[Ensayo] «La hija eterna»: En la evanescente morada materna

En este filme de reciente estreno en la cartelera cinematográfica española, la guionista y realizadora inglesa Joanna Hogg vuelve a confiar en la gran Tilda Swinton para que interprete a su progenitora en una ficción introspectiva que pretende redimir a la mujer que la engendró, a fin de comprenderse mejor a sí misma.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 14.5.2023

«A veces necesitas crear para despertar».
Joanna Hogg a propósito del filme

Tras sus autobiográficas The Souvenir (2019) y The Souvenir Part II (2021), la guionista y realizadora británica Joanna Hogg vuelve a confiar en la gran Tilda Swinton para que interprete a su madre en una ficción introspectiva que pretende redimir a la mujer que le dio a luz como modo de entenderse mejor a sí misma.

De ahí que en esta ocasión la laureada actriz asuma también la encarnación de la propia Hogg. Swinton demuestra una vez más su excelente calidad al dar vida a madre e hija, la intérprete se transforma y se desdobla en un exquisito abanico de expresiones y de gestos logrando que parezca que son dos actrices distintas —y no una— las que se enfrentan en la pantalla.

Una interpretación sublime que ensalza el sutil juego de espejos y de reflejos a las propias raíces femeninas de una historia inquietante cuya fascinación se potencia gracias a su ambientación gótica.

En efecto, la acción transcurre en una antigua mansión que fue el hogar de la madre durante su niñez y que en el presente retratado alberga un fantasmagórico hotel en el que parece haberse detenido el tiempo.

Tanto el escenario en sí como especialmente la cuidada fotografía evocan a grandes clásicos del suspense; en este sentido, los títulos finales son un respetuoso guiño al buen hacer de tantos predecesores que sin duda han inspirado a la realizadora británica.

 

Tras el arco umbral

A ese hotel de resonancias familiares acuden ambas —la madre con su inseparable perro— por deseo expreso de la hija, del alter ego de Hogg, quien tiene la intención de escribir el guion de su próxima película, que se comprende es la que estamos ahora visionando.

En ese espacio busca revivir recuerdos en torno a la madre que —según confiesa en la vida real a propósito del filme— «se le escapan» de la memoria.

Por este motivo se entiende que la acción se desarrolle en un lugar sumido en brumas y sombras como forma simbólica de transmitir su dificultad para adentrarse en los ambivalentes sentimientos que ella vivencia como «hija eterna».

Se adentra y nos adentra en las nieblas húmedas de los tiempos personales, de los «fantasmas» familiares, de los sentimientos reprimidos y voces acalladas que —más allá de este caso en particular— suelen tener rostro femenino.

De esta forma, son dos mujeres de generaciones distintas las que penetran juntas en un misterioso edificio que fue la morada materna, un entrar simbólico visualizado en la excelente toma aérea que enfatiza el «traspaso» de ambas bajo el gran arco umbral.

Ese entrar bajo el arco evoca la caverna o la cueva, la estancia femenina casi uterina. Y si bien es la morada de la infancia materna también parece ser un lugar extrañamente familiar para la curiosa y ávida hija. Es ella y sólo ella la que oye sonidos y ve reflejos inquietantes en un espacio que bien pudiera ser onírico.

Un hotel turbador que parece albergarlas sólo a ellas y que en principio tiene a una única empleada multifuncional para atenderlas. Una joven muy peculiar que se ocupa de ellas en desconcertante efectividad durante su vigilia para ausentarse cuando cae la simbólica noche.

 

Negro oscuro

Es al cabo de unos días y de sus vivencias introspectivas asociadas cuando de noche «aparece» un empleado de simbólica piel negra que en empática amabilidad comparte intimidad con la sensible directora.

De este modo la mujer pasa de las negras y frías noches solitarias casi en vela a las veladas en compañía del hombre negro que aquieta su sentir desasosegado.

Un cambio en simbólico negro oscuro logrado a fuego lento que propiciará en consecuencia un vuelco en el modo de entender y ver de la hija respecto a esa morada de evocación materna.

En esos puntos suspensivos la invitación a disfrutar de esta fascinante película de redención femenina, y es que como sugerentemente apunta Hogg: «A veces necesitas crear para despertar».

 

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: La hija eterna (2022).