“La chica de la Leica”, de Helena Janeczek: Diferentes formas de salvarnos

Una completa reseña a la novela inspirada en la existencia de la mítica fotógrafa alemana Gerda Taro (1910 – 1937), en un estilo que mezcla diversos registros literarios y el cual nos ofrece una interesante biografía, triste por el destino trágico de su protagonista, pero inspirador por su retrato, donde vemos a una mujer excepcional. Su autora (de nacionalidad italiana) obtuvo los prestigiosos premios Strega y Bagutta en 2018, debido a este texto.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 23.9.2019

La celebrada novela de Helena Janeczek, Premio Strega 2018, se inicia con una interpelación en segunda voz que nos sumerge en un mundo detectivesco, de misterios anudados a través de fotos, lo cual gesta un revelador diálogo con un registro histórico que abarca varias décadas, desde los inicios de la década del 30 en Europa, hasta los vestigios post-60, vistos en la capitalizada sociedad norteamericana y en una Roma traspasada de post-certezas y huellas en forma de mitologías. Pero el gran mito de esta novela es el de la única Gerda Taro, considerada la primera fotorreportera, muerta en el campo de batalla y vista desde distintos ángulos por quienes la sobrevivieron.

La primera parte, que transcurre en 1960 en Nueva York, nos muestra a Willy Chardack refugiado: “El doctor Chardack solo recuerda bien el comienzo, que, como una bofetada a la conciencia entumecida del pasado, le devolvía a la Alemania de Weimar en su fase final. Esa avalancha de bicicletas que corrían por Berlín como si fueran a ganar una medalla, pero que en realidad competían por una jornada de trabajo”. El doctor encarna la visión doble, siempre disociada, del exiliado. Sus agudas observaciones respecto al capitalismo son prístinas imágenes del mundo que se avecina: “El capitalismo invita a la adquisición de la igualdad, reflexiona, el socialismo real concede lo mejor a sus más fieles… ‘Guerra Fría’, se dice a menudo el doctor Chardack, es un buen eslogan para un país que no ha sido destruido por la guerra de verdad, por más que haya sido el hielo de la paz lo que estropeó definitivamente ciertos vínculos”.

Gradualmente nos vamos enterando del impacto que Gerda Pohorylle, transformada en Gerda Taro, ejerce en su entorno, incluso décadas después de su fallecimiento, y en diversas locaciones del mapa. Su hechizo permanece a través de los testimonios de las tres secciones de esta novela, adjudicadas a tres sujetos clave que gravitaron en torno a su energía: “Pero ella había elegido su trabajo y su nombre, Gerda Taro, y había muerto en un estúpido y cruel accidente, si bien en una guerra que, con sus imágenes, quería ganar para todos. Ella había caído entre los camaradas que habían ido a luchar contra el fascismo, sin importar a qué RACE or PEOPLE pertenecieran”.

La primera sección de la novela nos revela innumerables observaciones en el dilema que vive Willy, recordando el pasado y (mal)ajustándose a la sociedad norteamericana, con especial agudeza a la hora de describir las costumbres de la comunidad judía en Nueva York. Él era un hombre de ciencia, alejado de prácticas religiosas: “hasta que comprendió que allí, en Estados Unidos, no fraguaba esa fórmula de importación convalidada por siglos de pensamiento ilustrado. La ciencia es la ciencia, le concedían, pero la comunidad en la que uno crece nunca podrá ser igual a un congreso en California. ¿Qué podía replicar él, que no era cierto, que una comunidad podía existir sin sentirse miembro de una cofradía o raza originaria? No había manera de entenderse, qué se le iba a hacer. Pero si te invitan al pavo de Acción de Gracias y luego te invitan por Pésaj, ¿qué diablos podías hacer?”.

La segunda parte nos retorna al año 1938 en Europa, a través de la voz de Ruth Cerf. En ella palpamos la vitalidad del tiempo presente, donde una serie de figuras vinculadas al mundo del arte, hacen su aparición en la pasarela. Esta sección destaca la amistad entre Ruth y Gerda (“dos chicas hermosas y despreocupadas que, juntas, se iluminaban una a la otra”), en un decorado donde se dan cita artistas de la talla de Cartier-Bresson, Louis Aragon, Rafael Alberti, John Dos Passos, Ernest Hemingway, y es el momento en el que se consolidan las “identidades” de los emblemáticos fotógrafos: “Un seudónimo puede tener vida propia”.

Así, André Friedmann se transforma en Robert Capa y Gerda Pohorylle en Gerda Taro. El contexto es el de creciente nazismo en Europa; las reflexiones en torno a las masacres y la ideología que comenzaba a teñir el continente entero, se tornan cada vez más desoladoras. Aún no tenemos registros fotográficos de los campos de exterminio, pero sí de sangrientas escenas de la guerra civil española. Hacia el final de la segunda parte, leemos: “Las democracias ilustradas seguirán haciendo lo que quieran, pero no podrán decirnos que no han sabido prever lo que Hitler y sus cómplices estaban preparando. Aquí tenemos las pruebas… de la resistencia popular, las pruebas de la destrucción sistemática”.

La tercera parte se abre con un hermoso poema de Ingeborg Bachmann (“Cada día”) y nos muestra al doctor y combatiente Georg Kuritzkes. Es el año 1960, en Roma, y el fantasma de Gerda sigue presente: “En la última semana, Georg había vuelto a soñar con Gerda. Se veía que sentía necesidad de su optimismo, de su descarado pragmatismo. De su habilidad para disimular incertidumbres y desilusiones, de su facilidad para mostrarse realista hasta el cinismo, para no darse nunca por vencida”. Hasta Pablo Neruda sale a colación en esta parte, con la referencia al Winnipeg, el barco de la esperanza: “Pablo Neruda ensalzará el viaje en el Winnipeg, organizado por él, para evacuar a dos mil exiliados españoles de los campos franceses, como el único de sus poemas que nadie podrá borrar nunca, pero en los últimos años una mancha ha marcado esta obra indeleble. En su condición de cónsul especial para la inmigración en Chile parece ser que Neruda eligió para su embarque sobre todo a los comunistas”.

Pero sin duda lo que permanece después de leer esta novela, que mezcla registros y nos ofrece una interesante biografía, triste por el destino trágico de Gerda, pero inspirador por su retrato donde vemos a una mujer excepcional, es justamente su aura de ser único. En uno de los diálogos finales, se dice: “Teníamos una amiga común que murió en España. Hoy nadie sabe quién era Gerda Taro. Incluso se ha perdido la pista de su trabajo fotográfico, porque Gerda era una camarada, una mujer, una mujer valiente y libre, muy hermosa y muy libre, digamos libre en todos los aspectos”.

 

Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura y académico de la Universidad Andrés Bello, y su última novela publicada es Sinestesia (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2019).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«La chica de la leica», de Helena Janeczek (2018)

 

 

Crédito de la imagen destacada: Tusquets Editores.