La unidad de un lugar en la memoria: 24 de abril, día de conmemoración del genocidio armenio

En esta jornada de reflexión heroica y espiritual, en un homenaje que se inspira en torno al honrar a un pueblo mártir de la civilización cristiana occidental, el espacio físico es un verbo que se conjuga en presente aunque sea el pasado el objeto sobre el cual recae. Así, en el primer cuento con que abre su libro «Unidad de lugar, Sombras sobre vidrio esmerilado», el narrador argentino Juan José Saer afirma: “el recuerdo es una parte muy chiquitita de cada ahora, y el resto del ahora no hace más que aparecer, y eso muy pocas veces, y de modo muy fugaz, como recuerdo”.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 24.4.2018

Ven a la sombra de esta roca roja
T.S. Eliot, en la Tierra baldía

¿Y si el lugar fuese un verbo?

Se trata de lo que sucede, lo que acontece, lo que tiene lugar. El espacio, el sitio, la ocasión. Pero también la expresión jurídica por la cual se admite o se rechaza el pedido de las partes en litigio bajo la frase “ha lugar” o “no ha lugar”dictaminada por el juez, como si el sustantivo albergara su posibilidad de participio uniéndose con el haber. Derivado de locus al que sustituyó porque su descendiente arcaico luego se confundía con el adverbio de igual forma. Durante mucho tiempo coexistieron los dos términos como sinónimos de donde nació la forma contaminada luegar que luego se reduciría a “lugar” [i].

Y si el lugar fuese un verbo el sitio que marca mi literatura sería el de desenterrar.

“Le abrimos los puños apestados, pero no hallamos nada en ellos. Su boca, sin embargo, estaba llena de tierra y de unos hierbajos pestilentes” escribe Branimir Scepanovic [ii], “él ya le pertenecía a la tierra”.

Desenterrar alude a exhumar o a sacar lo que está bajo tierra, pero también a recordar lo olvidado, a recuperar, a traer a la memoria lo omitido. El privativo des sigue a la acción transitiva de enterrar. No sólo el ritual judicializado de inhumar/ exhumar sino sacar o extraer lo que está debajo de un terreno. La tierra. El humus latino de  Vrigilio en humum ore mordere del morder el polvo o el de caer muerto. La tierra (humus) de ese homo- hominis, ése que habita la tierra.

“-¿No va a enterrar a los muertos, capitán? Esto apesta” [iii]

Desenterrar.

En una de las salas del Museo del Genocidio Armenio en Ereván una serie de pedestales de mármol sostienen unas urnas de cristal que albergan manojos de tierra de Erzerum, Van, Bitlis, Sivas, Kharpert y Diarbekir, territorios pertenecientes a la Armenia histórica cuya población fue exterminada entre los años 1915 y 1923. Los pedestales se encuentran a los lados de un árbol también de mármol cuyas ramas simbolizan el renacimiento del pueblo. Unas urnas donde están enterrados manojos de tierra. No un cuerpo. No un objeto encontrado y recuperado. Tierra en urnas como relicarios. Una tierra que sólo puede recordarse con un nombre inscripto sobre una piedra. Tierra enterrada para el culto del recuerdo.

“Tengo la boca llena de tierra. Luego se detuvo. Trató de ver si los labios de ella se movían. Y los vio balbucir, aunque sin dejar salir ningún sonido. Tengo la boca llena de ti, de tu boca. Tus labios apretados, duros como si mordieran oprimiendo mis labios…” [iv]

¿Y si el lugar fuese un verbo?

Desenterrar.

La tarea de identificar en el caso del genocidio armenio, de cientos de miles de personas diseminadas en el desierto que hoy es Siria, tiene que vérselas no sólo con que no hay cuerpos “sin identidad” sino que tampoco hay “identidad” de esos cuerpos ausentes. Manojos de tierra enterrados en urnas sobre pedestales. Ereván.

A menudo los sarcófagos de piedra, además de los nombres de los difuntos, incluían sus retratos. Aquí no hay cuerpos, no hay retratos, no hay nombres.

Escribo para desenterrar. La escritura como lugar de exhumación, de poner palabras en la tierra para desentrañar la tierra. Un escribir que linda con la exhibición, como si fuera el gesto de cavar, pero al revés, un reclinarse sobre tierra encriptada. Una escritura que intenta ritualizar esa ceremonia vacía, alude al gesto pornográfico con el fin de conmover a un lector frente al no- cuerpo de una lengua extranjera. Como si nombrar fuera revitalizar los cartelitos de unas urnas donde la tierra no vive, donde la liturgia ya no consuela. No se trata ya de gente cuya muerte no les pertenece, se trata de tierra muerta.

“Le abrimos los puños apestados, pero no hallamos nada en ellos. Su boca, sin embargo, estaba llena de tierra y de unos hierbajos pestilentes”

No la mujer de la antigüedad excluída de los ritos funerarios, no las plañideras ni la mater dolorosa sólo fiel al símbolo del dolor y el desconsuelo, ni la máscara del llanto en soledad del duelo privado como si fuera análogo al ademán masturbatorio. [v]

No la muerte domesticada de la Modernidad, ni el honrar las sepulturas como forma de dividir el mundo de los vivos del de los muertos, sino el edificio funerario como desecho. El espectáculo del mártir como aquel ausente sin corrupción provoca un amontonamiento alrededor del lugar santo. Los emplazamientos venerados de los mártires protegen al resto, cumplen con un cuidado. Lo inedecible, lo irrepresentable de ese cuerpo que no se descompone y está muerto es algo así como el silencio que queda en el lenguaje.

No aquí, no en este lugar. Este sitio es un verbo. Si los sepultureros hacen su trabajo junto a los dolientes, mi escritura hace del lector un deudo. En el excavado sin fósiles, sin restos con señales de actividad de organismos pretéritos, mi literatura se compromete a afectar al lector de tal modo que en la perturbación cierre los ojos y pida condolencia.

En las vasijas, en el sarcófago: no cenizas, tierra. Tierra como residuo, como cuerpo incinerado. El día número uno de la Cuaresma, la inscripción que se realiza a los fieles cuando un sacerdote dibuja una cruz en la frente de los que creen con la ceniza.

Escribir como dibujar sobre el cuerpo del lector no una historia, sino el recuerdo de lo que ardió. Desenterrar, sacar a la luz, mostrar; algo así como dar a (la) luz. ¿Acaso se da a luz con una postura trágica, o cómica, o absurda? Ninguno de estos tonos en la escritura donde el cuerpo desnudo se abre corrompiéndolo, desandando el camino de la santidad del martirio.

“-¿No va a enterrar a los muertos, capitán? Esto apesta” dice Juan José Saer en Paramnesia, cuento que lleva por título ese error de la memoria que consiste en tomar como pasado lo que es presente, construyendo falsos recuerdos desde lo ya visto o lo ya vivido, recapitulando el encuadre etimológico de la palabra lugar justamente allí donde el cuento forma parte del libro Unidad de lugar. Así el autor enhebra el luego- luegar- lugar. La sustitución en el tiempo de luego o logo por el derivado lugar se explica en las frases como en otro luego, en aquel luego,  sobre todo cuando luego significaba “entonces”. De manera tal que localizar en el espacio tuvo que ver con localizar en el tiempo. El personaje del cuento de Saer ante la catástrofe de la pérdida de sus hombres, ante el choque con el indio, ante la fricción de una cultura que se le deshace pide un relato. “-Dime, dime, cuéntame. A ver, cuéntame- dijo el capitán-. Cuéntame de los indios y de las picas envenenadas. Hazme creer que todo es real. Hazme creer…Házmelo creer…- dijo”. La constancia de lo que estaba viviendo el personaje estaba formada por una memoria sin recuerdo. “Recuerdo tenía uno solo” escribe Saer. La memoria, no el recuerdo, es lo que estructura el cuento. La paramnesia reduplicativa, por su parte, es un trastorno por el cual surge en la mente de una persona el falso convencimiento de que un lugar que le resulta familiar existe en más de una localización física creando una sensación de mundos paralelos. Junto a la memoria, como indica la definición del concepto de la perturbación psíquica, junto a la memoria pero sin los hechos que edifican los recuerdos. De allí la necesidad de ser contado, especie de re- escritura del mito árabe de Sherezade donde el ser contado evitaría el morir(se).

¿Y si el lugar fuese un verbo?

“-Agarre usted la azada que está en el patio y comience a cavar y ese demonio le dejará, capitán”.

Tanto el capitán de “Paramnesia” como Susana San Juan de “Pedro Páramo” provocan la concienca de la muerte,  participan al lector en la condena de un mundo que se presenta inhóspito.  Si el dominio del ensueño y la locura en Saer pone en crítica la noción de comunidad dejando entrever la invasión del poder colonial, en Rulfo sucede la desintegración de un colectivo por la muerte.

“Tengo la boca llena de tierra” exclama el Padre Rentería para que Susana San Juan repita.

Y Susana San Juan no repite, el soldado del coronel no cuenta y las palabras quedan enterradas hasta que lo mortífero reina en la escena. Pedro Páramo anuncia “Estaba acostumbrado a ver morir cada día alguno de mis pedazos”, mientras que  la voz del coronel del cuento de Saer es tapada por una explosión.

Escribo para desenterrar la tierra, no para habitarla; en ademán barroco, en deslizamiento, en repetición, en degradación de signos vacíos, sabiendo que el cuerpo no está allí donde se espera, que no hay. Escribo para corromper porque lo imposible no se da en el texto, tiene lugar allí, en un museo, una urna, sobre la piedra. Escribo una extravagancia, un bucle, una distorsión. [vi]

El lugar es un verbo que se conjuga en presente aunque sea el pasado el objeto sobre el cual recae. En el primer cuento con que abre el libro Unidad de lugar, Sombras sobre vidrio esmerilado, Saer afirma que “el recuerdo es una parte muy chiquitita de cada ahora, y el resto del ahora no hace más que aparecer, y eso muy pocas veces, y de modo muy fugaz, como recuerdo”.

La solitaria roca hueca del escritor serbio Branimir Scepanovic no es la piedra donde se va a buscar el cuerpo de Cristo y no se lo encuentra. La solitaria roca es tierra, su manto, su corteza. “La boca llena de tierra” revela que el personaje no ascendió, que no hubo padre que lo esperara, que no irá sentado a su derecha a recomponer una historia de amor bajo alguna pasión resurrectora.

Desenterrar.

Aunque la tierra ha acaparado el nombre, el agua ha demostrado ser la tumba más activa, ya que en cuarenta días se tragó a toda la humanidad y la creación viviente, nos dice Thomas Browne en Hydrotaphia, urna entierro o discurso de las urnas en el año 1658, fragmento que los argentinos hemos leído en su dimensión de calamidad en el siglo XX. Así nuestras barrosas letras que devienen río, río que deviene mar y se confunde con el océano; agua muerta en agua viva.

Remover, ahondar, agujerear; desparramar como dilapidar, como malgastar la lengua “hincad más hondo las palas los unos y los otros volved a tocar música de baile…luego tendréis una fosa en las nubes allí no hay estrechez” [vii]. Escribir para tomar el lugar de las fosas en el aire, escribir con la postura fértil de retornar la tierra a la tierra.

“Aminoras el paso. Te detienes. Te agachas, recoges, con la yema de los dedos, una pizca de tierra grisácea y la depositas bajo tu lengua. Reanudas el camino…” [viii] Negar la presa demorada en la tierra, sacarla de ese escándalo detenido, de su estupor; tener hambre, comerla.

 

 

[i] Corominas J., Pascual J. A., Diccionario crítico etimológico castellano e hispaánico, Vol. III, Gredos, Madrid, 1992

[ii] Scepanovic Branimir, La boca llena de tierra, Sexto Piso, México 2010

[iii] Saer, Juan José, Cuentos completos. Unidad de lugar. Paramnesia. Seix Barral, Buenos Aires, 2017

[iv] Rulfo, Juan, Obras. Pedro Páramo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1995

[v]  Gorer G., The Pornography of Death, citado en Ariès Philippe, Morir en Occidente,  Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2016

[vi] Sarduy Severo, Barroco en Obra Completa, tomo II, Editorial Sudamericana, Madrid, 1999

[vii] Celan, Paul, Fuga de muerte en Amapola y memoria, Poesía Hiperión, Madrid, 1999

[viii] Rahimi, Atiq, Tierra y cenizas, Lengua de trapo, Madrid, 2001

 

 

La escritora argentina de origen armenio Ana Arzoumanian (Buenos Aires, 1962)

 

Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962. De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: “Labios”, “Debajo de la piedra”, “El ahogadero”, “Cuando todo acabe todo acabará” y “Káukasos”; la novela “La mujer de ellos”; los relatos de “La granada”, “Mía”, “Juana I”; y el ensayo “El depósito humano: una geografía de la desaparición”. Tradujo desde el francés el libro “Sade y la escritura de la orgía”, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, “Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto”, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem para realizar el seminario “Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión”, en Jerusalén, el año 2008. Rodó en Armenia y en Argentina el documental “A”, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera, y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela “Mar negro”, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue cedido especialmente por su autora para ser publicado por el Diario “Cine y Literatura”.

 

Imagen destacada: Fotografía conservada en los archivos del Vaticano, donde se documenta la matanza de las mujeres cristianas armenias