[Ensayo] «Las malas»: Irse de todos los lugares

Uno de los mayores novelistas chilenos de la actualidad, y un especialista académico de los llamados estudios de género analiza la última obra publicada en el país por la autora argentina Camila Sosa Villada (gracias al respaldo de la colección Rara Avis de Tusquets Editores del grupo Planeta), y un título fundamental de la creadora que además fue galardonada con el prestigioso Premio Sor Juana Inés de la Cruz durante 2020.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 12.10.2021

Camila Sosa Villada (Córdoba, 1982) hace un nítido, muy duro y poético retrato de la realidad travesti que impera en los lugares más oscuros de Córdoba, Argentina. Literalmente oscuros son los lugares por los que transita el cuerpo travesti. Como ella misma advierte, su entorno está conformado por criaturas de noche, no de luz.

Cuando el foco alumbra, el foco poderoso de la ley, de la policía; el foco que alumbra los parques para el intercambio sexual, haciéndolos intransitables, las cucarachas (comparación que en otro momento hace) huyen, espantadas: “Irse de todos los lugares. Eso es ser travesti”.

Este es un mundo extremo, cruzado por solidaridad y una atávica noción de sobrevivencia que, muchas veces, resulta imposible de sostener, como vemos hacia el final de la narración.

El desgaste que han sufrido los cuerpos es tal, que muchos destinos han sido marcados con anterioridad, como en una selección macabra en el feroz desfile de los cuerpos que, expuestos a intervenciones múltiples, devuelven la toxicidad que han recibido, como receptores de diversos mercados.

Uno de ellos es la oferta de drogas, omnipresente producto de muchas definiciones. La cocaína, por ejemplo, visita: “una a una todas las narices, algunas enormes y naturales, otras pequeñas y operadas”.

Camila, a cargo de la voz narrativa, comenta: “Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta. Ahí, en ese Parque contiguo al centro de la ciudad, el cuerpo de las travestis toma prestado del infierno la sustancia de su hechizo”.

El hallazgo de un bebé abandonado, tirado en el parque a merced de los elementos, irrumpe en el inicio de la narración. Es una partida digna de novela gótica, y la llegada del niño alterará la vida de todas, especial y fatalmente, la de tía Encarna, un personaje tanto conflictivo como entrañable. Hay un tupido velo aquí, y nos hace muy difícil vislumbrar lo que podría haber detrás.

En realidad, traspasarlo para atestiguar alguna alegría o salida promisoria, es casi imposible, y es que hay un sino que ha sido profetizado desde el origen; desde el comienzo del relato:

“La infancia y las travestis son incompatibles. La imagen de una travesti con un niño en brazos es pecado para esa gentuza”.

 

La genealogía del cuerpo travesti

La sociedad que habitan las travestis resalta las situaciones particulares de cada localización, con un rígido escalafón social que se acompaña de un espurio discurso ético. El vector principal de este discurso, en torno al cual todos los personajes gravitan durante la narración, es tía Encarna, una efigie. Ella es un tótem de 178 años, lectora de Gabriela Mistral, cuyo deseo pasado era ser maestra rural, aunque “los camiones eran su vida”.

Su cuerpo, colonizado por el aceite de avión, es historia pura: sus cortes, heridas, su paso por la cárcel, su éxodo de la España franquista, sus moretones, resumen la genealogía del cuerpo travesti.

Ella “se había rodeado de travestis toda su vida”. Camila (cuyo nombre, dice, designa a “la que ofrece sacrificios”) es una de esas travestis. Anteriormente Cristian, su nombre original, Camila adopta a tía Encarna como figura referencial, madre, hermana, consejera, guardia. Tía Encarna es la que aconseja, protege de la policía, cuida a su rebaño, sufre con ellas y, juntas, se lamen sus heridas.

Tía Encarna seduce con su habitación color esmeralda y su sabiduría centenaria. A ella acude Laura, “la única que había nacido con una flor carnívora entre las piernas”, como señala Camila. Esto da paso a reflexiones en torno a la disociación que acompaña este estar social: “Laura se había enamorado del enfermero, pero también de la compañera de ruta, que venía en el mismo cuerpo”.

Este es uno de los aspectos más fascinantes de Las malas: el dilema y la angustia de la disociación contenida en un cuerpo concreto, físico (con sus dobles y disociaciones), y en un cuerpo social (que proyecta esa angustia de estar levemente protegida por una comunidad cerrada, pero expuesta a la violencia implacable de la norma macro, que termina avasallando y erradicando todas las pulsiones y demandas provenientes de las minorías).

 

El mundo es una vidriera

Esta disociación es reiterada a lo largo de la novela: “Quien duerme aquella noche es la mitad de mi misma. La otra mitad comienza a ser devorada por el destino que le han programado: ser puta”.

Las facetas se multiplican; las identidades y ‘personas’, pero el costo de este riesgo, aunque alto y motivo de autocrítica (“… retornábamos a veces a nuestro aspecto masculino, emprendíamos ese regreso por el camino de la vergüenza… en la imagen negada y a veces hasta odiada”), no se elude.

Es una certeza, casi un destino, el que acompaña el deseo de libertad, de expansión y realización: “Me pinto y veo el rostro de la puta que seré más tarde en el rostro del niño”.

Su paso por la educación superior también apunta esta disociación, en su contexto universitario: “Mi mundo entero son los varones y las mujeres que conozco en la universidad, y los clientes por las noches”.

Esta tensión resulta agotadora. A veces, el cansancio es tal, se revela como impotencia espiritual: “Con la cara hecha máscara, la más bella de todas las máscaras, esos rasgos travestis más reales que nuestros propios rasgos, concebidos para otro mundo, un mundo mejor, donde poder ser esa máscara”.

Uno de los momentos más emotivos y tensos lo protagoniza Encarna cuando regresa al cuerpo masculino por ‘su’ hijo, en una pirueta que intenta transgredir la clásica noción de ‘familia’. Encarna miente, dice que es viudo en el jardín de infantes; se deja crecer la barba, para acreditar la foto del documento.

Con su performance nos revela la legalidad de la familia como un absurdo, una arbitraria burocracia sustentada en papeles que pretenden acreditar los vínculos afectivos: “Lo de ellos era un amor mucho mayor, era toda la comprensión de la que era capaz el ser humano”, comenta Camila.

No es de extrañar, en este contexto, que el abuso, la violación, provenga de la mano policial. Es más, es este abuso el que inaugura la carrera de Camila; su debut en las calles: “Tuve sexo con ellos por terror al castigo de mi papá. Preferí perder la virginidad, si es que supone una pérdida, a enfrentar la rabia paterna…”.

Pero Camila tiene una conciencia muy clara de su lugar dentro del mercado y comienza a adaptarse a su marginada realidad: “El cuerpo produce el dinero. Una decide el dinero y el tiempo. Y después se gasta el dinero como se quiera: se despilfarra, tan simple es la mecánica para conseguirlo”.

Concluye que: “el mundo es una vidriera. Nos prostituimos para comprar en cuota todo lo que ofrecen sus escaparates”.

La fusión, que es absoluta, le permite finalizar su reflexión sobre el cuerpo como capital de modo conciso: “Nuestro cuerpo es nuestra patria”.

 

El poder de la mirada

Las malas destaca aquella típica banalidad vista en la calle, en la reacción espontánea, un verdadero impulso discriminador. En lugares públicos, supermercados, restoranes: “No se contentan con dejar su maldad detrás del mostrador, comienzan a buscar cómplices entre los clientes, que se contagian al instante: de repente todos están mirando a la travesti que acaba de entrar en la farmacia…”.

Pero es esa fascinación, ese imán que porta el freak y que gatilla una desfamiliarización, la que enviste de cierta atribución al cuerpo grotesco (un cuerpo que, señala Bajtín, es tanto afirmativo como revolucionario).

¿Qué revela este impulso en uno mismo? ¿Qué tabú barajan las travestis con su ineludible cuerpo?: “No pueden mirar otra cosa. Eso logramos las travestis: atraer todas las miradas del mundo. Nadie puede sustraerse al hechizo de un hombre vestido de mujer, esos maricones que van demasiado lejos, esos degenerados que acaparan las miradas”.

El espectáculo del poder, del poder de la mirada y de su potencial como atracción, efectivamente trae a colación la obra de Carson McCullers (así como el coterráneo relato “De eso no se habla”, de Julio Llinás) . El aspecto freak es dirigido a las travestis, a veces descritas como “zombis” o miembros de una “caravana”.

En todas las novelas de McCullers (notablemente en La balada del café triste, donde lleva a un extremo el cuerpo freak) hay una denuncia que desnuda los prejuicios, ya sea raciales (como en Reloj sin manecillas) o de género (como ocurre en El miembro de la boda, con su protagonista en conflicto, Frankie Addams; o en la misma amazónica Miss Amelia de La balada).

McCullers leyó con mucha atención a Freud y exploró su identidad de género y sexual en su propia vida. Se consideraba a sí misma un “invertido”; sentía que había nacido hombre.

En sus novelas los cuerpos acompañan el desmoronamiento de las comunidades, la extinción de la comunicación, la consecuente soledad. McCullers usa el término “grotesco” y lo define: gente cuya incapacidad física es un símbolo de su incapacidad espiritual para amar o recibir amor; es un aislamiento espiritual.

El grotesco en Las malas adopta el prisma de Bajtín, un cuerpo siempre en proceso, siempre fluyendo, eludiendo la síntesis. Es un lugar imposible el que habitan; es también un secreto y un sueño:

“Anónimas, transparentes, madrinas de un niño encontrado en una zanja y criado por travestis… Nosotras, las olvidadas, ya no tenemos nombre. Es como si nunca hubiéramos estado ahí”.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Las malas», de Camila Sosa Villada (Tusquets Editores, 2020)

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Camila Sosa.