[Ensayo] Colonia Dignidad: Una perturbadora cicatriz en la historia de Chile

Debido al control incontrarrestable que el clan Larraín Matte tiene de la industria audiovisual local, en específico desde que Luciano Cruz-Coke Carvallo tomara las riendas del Ministerio de las Culturas en 2010, estos, Pablo y Juan de Dios —a través de sus múltiples y transversales redes clientelares— han impuesto un veto simbólico para que las diversas responsabilidades políticas y sociales que permitieron la existencia del enclave alemán y de su dramático horror en el sur del país, sean exiliadas hacia las bodegas de la memoria y del olvido, por parte de los diferentes estamentos que conforman al denominado cine nacional.

Por Javier Agüero Águila

Publicado el 1.11.2021

«Los Larraín han sido muy solidarios, abiertos, tienen un sentido colectivo muy fuerte».
Giancarlo Nasi Cañas, presidente de la Academia de Cine de Chile

 

Buscar y cavar: las “huellas” de Colonia Dignidad

El 28 de octubre de 2021 tuvo lugar un conversatorio sobre Colonia Dignidad organizado por la profesora de Literatura Angie Franken de la Universidad Adolfo Ibáñez.

El conversatorio llevó por título “Aproximaciones artísticas a la memoria histórica reciente” y tuvo la particularidad de abrir un espacio para que creadores/as chilenos/as y extranjeros/as mostraran el trabajo que han venido realizando en torno a este horroroso campo de concentración donde la pedofilia, la tortura, el exterminio y todas las formas de abuso imaginables e inimaginables, se mezclaron articulando un coro macabro; una de las más perturbadoras cicatrices de la historia chilena.

A un grupo de académicos de diferentes disciplinas nos tocó oficiar de comentadores. Es a propósito de este conversatorio que surgen los siguientes párrafos.

 

La huella y la deuda

Cuando pensamos en ingresar al espacio de la huella, en las huellas de Colonia Dignidad, entramos, al mismo tiempo, en el terreno de la deuda. De una deuda que está marcada por la ausencia de justicia, por la falta de efectividad en los protocolos requeridos para hacer de esas mismas huellas un espacio para la reconfiguración o instalación de un cierto tipo de memoria.

Hablamos de deuda porque hablamos, también, de un lugar donde lo que se busca es información, saber qué pasó; entonces la huella se reubica en un espacio propiamente político sobre el que es necesario insistir, una y otra vez, aunque esta deuda jamás pueda ser pagada.

Se piensa que el deber de la filosofía frente a la historia y a su manipulación, es el de encontrar los fusibles que activen un contra-relato, muchas veces contra-evidencia y efectiva contra las convenciones políticas y los consensos, que se reencuentre en la lucha sistemática de cara a lo oficial y a la restitución de evidencias arbitrarias.

Se ha dicho que Colonia Dignidad ha sido el único campo de concentración de la dictadura chilena en el que no se han encontrado cuerpos o restos de asesinados/as políticos/as, se ha entregado evidencia sobre esto.

Y es precisamente en esta oficialidad, en este dictamen, en esta construcción histórica que se nos revela como sentencia, que la huella surge como el lugar “justo” para la recuperación.

Ahí donde nos dicen que no hay huellas, rastros, vestigios, es donde la huella misma se nos presenta más alarmante, más necesaria de ser rastreada; ahí donde no hay esperanza de encontrar los restos de los o las que amamos sino solo intuiciones o datos poco fiables, es donde la huella nos recuerda sobre la insistencia de la búsqueda, como arqueólogos de una memoria insoportablemente poco probable de llegar a edificarse y, por lo mismo, como toda la posibilidad de la memoria nuevamente.

Solo quisiéramos, responsablemente y desde un tipo de filosofía, acercarnos a la huella, siempre difusa, siempre en fuga. Si la huella es huella es porque siempre deberá ser rastreada, de lo contrario entra en el orden de lo categorizable.

Es en esta exigencia ético y política a la vez, que sugeriremos algunas consideraciones, sin olvidar, y valga la pena repetirlo, que en toda huella se aloja una deuda con los (as) que pretenden ser, de alguna manera, identificados (as).

 

Hernán Larraín defendió al pederasta Paul Schäfer cuando este era buscado por la justicia a mediados de la década de 1990

 

Walter Benjamin: la huella, la historia, el teatro

Si tomamos, como punto de partida, los trabajos de Walter Benjamin en relación a la huella, el filósofo judío-alemán nos dice en principio que es “la aparición de una cercanía, por lejos que pueda estar lo que la dejó atrás” (El libro de los pasajes, 1927). Esto es importante en la medida que la huella nos señala un acercamiento, una forma de hacernos, aunque sea imaginariamente, de algo que había quedado suspendido en un “antes”.

La huella es en esta dirección siempre una posibilidad para la activación de un recuerdo, de una memoria, de una zona que se niega a que el paso del tiempo borre ese rasgo que le pertenece al pasado pero que se actualiza en el presente. En la perspectiva de Benjamin entonces, la huella es lo propio de lo político, en tanto busca en el presente las explicaciones de un pasado arrasado por la barbarie.

Lo que resulta sumamente inquietante en este “acercamiento” que nos permitiría la huella en el pensamiento benjaminiano, es que no es cuestión de certezas, de saber que si aquello que estamos buscando estará o no ahí. La huella nos lleva por un sendero plagado de dudas, de falsas interpretaciones, de acercamientos a veces más felices a lo que se busca, pero no se deja atrapar en su propia certeza.

Dicho de otro modo, la huella es, antes que todo, una exigencia ética que trae el pasado al presente para exigirnos responsabilidad, una respuesta que se emparenta fuertemente con la justicia y con la generación de una memoria. En este sentido, por más que la búsqueda sea o no oficial, o por más que se encuentre o no aquello que se busca, la huella nos llama, nos invoca y nos insiste en responder.

Lo anterior se coordina con las ideas que Benjamin sostiene sobre la historia y en la que nos parece importante decir algo. Para él la historia propiamente tal no se plasma ciertamente como proceso de una vida eterna, más bien como decadencia incontenible (El origen del Trauerspiel alemán, 1928).

Si entendemos que la historia no es un ducto implacable que avanza sin detenerse hacia una suerte de eternidad, sino más bien como una suerte de tiempo y espacio al que le va adherido su propia decadencia, es decir sus fracturas, sus escisiones, sus fallas, es entonces, en esta condición falible de la historia misma, que se nos muestra la emergencia de la huella.

La huella aparece como una emergencia inesperada, como una invitada no considerada que desvía en esa misma emergencia hacia la consideración de nuevas rutas, de nuevas exploraciones.

Estas son las rutas que, se piensa, dejan abiertas las huellas de Colonia Dignidad y sobre las cuales hemos declarado la necesidad de insistir; puesto que insistir no significa aquí ubicarse en la zona de quien protesta, sino en la eventualidad siempre ética, siempre política también, de densificar espacios que por la retórica oficial han sido sellados o echados a las bodegas de la historia.

En la misma línea, y refiriéndose ahora al teatro barroco, Benjamín sostiene que: “cada personaje, cada cosa y cada situación puede significar cualquier otra” (Ibid).

Por cierto que Benjamin está haciendo un análisis sobre un tipo de teatro particular y que le interesaba especialmente, sin embargo, si pensamos esta cita y la llevamos a un cierto pensamiento de la huella, lo que Benjamin nos muestra es que en la emergencia de nuevos “elementos”, la situación puede cambiar y llevarnos a la configuración de cualquier otro tipo de significado.

Esto es muy determinante toda vez que pretendemos pensar la huella. Si la huella es un personaje y la obra es la historia, pues es la misma historia la que puede verse desviada por la figuración de esta huella inesperada, jamás trazada, no considerada. La huella tiene en este sentido la posibilidad de recrear el curso de las cosas y desplazarnos a significados antes no definidos.

La obra es una, la situación es una, con una dirección y con un propósito, los personajes están determinados y las escenas preestablecidas. En eso, irrumpe un personaje nuevo que exige nuevas interpretaciones, significaciones diremos una vez más.

Esta es la huella, la misma que en el teatro de la historia se abre camino sin avisar, irrumpiendo y desestabilizando cualquier guion, pero, y esto vendría a ser lo más sustantivo, exigiéndonos una respuesta frente a esta emergencia. La huella no aparece por aparecer, no se descubre a sí misma para que nosotros, sus testigos, nos quedemos inmovilizados o la obviemos.

Cuando una huella aparece es todo lo que está en juego, es la historia y sus formalidades, lo dicho y establecido por la ley y los círculos institucionales que han estado a cargo. La potencia de la huella no es abandonable, desde una perspectiva ética, puesto que, nos abre al siempre indeterminado espacio de la búsqueda, del ¿dónde están?, generando con este movimiento algo propiamente político que tiende a la justicia.

 

El poder de los Larraín Matte en el cine chileno explica el silencio del sector hacia el tema de Colonia Dignidad

 

Jacques Derrida: la huella y la presencia

Veamos ahora una nueva entrada al pensamiento de la huella, una que proviene del filósofo argelino-francés Jacques Derrida y quien es, probablemente, quien más páginas le dedicó al tratamiento de esta noción.

Derrida nos señala que a través del triunfo del pensamiento del logos se habría producido: “la subordinación de la huella a la presencia plena” (De la gramatología, 1967). Esto quiere decir, en palabras que intentaremos sean comprensibles, que tras la presencia o tras el triunfo de lo únicamente presente se esconde una huella, una que es anulada, plagiada, descartada por la ratificación de una presencia que, para este caso, podríamos pensar como la institucionalidad de los relatos frente a lo sucedido en Colonia Dignidad.

“Aquí no hay restos de nadie”, dice la oficialidad tanto política como técnica. Entonces la huella, lo que siempre es potencialmente emergente y potencialmente buscable, se diluye en esa sentencia, la sentencia del presente. Sin embargo, el mismo Derrida nos dirá que la huella: “no se deja resumir en la simplicidad de un presente” (Ibid).

Si tiene una condición es precisamente ser anárquica a esta presión del ahora en donde sus marcas ya están impresas, desde ya ahí, jamás borrables y jamás despreciables por la oficialidad que pretende inmovilizarlas.

Las huellas poseen una fuerza de impresión en la historia que no claudica por esto o aquello, o lo que pretende ser dictamen. Hay en ella una radicalidad que se fuga de todo imperativo categórico y que busca su propia emancipación.

Insistimos, en toda huella lo que se juega es una pugna con la presencia, con el presente, lo que, al igual que pasaba con Benjamin, no puede sino ser un llamado a la justicia, a una que aun no llega, pero que insinúa en este anarquismo descontinuado que la huella ofrece como su propia condición (si se permite usar esta expresión).

Leemos en De la gramatología:

“La huella, donde se marca la relación con lo otro, articula su posibilidad sobre todo el campo del ente, que la metafísica ha determinado como ente-presente a partir del movimiento ocultado de la huella. Es necesario pensar la huella antes que el ente. Pero el movimiento de la huella está necesariamente ocultado, se produce como ocultación de sí.” (1972)

Diremos, a partir de esta cita de Derrida, en primer lugar, que la huella es la que permite la relación con “lo” otro o con “el” otro. Esto es de una gran intensidad, en tanto la huella es un espacio de apertura, de vínculo en torno a lo que resta, a lo que queda desaparecido por el triunfo de la presencia.

Ahora bien, si la huella es el lugar donde se marca la relación con lo otro, la huella es entonces una zona profundamente política, de reunión, donde lo común se articula, en este caso, en función de la búsqueda, por más que la presencia, lo real o lo decretado, hayan oficializado su desaparición.

Ir tras la huella es la posibilidad, siempre densa y esperanzadora de lo colectivo, más allá de que el movimiento de la huella, tal como dice Derrida, sea siempre la ocultación de sí.

Sin embargo, esta ocultación de sí no es un paso a la inmovilidad, sino y como de alguna manera ya se ha sostenido, esta ocultación es una exigencia para la responsabilidad. En toda presencia siempre se intuye la huella de una no presencia —por parafrasear a Plotino—, por lo tanto, y en este caso para la filosofía o para una cierta filosofía la tarea, la invocación, es poder colaborar a que las condiciones de posibilidad de una tal búsqueda sean posibles.

Ya lo dice Derrida, la huella siempre se oculta, pero no por eso desaparece, está, aguardando por ser rastreada, en un plano donde lo común y lo colectivo nos devuelven siempre al otro y, por lo tanto, a lo político.

 

El detenido desaparecido Juan Maino Canales

 

El desacato de persistir en la búsqueda

Es en esta línea que quisiéramos pensar las huellas de Colonia Dignidad, como un espacio para que lo político salga de su descanso impuesto por la oficialidad de los relatos que bien podríamos llamar institucionales o jurídicos. Si se ha sostenido que en Colonia Dignidad no se han encontrado rastros de ejecutados políticos, pues es precisamente ahí donde es necesario buscar.

Arqueologizar la huella es hacerla venir ahí donde no ha sido posible su rastro. La huella, en esta dirección, es subversiva e instala un desacato; un desacato, como ya se ha venido planteando, con la formalidad de los protocolos políticos o jurídicos.

Pensemos, para ir cerrando, esta frase de Derrida: “la huella es la différance que abre el aparecer y la significación” (Différance, 1968). Esto es, en breves palabras, que sin huella quedamos encarcelados en la im-potencia de significado; la huella vine a descubrir lo que ha sido rotulado y sentenciado, y es solo en ella y en su emergencia que otras y múltiples interpretaciones se hacen posibles.

La huella en este sentido es un campo abierto no sólo a la búsqueda que trae consigo, sino igualmente a todos los significados posibles. En la misma dirección Derrida nos señala que la huella abre a la différance, es decir a lo que es irreductible a cualquier temporalización y presentación. La différance no es el aquí y ahora de una presencia sentenciada, por el contrario, es la siempre inconclusa posibilidad de decir “esto es algo”, “esto es lo que pasó”.

La huella abriendo a la différance nos permite intuir que en cualquier intento de absolutismo siempre hay un resto, un suplemento que ha sido ocultado. Esto puede ocurrir porque es necesario que la historia siga su curso y no es preciso volver a preguntarse por lo que interrumpiría su “normalidad”, su cauce, o porque la historia oficial misma sabe que cualquier intento por descubrir espacios de indeterminación son peligrosos para los hechos consumados.

Lo veíamos con Benjamin, la huella posee el poder de fracturar la historia, lo ratificamos con Derrida, la huella es la posibilidad para que la significación se libere de la prisión del tiempo y la presencia.

En ambos casos y sobre todo en éste donde lo que se demanda es la insistencia por seguir buscando, rastreando, cavando, lo que hay es un llamado a la responsabilidad, insistimos, una y otra vez; llamado al que la filosofía debe responder desde sus propias posibilidades.

Decíamos al principio que hablar de huella es hablar de una deuda, esta deuda siempre seguirá impaga, no puede ser saldada, pero se activa éticamente en la pregunta que también nos implica: ¿dónde están?

 

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Javier Agüero Águila es doctor en filosofía por la Universidad París 8 y académico y director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

Ha escrito los libros Chili: les silences du pardon dans l’après Pinochet (París, L’Harmattan, 2019) y junto a Carlos Contreras, el libro colectivo Jacques Derrida: envíos pendientes (Viña del Mar, Cenaltes, 2017).

Ha publicado más de una veintena de artículos en revistas especializadas, capítulos de libros y ha traducido a importantes autores franceses contemporáneos, entre ellos a Jacques Derrida y a Marc Crépon.

 

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Javier Agüero Águila

 

 

Crédito de la imagen destacada: Agencia Uno.