática del narrador británico, sin embargo, el desahogo está en el contenido: su sátira ataca a los componentes de una sociedad y de una cultura occidental en aparente regresión comunitaria.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 7.6.2020

La velocidad imprime, en su representación estructurada con intención, una sensación de angustia y de desahogo. La imposibilidad de percibir una frecuencia de significantes resulta en un abrir y cerrar de ojos, en un suspiro, en la constante revuelta de las páginas como si el movimiento cuasi aleatorio le entregara un sentido pragmático a la situación.

Porque La cucaracha (Editorial Anagrama, 2020) aparece de la nada. De súbito. Y una presentación sin más motivo que la fantasía de la subjetividad puede convertirse en algo creíble o no. El mundo imaginario, entendido en sus términos de imaginareidad, está sometido a nuestro juicio. Otra cosa es la sensación estética, propiamente sensible, de la recepción.

Desde el principio notamos cierta vaguedad en esos “acontecimientos que lo habían llevado a aquel dormitorio desconocido”. Y eso se mantiene a lo largo de todo el escrito. Todo es llevado a cabo como si en el personaje dominara un tipo de piloto automático; por algo después vemos que el insecto: “había caído bajo la influencia de una fuerza rectora más grande”.

La burocracia y la política. Uno de los puntos más atacados, evidentemente, por el escritor británico. Lo que no sorprende en una época donde el poder democrático descansa en el desinterés y en el bienestar de la población. “Siempre habría quienes […] se humillaran en su cautiverio voluntario, esclavos de un orden desacreditado y corrupto”.

El mensaje es directo en algunos casos. E inteligentemente denota, escribe, pone en la textualidad la evidencia misma de los motivos supuestamente políticos. Los medios de comunicación, las redes sociales y el sentido común están, a lo largo de la obra, están: “impelidos hacia una meta que se elevaba por encima de la mera razón…”.

Y aparece la cuestión del futuro utópico. El convencimiento para lograr que la universalidad gire en torno a un único espíritu de acumulación y negociación. Son los hilos individuales los que mueven el telón de fondo, son las y los que ostentan el poder económico, político y mediático, que parecen estar unidos el día de hoy, quienes construyen y son construidos.

“Lo vio en la cara de sus colegas: él tenía el mando, era una fuerza, allí y en la tierra, y más allá. Costaba creerlo…”. La subjetividad rindiéndose ante el poder del control. “Es un espectáculo maravilloso, y muy conmovedor, que un gran periódico disponga solo de unas horas para decidir si apoya una noticia importante”.

La obra, que intenta tocar numerosísimos temas de la actualidad, se ve un poco forzada a la hora de intentar concebirla como un todo armónico. Y quizás esa no haya sido la intención. Más bien, la velocidad del relato se constituye en una especie de desahogo por expresar la mercantilidad, funcionalidad y la virtualidad, entre otras cosas, de nuestro mundo.

“La guerra y el calentamiento global, evidentemente, pero también, en tiempos de paz, las jerarquías inamovibles, la concentración de la riqueza, las supersticiones arraigadas, la maledicencia, las divisiones, la falta de confianza en la ciencia, en el intelecto, en los extranjeros y en la cooperación social”.

El texto ni se acerca a la complejidad estructural, formal o narrativa que acostumbran a recepcionar en el mundo crítico. Es decir, el argumento a ratos se percibe un poco forzado, y estimula mucho más la inversión de la metamorfosis kafkiana que la discusión entre reversionistas y avantistas, por ejemplo.

Pero la honestidad, en tiempos de virtualidad y de nociones masivas, es difícil de encontrar en las producciones artísticas y académicas de hoy. La rapidez, la síntesis del relato opaca y desacredita un poco su recepción. Sin embargo, el desahogo está en su contenido. La sátira ataca a los componentes de una sociedad y una cultura occidental en aparente regresión.

“Si la gente corriente, buena y honrada, se ha dejado embaucar y ha de sufrir, que se consuele sabiendo que otras criaturas corrientes, tan buenas y honradas como ella, es decir, nosotros, vivirán felices conforme se multiplican. La cantidad global de bienestar universal no disminuirá. La justicia seguirá siendo una constante”.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.

 

«La cucaracha», de Ian McEwan (Editorial Anagrama, 2020)

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Imagen destacada: Ian McEwan (1948), por Urszula Soltys.