«La muerte del comendador», Libro 2, de Haruki Murakami: En la máquina del tiempo

La última obra del más famoso escritor japonés de la actualidad en Occidente es una novela entretenidísima, a la vez que una composición que repasa diversos géneros literarios, entre ellos el suspense y las tramas de orden especulativo. Asimismo, es un trabajo que analiza el proceso creativo desde una perspectiva monstruosa, y que en su gestación cita a clásicos como «Frankestein» y «El retrato de Dorian Gray», de Oscar Wilde.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 9.3.2019

Haruki Murakami (1949) ata todos los cabos que quedaron sueltos en el primer volumen de La muerte del comendador (publicada íntegramente en su idioma original en 2017). En su resolución, vemos cómo su protagonista emerge de su viaje interior, a través de un circuito-Bildungsroman con tintes de ficción especulativa. Al finalizar la novela, notamos que su circularidad nos termina por ofrecer una vuelta al reducto matrimonial, con una hija para el protagonista (que no sabemos si es de él. Él dice no importarle el bagaje biológico, sino que le interesa ser padre por sentimiento). El viaje es una exploración sobre el tiempo y sus pliegues; las dimensiones paralelas y la circulación entre distintas esferas. Se trata de una transición que, al igual que la imagen del río (que también es el apellido del misterioso vecino), sugiere etapas que se superan con la muerte y que pueden reformularse a partir del proceso creativo.

El cuadro que da título a la novela es el misterio en el que se centra la narración. Sabemos que el autor del cuadro, Tomohiko Amada, padre del amigo que le ha prestado la casa al protagonista, está en un sanatorio, en muy mal estado mental. Se hace inminente una interacción entre el padre (con todos sus secretos que se remontan a la Alemania nazi) y el inquilino, y esto ocurre en una visita al asilo, donde el protagonista confiesa haber visto el cuadro, escondido en la buhardilla y protegido por un embalaje. “Desde que lo encontré han sucedido todo tipo de cosas, como si fuera una señal de algo. Cosas muy extrañas”, comenta el protagonista. A pesar de que el anciano no esboza palabra, sí parece entender la magnitud de lo que el protagonista dice, a juzgar por su expresión de sorpresa y sus ojos como platos. Lo que se evidencia ahí es que esta suerte de profanación ha hecho salir a la realidad a los personajes del cuadro. Esta fenomenal escena en el centro, permite la alteración de la dimensión y en ese momento el protagonista ingresa en una máquina del tiempo que lo abduce para transformarlo en un experimento filosófico-temporal. Paralelamente, Marie, quien ha estado posando para ser retratada, también inicia su propia mutación temporal.

Contra toda racionalidad, la voz narrativa nos hace entender que, para recuperar a Marie, el protagonista debe dar muerte al comendador, transferido desde el cuadro a la realidad. De hecho, el mismo comendador le pide que lo mate y el relato deriva en una alegoría: el protagonista se encuentra en un río, para emprender su peregrinación, su transición entre las esferas de su conciencia. Los otros personajes representados en el cuadro también cobran vida para interpelar y poner a prueba al pintor protagonista. Así, esta inverosímil situación, le hace lidiar con verdaderos dilemas existenciales: “¿De vedad es eso el tiempo? ¿Fluye el tiempo realmente en una dirección fija, de forma regular? ¿Acaso no cometemos un grave error al pensar de ese modo?”.

El viaje también hace eco del retorno de lo reprimido, y la novela culmina en lo que podría denominarse “thriller metafísico”. La misma escritura (la traducción) emula la rapidez del agua corriendo por un río y la lectura fluye con suma urgencia, a medida que avanzamos para encontrar la resolución, por más descabellada que sea. Acá también encontramos terremotos e incendios, y estos actúan como determinantes en ciertos desenlaces que ostentan una convicción indiscutible, superando cualquier posible argumentación detectivesca. Es como si no importara sostener una credibilidad, pues la novela no opera con esas reglas. Más bien, el formato le permite a la voz repasar aproximaciones filosóficas, como cuando leemos sobre Kant: “Kant era un hombre con una rutina diaria y unos hábitos muy marcados y definidos… La gente del pueblo donde vivía ajustaba los relojes cuando lo veía pasar”. Y, luego: “Kant vivió una vida ordenada y silenciosa y siempre le gustó pasear por las calles de Königsberg. Sus últimas palabras antes de morir fueron ‘Así está bien’. Hay gente que puede vivir así”, reflexiona. Se trata de observaciones filosóficas en torno al tiempo, que se engarzan a la trama: “Durante mucho tiempo nadie ha tocado ese lugar. Tal vez tenía razón, pensé. Si estaba así, es porque todo el mundo lo había respetado. Pero ya era tarde para eso. Habíamos movido un montón de piedras, descubierto el agujero y liberado al comendador”.

El repaso también une visitas literarias con introspecciones reveladoras, como es habitual en Murakami. Así, por ejemplo, el recuerdo de Scott Fitzgerald, quien: “dejó escrito que uno nunca debería confiar en una persona que dice de sí misma que es normal” es, luego, amalgamado a un comentario del protagonista, cuando admite que, en determinados momentos: “yo mismo podía convertirme en una criatura siniestra de la noche, y, al darme cuenta de ello, no pude evitar sentir un escalofrío”.

La muerte del comendador (sus dos volúmenes) es una novela entretenidísima, a la vez que una composición que repasa géneros literarios como el suspense y las tramas de orden especulativo. Asimismo, es un trabajo que analiza el proceso creativo desde una perspectiva monstruosa. El cuadro mismo es una creación que adopta las características de un monstruo, de una creatura semejante a la que protagoniza Frankenstein, un ser que busca venganza, sanación, pero, por sobre todo, afecto. Los personajes liberados del cuadro también transitan en esa esfera y buscan una liberación que finalmente llegará con un destructor incendio (que, nuevamente, trae a la mente la escena final de El retrato de Dorian Gray).

 

También puedes leer:

La muerte del comendador, Libro 1, de Haruki Murakami: La soledad plástica y sonora.

 

Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

El segundo volumen de la colosal novela de Haruki Murakami acaba de ser lanzada en su traducción al castellano

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Crédito de la imagen destacada: Tusquets Editores.