La entrevista patafísica: Ana Arzoumanian, entre el sigilo y la corrida voraz

La poeta, novelista y traductora argentina se anima a un extraño y novedoso formato periodístico (lúdico, filosófico, surrealista y dinámico, que genera un diálogo literario poético y revelador) con nuestra colaboradora, la también escritora y bonaerense, Yanina Giglio.

Por Yanina Giglio

Publicado el 27.6.2018

Ana, ¿adiviná qué? Integramos el Reino más inteligente y evolucionado del planeta. Somos los únicos seres vivos capaces de producir nuestro propio alimento. Soy un pequeño potus y vos un gran helecho. Vivimos en unas macetas colgantes, en un jardín de invierno. De pronto, se larga a llover y se me ocurre preguntarte:

¿Qué pensás de cada uno de los cuatro elementos?

AA: –¿Qué es pensar? Yo siento el agua y tiemblo, a veces el sol arde en algún filamento de mis hojas y me reseco. Ahora mismo, cuando llueve, huelo la tierra subirse como savia (en realidad no la huelo, recuerdo que huelo la tierra, aquí en este jardín) y el aire, el aire me despeinaría, me volvería  salvaje, me erizaría si estuviese en mi tierra natal.

Hace poco los humanos “descubrieron” que cuando estamos plantadas en un mismo terreno nos comunicamos a través de las raíces, y nos alertamos y nos protegemos entre nosotras. ¿Qué hace el hombre con su lenguaje? ¿Para qué lo usa?

AA: –No sé, potus querida. No lo sé. No entiendo a los hombres ni a esos ruidos que emiten. Para mí son como aullidos, o como los alaridos de los perros. Aunque, ni siquiera eso, porque en lugar de verlos acercarse mientras hablan, veo que se alejan. Quizás usan el lenguaje como un código secreto para que nosotras no entendamos.

¿Por qué si todo diseño de la naturaleza es un proceso de imitación y copia y reproducción, el hombre aún no ha conseguido producir su propio alimento?

AA: –¿Te parece que no? Yo vi una humana amamantando a su criatura, era algo inquietante verla. Vi a un hombre cobijarse en un rincón del jardín y morder en una mujer eso que llaman pezones. Ellos parecían jugar o pelearse, no sé. Cuando, exhaustos, se quedaron dormidos, le vi un hueco a ella en el lugar del corazón. Creo que él se lo había comido…

¿Por qué a algunas de nosotras nos modifican genéticamente?

AA: –Nadie pudo desterrar las guerras. Ésa es nuestra guerra, esa vida en el exilio de nuestra tierra, lejos de nuestras hermanas. Dicen que así nos volvemos más brillosas o más verdes, más resistentes. Yo creo que así nos volvemos más muertas.

¿Escuchaste hablar de una técnica de cultivo llamada bonsai? ¿Qué te parece, éticamente?

AA: –Potus, yo no valoro. No sé del bien ni del mal. Yo vivo. Me sacudo con el viento, busco hacia adentro la inflamación de la raíz para que, desde ese origen, me permita saltar. Yo me extiendo, porque mis múltiples brazos son para tocar. Ahora mismo, si me inclino, podría tocarte.

¿Cómo sería ser/estar plantadas en el exterior?

AA: –Mi familia es de la selva, viene de esa exuberancia, de esa voluptuosidad. Yo sueño con los pantanos, los pasos de los animales entre el sigilo y la corrida voraz. Aquí todo es lento.

¿Por qué aparecemos en tantos poemas humanos?

AA: –Creo que a los humanos les gustaría tener el olor que tenemos, les gustaría despertar por la mañana y verse en esporas diseminadas por el viento. Creo que les gustaría cambiar de color. Creo que les gustaría ser cortados como ramillete y no (como ellos dicen) ser cortados por lo sano. Ofrecerse en ramillete, les gustaría, y no en sacrificio en un madero. ¿Los has visto adorando a su dios que sangra?

 

De tanta admiración se me cae una hoja con tu última respuesta. Me das mucha emoción. Esto nos gusta, vivir entregadas al ritmo de las energías. Atesorar estos momentos de creación vital y esperar su potencia para ser, también, además de todo, semillas.

 

La humanidad sensible y femenina de Ana Arzoumanian

 

Ana Arzoumanian es poeta, traductora y ensayista, de formación abogada.

Ha publicado los libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará, Káukasos, Del vodka hecho con moras; de las novelas La mujer de ellos, Mar Negro; de los relatos La granada, Mía, Juana I, Infieles; y de los ensayos El depósito humano: una geografía de la desaparición; Hacer violencia, el régimen insurrecto en el arte.

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Silvina Báez