[Ensayo] «El castillo», de Franz Kafka: Volver a las raíces de la narrativa contemporánea

La novela del escritor checo en lengua alemana, además de motivar variadas interpretaciones en el concierto de la teoría literaria, también fue adaptada a un lenguaje cinematográfico, por el famoso realizador austríaco Michael Haneke.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 4.6.2021

El castillo (1926), es una novela de Franz Kafka (1883 – 1924).

La obra es considerada por los especialistas en la bibliografía del autor checo en lengua alemana como su mejor novela, aunque haya que admitir que La metamorfosis es su texto más conocido.

El protagonista de la novela llamado simplemente K, excepto en una ocasión, que bien podría deberse a un error de traducción en la versión de la biblioteca en Internet de Apple que estoy leyendo, en esa única ocasión se le nombra como Kafka, al ser preguntado en la posada si: «¿conoce a Frederich?, Kafka respondió negativamente».

Luego de una primera mirada, y a lo largo de toda la novela percibimos la irracionalidad y el absurdo que reina dentro del pequeño mundo en que ha venido a parar K, una realidad guiada por unos comportamientos desesperantes por arbitrarios, donde a un individuo (y más si es un desconocido) hay que cerrarle todas las puertas, para que se dé cuenta que no vale nada frente al sistema extremadamente burocrático al cual se enfrenta.

Desde su llegada por la noche a la posada, el protagonista K atraviesa por una serie de pruebas que están destinadas a confundirlo, a dejarlo exhausto desde un principio y ha mostrarle por todos los medios posibles que ha entrado, sin que lo sepa, en un monstruoso laberinto.

Este lugar al que K ha llegado es un lugar oscuro y frío, siempre hay nieve en los caminos, los inviernos duran mucho tiempo y la primavera y el verano son muy cortos, según algunos de los pobladores.

Desde el principio el castillo se le presenta a K como un lugar inalcanzable, difuso. Y al siguiente día de su llegada le da la impresión que ni siquiera es una fortificación, sino un montón de construcciones que parecen más un pequeño pueblo que otro enclave de tipo urbano.

En esta primera mirada y durante la mayor parte de la novela, todos los caminos y las personas con quienes se encuentra el protagonista, lo alejan de su objetivo de entrevistarse con Klamm, quien según K lo contrató para el puesto de agrimensor (topógrafo).

A lo largo de la novela no vemos que K logre pasar de la posada próxima al castillo deseado. Y es en la hospedería, por cierto, donde se reúnen los señores para tener entrevistas o interrogatorios con los pobladores siempre que el caso lo requiera.

Y el mismo K tendrá, casi al final de la obra, una entrevista con uno de los funcionarios quien le dice que Frieda debe regresar a su antigua posición en la posada y que esto es sumamente importante.

 

Un laberinto burocrático

Durante la novela vemos a K intentando por distintas vías llegar hasta Klamm, el líder supremo, y por más que luche no logrará entrevistarse con él, eso queda claro desde el principio.

La burocracia y el sistema en general forman un verdadero laberinto, imposible de descifrar y penetrar y donde, por cierto, pueden ocurrir las cosas más inverosímiles que uno se pueda imaginar.

Así, la novela pues se nos presenta como un sueño o mejor dicho, como una pesadilla, en la que uno sabe, de antemano, que no se puede alcanzar la meta y, a pesar de ello, uno sigue intentándolo hasta el cansancio. Todo parece ser un sinsentido, un verdadero absurdo.

Pero, como todo es ambiguo e incierto en esta novela, aventuro aquí para el lector otra lectura posible (tal vez más absurda que la primera y más común de las interpretaciones): ¿Y si todo ha sido, desde un principio, un plan de K para establecerse en este lugar?

Me permito recordarle al lector que quien lo despierta la primera noche que pasa en el pueblo es un joven, vestido como si fuese de la ciudad, con un rostro de actor y que se presenta como hijo del alcaide y le pide a K la autorización del conde para dormir en la posada.

A lo que K responde: ¿En qué pueblo me he perdido? ¿Acaso hay aquí un castillo? Y más adelante añade que sus ayudantes llegarán mañana en coche con los aparatos, sin embargo nunca llegan las máquinas y los asistentes terminan siendo gente del pueblo que K ni siquiera conoce y que más que ayudarlo parecen vigilarlo y entorpecer su deseo de entrevistarse con Klamm.

Nótese además, que esta es la única vez que en la novela se habla del conde WestWest, el líder del lugar, a quien en lo sucesivo se le llamara Klamm.

¿Cabe preguntarse, por qué? ¿Acaso el joven con cara de actor no sabía el nombre del líder y se inventa uno absurdo por la repetición del apellido?

¿Es la visita del joven demandando permiso para dormir parte del absurdo de la vida y de las costumbres en este lugar? ¿O deberíamos suponer que se trata de un plan de K para quedarse a vivir aquí?

De ser así, todos sus esfuerzos (aparentes si se acepta esta hipótesis) de lucha en contra de la oposición del pueblo y de la burocracia serían parte de su estrategia para lograr ser aceptado por los pobladores y poder establecerse en el lugar.

Pero, el lector podrá argumentar, habría que estar loco para querer vivir allí.

 

La necesidad de ser aceptado

Note el lector además, que todos desconocemos quién es en verdad K, él afirma ser agrimensor y haber sido contratado por la administración del castillo; pero ignoramos de dónde viene, si tiene familia, dónde estudio, cuál es su experiencia laboral, de él lo ignoramos casi todo.

Lo cierto es que para los pobladores, K es un hombre llegado de fuera, y es por definición un extraño y es tratado como tal desde un principio.

De suyo se afirma en la novela que un extraño es “algo legítimamente sospechoso”. Pero, tal vez K contaba ya con eso como una pequeña adversidad que buscará la forma de vencer. Y, ¿cómo lo logra el muy astuto?

Lo primero que hace es conseguirse una novia, Frieda la que trabaja en la posada de arriba, poco después se hace de un empleo, el de bedel que le ofrece el alcalde para quitárselo de encima y además establece vínculos muy a propósito con Barnabás, un joven que aspira a volverse un mensajero.

Barnabás lo lleva a su casa y le presenta a su familia y allí K habla con Olga (hermana del joven) quien le dice que ellos también han sufrido la injusticia del sistema burocrático; exacto lo que K necesitaba, alguien que sienta simpatía por él, y empatía por su “lucha” frente al poder.

Resumamos pues: ahora K tiene una novia, un empleo y una familia que lo acepta, como a uno de ellos.

 

Integración y hegemonía

¿Qué le falta?

Empezar a romper la resistencia de los demás, ¿y cómo lo logra? Hace que Frieda se ponga celosa por sus visitas a Olga y rompa su compromiso matrimonial con él, ahora ya puede despertar la simpatía de otras mujeres: Pepi, quien ha sustituido a Frieda en la posada, y más importante aún la simpatía de la mismísima casera.

Eso le permite ser aceptado en la posada de arriba, la que está cercana al castillo, de suyo duerme allí después de su entrevista con el funcionario y de una plática con Pepi; al despertar incluso habla con la posadera de sus vestidos.

Podemos muy bien pensar, que K ha triunfado, pues ha vencido la resistencia, tanto es así que al final de la novela lo vemos irse con el joven Gerstäcker a su casa, donde le va a recibir la mamá de éste.

Ahora bien, sea cual sea la interpretación que usted prefiera, lo cierto es que El castillo es una novela excepcional, con una notable fuerza expresiva, intensa de principio a fin, intrincada pues: como he planteado caben dos o más lecturas posibles.

Por cierto que en 1997 se hizo una adaptación de esta novela al cine, bajo la dirección del director austriaco Michael Haneke y la actuación de Friedrich Hans Ulrich Mühe en el papel de K.

 

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Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente y miembro del comité editorial del Diario Cine y Literatura.

 

Franz Kafka

 

 

Sergio Inestrosa

 

 

Imagen destacada: Franz Kafka.