[Ensayo] La Comunidad heredada: A la memoria de Jean-Luc Nancy

Esta semana, y a los 81 años de edad, falleció el filósofo francés que dedicó sus esfuerzos intelectuales al estudio de las formas de vida en común bajo el contexto de la modernidad contemporánea, o como bien dice el autor de este homenaje, desapareció un humanista que devolvió al ejercicio del pensamiento, su preocupación por el mundo.

Por Javier Agüero Águila

Publicado el 24.8.2021

Murió Jean-Luc Nancy y con él se va también un tramo importante de la filosofía del siglo XX. Un protagonista en primera línea de fracturas inmensas. En un mundo donde la filosofía se mediatiza por estándares, en el reporte individual, en la autogestión y en la paranoia de publicar en revistas con factores de impacto, Nancy nos devolvía al ejercicio primordial del pensamiento: la preocupación por el mundo.

Esto es también entender la filosofía como el testimonio de algo común de la Comunidad en su potencia deconstructiva —su deconstrucción— y que, en la fineza irreductible de su escritura, nos deja nociones que jamás perderán actualidad, que siempre nos perseguirán como espectros éticos y justos: fantasmas que nos harán sentirnos responsables de algo; de algo que podría ser, nada menos, que el otro.

Quisiéramos, brevemente y faltándole al respeto a una obra que desconoce la liminalidad (más no los bordes) dar corriente a un par de reflexiones sobre lo que, quizá, sea una de sus más importantes herencias: la noción de Comunidad.

 

La posibilidad de asumir al otro

Partimos con esta cita: «El estado presente del mundo no es el de una guerra de civilizaciones. Es el de una guerra civil, el de una guerra intestina de una ciudad, de una civilidad, de una ciudadanía que está en curso de desplegarse hasta los límites del mundo y, por esto, hasta el extremo de sus propios conceptos» (La Communauté affronté, 2001, p. 11).

Tomamos inicialmente este pasaje de La Comunidad enfrentada para dar cuenta del diagnóstico que sostuvo la filosofía de Jean-Luc Nancy. Lo que está enfrentado es la Comunidad. Enfrentada a y por ella misma. En esta línea, podrían darse dos fenómenos de manera paralela.

Por una parte, el destino de la humanidad se habría fatigado al interior de un esquema filosófico en el que se ha debilitado el pensamiento de lo uno/común, favoreciendo la preminencia de lo general/universal. Por otro lado, esta guerra civil podría, inversamente, entenderse como: «[…] la omnipotencia y omnipresencia de un uno que se ha vuelto su propia monstruosidad» (op. cit., 12).

Sea cual sea la ruta del enfrentamiento, para Nancy el problema siempre fue un problema de sentido. En el intersticio que emerge entre el agotamiento de lo uno y lo uno como monstruoso, lo que aparece es una fractura relacionada con la verdad y los valores en crisis, la que habría desbaratado al vínculo existente entre el hombre y la cultura.

Esto debe ser asumido como una tensión para el pensamiento, es decir, como una exigencia para el ejercicio de la filosofía. Es al interior de esta crisis de sentido que la Comunidad es polemizada, disputada.

El mundo actual, caracterizado por la autonomización absoluta y salvaje del mercado y sus dispositivos globales, hacen de la Comunidad misma un acontecimiento hacía sí, autorreferente. Hablamos de una Comunidad radicalmente anti-comunidad y lograda para desgarrar por dentro lo que son sus propias condiciones de obra (La communauté désoeuvrée, 1990. pp. 199-233).

Comunidad de la muerte de la Comunidad y Comunidad de la ignorancia de la Comunidad. Es en este sentido la crisis del sentido. Recordemos que la Comunidad en su origen trasciende la idea de lo colectivo y se afinca en lo común. Esto quiere decir que es un espacio en donde el ser con es más que la suma de subjetividades coordinadas para la articulación social y su ordenamiento.

La Comunidad es la posibilidad de asumir al otro en tanto otro constituyente de eso mismo comunitario. Resumiendo, el enfrentamiento de la Comunidad consigo misma podría terminar en una tragedia ontológica de lo común.

Esta aterradora posibilidad abre, sin embargo, otra posibilidad. Esta es la de encontrarnos en este enfrentamiento, de re-conocernos sobre esta fractura y de recuperar la fuerza de enfrentarnos sin destruirnos. Porque el ser con de la Comunidad no nos exige saber quiénes somos o pre-concebir los rostros de la alteridad.

Lo común, precisamente, es una casilla vacía que significa por su diferencia, por aquel que es radicalmente otro y que se espacia y difiere en un mundo que, aunque estremecido, es compartido.

Este es un desafío no sólo para una humanidad en tiempos de ruptura, sino también para la filosofía que, ya en este punto, requeriría de la metafísica. La tarea que nos deja Jean-Luc sería la de asumir la fractura y hundirse en las profundidades del sentido en crisis para evidenciar su zona más oscura. Emprender el vuelo ciego al fondo del abismo.

Jean-Luc Nancy escribía: «es necesario asumir, en contra de una moral altruista y falsa, la importancia de la relación con lo extraño, cuya extrañeza es condición estricta de existencia y de presencia» (2001, op. cit., p. 19).

En perspectiva la Comunidad se desliza, en un sentido existencialista, sobre el tramo temporal que separa a la vida de la muerte.

 

Una ontología más allá de todo orden

Es por lo tanto una experiencia intermedia que debe ser, inevitablemente y por su condición histórica, también política. Se explica así que su fraseología haya penetrado tantos y diversos proyectos, desde el comunismo hasta las comunidades internacionales (Comunidad europea, por ejemplo), desde las comunidades de refugiados hasta la comunidad de las iglesia, etc.

Sin embargo, y pese a que el solo concepto nos pide análisis, la Comunidad encuentra en la posibilidad de su crisis, al mismo tiempo, su desafío. Tal como lo planteó Nancy en sus trabajos con Philippe Lacoue-Labarthe, delante y detrás de lo político está lo común, que es lo esencial al tiempo que lo invisible (Le retrait du politique. Travaux du Centre de recherches philosophiques sur la politique, 2001).

Eso común que es la diferencia y la alteridad de la Comunidad, se encontraría invisibilizado por una realidad que persiste en hacer de su crisis una estación terminal, impidiendo rescatar aquello conjunto que funda y proyecta lo político mismo. Más allá de los límites verticales y horizontales de lo político aún sobrevive el ser con como ontología más allá de todo orden, de todo cosmos.

Este supuesto, siguiendo a Nancy, sería el de un pensamiento de una Comunidad de aquellos que están sin Comunidad. (2001, op. cit., p. 34). Porque incluso escindidos de cualquier lógica comunitaria, estos sin Comunidad llevan en su existencia la marca de lo común que los vincula silenciosamente.

Esto latente que podríamos llamar junto a Maurice Blanchot Lo inconfesable (La Communauté inavouable, 1984), es lo que habita como un secreto en la vida de los individuos singulares pero que los presiona como un trauma nostálgico resultante de la Comunidad perdida.

Es por esto el título de la obra de Nancy La comunidad inoperante (La Communauté désoeuvrée), ya que tras toda operación quedaría un resto inconfesable que es la Comunidad misma y que se aloja como huella, trazo, marca o archihuella en la vida de los sin Comunidad. «La inoperancia viene después de la obra pero viene de ella» (2001, op. cit., p. 34).

Jean-Luc Nancy nos hereda la inconmensurable responsabilidad frente al resto de Comunidad que queda en el mundo; resto que sin embargo siempre nos deriva a una esperanza de lo colectivo, de lo común: una comunidad que en tanto humana y política nos permita la refundación de cualquier orden cultural, político y filosófico.

La Comunidad es soberanía, emancipación; entonces también amor, deseo, exceso por todo el mundo y por todas las cosas. Nancy nos ama, estoy seguro, desde una nueva Comunidad, la Comunidad de los muertos.

Este es nuestro camino.

 

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Javier Agüero Águila es doctor en filosofía por la Universidad París 8 y académico y director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

Ha escrito los libros Chili: les silences du pardon dans l’après Pinochet (París, L’Harmattan, 2019) y junto a Carlos Contreras, el libro colectivo Jacques Derrida: envíos pendientes (Viña del Mar, Cenaltes, 2017).

Ha publicado más de una veintena de artículos en revistas especializadas, capítulos de libros y ha traducido a importantes autores franceses contemporáneos, entre ellos a Jacques Derrida y a Marc Crépon.

 

Javier Agüero Águila

 

 

Imagen destacada: Jean-Luc Nancy (1940 — 2021).