Los números de Zuleta: Una poeta nortina que fascina

Reconocida como una de las voces más originales de la literatura que hoy y durante el mañana próximo se cosecha sobre las tierras septentrionales de Chile, en esta ocasión presentamos a la artista multifacética que «compite» con Héctor Hernández Montecinos, por la propiedad de los signos y métodos creativos de un nuevo lenguaje para nuestra tradición lírica.

Por Rodrigo Ramos Bañados

Publicado el 20.7.2020

Zuleta Vásquez, conocida como “Zuleta”, sin hacer ruido se ha transformado en una de las poetas más sobresalientes de Antofagasta. Habitualmente participa en talleres tanto de poesía y narrativa. A la vez, frecuenta los diversos grupos literarios que hay en la ciudad.

En el quehacer literario se define como poeta y cuentista, en ese orden. A esto se suma su motivación por el dibujo y la pintura, que se concreta en varias obras.

Lo extraordinario es que mantiene cuatro libros de poesía sin publicar. Proyectos que denominó: 101, 201, 301, 401.

Esta es una selección de sus poemas:

 

43

Soy capaz

de destruir lo que amo,

un dios sin cabeza en la luz,

un demonio inconforme de sus almas.

De casa de barro

llena de flores,

donde me he cosido al cuerpo

el dolor endurecido.

¿Qué soy debajo del cielo?

¿Qué hago debajo aún?

Demonio

residuo de alas,

estera de maldiciones auto impuestas

o escritor colgado riendo

sobre sus abismos,

aún vestido de luz.

 

50

Y de pronto..

me envolví en la perfección de las serpientes,

…fui perfecta

Sombría y dulce

como un ruego

desde el suelo de sus zapatos

como la mierda de los perros en la tierra.

-Fui perfecta-

Una serpiente con alas,

una luciérnaga de la basura.

 

68

Cuidado,

estoy escribiendo

y los estoy odiando a todos.

No tengo miedo a salir por la boca,

ni  sofocarme de puñales,

ni terminar de larvar sueños

que se tejen con fin.

He sacado con dolor

mi alma a las palabras,

la sangre de las líneas

y la muerte de ellas,

la soberbia escupirá,

será la imprenta

y las pequeñas hormigas

sus demonios.

Imposible conformarse con solo morir,

cuidado…

voy a escribir.

 

85

No te odio,

si te odiara

ya tendrías tu ataúd

y las negras mariposas comerían de tu molesta carne.

Ya te hubiese comprado flores,

escrito tu epitafio

y recitado tus consignas poéticas

como discurso político.

No te odio

y la ira desciende almacenada por la rabia,

escondiendo maldiciones.

 

128

Los poetas me odian.

Éstos que conozco,

caminan

y me odian.

No creen en mi verso de patas cortas,

sólo creen en Olimpos y espartanos

alargando guerras con la pluma.

—y no los entiendo—

No sé de guerras

 a cien años.

 

149

Las palabras son lo único que tengo,

por eso tracé enredaderas filosas

que  lastimen su conciencia.

Verdugos sembrados por las orillas de la casa,

soldados de mi locura,

servidores del desmedro

 y las vasijas del infierno donde me alimento,

donde bebo el  dulce té de las tardes.

 

179

Ciento setenta y nueve

y cuatro mil seiscientas doce palabras

al final de estas líneas,

una persona

y dolorosos dedos tejiendo

con golpes a los bloques

eso que queda escrito

con patas de cuervo,

sus muros blancos levantados,

guerras hechas

y sus batallas en los dedos.

Tantas palabras y ninguna

se abrió de mariposa.

 

212

Qué inútil,

enfermo y no muero,

hasta en eso no tengo éxito.

Soy ineficiente con mi vida,

hasta con mi muerte,

y me duele el  cuerpo

puntualmente como un café al desayuno…

Y no muero.

Qué estorbo este respirar,

este silbido de capa negra con oz,

sin propósito

Sino más,  que un estorbo,

pero no muero.

Me he sentado en el madero

esperando mi turno de paloma,

con botines rojos

girando interminables entre las migajas de la miseria

y no muero.

 

306

Me había prometido

no escribir más poesía,

hacer una pausa,

y aquí estoy haciendo un apéndice del corazón.

Yo imparable,

una cabeza enferma.

 

442

Los libros fueron los únicos que hablaron conmigo

y me duele la neuralgia

de la infancia que no tengo.

Se me inflaman los torrentes

y retozo de cenizas

día con día.

y los libros fueron los únicos que hablaron conmigo.

Aún huelo a niñez de orégano,

aún huelo a las cerezas muertas

sobre los muebles

y me enfermo de niñez

y abandono,

era la flor más pequeña de mi puerta,

y me hice de verde,

los libros fueron los únicos que hablaron conmigo.

 

***

Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973), es escritor y periodista. Publicó las novelas Alto HospicioPopNamazuPinochet Boy y Ciudad berraca, además del libro de crónicas Tropitambo. Actualmente es becario del fondo del libro por la Región de Tarapacá.

 

Rodrigo Ramos Bañados

 

 

Crédito de la imagen destacada: Zuleta Vásquez.