[Crítica] «Blanco en blanco»: Un filme casi perfecto

El segundo largometraje de ficción del director chileno Théo Court Bustamante —premiado en tres categorías distintas en el Festival de Venecia 2019— se exhibió este último fin de semana en una doble función, y con gran éxito de ventas, a través de la plataforma de streaming de Puntoticket.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 31.5.2021

La estrategia audiovisual del realizador de Blanco en blanco (2019) es una de las mayores virtudes de su factura final: cada plano tiene un sentido artístico y de creación de una realidad diegética, y la cual en sus planteamientos estructurales contempla un resultado global bastante satisfactorio.

Esa cámara tiene oficio y una inteligencia narrativa fuera de lo común en el circuito cinematográfico nacional: los encuadres reflejan una reflexión estética de orden plástico y pictórico, y si bien esas eran cualidades creativas que podían apreciarse en su anterior Ocaso (2010), en esta ocasión esa plusvalía técnica se aprecia potenciada por una mayor calidad dramática de su guión y la inclusión de un elenco actoral de evidente cualificación interpretativa.

Los nueve años trascurridos entre uno y otro título no fueron en vano, y expresan que el trabajo de Court es metódico en sus objetivos y propuestas fílmicas.

Objeciones las podemos encontrar en la recreación de época, sin embargo: ¿la matanza con propósitos comerciales y suntuarios de los aborígenes de la Tierra del Fuego (los Selknam) ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX o a principios de la centuria pasada?

El baile y forcejeo entre el personaje interpretado por el alemán Lars Rudolph y el rol de la actriz española Lola Rubio, evidencia, por la música o banda sonora inserta en el ambiente que lo anima (surgido desde una vitrola), que nos encontraríamos cerca de 1920…

En efecto, son minucias como esas (aunque importantes tratándose de un filme de época) las que privaron, pensamos, a Blanco en blanco de una mejor suerte en instancias como los Goya 2021, donde intentó competir sin mayor éxito en quince categorías distintas.

Bajo otra arista de análisis, el uso de la idea del fuera de campo, en sus facetas dramática y audiovisual, se encuentra muy bien utilizado, en un factor que aumenta el juicio crítico en torno a la valoración del imaginario cinético del realizador.

Por momentos importa más lo que acontece fuera del registro de la cámara, no sólo por ese omnipresente y todo poderoso Mister Porter que jamás es enfocado y del cual apenas sabemos de oídas, sino también porque la verdadera realidad de ese metraje parece desenvolverse más allá de los márgenes de aquel finis terrae marginal, solitario y abandonado de la civilización, que pareciera ser la Tierra del Fuego en la conceptualización cinematográfica e histórica de Court Bustamante.

El montaje (por su complementación con la retórica narrativa de las imágenes) y la fotografía de José Alayón, exhiben el arduo pensamiento de un pintor, y la escena final es una metáfora del total intelectual de Blanco en blanco: una desarrollada alfabetización visual, una dirección de arte meticulosa, salvo en el detalle del baile entre Rudolph y Rubio.

Y donde la cita al maestro renacentista Paolo Uccello (y hasta del mismo Goya y sus tapices de caza), en esa secuencia de desenlace, destaca tanto por la atrevida perspectiva a contra luz, como en la disposición de los personajes sobre la composición del encuadre, y donde el viento y el polvo, pasan a ser un elemento más de esa construcción figurativa, modernizada por la época, a través de los límites propios de un lente de cámara, de principios del siglo XX.

 

«Blanco en blanco» (2019)

 

El factor Alfredo Castro

El actor chileno ejerce el papel principal en el segundo largometraje de ficción de Théo Court: un fotógrafo que acude a la estancia de Mister Porter, a fin de retratar a la joven y futura esposa del invisible hacendado.

Sin negar los innegables dotes interpretativos de Castro, su falta y carencia de un prolongado registro vocal, y ciertos manierismos faciales repetitivos e insistentes de sus caracterizaciones, hacen que los espectadores acostumbrados a visionar cine chileno y latinoamericano, nos percatemos de ese déficit de composición actoral en el abordaje de sus personajes, que le adjudicamos.

Poco ayuda, asimismo, el escaso trabajo del elemento vocal del actor, inconfundible en decenas de obras audiovisuales y escénicas, sin sorpresas, y un marca registrada del monoteísmo sonoro.

Tal como en un momento se le achacaba al argentino Ricardo Darín, el gran salto a la posteridad de Alfredo Castro depende de superar ese escollo en la valoración futura de su desempeño profesional.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Blanco en blanco (2019).