«Fuego en los ojos, sangre en el cuerpo»: Símbolos de la crisis sociopolítica

Una crónica que analiza el estallido social que vive Chile desde hace casi un mes desde una óptica literaria, con el ejemplo del conflicto entrevisto a través de poemas de las autoras nacionales Elvira Hernández y Carmen Berenguer, y una novela del escritor local Darío Osses.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 15.11.2019

Desde que estalló la crisis sociopolítica a mediados de octubre, la cual aún no termina, hemos sido partícipes y testigos de una serie de situaciones que han cambiado para siempre tanto el devenir como la Historia de nuestro país. El barniz casi idílico con que era pintado Chile hacia el exterior, y que lo había hecho epicentro de las mayores migraciones latinoamericanas de los últimos años, se ha borroneado, dando paso a la realidad, la cual no era el oasis de las cifras macroeconómicas, sino uno de los países más segregados y con mayores inequidades del orbe.

La olla a presión explotó. Chile abrió los ojos y despertó tras treinta años de analgésicos que solo empeoraron la enfermedad. Sin embargo, esta crisis ha venido acompañada de una represión hasta ahora no vista en democracia. Ejemplos de ésta son las más de 220 mutilaciones oculares que han ocurrido durante las manifestaciones a causa del disparo de perdigones y balines por parte de efectivos de Carabineros. Incumplimientos de protocolos han tenido como consecuencia no solo la violación de los DD.HH., sino también, las más altas estadísticas a nivel país y mundial respecto de pérdidas oculares durante estas semanas.

Ojos. Chile despertó, pero muchos han perdido sus ojos. Para que Chile despertara muchos han debido sacrificar sus ojos. La dignidad social literalmente ha costado un ojo de la cara. Durante el estallido social, cientos de ojos han estallado, dejando ciegas a personas que simplemente han manifestado su descontento en las calles. Los políticos y gobernantes parecen estar ciegos ante lo que ocurre; ciegos, sordos y mudos. Incapaces de “ver” lo que la sociedad exige. Incapaces de “ver” las consecuencias que sus actos y decisiones han tenido. Ciegos por un proyecto (neoliberalismo) que se les venda los ojos y los posiciona cómodamente debido a los privilegios que han naturalizado. Ciegos ante las pancartas apelativas. Sordos ante el ruido de las cacerolas y los gritos de toda una ciudadanía.

Sobre el colectivo de ojos mutilados, de pies que marchan incesantes, de manos que se alzan poderosas, se haya quizá el más grande miope de la historia reciente de Chile, junto a una clase política cuyos lentes empavonados por la indiferencia y comodidad, fueron incapaces de ver la realidad social que estaba frente a sus ojos legañosos.

Sangre en el ojo es el nombre de una novela de la chilena Lina Meruane del año 2012, en donde una joven escritora sufre de un estallido ocular que la deja ciega a causa de una enfermedad. Hoy, más de 200 personas han quedado en la misma condición que aquella. No a causa de un mal congénito físico, sino a causa de balines y perdigones disparados por uniformados – en especial Carabineros – un mal congénito que se aloja en los intersticios de los dispositivos del poder, los órganos represores del Estado, de los cuales el célebre Michel Foucault nos enseñó hace varias décadas atrás.

Entre los centenares de personas que han sufrido daño ocular, el caso del joven estudiante de apellido Gatica, que recibió disparos en ambos ojos, resulta el epítome del ensañamiento y la ceguera uniformada. Un joven que bajo el lente de la cámara fotografiaba lo que ocurría, recibe en sus ojos un daño irreparable. Un fotógrafo como el protagonista de la novela de Fernando Alegría, El paso de los gansos (1975), quien montado en su bicicleta fotografiaba todo lo que ocurría en pleno inicio de la Dictadura Militar. O como el director de la revista Hiedra (Teatro), que recientemente acaba de recibir perdigones en su cabeza y espalda por reportear sobre las manifestaciones. La visión de este joven estudiante de psicología, símbolo de la represión y violación a los DD.HH., ha sido aniquilada por la ceguera de un poder coercitivo absolutamente vendado por dictámenes de escritorio y la supuesta defensa de la soberanía nacional que ocultan la verdad, la imposición de una doctrina de Shock y una violencia que se ha ejercido sin parangón.

El cuerpo de los manifestantes es el que ha sido lacerado, violentado, herido y mutilado. Innumerables son las imágenes de personas con sangre en sus ojos y en su cuerpo. Cuerpos rotos por manifestarse en las calles con cacerolazos y gritos de protesta, representaciones de la rabia y frustración ante años de abuso, inequidad, y violencia solapada. Claramente desde los márgenes hay fuerzas que protestan destructivamente – saqueos y actos “vandálicos” – avalados por la ceguera y sordera crónica de un aparato gubernamental que no acierta en sus decisiones ni responde asertivamente frente a las demandas que exige una ciudadanía que ya abrió los ojos. No obstante, aquellas fuerzas destructivas son también resultado de la violencia simbólica que se ha ejercido sobre ellos. Violencia soterrada, cotidiana, normalizada, naturalizada, como parte de un sistema que hasta hace un mes atrás, parecía funcionar correctamente. Ni la clase dirigente, ni la élite se dieron cuenta que tal violencia solo acrecentaba la presión de una bomba de tiempo que estallaría con la fuerza de décadas acumuladas.

El cuerpo herido de los manifestantes simboliza, a mi parecer, el cuerpo social que ha sido, una vez más, lacerado por un Estado ciego, sordo y disléxico. Cuerpos heridos de la resistencia popular, dañados por la represión estatal bajo una sistemática violación a los derechos humanos. Cuerpos como el de la joven manifestante que apareció en los medios no oficiales siendo arrastrada por un efectivo de Carabineros, con sus piernas ensangrentadas por perdigones, a quien su madre vio en redes sociales y fue a rescatar, y sobre la cual supo que había esperado horas de atención en un hospital, para luego ser dada prontamente de alta y llevada a una comisaría apenas en bata y ropa interior, lugar en donde finalmente la encontró.

Esto me recuerda a dos famosos poemas que retratan la Dictadura, el primero de ellos, «La bandera de Chile» (1991), de la célebre Elvira Hernández, el cual se caracteriza por ser una respuesta potente a la represión estatal, al utilizar un símbolo patrio incautado y subyugado por la dictadura y resignificarlo con el objetivo de apropiarse nuevamente de él, convirtiéndolo en metáfora de la situación en la cual quedó el país y sus ciudadanos. Hoy la bandera de Chile, ha sido violada y subyugada por el poder político-económico que se escuda en ella para ejercer una violencia sistemática. No obstante, hoy la bandera de Chile ha salido a las calles nuevamente, flameando junto a banderas mapuches y con consignas que desean un mejor país para todos.

El segundo poema es el de Carmen Berenguer, «Molusco», en donde un molusco es golpeado y sometido a un proceso de limpieza para ser luego exhibido en una vitrina. Se trata de una metáfora del Chile ultrajado y violentado en Dictadura, el cual es sometido a todo un aparataje cuyo afán es disfrazarlo y elaborar un simulacro que genere una imagen país acorde al mercado y a las políticas neoliberales llevadas a cabo desde la década de los 80. Sin embargo, este molusco golpeado e higienizado, se ha rebelado al simulacro, al “oasis” inventado por la élite acomodada, y treinta años después, invade las calles, siendo nuevamente violentado por los dispositivos de poder.

El fuego es otro de los símbolos que ha emergido durante estas semanas de crisis. Fuego en los incendios de los primeros días, que afectaron la propiedad pública (estaciones de metro) y privada (supermercados). Fuego en las calles a través de las múltiples barricadas que iluminaron durante las noches el Toque de Queda, y que se encienden aun, en las calles céntricas y periféricas. Fuego en las armas empleadas a diestra y siniestra, a través de disparos racimo que no tienen un objetivo fijo – o quizá sí –. Fuego en las enardecidas consignas de la multitud que marcha por las principales arterias de las ciudades, personas que componen la materia de la cual está hecha la sociedad. Arterias por las que marcha sangre rebelde. Sangre que ha sido derramada de poniente a oriente, en el sur y en el norte, en el cemento de las avenidas, y en la piel de los manifestantes. Fuego que pretende quemarlo todo – literal y metafóricamente – para construir desde las cenizas el Pacto Social de un Nuevo Chile. Fuego catártico que histórico-culturalmente ha sido símbolo de renovación y que ha debido enfrentarse al fuego de la represión, propio de las clases elitistas que temen compartir su comodidad y privilegios, como diría nuestra Primera Dama, Sra. Cecilia Morel.

El escritor Darío Oses, publicó en 1998 su novela distópica y fantástica 2010: Chile en llamas, vaticinando un futuro marcado por la contaminación de todas las áreas de la sociedad. Se trata de una novela sobre las aventuras, más bien pseudoaventuras, vividas por el Alférez Alvear en relación a la búsqueda del cadáver de Augusto Pinochet y el pseudo romance que experimenta con Vicky, aunque en un aspecto más amplio, proyecta un posible Chile para el año 2010 caracterizado por la deslegitimización de las clases político-económicas, la pérdida de los referentes sociales y la crisis medioambiental. Precisamente el escenario que antecedió a la crisis que actualmente experimentamos, y que se viene arrastrando no solo los últimos 30 años, sino desde los últimos 46, tras el Golpe Militar de 1973, que fracturó el destino de Chile.

Finalmente, aunque hay fuego en los ojos y sangre en el cuerpo, la lucha por un nuevo Chile con más justicia, equidad y dignidad continúa. Chile seguirá con los ojos abiertos pese a los intentos que haya por cerrárselos, porque ya despertó. El fuego seguirá ardiendo en las almas de los manifestantes, esperanzados de que de las cenizas, como el Ave Fénix, emerja un Chile mejor para todos.

 

Bibliografía recomendada:

-Chamorro S. Jessenia. Análisis de la novela 2010: Chile en llamas de (Darío Oses, 1998) desde la perspectiva de la memoria, el cronotopo, y la fotografía. En Crítica.cl

-Chamorro S. Jessenia. Chile en dictadura o el cuerpo degradado y exhibido en Carmen Berenguer, Marina Arrate y Elvira Hernández. En Crítica.cl.

 

Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile. Igualmente es redactora estable del Diario Cine y Literatura.

 

 

Crédito de la imagen destacada: EFE.