«Pinochet. Biografía militar y política», de Mario Amorós: Un libro que abre caminos de interpretación

Un análisis crítico al texto del momento, y el cual retrata desde la posición de un historiador hispano, republicano de izquierdas y cercano al comunismo, una novedosa mirada bibliográfica en torno a la existencia del controvertido hombre de armas y político local, en una reseña a cargo de uno de los investigadores chilenos más respetados en la academia.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 23.9.2019

Este libro se lee con facilidad y es su primer mérito teniendo en cuenta sus 832 páginas, y que comunica, sin ambigüedades, las convicciones del autor. Quizás, la mejor de todas las biografías que ha hecho, porque aquí coloca una distancia insondable entre el biografiado y el escritor, que combina su oficio de periodista, su formación de historiador y su talento de escritor. Alejamiento que lejos de dar en una objetividad, trasunta su animadversión por el biografiado, a la vez que trata de investigar lo que se sería el perfil del que supone el monstruo más grande de la historia contemporánea, al menos desde la óptica de un español y comunista.

Aquí hubo una indagación exhaustiva y afortunada por todos los archivos posibles, el del Ejército de Chile, el de los colegios, el de la Masonería, y la Fundación Francisco Franco. Solo faltaron los papeles de la Fundación Pinochet, excluidos –se le dijo- por traslado de materiales de un lugar a otro. Modestamente, el que escribe estas líneas le facilitó algún material inédito.

Dicho esto, vamos por la obra.

Pinochet. Biografía militar y política es en realidad un título modesto, ya que interpela toda la vida, empezando por la escolar, donde Amorós se solaza mostrando las dificultades como estudiante de su personaje. No estoy de acuerdo en que sea un crimen repetir un curso para nadie, pero el hecho el que al Pinochet real le costó pasar de cursos, fue un estudiante bajo el promedio, pero con interés en la historia y matemática en ciertos pasajes, y quien fue admitido en el límite de la edad a la carrera militar.

Más relevante en su vocación fue su vida familiar. Descendiente de bretones, de Saint Malo. La familia echó raíces en Chanco, en la zona del Maule. El segundo esposo de su abuela materna, Francisco Valette peleó en la Primera Guerra Mundial como mil franco- chilenos que estudió Juan Luis Carrellán. En 1921 regresó y relataba los pormenores de la conflagración al joven Pinochet. También estaba la pasión “miliquera” de su madre, Avelina Ugarte, y el ejemplo de su primo Portales que estaba en el Ejército. La familia de su madre, se emparentaba con el Conde de la Conquista, Mateo de Toro Zambrano y Ureta.

Pero está claro que Pinochet pertenecía al mundo rural y provinciano, no al aristocrático. Lo que destaca en su hoja de vida, que ve por primera vez un historiador, es su estilo “castrense”, parco, poco expresivo, y que empezó a usar lentes oscuros a esa edad. El “tono militar” (1935) le caracteriza como un oficial adecuado, que sigue órdenes, que las interpreta bien y que ni sobresale ni desmerece en la carrera. Es un oficial medio, no sobresaliente.

Uno de los descubrimientos de Amorós es su hoja de vida en la Masonería. Este es un tremendo hándicap en la interpretación del autor que, como buen antifranquista es pro masón, republicano y comunista. En Chile, la masonería fue anticomunista y nada conservadora. Esto, me parece, tensiona su interpretación, y sigue a otros —como Gonzalo Vial— que dicen que su interpenetración con la masonería fue superficial. Se adhiere a la idea de que Pinochet fue un católico de profundas raíces, cuando en realidad fue un católico tibio hasta su madurez. Cuando diserta lo hace de José Ortega y Gasset, no de Jaime Eyzaguirre (p. 75). En el ambiente de la época lo introduce el entonces coronel Guillermo Barrios Tirado, comandante en jefe y ministro de Defensa de González Videla. Está en sintonía con las ideas sociales y políticas del momento.

Pinochet, como hemos dicho, se casa en 1942, y pide permiso para ello, algo que viene de la reforma de la Monarquía borbónica, estudiada por Sergio Vergara, y que dista del anacronismo y de la opinión que cita de Ramírez Necochea (p. 96). Con su mujer tiene una diferencia de 7 años (nada extraordinario) y ejercerá gran influencia sobre su conducta y metas. Eso lo introducía en los círculos del poder. Si digo lo de masonería es para decir algo obvio: Lucía Hiriart era hija del senador radical Osvaldo Hiriart, de modo que la política la vivió en la casa de su suegro, en su momento de esplendor. Más que aprender de Franco, Pinochet aprendió de los radicales, pero esa conclusión no la saca el autor, que además dice -sin nota que lo fundamente- que González Videla pensó en expulsar a los republicanos españoles (p. 97) y no usa nada de la bibliografía moderna sobre ese gobierno y los comunistas.

Amorós desarma la interpretación de Pinochet sobre su papel en Pisagua, durante la represión de los comunistas: solo dos meses no ameritan ninguna profundidad para un oficial que quería volver a Santiago y a su hijo recién nacido. No hay determinación ni gesta especial en esa breve, cortísima, destinación, mientras espera ingresar a la Academia de Guerra. Eso debe rehacer la interpretación de este período y de la forma como la narra el ex Jefe de Estado.

Cediendo a una interpretación muy española, Amorós interpreta que su carrera es premeditada, que Pinochet se hace del poder y del ejemplo de Franco. Para mí, en cambio, son las circunstancias, y desde luego Pinochet ascendió por el peso de la institución y de su habilidad para no trasuntar sus jugadas políticas. También es el producto del laicismo y de la subordinación formal desde 1932 al 1973. Durante muchos años, Pinochet es un ejemplo de militar normal, que va a sus casinos y arma y desarma sus casas como otros funcionarios públicos en Chile (carabineros, jueces, profesores, funcionarios públicos). Muchas situaciones son interpretadas por Amorós como lateralmente culpables, aunque son tangenciales: que el padre hubiera trabajado para Williamson & Balfur en el continente no le hace parte (inconscientemente) del caso de Isla de Pascua.

Eso no obsta que la descripción de Amorós no sea correcta. Pinochet es un militar promedio, superado por muchos otros, que se forja su carrera siendo obediente y prudente al ejecutar las órdenes. Nada más, ni menos que eso. Las interpretaciones hagiográficas donde se preveía su destino, son parte de predicciones mágicas, a las cuales Amorós tiende a ceder para acumular todo antecedente en su contra. La libertad en la historia, decía Solyenitzin, consiste en que siempre los hechos pudieron ser de otra forma.

Pero hay algo claro. La historia militar de Pinochet explica la política. Y por eso, el texto se pone más intenso cuando salimos de la diatriba escolar sobre el biografiado. En esos años grises, sobresale por su estilo militar, muchas veces mencionado en su Hoja de Vida; su voz de gallo según el escritor Germán Marín; y su tono de huaso que solo se interesa en la milicia según Moy de Tohá (p. 196). También se aficiona a los lentes de sol, lo que lo inmortalizará de mala manera en la fotografía de Chas Gerretsen el 73 (pp. 274-275). Santiago Polanco en 1968, citado por Badwen, dice: “Cuidado con él. No lo miren por debajo del brazo, porque se van a equivocar” (cit. P. 143). De esos años queda el recuerdo de Iquique (se dice que cuando vio el resultado del plebiscito en esa ciudad dijo, “y también Iquique”) donde hizo amigos y una labor prudente (p. 153).

También ese periodo anterior a la política, Pinochet valora a China Comunista. El 72 lo grafica como el acontecimiento geopolítico del momento y perseverará en su gobierno para acercarse y consolidar una relación que le significó en 1993 viajar a China cuando ya no era jefe de Estado. Significativamente, el autor no menciona el incidente protocolar durante la democracia con el jefe de Estado chino, cuando en una recepción en La Moneda pregunta por Pinochet y lo hace venir expresamente a su mesa de honor.

Otra cosa es su ascenso. Amorós prueba que su participación en el 11 de septiembre fue sobrevalorada por él mismo (pp. 238-242), cuando en realidad estuvo a remolque de los restantes miembros del levantamiento militar.  Así se consolida su ascenso como miembro de la Junta Militar, incluidos el fallecimiento del ministro Bonilla y la destitución de Leigh, y sobre todo lo que llama su “coronación” en Chacarillas el 77.

El retrato de Pinochet como participe y luego jefe del Gobierno Militar es un retrato que enfatiza su crueldad y falta de empatía. Desde luego el trato al matrimonio Tohá es terrible, y están los audios con Carvajal. Por ello, el autor no se molesta en reconocerle ningún mérito –por ejemplo, los planes para nutrición infantil, la carretera austral y sobre todo la economía-. Pero es evidente que el contexto es que hubo crímenes de lesa humanidad y que en ellos Pinochet está implicado, lo que explica el aislamiento internacional del régimen para Occidente (sobre esto el bloque comunista no tuvo importancia moral), y que frustra su viaje a Islas Filipinas, bien descrita con el incidente en Fiji, donde hacía una escala técnica (p. 521).

Los años de Pinochet se marcan además por la institucionalización, donde se pasa de las Actas Constitucionales a la Constitución del 80, el tema de la casa del Melocotón y la construcción del actual Club de Oficiales de Lo Curro y que sería la proyectada Casa de los Presidentes. Y las protestas. Con la visita de Juan Pablo II –descrita someramente-, el fracaso de los comunistas en el Melocotón, se impone la salida electoral que era el mensaje y espíritu predominante de la oposición democrática, versus los comunistas que llamaron a la acción violenta y a no votar en el plebiscito. Ciertamente, no ensaya ninguna explicación de por qué Pinochet y sus allegados aceptan la derrota electoral el 89.  Vacío que debe ser explicado desde Pinochet y su entorno y que falta significativamente.

Aunque dedica muchas páginas a los años de la Concertación no parecen ser del agrado de Amorós. Su visión crítica del crecimiento económico-social, de la Democracia Cristiana y de la transición le permite explicar negativamente los hechos de 1998 en Londres cuando escabulle del requerimiento del ex juez Garzón. Lo último es el tema del origen de los dineros, evidenciados por la aplicación de la Ley Patriota en Estados Unidos, el 2004, y su fallecimiento en 2006.

Desde luego no puede objetarse haber usado abundante bibliografía. Desde luego destaco la lectura de John Badwen (2010, 2013), que luego se transformaría en un libro The Pinochet Generation. The chilean military in the Twentieth Century. Corrijo que Mattelard sobre el gremialismo no es un clásico, sino un texto anticuado (hay bastante producción nueva y solvente sobre el tema). Discrepo del nexo ibañismo/Pinochet sugerido por una autora, y advierto nula referencia bibliográfica –y la hay– sobre el incidente entre Prats y una mujer en la Costanera que provocó su renuncia y que se une al repudio del Gabinete Cívico-Militar que encabezó.

Eso y no la “inestabilidad” sicológica fue la causa de su erosión política (pp. 161, 197-198). González Videla está mencionado sin haber revisado bibliografía de los últimos cinco años. Lo de los testimonios de la CIA me parece que hay que tomarlo de quienes viene (nada bueno). Si en 16 mil documentos hay uno que lo menciona (p. 180) no es relevante. Y peor aún si se contradice con la afirmación de la p. 214 sobre la CIA, que reconoce no saber en qué posición está Pinochet. Me parece que incluso si ello está en un informe de la CIA, es un documento tan mentiroso como la agencia de la que proviene. Sobre Frei y su colusión con Estados Unidos, no usa el trabajo de Sebastián Hurtado como tampoco a María José Henríquez en Franco y Allende, aunque si el excelente trabajo de Isabel Jara (ver, por ejemplo, pp. 385-386). Quizás, no ha citado a Henríquez por los matices de la relación entre ambos, ya que destruye su visión de paralelismo entre Franco y Pinochet, aunque ha visto los archivos respectivos.

Finalmente, este es un libro para los interesados en el personaje. Hay que leerlo desde los valores del autor, uno puede añadir y restar interpretaciones. Hay hallazgos documentales, que seguramente no hubieran sido facilitados a otros. Como dice el autor es una: “biografía de Pinochet fundamentada en una amplísima documentación. Me interesa que lo lean todas las personas interesadas en la figura del dictador. Estoy convencido de que es un buen libro de historia, que aporta muchas cosas nuevas”. Como siempre, se puede disentir y asentir con el texto: ese el trabajo de un lector comprensivo, yo lo leí con agrado, tanto como el Amorós real con quien se puede alternar una grata conversación.

 

***

Cristián Garay Vera es historiador y asesor editorial del Diario Cine y Literatura.

 

El autor con su libro (Pinochet. Biografía militar y política. Ediciones B, 2019)

 

 

Imagen destacada: Augusto Pinochet Ugarte (1915 – 2006).