[Entrevista] María José Cabezas: «Omar Cáceres buscó desde las máximas creacionistas de Huidobro la manera de internarse en sí mismo»

Cuando a la medianoche de hoy, se conmemore desde la ciudad de Cauquenes, Región del Maule, el 117 aniversario que celebra el natalicio del gran poeta maldito del siglo XX chileno, «Cine y Literatura» dialoga con la investigadora de la más importante monografía dedicada a la vida y a la obra del legendario autor de «Defensa del ídolo».

Por Fernando Arabuena

Publicado el 5.7.2021

«…y en esa otra corriente, Omar Cáceres va recordando su antiguo ser, los lugares sagrados que habitó. Abro por última vez Defensa del ídolo, en la esquina de Miraflores con La Punta aparece el texto ‘Extremos visitantes’, flota ahora Omar Cáceres en esa otra corriente, el sol quema, estoy en la hacienda la Punta».
Rodrigo Verdugo

Así describe el poeta Rodrigo Verdugo su peregrinación hacia el monasterio jesuita en ruinas, muy cerca de donde encontraron el cuerpo sin vida de Luis Omar Cáceres.

Porque el poeta parece seguir escribiendo su poesía en el misterio de su vida y de la trascendencia. Y es que, en lo más profundo, sus huellas son la búsqueda de aquella parte negada de esa totalidad perdida que nos deja una realidad huérfana y fragmentada.

Así, buscando re-unir el yo con la realidad externa en la senda de las correspondencias y los poetas de la oscuridad, Omar Cáceres es incluido en la antología La poesía chilena moderna de Rubén Azócar 1931 y en la Antología de poesía chilena nueva de 1935 de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim, formando parte de la vanguardia poética que lo llevó a editar su único libro Defensa del ídolo (Editorial Norma, 1934), el que fuera prologado por Pablo De Rokha y Vicente Huidobro.

Hoy, es estudiado en España y ha sido traducido al inglés y al portugués. Además de ser materia de investigación por poetas como Pedro Lastra, Víctor Hugo Pueyes y nuestra autora María José Cabezas Corcione.

Pero en algún lugar, su vida retorna año tras año en su nacimiento. Y muy pronto, cuando la flor del aromo rompa en fosforescencia, Luis Omar Cáceres volverá a nacer en aquella Quinta medianoche de julio, porque desde 1904, su telúrica provincia recuerda el olvido de su natalicio.

En el contexto de este homenaje que reúne a poetas y medios locales de Cauquenes, conversaremos con María José Cabezas Corcione: magíster en literatura chilena e hispanoamericana y autora del libro Luis Omar Cáceres. El ídolo creacionista.

 

Luis Omar Cáceres

 

«Querer pertenecer a una orquesta de violinistas ciegos para percibir lo que ellos experimentaban en la interpretación»

—Es difícil quedar indiferente una vez que lees Defensa del ídolo de Luis Omar Cáceres, ¿piensas que pasa lo mismo con su vida?

—De todas maneras, creo que ya desde la lectura de sus poemas la experiencia es reveladora y de mucha emocionalidad por su potencia poética y lo que logra entreverse de su propia vida.

Y luego, cuando conoces los pocos aspectos biográficos que fueron los más difundidos, son los más dramáticos y polémicos: cuando quema todos sus libros, los cuatro prólogos de Defensa del ídolo, las peleas en el diario entre Pablo De Rokha y Vicente Huidobro a partir de su publicación, toda el aura mítica e incomprendida en torno a su figura, el rótulo de poeta maldito y fantasmal, y su inquietante muerte, hacen que se genere una sospecha mayor por conocer otras áreas de su vida aún no descubiertas del todo.

Por eso la tarea de investigación y el diálogo con sus poemas es necesaria, así se descubren nuevos datos y uno se apasiona en ese ejercicio. Más allá que confirmar las etiquetas que le han asignado, creo que simplemente hay que intentar comprender esas pulsiones desde las huellas que nos dejó.

Luis Omar Cáceres lo explica muy bien en “Yo, viejas y nuevas palabras” (1935) cuando intenta dar explicación al sentido de su poética:

“Sé, por fin, que lo que digo, ya está dicho; mis palabras sólo me pertenecen.

Pero, después de todo, mi grande emoción, la trágica experiencia de mi espíritu, son auténticas.

Y ese es el punto de partida desde el cual y a través de esfuerzos mejores, los jóvenes que verdaderamente odiamos el pasado y el presente, a fuerza de amar el porvenir, lograremos si no alcanzar, por lo menos preparar, aquel vasto equilibrio que habrá de liberar a la humanidad, haciéndola revelarse a sí misma en su esencia más íntima.”

El complejo momento histórico en la vida del poeta, con una realidad política y social en crisis que influyeron en su generación, ¿de qué manera hace eco en nuestros tiempos?

Al revisar la correspondencia de Luis Omar Cáceres y verificar que en tiempos de Carlos Ibáñez del Campo se cometían los mismos crímenes y prácticas de censura y represión que hoy esconde el Estado, es muy triste y desesperanzador.

Ya desde el año 1927 y cuando por orden de Ibáñez se militarizó y conformó el cuerpo de Carabineros oficialmente, y desde antes de hecho, ya existía una represión desmedida, desapariciones y golpizas de todo tipo.

Entonces, eso te hace reflexionar sobre cuál es la resistencia cultural de un poeta sensible en un entorno tan agitado y desafiante.

Cáceres, además de la lucha consigo mismo y sus palabras, estuvo apoyando a sindicatos y grupos de trabajadores tanto en Santiago como en San Antonio, y ellos le agradecían su aporte en el conocimiento de las leyes y las formas del discurso oral para que finalmente pudiesen ser escuchados.

Creo que en el presente y en la medida en que las voces de distintas generaciones y realidades puedan articular su voz, y que también estén presentes las minorías, es un gran adelanto pensando en el proceso de la Nueva Constitución. Además de una esperanza que creo, todos tenemos.

Pero si el gobierno insiste en omitir o esconder lo que ahí se proponga, ¿volveríamos a lo mismo? Esa es la gran interrogante ahora.

Teillier decía que Omar Cáceres fue violinista en una orquesta de ciegos. ¿Es la búsqueda en aquello que no se ve, su intento de juntar el “yo” y la realidad externa?

Esa historia es muy enigmática y bella en su significado, imagínate querer pertenecer a una orquesta de violinistas ciegos para percibir lo que ellos experimentaban en la interpretación, eso es maravilloso.

Pienso que la videncia que buscaba LOC tenía que ver con la constatación de una dualidad en su espíritu. Él quiso internarse en ese ídolo que quería defender (y que puede tomarse como su otro yo, lo sagrado que hay dentro de cada uno o como el dios que buscamos comprender pero que se mantiene “ignoto” para Cáceres).

También es visto desde las definiciones de Carl Jung entre el Ego y el Sí mismo, esos dos polos que conforman la totalidad del Yo. Me gusta recordar esa dualidad consciente e inconsciente que Jung definía como “el amor y la flor mística del alma”.

En su libro Recuerdos, sueños, pensamientos (1961), da una explicación muy certera sobre la búsqueda existencial de ese centro: “Formación-transformación, el eterno pasatiempo del sentido eterno. Y esto es la individualidad, la integridad de la personalidad, que cuando todo va bien, es armónica, pero que no soporta auto decepción alguna”.

Cáceres lo describe también en uno de sus poemas:

“Paisaje infinito, / mi soledad flor desesperada, / asciende hasta el sonido más alto. // Desnudo, / mi atmósfera encendida, moneda que no entrego, / se sacuden las noches asombradas / y recojo los astros en mis ojos como frutos / instantáneos. // Arriba el beso sangrante en las llamaradas del viento, / Ah, los horizontes, / anillos imposibles. // Amanecer de caminos sonoros que se cruzan, / su nombre aún golpea el duro rostro del silencio. / Contengo, no obstante, las palabras, / el salto estrellado de sus mundos, // hasta que un día se clavó en mi sueño / os-ci-lan-do / ¡como una espada!”

 

—¿Piensas que Omar Cáceres, en sus palabras, fue “demasiado lejos en el corazón de los hombres y en su propio corazón”?

—Sin duda, lo dijo y lo demostró en los pocos poemas que conocemos de él, su intensa y verdadera relación con las palabras, sus profundas búsquedas, no tan solo en la literatura, sino también en otras disciplinas como la metagnomía, la psicología del misticismo, la teosofía, su relación con la orden de los Rosacruces, su atenta lectura de tratados sobre la intuición y el inconsciente, y tantas otras áreas que indagó, nos hablan de un poeta que no se quedaba satisfecho solo con sus sospechas, sino que intentaba escudriñar en todas las áreas que fuera posible.

Respecto a su íntimo compromiso con las emociones del ser humano y el suyo propio como poeta, de todas maneras creo que ha sido uno de los pocos escritores que han logrado reunir esos aspectos, tal como él menciona en su poema “Extremos visitantes”:

“…semejante a un poeta unánime, solidario, cosmológico, central, / que testifica en su propio espíritu lo que en la naturaleza se confina, / que no erige temas, / porque su mirada no cabe en un solo éxtasis de aire, / sino que, ingrávida, todo lo anima y lo devuelve a su constancia”.

 

Continuador del Creacionismo instaurado por Vicente Huidobro

—Pablo De Rokha y Vicente Huidobro hicieron prólogos para su único libro; libros que fueron quemados en desconocidas circunstancias por el autor, y vueltos a la luz gracias a unos ejemplares salvados del fuego, ¿qué buscas rescatar hoy con tu libro?

—La principal motivación que tuve desde un principio, fue encontrar nuevos datos del poeta y perspectivas críticas diversas, para así aportar en la difusión de su obra y darlo a conocer con mayor propiedad. También lo propongo como continuador del Creacionismo instaurado por Vicente Huidobro.

Sentí necesario expandir la recepción de su obra para darle un merecido reconocimiento y a su vez para las personas que aún no conocían a este increíble autor un tanto olvidado y siempre etiquetado desde las tinieblas.

Hay muchísimo material aún por descubrir gracias a la compra de la Biblioteca Nacional de las trece carpetas de apuntes, cuadernos y correspondencia, adquirida al coleccionista, librero y escritor César Soto.

 

«El poeta se sumergió en un mundo difícil de comprender, buscando no sólo en el sonido de la palabra, sino también en la música»

—Volodia Teitelboim, Eduardo Anguita, Teófilo Cid, Miguel Serrano, Andrés Sabella… muchos nos han descrito a un poeta que se escabulle entre la poesía y el mito, ¿cuál es la imagen que más te horada como autora?

—Su extrema obsesión por llegar a lo oculto y oscuro de su existencia, y a la vez, la delicada y exquisita forma de trabajar las palabras reuniendo tantos planos a la vez.

Me encanta recordar lo que comparten Eduardo Anguita, Andrés Sabella y Miguel Serrano sobre su manera de recitar y de pronunciar las palabras: “casi paladeándolas” o la de “una voz en extremo sutil, despaciosa y casi sacerdotal” o “la obsesión en su afán de precisar la forma concreta con que veía”.

Me gusta imaginar los modos en que Cáceres buscó desde las máximas creacionistas de Huidobro y también en los pensamientos del existencialismo, la manera de internarse en sí mismo, sin miedo a la caída.

El poeta se sumergió en un mundo difícil de comprender, buscando no sólo en el sonido de la palabra, sino también en la música. ¿Será esa eufonía la que hace tan vigente su obra a las nuevas generaciones?

Pienso que sí, en esa misma búsqueda por una conexión armoniosa entre las palabras y sus sonidos, pero no tan solo en su pronunciación o la interpretación con su violín; sino también de la mano con lo inaudible, lo que no podía estrechar tan fácilmente, pero que es lo que siempre buscamos.

Creo que el gran interés que genera su obra tiene algo de eso, el entender que es posible tocar esos “hilos invisibles”. Y, además, concebir el hecho —comprobado o no— de su pertenencia a una orquesta de ciegos, es ya un poema.

 

—En “La quinta medianoche de julio”, vuelve eternamente a nacer el poeta, ¿crees importante que el reconocimiento a su natalicio comience en Cauquenes, su ciudad natal?

—Por supuesto que es emotivo y poderoso que la ciudad que lo vio nacer le demuestre su respeto y admiración después de tanto tiempo.

El re-conocimiento de un poeta que ofreció tanta bondad y solidaridad con sus amigos, y que su labor no solo se definió en la escritura, sino también en su compromiso político. Por ejemplo, con el apoyo a muchos sindicatos en San Antonio y Santiago. Esto nos habla de una entrega infinita que hay que valorar.

La tarea ahora es continuar con esas muestras auténticas de generosidad y que también ahora se gestan desde el profundo amor de otro poeta cauquenino, como Fernando Arabuena, quien ha organizado y reunido a tantas personas para celebrar la memoria de Luis Omar Cáceres, en este homenaje que conmemora sus 117 años.

 

—¿Podríamos terminar esta entrevista, y comenzar la celebración de su natalicio con un poema que elijas?

—Me gustaría finalizar con unos de mis favoritos, “Extremos visitantes” que es el último poema que cierra Defensa del ídolo:

 

EXTREMOS VISITANTES

Exuberantes lejanías realizándose en mi huerto, sumergiéndose en mis árboles.
Lo comprendo: el viento, este viento, es el alma de las distancias:
rompiendo cielos, en todo encuentro vuelca su vida,
no se inviste de tiempo para presenciar completa la vida de las cosas;
su sabiduría estrena siempre, incorporándose,
reanudando todos los secretos, inundándolos, sin remover
su indócil fermento, su numerosa pasión;
semejante a un poeta unánime, solidario, cosmológico, central,
que testifica en su propio espíritu lo que en la naturaleza se confina,
que no erige temas,
porque su mirada no cabe en un solo éxtasis de aire,
sino que, ingrávida, todo lo anima y lo devuelve a su constancia.

***

Ahí vivo, en medio de esos ímpetus, solemne en ese afán,
del viento, de ese viento, que se retuerce en mi huerto y se ostenta adentro de mis árboles. No mueve una hoja solo ni besa cada flor, simultánea,
soberanamente se presenta a todas, las abraza, sin separarse de su yo;
es una sujeción recíproca, constante, de todas partes,
hacia un punto inaccesible de morbidez ufana,
ni requiere substancia;
ese viento es la bandera estrecha de las almas! —Ah,
cómo evadirme, sin embargo, de ese atormentado suelo, cómo huir,
qué bríos, qué lanzas apagadas me clavan, me mantienen en pie,
en antiguo carácter de novela, obligatorio, pudiendo
descolgarme solo y escapar desnudo hacia tempestades de alturas desoídas, incompletas,
lavar mi espíritu, mojarlo, en la lengua sin refrán
de cascadas de sollozos que socavan las tinieblas, que trasudan,
queriendo encontrarlo todo, cruzar su sueño con esa hebra de luz mojada.

Coraza de tormentos, de escombros victoriosos,
invasión de altura comprobándose en mármoles de espanto, pierna interrena;
en medio de ese alud pasado, rodeado de fantasmas de fantasmas para poder pensar,
de presencias que me agarran desesperadamente, que se agotan,
husmeando su losa viva, el pedestal de su absoluto y soberano ídolo,
pero en quienes todo fuego, toda aptitud terrena se ha perdido;
destinado a lo indecible, víctima suma, como aquel
que sabe la sombra de un muerto porque frecuenta
el más duro suceso de sus obscuras y tardías potestades,
desempeñando, oh sol parecido a todas las sombras, tenaz,
la fortuna sagrada de ese hálito, trémulo
de un espejo contra todas las guerras, sobreviviente,
triunfante estoy en ese recóndito reposo —como un sollozo
que bulle en su intenso plantel y que anula
los bríos de su vasta emergencia a trechos traicionada
para titular sus sufrimientos.

 

***

Fernando Arabuena (Cauquenes, 1970) es escritor y profesor de conceptualización creativa en distintas escuelas de publicidad y universidades del país, así como jurado de diversos certámenes publicitarios.

Ha participado en los talleres del poeta Marcelo Novoa, de autocrítica del poeta Rafael Rubio, y en el taller de lecturas del poeta Marcelo Jarpa Fabres y en el de corrección de estilo del escritor Edmundo Moure.

Es autor de los libros inéditos Jentil vulgata y El Cristo de los tobillos rotos. También ha sido colaborador en medios digitales literarios y es parte del directorio de la Fundación Juan Luis Martínez.

Fue incluido en la Antología absoluta de la poesía chilena del poeta Rodrigo Verdugo.

 

«Luis Omar Cáceres. El ídolo creacionista», de María José Cabezas Corcione (Ediciones Lastarria, 2014)

 

 

Fernando Arabuena

 

 

Imagen destacada: María José Cabezas.