«Frankestein», de James Whale: La ciencia de lo moderno

La escritora Mary Shelley (la autora de la historia original) inspiró su relato en las bellezas de la naturaleza, y en doctrinas científicas o filosóficas de distintas orientaciones o pensamientos. En la película del realizador inglés, en cambio, se reemplaza la curiosidad científica por la maldad y el herejismo, y también se tuerce la inspiración romántica, porque los protagonistas se comunican por carta la mayor parte del tiempo, y se coloca una figura femenina dependiente y de carácter sencillo como motor de la trama.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 3.7.2019

No sé qué habría pensado la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo al ver esta película. La pantalla inicial de los créditos nos dice que está basada en la novela de la escritora inglesa; pero de ella hay poco, o nada, en cada uno de los encuentros. Es decir, sí, los personajes son los mismos, la esencia narrativa es la misma, pero los motivos, razones, principios, valores, sugestiones, inspiraciones y contextos, no. Existe, en la película, una occidentalización muy norteamericana en el ámbito moral y narrativo. A pesar de ello el filme fue víctima de la censura tras su estreno. Hoy en día no eliminarían la escena de la niña en el lago. No existirían críticas sobre la blasfemia del Dr. Frankenstein tras ver el éxito. Se puede ver, eso sí, una intención mínima de dejar algo. O eso creo.

No es necesario ahondar en la superficialidad de los elementos distintos. Para el receptor de ambas obras los cambios son evidentes. El personaje principal está dotado de una maldad casi natural y sin sentido. La figura de la mujer, de partida, no estaba inscrita en ningún registro civil o religioso. Al parecer eso era lo que vendía en esos tiempos. Una mujer que sufre y depende del esposo. Un padre descorazonado en algunos momentos, pero tierno en otros. El profesor que tanto quería a Víctor se transformó, por decisión creativa de Whale, en un jorobado medio esclavo de inteligencia perenne. La apariencia del monstruo, el mismo que no tiene un nombre en el título escrito, se volvió unos de los símbolos más conocidos en el mundo. Se inspiraron, entonces, en la esencia de la historia, pero desde un foco muy distinto.

La romántica Mary Shelley inspiró su relato en las bellezas de la naturaleza, en doctrinas científicas o filosóficas de distintas orientaciones o pensamientos. En el prólogo aparece una frase que deja en claro la inspiración, o por lo menos la interpretación, que le da un valor incalculable a la obra: “Lo que me interesó fue la novedad de las situaciones que en ella se plantean y que, aun siendo imposible como hecho físico, plantea de un modo imaginativo un punto de vista que permite describir las pasiones humanas con mayor exhaustividad y certeza que el que ofrece la simple narración de hechos cotidianos”. Escrito por Percy B. Shelley, quien solamente redactó el prefacio, este fragmento nos indica cómo debemos observar la historia del demonio.

En la película se cambia la curiosidad científica por la maldad y el herejismo. Se tuerce la inspiración romántica, porque Elizabeth y Victor se comunican por carta la mayor parte del tiempo, y se coloca una figura femenina dependiente y de carácter sencillo. Los profesores de la universidad, sabiondos y distintos, son cambiados por un jorobado con poca gracia y por un viejo extraño, por un médico. En la presentación de éste último es cuando se muestra una escena que llama la atención: el cerebro que roba Fritz, en la película, es el de un criminal, y por él es que Frankenstein, nombre otorgado por el director, se comporta como un maldito.

Es interesante que no sólo es un cambio moralista de cerebro. Es una total contorsión de una historia que reflejaba “las pasiones humanas” en el constante rechazo del monstruo. Porque por eso el demonio actúa como actúa, por la soledad implacable que tiene como destino.

En la película no. En la cinta el monstruo tiene un cerebro criminal y por eso quiere destruirlos a todos. Se cambió una razón que envuelve todo un contexto filosófico, económico y científico por una sin mayores fundamentos que el interés publicitario, moral y no sé, quizás, artístico. Porque cuando escribe Mary Shelley es el apogeo de la ciencia moderna, de la potencial perversión del quehacer científico. No es novedad que el capitalismo no respeta la dignidad básica y no productiva de él/la ser humano. Por eso el monstruo se muestra inentendible, incomprendido o, en realidad, con la imposibilidad de entender qué les pasa a todos con su encuentro. El tema de Frankenstein no es solamente el terror, si no que el temor a la búsqueda de la fuente de la vida, a los nuevos experimentos y al libre albedrío.

 

¿Incompatibilidad o elección?

Mucho se ha hablado de las diferencias entre la literatura y el cine. Reina en la creencia popular que, en realidad, una película nunca será lo mismo que un libro. Lo que puede ser completamente cierto, pero no quita que una representación ambivalente sea buena como un todo o en alguno de sus extremos. El tema es que hay una originalidad que no se respeta, una influencia intelectual o temporal que se corta sin más rodeos. Más que una incompatibilidad de los dos medios, creo que el resultado depende de las elecciones estéticas o técnicas del autor.

 

La ciencia de lo moderno

Creo que lo único que se puede rescatar, en el ámbito interpretativo, es la perversión del método científico en el progreso. Es decir, sí, el protagonista está loco y quiere el poder divino, lo que equivaldría más o menos a los experimentos del galvanismo. En ninguna parte del libro, eso sí, se refiere a la electricidad en un modo directo. El pueblo que quema al monstruo, Frankenstein, para Whale, es como el gran conjunto popular que se resiste al desarrollo científico. El demonio es quemado para restablecer el orden moral, normal e idílico.

La gran diferencia entre las obras se observa en sus finales: en uno el monstruo es quemado por el pueblo, en el otro le dice al capitán Walton que: “Dejaré su navío, tomaré el trineo que me ha conducido hasta aquí y me dirigiré al más alejado y septentrional lugar del hemisferio; allí recogeré todo cuanto pueda arder para construir una pira en la que pueda consumirse mi mísero cuerpo».

 

Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica en la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.

 

El actor Boris Karloff en «Frankenstein» (1931)

 

 

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma del largometraje Frankenstein (1931), del realizador James Whale.