[Ensayo] «La chica Nabokov»: El verano de todas las épocas

José María Memet es uno de los mejores poetas chilenos de su generación, y como pocos de ellos, ha logrado vivir cotidianamente dentro del lenguaje lírico, llegando a identificarse con un oficio que carece de hora de entrada y de salida para quienes son y están como vates, por derecho propio.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 14.11.2023

Ha regresado, en uno de tantos regresos circulares, el poeta José María Memet (1957), desde Loinville, Chartres, Francia, premunido de un poemario de cubierta roja, Colección de Poesía Luchito Ocelote, nombre de un hermoso y libertario gato que se ha transformado en un alter ego de este vate trotamundos, con su enigmática sagacidad y esa aura de misterio que fascinaba a Baudelaire.

El título está dicho; once apartados: La peste en Comala, Haikus/ Epigramas/ Ecos, Los cerezos de Kurosawa, La poesía es un deporte político, Notas musicales, Escenas de circo, Flaites airways, Ramos de flores, Gallos, La chica Nabokov, Epílogo.

Noventa y ocho poemas que nos hacen recorrer un camino de cuatro décadas de poesía, en la variedad de temas, tópicos y circunstancias que ha sido capaz de aprehender y madurar, José María Memet, en el laberinto de su camino vital.

Estamos frente a un poeta maduro, cuya trayectoria creativa crece y se proyecta desde varios lenguajes integrados: el de la tribu, cuyos ecos y apremios no ha dejado de sentir Memet al otro lado del gran charco, pues permanece en un estado de duermevela, interpelando de continuo a sus pares, amigos, contradictores y rivales literarios, desde los espacios cibernéticos que hoy en día nos acercan y nos alejan de ese otro enmascarado en siglas, caricaturas, respuestas cliché, las cuales refuta y rechaza este díscolo poeta.

Así, en la obra de este poeta, resuenan el lenguaje de la poesía heredada en el largo tejido de voces que arrancan desde Homero, enriqueciéndose con los vates universales de España, Francia, Inglaterra, Alemania, resonando en los nuestros entrañables: Gabriela, De Rokha, Neruda, Lihn, Teillier, Millán, Nicanor Parra —por supuesto—, a quien José María ha hecho pasar por el cedazo, proceso de fragua y decantación que nos obsequia y descubre este libro notable; y luego, el idioma propio, hecho estilo inconfundible, manera de articular y volverse palabras propias, todo ello a lo largo de una fructífera, desde aquellos lejanos comienzos, cuando le conocí en la Casa del Escritor, presentado por el maestro Luis Sánchez Latorre, Filebo.

En efecto, José María Memet, en su quehacer creativo, reflexiona después de asumir las diversas representaciones vitales de la realidad, tras el golpe inmediato que le provocan los hechos históricos y sociales, eso que conmociona, duele e indigna en el ultraje cotidiano infligido por los seres humanos a sus semejantes.

Sin ir más lejos, su poesía política ha evolucionado hacia un escepticismo de fino y afilado humor, donde se alternan la ironía, la sátira, a veces el sarcasmo de esa media sonrisa suya que parece la esgrima de ojos penetrantes donde palpitan los ancestros de la luna azul y los bosques floridos, con su canto de inagotable rebeldía.

 

En el abandono de lo sórdido

En los cercanos días de la peste del siglo XXI, el primer apartado se abre con una alusión a Comala, y tres palabras de Rulfo acerca de los tiempos aciagos, fatalidad americana que no es la de Camus sino la de Amerindia y su sangre oscura de catástrofes y malos presagios desde el océano.

Gregorio Samsa, el cambio climático, las cicatrices de la memoria, las luces de París bajo la sombra de los cuervos anuncian el crepúsculo humano en esta Tierra maldecida por su patético «rey de la creación». Memet se vuelve volteriano, cuando atisba los ciervos y las urracas; mas ha nacido en el sur de sures y recuerda la montaña de la infancia, vuelve a treparla por el sendero que le marcan las cicatrices de la memoria, roba unas manzanas y las ofrece, como presente y recuerdo, a los pasajeros que suben al tren rumbo a Kiev.

Los cerezos de Kurosawa se abren a la rojez del amor, a la sensualidad que acompaña todas las batallas políticas, con su plétora de posesión y hastío, en la protesta inacabable de las generaciones, donde sólo parecen cambiar los nombres del verdugo de turno, porque: Los labios rojos/ llenos de sangre/ Tienen el sabor inconfundible/ del verano de todas épocas.

El deporte de los guapos atrae al poeta. En un largo poema rememora las batallas épicas de Martín Vargas, cuando la arenga popular semejaba el estribillo, a la vez paciente y desencantado, de un pueblo tantas veces caído y levantado en el ring cotidiano: Pega, Martín pega… Hace suyo el encomio y se dispone para una pelea mayor, quizá definitiva.

En Escenas de circo, el poeta construye Virgen de las botillerías, acudiendo al lenguaje tribal más naturalista, aunque su hondo sentido es fruto del desamparo urbano, ese que vive el «hombre calle», el «chupa-candados» cuya exacerbación gloriosa sólo puede encenderse con la yesca líquida del vino, desde esas boticas de barrio que permiten el continuo ¡salud!, aunque sea en desmedro de toda posible salubridad.

De esta forma, la virgen es otra encarnación femenina de la esperanza, presente en el abandono de lo sórdido, en los rincones más abyectos de la geografía chilena.

José María Memet es uno de los mejores poetas de su generación. Como pocos de ellos, ha logrado vivir cotidianamente dentro del lenguaje poético, llegando a identificarse con un oficio que carece de hora de entrada y de salida para quienes son y están como vates, por derecho propio, mirando el mundo, los seres y las cosas como las observa un músico, sólo que el pentagrama es aquí la página en blanco, desde cuyo reverso brota el universo compuesto siempre de estrofas volanderas.

Así lo expresa, como si todo fuese casual, no siéndolo: Por suerte he encontrado un trompo/ una visión que gira/ podré entretener a los niños/ El frío entra en los vagones del tren/ como un cuchillo/ de hielo… En poesía no existe, pues, la línea recta; todo se vuelve esferas (Lihn dixit).

Ganas me dan de incluir aquí el poema que da sugerente título al libro, La chica Nabokov; no lo haré, porque voy a ofrecerlo, enseguida, a través de un video poético, para degustarlo en su encendida prosodia. No obstante, terminaré estos apuntes con el poema El mirlo, que José María inserta después del subtítulo Epílogo:

Sube al techo del taller
Luego se desplaza como idea
a un árbol y evalúa
Dónde está el gato piensa.
Y yo veo al gato escondido,
camuflado y transparente
atrás de un macetero
o sobre el paso en mímesis.

El mirlo es inteligente,
el gato es inteligente.
Todo el aire está en juego,
toda la tierra es una lucha.

El mirlo vuela hacia el castaño,
baja rápido al suelo,
escucha, pega un picotazo en la tierra
y saca una lombriz.

Mientras lo hace,
pasa la estación orbital
por sobre ambos,
miles de satélites y naves espaciales
anuncian otro tiempo o la derrota.

Ya no habrá cementerios
porque toda la tierra lo será.

El gato sale disparado como un bólido,
casi a la velocidad de la luz
para atrapar al pájaro
Pero el mirlo también conoce
la velocidad de la luz
y se aleja fulgurante.

Mañana será otro día
eso sí que lo saben los gatos.
Pero no es claro que el mirlo
lo sepa, menos la lombriz.

Seguro que José María Memet sabe que en el sur de Chile al mirlo le llaman «pájaro canalla», debido a su proverbial astucia, de la que se sirve para proporcionar ajenos nidos a su hembra. Es un ave que vive en dos hemisferios y se adapta a las más diversas circunstancias. Ningún clima, ninguna latitud opacan el brillo tornasolado de su plumaje. Vive entre sus propios y cambiantes fulgores, como si fuera el más afortunado de los poetas.

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas es escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

«La chica Nabokov y otros poemas», de José María Memet (Editorial Luchito Ocelote, 2022)

 

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: José María Memet.