[Estreno] «La cordillera de los sueños», de Patricio Guzmán: El recuerdo es el fundamento del hoy

Torturas, violaciones, muertes, cuerpos ultrajados, mutilados y desaparecidos están ocultos en el andino murallón —el cual a veces ni se vislumbra desde Santiago a causa del esmog—, y el que nos mira desde el abandono, como un testigo inmanente que cobija las ruinas de lo que fuimos, de lo que seremos y de lo que somos.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 23.10.2020

La cordillera de los Andes. El ente magnánimo que yace imperenne, al Este de la artificialidad permanente que significa nuestra civilización. Nuestro Santiago. Capital agotada y sobreexplotada a través de capitales y edificios. Ciudad saturada de tantos gobiernos que optan por el centralismo político y económico. Rascacielos que no pueden ocultar, a pesar de las intenciones modernas de transparencia, flujos y vidrios, los acontecimientos que han formado una historia que se oculta de muchísimos modos.

Ese es el contraste que parece proponernos Patricio Guzmán, y su equipo, en su obra más reciente. La última parte de la trilogía, que antes se ocupó de los habitantes del norte y del sur, se ubica entre los monumentales cordones montañosos y el concreto con pretensiones de eternidad en el que vivimos el desarrollo.

El progreso. La supuesta continuidad de la Historia que, con su pretencioso carácter de inevitable, ahoga a las familias, a las individualidades, a las subjetividades que se rinden ante un proceso antidemocrático y totalizador.

¿Antidemocrático? Sí. Porque uno de los temas que toca el documental es el de la implantación de una cierta forma de ser en nuestro mundo. La estabilidad basada en la mercantilización de la vida en general, la corrupción de las instituciones y, sobre todo, el silencio de las clases dirigentes son factores que nos propician, que nos hacen devenir a la situación en la que nos encontramos al día de hoy. La historia, en fin, no es una cuestión natural e inevitable. Es una contingencia que pertenece a la libertad de todas, todes y todos.

Ahora, ¿qué vendría significando eso de totalizador? La cosa total es la forma que se hace con y en la realidad. Es, en otras palabras, lo que se significa de manera artificial con el término de absoluto e inefable, de eterno y desarrollador.

Es una entidad difícil de definir, que actúa tanto en el mundo como en el sentido común. Las ciencias generalmente se basan en una veracidad que construye una realidad totalizadora. Incuestionable, para decirlo de otro modo. Eso es lo que sucede también con una Constitución.

Un documento que guía el comportamiento, las condiciones y las posibilidades de los individuos. Una textualidad que controla a los sujetos y a sus potencialidades de acción. El Congreso, el Ejecutivo, el Judicial, todos son poderes que, si están bien sincronizados, y corrompidos respecto a su fundamento ideal, tienen la capacidad de construir y totalizar un modo específico de ser en el mundo.

¿O es mentira que la justificación del bando conservador es mantener las cosas en su forma natural, o lo que es lo mismo, tal y como son?

Los tintes autobiográficos, como bien escribe Anibal Ricci en otro artículo de este diario, le quita un poco de solidez al guión y a la totalidad que podría constituir un material artístico. Se sacrifica la teoría por la emocionalidad. El montaje por la significación. Algo que, a fin de cuentas, hace falta en nuestro territorio.

La consideración de la emoción subjetiva, de la vivencia respecto a la propia vitalidad, la expresión de las entidades camufladas que hasta el día de hoy pelean por un lugar en los viciados medios de comunicación.

Así, la última obra del cineasta chileno se construye más como un ejercicio de memoria (Ricci) que como un documental plenamente estético. En el sentido artístico, se opta por los contrastes entre la eternidad de las piedras y la fragilidad establecida a través del belicismo y del terror.

Pablo Salas, uno de los artistas que en algún momento conducen la narración, se caracteriza por el archivo y la situación. Por la grabación constante y la intención de guardar, de recordar, de que las cosas sucedidas no terminen en el bienestar o en la burocracia.

En ese sentido, es importante, perdón, importantísimo que el archivo vea la luz de las redes de comunicación. No podemos aceptar más pactos de silencios ni buenismos ideológicos. No hay errores que pertenezcan a un contexto particular.

Hay torturas, violaciones, muertes, cuerpos ultrajados, mutilados, desaparecidos. La cordillera, que a veces ni se ve a causa del esmog, nos mira desde el abandono. Como un testigo inmanente que cobija las ruinas de lo que fuimos, de lo que seremos y de lo que somos.

La ideología mitológica, como decía Baradit en el filme, no permite que las instituciones reconozcan las cosas tal y como sucedieron. El miedo todavía sigue latente en el ambiente, en el espacio que nos constituye y que constituimos con nuestra propia acción.

A pesar de que el documental se haya grabado antes del 18 de octubre, sus ideas y sus reflexiones siguen vigentes hasta el día de hoy. Las personas, tan manipuladas por las formas de ser que se les impone desde el poder hegemónico, todavía tienen derecho de organización.

La contingencia no es una situación que se construye en un medio aparentemente sincrónico y aleatorio. La acción todavía es una posibilidad, una experiencia fundante que poco tiene que ver con los lápices azules, las cruces y los votos. El recuerdo es el fundamento del hoy. Y el olvido no puede formar parte de ninguna realidad que imaginemos en el futuro.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Imagen destacada: Patricio Guzmán en La cordillera de los sueños (2019).