«Expropiación»: Muy temprano para Santiago

La obra de Malú González Cortés es una nouvelle debut notable, con giros poéticos que complementan la historia bellamente, en un relato dotado de gran lucidez al comentar impresiones sobre la vejez, en torno a las relaciones intergeneracionales, bajo la escenografía de una ciudad capital víctima del desenfado adolescente.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 31.1.2019

Expropiación es la primera novela de Malú González Cortés (1993). Subrayo la fecha de nacimiento de la autora, pues esta nouvelle destaca por una mirada introspectiva, profunda, que poco tiene que ver con otras narraciones de sus coetáneos que se refocilan en una documentación urbana cargada a cierto tipo de desempacho abúlico, con tintes de autocomplacencia narcisista. En Expropiación (Imbunche Ediciones, 2018) están estos elementos; está la ciudad de Santiago, y también vemos el desenfado adolescente, pero introducidos en un caleidoscopio que nos lleva a uno de los peores momentos de nuestra historia reciente: al toque de queda y a las marcas de la tortura que aún siguen tatuadas en sus personajes.

No es fácil armarse el esquema del relato, pero la interacción entre sus personajes va tejiendo las hebras entre cada cual. A pesar de que cuesta unir los puntos en las relaciones, desde el momento en que las relaciones mismas están averiadas, todas las claves están ahí y, finalmente, la constelación se conforma. Esta constelación se halla compuesta por, principalmente, Irene, Rebeca, Victoria, Rodolfo y Julia:

Irene es la madre de Rebeca (quien pinta, dibuja y ha congelado sus estudios universitarios), y esto nos permite ver la guerra de las generaciones: “Y nunca hubo forma de llevarte a un psiquiatra, porque no, doña Irene no se iba a rebajar a ser de esas, eso es para los débiles, para pobres hueonas”. Por otra parte, Irene y Victoria se conocen en un concurso de esos que se organizaban en plena dictadura para sedar y alegrar pobremente al pueblo con expectativas de un Fiat 600 o un año gratis de té supremo. Victoria y Rebeca forman un vínculo al transformarse en instructora de pintura de Victoria. Pero a Victoria solo le interesa indagar en su vida, en el destino de la madre de Rebeca, Irene. Paralelamente, tenemos a la figura paterna y elusiva: Rodolfo, a quien vemos hambriento en su alma; él representa el cansancio laboral de cubículo y aire tóxico, y casado con Irene, pero pololo de Julia (aquí hay superposiciones temporales también—otra manifestación de la psiquis traumatizada). Ambos recuentan el pasado donde reina el toque de queda en diálogos de habla coloquial que la voz narrativa maneja convincentemente. Rodolfo le dice: “Flaca, yo soy la subversión”.

El relato es lúcido al comentar impresiones sobre la vejez, sobre las relaciones intergeneracionales, y no cae en una queja depresiva, sino más bien melancólico-paródica, como cuando Irene se lamenta: “Qué lástima, ahora que lo piensa. No haberle sacado el jugo a ese cuerpo. No haber bailado más, no haber tirado más y mejor”. Claro, ¡quién puede pensar en eso cuando la masacre es omnipresente! Por supuesto esto tiene que ver con los síntomas del trauma que acompañan a Victoria en su día a día: “Pasa por el GAM, el ex Diego Portales, pero no, ya no le pasa nada, o casi nada, ya no se le erizan los pelos, no le baja la presión, no ve puntitos de colores, ya no le flaquean las rodillas ni se le ponen las uñas azules. Tampoco la atraviesa esa puntada que la parte desde el útero hasta el recto cada vez que vuelve a pisar un punto de muerte o fosa común disfrazada de museo. O de corporación”.

Sin duda Expropiación es una nouvelle debut notable. Lo que más me cautivó fueron ciertos giros poéticos que complementan la historia bellamente: “Los vellos de Irene se erizan uno a uno, formando laberintos entre sus lunares. Llorarás cuando me vaya, cuando remedio ya no haya. Cierra los ojos y, de a poco, la alfombra del dormitorio se parece a los pastos de la Quinta Normal…”; “Ya rondan las ocho y las nubes aún no llegan a consenso sobre si dejar caer el agua ahora o guardarla para después”; “Una vez dentro del ascensor, apoya su espalda en el espejo y se derrama sobre el piso, licuada como mancha de acuarela”. O: “Alguien que se llame Victoria puede sonreír cuando quiera”.

 

Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Invitación al lanzamiento de «Expropiación» (2018)

 

 

La escritora chilena Malú González Cortés

 

 

El crítico y narrador Nicolás Poblete Pardo

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: La ciudad de Santiago, por Chile Travel (https://chile.travel/).