«Mapocho turbio»: Es que Santiago se derrite

Dicen que Chile despertó. ¿Despertar, en serio? Tengo miedo que esto sólo haya servido para gritar a chancho pelao. Catarsis. Y listo, ya fue. Sigamos la vida. Es algo así como que la mujer obligada a tener el bebé del violador, se lo pase a la mamá para que lo cuide, y se sature en pasta base para escapar de su dolor.

Por Alberto Cecereu

Publicado el 21.11.2019

Me dicen que escriba un artículo. Sucede que yo mismo estoy saturado de análisis. Yo analizo todo. Me creo Historiador cuando solo tengo la Licenciatura de aquello. Heródoto me queda lejos. No doy el ancho. Podría escribir un poema. Me creo poeta por tener algunos libros publicados por aquí y por allá. Pero eso no significa nada. Quizás mucha palabra para tan poco hombre. Aunque mida un metro y noventa centímetros. Así que no sé. Una crónica. Un poema en prosa. Un texto, como dice un amigo músico – el Lito Celis –  en su disco de estreno: “esto es una canción ni parabien ni paramal”.

Es difícil escribir bien o escribir de corrido en estos días. Días jalea. Días de combate para algunos, para otros de horror. Así que esta cosa que escribo la escribo en el metro, en la micro y caminando. En fragmentos, así que me puse a coserlos después para ver cómo quedaba esto. Una idea. Un gran conjunto de ideas sobre lo que veo, pasa y sucede.

“Levántate conchetumare. Levántate te dicen, viejo culiao”, le dice un paco a un indigente borracho en el barrio de Mapocho. El viejo no se levanta. El viejo lo mira. El viejo llora. El viejo saca una botella de algo, aguardiente quizás, y se lo ofrece. El paco con su luma le toca el hombro. Y como de la nada, aparecen personas a proteger al viejo. El viejo se agarra la cara. El viejo tiene calor. El viejo llora. El viejo tira la botella a la mierda, mientras la gente le grita al paco: “weon discreteriao”, “anda a paquear a tu papá po conchetumare”. El paco se va. El paco se une a otro paco y miran hacia el Mapocho que trae más agua y más turbia. Es la Cordillera que se derrite. Es que Santiago se derrite. Se derrite de lo mismo que se ha derretido siempre: de caca.

Vengo de caminar varias cuadras y de tomar una micro. Una micro que se da como mil vueltas en una misma comuna que no entendí nunca para que se las daba. En el paradero, una señora hablaba con otra señora sobre los bautizos de los nietos, el hijo paco y la hija anarca. “Que no se hablan”. “Los dos se odian”. “Y yo mijita, a los dos los les di de comer planchando ropa por la chucha”.

Ese viaje me conecta a mi destino en estas semanas recientes. He tenido que examinar a un joven que sufre de atrofia muscular tipo dos, una enfermedad extraña, en el cual el mundo lo engulle en su cama. Estático. Hipoactivo. Cada día que salgo de su casa, lloro a mares. Parezco un niño. Pateo el mundo. Rompo los papeles. Grito hacia dentro. Me da rabia. No me da rabia su enfermedad. No. Me da rabia que todos lo abandonaron. El Estado. El barrio. Su entorno. Nadie le hace fácil la cosa. El asunto. Su vida. No he querido meterme más en su historia. Pero me imagino cuantas veces les dijeron que no. A él y a los suyos. Cuantas veces vio como el mundo lo hacía discapacitado. No quiero saber detalles. Me los imagino. Aunque sí me arriesgué a algo un día. Ya habíamos terminado. Le pregunté que opinaba de las marchas y las protestas. No diré exactamente lo que dijo, pero fue como algo así: que quemen todo. Y él sonríe. Porque al final, sonríe, me mira a los ojos, y en él surge luz. Nada más que luz. Y quieren que quemen todo. Me lo imaginé saliendo de su cama. Me lo imaginé volando, así como una gaviota y un tornado a la vez. Me lo imaginé ahí en la Plaza de todos, gritando cuantas veces le han querido quitar su dignidad. Me lo imaginé gritando y saltando. Me lo imaginé pintando una calle. Corriendo a torso desnudo por las calles de Santiago.

Santiago. La capital apaleada. La capital sitiada. Algo pasa en esta capital. Pasa que veo que la gente se siente golpeada, incrédula, ya no cree nada. Va a trabajar. Pero ahora está como en un estado de desobediencia natural. Se pasan hasta las rojas y hacen filas para entrar al metro. Es como si ahora hubiesen inventado un caos bello. Pero no tengo idea porqué la policía tenía tantas ganas de pegarnos. Me viene a la mente Foucault y su paranoia. Althusser y sus intentos por justificar el marxismo. Me viene a la mente a los libertarios como Ayn Rand y su show. Y qué se yo. Pero parece que me pondré lacaniano. La policía tenía tantas ganas de pegarnos porque pareciera que yace en ellos una rabia atávica de sí mismos. No les gusta ser “el paco”. No lo saben, pero es así. Se miran al espejo y se odian. Pero no son capaces de lumearse a sí mismos. No. Hay cobardía. Así que salen de caza. Y el piteo se vuelve deporte. Pitearse a un encapuchado, a una loca feminista, a un trava, a un pendejo.

Esa violencia es extrema. Me impacta. Es algo así como andar dando palos a cambio que te paguen. Más encima, que te paguen con los impuestos de los mismos que reciben los palos. Y en general, existe consenso que así debe ser. Enfermizo a mi gusto. No me parece normal eso. No sé cómo podemos sustentar una sociedad así. Es el símil de cuando obligamos a una mujer a tener el bebé que viene de un violador. Cuando no hacemos nada porque otra mujer siga recibiendo los combos de su pareja. Es una actitud enfermiza mental. De enfermo mental social. O sea. De que la sociedad sufre de enfermedad mental. La misma sociedad que encuentra normal que los niños vean por televisión guerras y bombardeos pero encuentra mal y peor que vean cómo se hace el amor.

Dicen que Chile despertó. ¿Despertar, en serio? Tengo miedo que esto sólo haya servido para gritar a chancho pelao. Catarsis. Y listo, ya fue. Sigamos la vida. Es como algo así que la mujer obligada a tener el bebé del violador, se lo pase a la mamá para que lo cuide, y se sature en pasta base para escapar de su dolor. Algo así. Tengo miedo, que hagamos como que al joven postrado a la cama, lo saquemos de ahí, lo llevemos a una montaña rusa, para que piense que así se siente quemar el mundo. Total, el viejo borracho seguirá recibiendo chuchadas y lumazos de muchos. El Mapocho seguirá turbio como mierda. La señora seguirá planchando ropa, con una pensión de hambre y con una sociedad que la olvida. Que tanto. Chile seguirá siendo la copia feliz del edén. Amén.

 

Alberto Cecereu es poeta y escritor, licenciado en historia y licenciado en educación.

 

Alberto Cecereu

 

 

Crédito de la imagen destacada: Desconocido.