«Las vocales del verano», de Antonia Torres: El dulce olor del deseo femenino

La primera novela de la poeta y periodista valdiviana (Literatura Random House, 2017) es una obra donde elementos como el tiempo, el territorio y los tópicos del amor unido a la sexualidad, se funden en un texto escrito con una prosa de alta calidad artística.

Por Ramiro Villarroel Cifuentes

Publicado el 11.10.2020

Una mujer se retira a un lugar costero en el sur de Chile para escribir. Un viaje, un cambio y un establecimiento al encuentro de sí misma. No sabemos el contenido de sus escritos, pero podemos seguir algunas señales de su contenido, como cuando nos dice que: “puso a hervir agua y encendió un cigarro. Igual que un niño ansioso por responder, se largó entonces a escribir sin parar por varias horas. Escribir y recordar” (p. 54).

Escribir y recordar. Quizá una autobiografía, unas memorias o una ficción sobre el pasado que en algunas páginas se alarga hasta edades prehistóricas del lugar en que ella se instala; una cabaña de propiedad familiar enclavada en un lugar que perfectamente podría ser Niebla o Los Molinos, en la Región de Los Ríos: “aquí, en cambio, la inmutabilidad del mar y su sonido eran verdadero silencio y contención. Útero y tumba a la vez, pensó” (p. 22).

Novela valdiviana de Antonia Torres (1975) en donde la naturaleza y el clima configuran los ánimos de la protagonista: territorio físico, intelectual, emocional, pero también territorio tectónico y arqueológico, cuestión que podemos observar en cambios internos y de percepción del entorno, como cuando la voz narrativa comenta que: “el paisaje ya no se presentaba ante ella como un solo plano con variaciones de grises. Ahora podía diferenciar luces, brillos y texturas. Tal vez era el clima el que comenzaba a cambiar. O tal vez era simplemente ella que sumergida en ese lugar por tantos días ahora era capaz de ver cosas que antes no” (p.59).

En el mismo sentido de los recuerdos, es que esta novela abunda en flashback que la protagonista evoca, en los que se encuentra a sí misma en escenas familiares y amorosas, preferentemente en la misma locación en que ocurren los hechos narrados, pero no tan sólo recuerdos, sino que también sueños: “su padre muerto hacía años se le presentaba en la forma de un predicador, una especie de Juan Bautista, un eremita anunciando quién sabe qué en ese desierto marino. Su padre muerto pasaba a su lado en una playa antigua y solitaria, sin percibirla siquiera” (p. 51).

Una de las cuestiones destacables también, por su sensualidad, es la relación que la autora efectúa entre literatura y sexualidad, por ejemplo cuando nos habla, desde las primeras hasta las últimas páginas de que: “en ocasiones, la combinación del calor de la cama y la cabeza imaginando los olores, lugares y personas que aparecían en esos libros solían despertar en ella intensas fantasías sexuales” (p. 10).

Otro de los aspectos interesantes de la novela son las transformaciones del suelo, el paisaje y el territorio cuya existencia y mutaciones se encuentran en reflexiones interrogantes: “la erosión del viento y del mar formaban una porción de territorio cambiante, una esquina, el cruce exacto donde se encontraban las aguas del río y las del océano” (p. 15), cuestión que nos recuerda a Rilke, cuando nos dice, en Las elegías del Duino que “no hay permanecer en parte alguna”.

O también a Raymond Carver y su maravilloso poema “Donde el agua se une a otras aguas” en el cual escribe: “También me encantan las grandes corrientes./ Las bocas abiertas de los ríos cuando se unen al mar./ Los lugares donde el agua se une a otras aguas. ¡Conservo esos lugares/ en mi mente como si fueran sagrados!”.

Tiempo, literatura y territorio son los elementos más importantes de esta novela, que nutren la personalidad y cambios de la protagonista a lo largo de esta, y la cual contiene profundas referencias a la muerte.

Esta obra, de hecho, comienza con una alusión al padre fallecido al comentarnos que ella: “se entretuvo leyendo aquellos libros que habían pertenecido a su padre. Los libros conservaban subrayados  y comentarios al margen de algunos párrafos, garabateados a mano, con lápiz grafito (…) Los mensajes estaban escritos de puño y letra por el muerto (…) hace ya mucho” (p. 9).

Y el amor unido a la sexualidad, los que surcan desde el invierno a la primavera, hasta el verano, sucediéndose estas estaciones una a la otra en una trama oceánica, con una prosa altamente poética.

 

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Ramiro Villarroel Cifuentes (Temuco, 1974). Escritor, poeta, ensayista y crítico literario, también se desempeña en la producción ejecutiva de actividades culturales en distintos formatos y géneros principalmente en Temuco y la Araucanía.

 

«Las vocales del verano», de Antonia Torres (Literatura Random House, 2017)

 

 

Ramiro Villarroel Cifuentes

 

 

Imagen destacada: Antonia Torres.