«La Beatriz Ovalle», de Jorge Marchant Lazcano: Hay cosas que nunca cambian

La construcción del relato propuesta por el autor apunta a un juego de voces que intercala omnisciencia, apelación, dramaturgia, descripción y la subjetividad de la consciencia de la propia Beatriz. El novelista, además, se vale de otros recursos literarios injustamente considerados por la tradición como menores: cartas, diarios de vida, etcétera, para otorgarle continuidad narrativa a la historia.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 28.4.2018

Leer La Beatriz Ovalle, publicada por primera vez en 1977 en Buenos Aires y reeditada en su cuadragésimo aniversario por Tajamar Editores, es retroceder a una época de la que nunca formé parte, pero cuyos resabios siguen aún penando.

La novela de Jorge Marchant Lazcano (Santiago, 1950), que lleva por subtítulo cómo mató usted en mí toda aspiración arribista, llegó a Chile tres años después de la primera aparición en la capital trasandina y centra su narración a finales de los años ’60 y principios de los ’70.

La Beatriz Ovalle habla de una época cuando la diferencia semántica al decir “de Provincia” y “de las afueras de Santiago” era sustancial, una época en que el mejor amigo de una señorita era su diario de vida y en donde aún se tomaba por cierto el que los buenos de La Biblia eran siempre rubios de ojos azules (aunque, a decir verdad, 40 años después la cosa no es muy distinta que digamos).

Beatriz Ovalle es una muchacha de 21 años, casi recién salida de un colegio de monjas, bastante ingenua y con casi nula capacidad crítica. La protagonista es el resultado de una formación familiar católica, pacata y tradicional cuyo único destino posible pareciera ser el matrimonio: “Me dijo que cuando grande quería casarse con un diplomático o con un político porque le encantaría salir en las fotos de los bailes, y que a sus hijas las educaría en el Santiago College y a sus hijos en el Grange, porque allá van, según ella, los hijos de los diplomáticos extranjeros, cosa que si les tocara salir del país sus hijos tuvieran contacto con niños extranjeros” (82). Es necesario insistir, aunque suene redundante, que la novela de Marchant Lazcano está ambientada a finales de los ’60.

La construcción del relato propuesta por el autor apunta a un juego de voces que intercala omnisciencia, apelación, dramaturgia, descripción y la subjetividad de la consciencia de la propia Beatriz. El autor, además, se vale de otros recursos literarios  injustamente considerados por la tradición como menores: cartas, diarios de vida, etcétera, para otorgarle continuidad narrativa a la historia.

Marchant Lazcano logra construir un personaje entrañable cuya pacatería conservadora es perfectamente verosímil en el mundo que retrata y que resulta, sin embargo, ridículo para un lector distante: “Si hubiera tenido hijos hombres -piensa la señora Ovalle mirando al peluquero-,  habría preferido que hubiesen sido ladrones, malos hijos, herejes, ateos, malos esposos, pero no maricas, eso no… (…) A un peluquero se lo puede perdonar porque, por último, es parte de su oficio, pero con los muchachos de buena familia la cosa es distinta (51-2)”.

¿Qué pasaría, por ejemplo, si a la novela le quitáramos toda referencia temporal explícita? ¿Si no habláramos de años ni de épocas? Quedaría algo así como el arribismo, las envidias, los resentimientos, una constante necesidad de ser más que el otro y denostar al que, por cualquier circunstancia, es menos. Si bien las lecturas van variando con el tiempo y dependen en general del contexto de recepción, hay cosas que realmente nunca cambian.

Lo anterior solo viene a confirmar que La Beatriz Ovalle es de esas novelas que exceden la época en la que son concebidas, de aquellas que, pese a sus previas ediciones nacionales, hasta el año pasado eran casi imposibles de encontrar. La novela fue siempre un libro de culto, una referencia de la que todos hablaban, pero a la cual acceder era un tanto complicado.

Hoy, gracias al trabajo de Tajamar Editores, en una publicación que tiene algo de conmemorativa, algo de reivindicatoria, La Beatriz Ovalle viene a saldar esa deuda con aquellos lectores de antaño y, más significativo aún, con aquellos que ni siquiera habían nacido en el momento en que fue presentada.

 

«La Beatriz Ovalle», por Tajamar Ediciones

 

 

Imagen destacada: Portada de una edición argentina de «La Beatriz Ovalle» de Jorge Marchant Lazcano