[Ensayo] «Las cartas del Boom»: Una nueva mitología latinoamericana a cuatro voces

El volumen que analizamos es un libro apasionante (y el cual recoge la correspondencia epistolar escrita entre Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez) y asimismo un texto que nos desafía a revisitar un período telúrico de la cultura nacida en los países al sur del Rio Grande, y también a recalibrar nuestra visión sobre la herencia e influencia de esa brillante y quizás irrepetible generación, en la literatura producida en lengua castellana durante el pasado siglo XX.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 10.11.2023

Hubo un tiempo en que la literatura latinoamericana entró al territorio del mito para no volver marcha atrás a los frescos de provincia, al realismo descafeinado o la copia poco imaginativa de los modelos europeos.

Esto ocurrió sobre todo en el territorio de fronteras indefinidas y fauna diversa de la prosa narrativa, y fue de la mano de cuatro escritores que coincidieron en un par de décadas enfebrecidas que se debatieron entre las utopías literarias y políticas, y el reverso del horror que arrancaría con el semillero de dictaduras que arrasarían el continente.

Así, esos cuatro jinetes fueron los protagonistas del fenómeno editorial bautizado como Boom latinoamericano: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, cuyas novelas y relatos encendieron el panorama literario durante la década de los 60, remeciendo la mesa de trabajo de las formas narrativas, experimentando con montajes y técnicas como la intercalación de planos o el monólogo delirante, pero, sobre todo, creando una oleada de nuevos lectores críticos e inventivos.

Se trataba, también, de una generación que leería bajo una nueva luz el canon errante de nuestra literatura sin autoimponerse las camisas de fuerza (el nacionalismo, el realismo seco, las novelas lineales) que solían aquejar a los escritores de antes. No en vano aparecieron después los Bolaño, los César Aira o los Juan Gabriel Vásquez y más recientemente narradoras como Lina Meruane y Samanta Schweblin.

Las crónicas del Boom han sido muchas, pero casi siempre desde una óptica un poco afuerina, no del todo situadas en el núcleo de la tribu, incluso de la de José Donoso que, aunque era parte del fenómeno editorial, no era tan cercano a sus protagonistas de primera línea.

Ese vacío finalmente halla una apasionante solución, o, al menos, una tentativa de nostalgia recreativa y crítica, en la reunión de la escritura epistolar de la autodenominada mafia de los cuatro escritores, en el libro Las cartas del Boom, editado por Alfaguara.

 

El parto de una nueva literatura

Rara vez asistimos a un volumen de escritura epistolar que exceda al intercambio entre dos personas, nunca hemos visto de primera mano un título que no solo reúna a cuatro escritores, sino que cada uno de estos sean nombres ineludibles y protagonistas de una época cultural irrepetible y fulminante, que finalmente situaría a la narrativa latinoamericana en el primer plano global.

Cuatro camaradas que comenzaron a cartearse en la década de los 50 y cocinaron sus obras y amistad sobre todo en los 60 e inicios de los 70, hasta que los respectivos derroteros sobre todo políticos e ideológicos los llevaran por diversos caminos.

El espectro de temáticas que abordan los amigos es tan amplio como lo eran las inquietudes de los intelectuales latinoamericanos de ese tiempo pero, por supuesto, no se queda en las tensiones políticas y el proyecto de la Revolución Cubana, sino que parte sobre todo gatillado por afinidades literarias, por esa necesidad de hallar camaradas de batalla en la exploración que cada uno llevaba a su manera hacia nuevos territorios narrativos, hacia una reinvención del idioma castellano vertido en prosa gracias a la soltura de la lengua coloquial que impondría el sumo Cronopio Cortázar o el sabor amazónico de música hablada de los personajes de García Márquez.

De esta manera, el festín de la lengua y los juegos literarios que llevan a cabo los amigos, con la excepción de Vargas Llosa, quien aducía su parquedad a una acentuada fobia epistolar, es de por sí una justificación para el volumen en el cual vemos como el Águila Azteca, como llamaban a Carlos Fuentes, se manda largas parrafadas a la manera de los libros de Cortázar o García Márquez, exprimiendo las posibilidades del verbo y creando ensayos de lo más lúdicos y lucidos, tal como el que el amigo Cronopio le dedicó a su primera novela, La región más transparente, quizá el más agudo y estimulante lector de las obras de sus pares.

A medida que avanzan los años y las publicaciones de sus novelones inaugurales —Rayuela, La ciudad y los perros, la nombrada de Fuentes y finalmente las mastodóntica Cien años de soledad—, los amigos parecen potenciarse unos a otros, alimentarse de los respectivos experimentos literarios y cocrear el parto de una literatura con tantos puntos comunes como peculiaridades propias a la obra de cualquier gran escritor.

Como escribe Carlos Fuentes a Vargas Llosa tras la lectura de su primera gran novela: «el futuro de la novela está en América Latina, donde todo está por decirse, por nombrarse, y donde, por fortuna, la literatura surge de una necesidad y no de un arreglo comercial o de una imposición política, como tan a menudo sucede en otras partes. Ahora, al leer una detrás de la otra El siglo de las luces, Rayuela, El coronel no tiene quien le escriba y La ciudad y los perros, me siento confirmado en este optimismo: creo que no hubo el año pasado otra comunidad cultural que produjera cuatro novelas de ese rango».

 

Un período telúrico de la cultura

Son distintos enfoques estéticos pero a la vez son parte de una misma familia errante, cuyos viajes también forman una unidad con el meollo del libro, retrasando el arribo de las cartas, empapándolos de diversas realidades sociales y políticas, cuyo foco como sabemos es Cuba, la Casa de las Américas y el caso Padilla, que acabaría por distanciar las posiciones de los narradores que con el paso de los años también pasaban a ser figuras públicas y ocupar dicha agencia en distintos roles diplomáticos o tratando de ayudar a los exiliados de las dictaduras.

Pese a esas diferencias la afinidad humana es palpable en la mayoría de Las cartas del Boom, la amistad fue más allá de la literatura como apuntó García Márquez: «Los amigos se establecen por afinidades humanas. O sea que los escritores son mis amigos no por ser escritores o intelectuales, sino por esa conexión especial que uno siente respecto al otro».

Aventurarse en este libro es no solo internarse en un laboratorio de escritura creativa, sino que también un asomo a formas muy intensas de la amistad que exceden la literatura, con el lamentable reverso de la desintegración de algunas relaciones, sobre todo en el caso de Vargas Llosa y su famoso puñetazo al creador del universo de Macondo.

La riqueza de la prosa solo se ve empañada por los mensajes más bien burocráticos que a veces se intercalan, pero para compensar en el apéndice del libro se encuentran varios textos que los unos se dedican a lo otros, como el de Fuentes y Vargas Llosa sobre Cien años de soledad, y las hermosas semblanzas de Gabo y el mismo Fuentes al Sumo Cronopio Cortázar, el primero en partir a la muerte de los amigos.

De esta forma, las conclusiones que saco en limpio es que se refuerza la devoción y el amor que cualquier buen lector sentirá por Cortázar, por sus juegos humorísticos y su bondad sin fronteras, pero también se cae en la cuenta de la generosidad y gran fraternidad, aparte de la gran creatividad escritural, de Carlos Fuentes.

Así, es un párrafo de este último el que quizá da cuenta del gran poder transformador que trajeron consigo los escritores del Boom y otros latinoamericanos que los precedieron, como Rulfo y Borges, reinventando la narrativa de nuestro continente, extendiendo sus fronteras y entrando de lleno al territorio del mito:

«Encuentro del pasado vivo matriz, creador. Encuentro del futuro deseado. Encuentro del presente absoluto en el que recordamos y deseamos. La Utopía era pura proyección. La Epopeya pura rememoración. El Mito reúne la nostalgia y el deseo en el presente permanente: los da a luz, los sitúa en el mundo, los exterioriza: todo mito es externo, es comunicable, es la tangibilidad del sueño privado. Y requiere un lugar».

Un libro apasionante que nos desafía a revisitar un período telúrico de la cultura latinoamericana y recalibrar nuestra visión sobre la herencia e influencia del Boom en nuestra literatura.

Quizás los nietos de los cronopios comiencen a hacer de las suyas de nuevo, quizá ya lo están haciendo en volúmenes de relatos y novelitas que se abren paso por pequeñas editoriales, ganando a pulso los lectores del porvenir. Un nuevo Boom de lectores es quizá lo que más necesitamos.

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Las cartas del Boom», de Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa (Editorial Alfaguara, 2023)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, en 1976.