«Población flotante»: Un viaje hacia la noche más obscura

La crítica social abunda en esta novela, pero siempre es sutil y tamizada por una poética, y donde un bus se transforma en una heterotopia, en una célula móvil discordante, disconforme, desconcertante, la cual ingresa en un caos dramático sobre un destino que no parece nada de promisorio, y que de modo sutil, oblicuo, repasa hitos cruciales de nuestra historia nacional.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 29.1.2019

Largo viaje hacia la noche: Carlos Araya Díaz (Calama, 1984) brilla como narrador en Población flotante (Emecé Cruz del Sur, 2018), una inteligente y sensible ficción que se aleja de la actual moda narrativa autoficcional, para valorar una mirada global, democrática, donde una serie de voces en primera persona gestan un montaje, a la vez diverso y fascinante, siempre con el ojo puesto en sujetos que circulan o han circulado por marginalidades y durezas vitales.

Carlos Araya Díaz (autor de las novelas Ejercicios de encuadre e Historial de navegación), entrega una deslumbrante ficción, protagonizada por 60 pasajeros y dos conductores de un bus camino al norte de Chile. Los dos conductores, Enzo Aguirre y Milton Trejo van alternando sus voces (en cursiva), mientras el resto de este coro, los 60 pasajeros designados por su asiento en ventanilla o pasillo, intervienen para relatar sus procedencias y sus objetivos, el momento decisivo que les hizo ser parte del bus en cuestión.

A través de los relatos de cada pasajero que circulan por las páginas de Población se consigue un tono de reciedumbre que esconde sensibilidad, hasta ternura. Acá hay un factor humano que es un impulso casi instintivo, atávico. Uno de los conductores, por ejemplo, Enzo Aguirre, describe el protocolo para identificar a los pasajeros, el modo en que recolecta los datos, y comenta: «A veces guardo el nombre de las personas que más me interesan. A veces cuando tengo insomnio, los agrego a WhatsApp y veo la fotografía de sus perfiles. En ocasiones especiales los llamo y escucho sus voces. ¿A quién llamarían si yo tengo un accidente?”. En estas pocas líneas se drena una condición humana donde convergen soledad y desamparo, compasión y ternura…

Y así es con todos los personajes de la novela. Con el policía dado de baja que busca pies de maniquí, y cuya perversión le resulta digna de felicitación narcisista, pues: “en el verano todos los pies están desnudos para mí”. Esta mirada hacia un tipo de excentricidad es transversal en la novela. Está en el inspector de colegio que cultiva sus músculos y en el minero que rememora la muerte de sus compañeros de trabajo; en el hombre aficionado al apneismo; en el joven que recuerda a su amigo Lokoto, con quien traficaba cocaína, y que ahora es alcalde; en un hombre de 35 años que busca la libertad con su proyecto de hacer explosionar la segunda comisaría de Copiapó; en el alumno en práctica de medicina que se halla en el bus por su historia con Nicole Kerosene (una de las más geniales).

La riqueza de la narración también resulta del tono directo que resalta la observación sin aparente censura, y que produce un efecto de desparpajo, a veces hasta descaro, cruzado esporádicamente por metáforas: “Lo amamanto sin necesitar su llanto. El líquido entra en su boca como la luz de una linterna en una noche de oscuridad”, o “El reflejo de mi pelo largo se transforma en un cielo de nubes negras y una lluvia intensa cae sobre el asfalto”, o “La vida es una fruta jugosa escurriendo entre las manos”.

Pero los que se roban la película (por el hecho de aparecer más recurrentemente) son los dos divergentes conductores: Enzo Aguirre y su bagaje en un centro de menores, cuenta cómo cuidó a una señora hasta que murió y luego vagó hasta el momento de la narración. Su importancia es más que simbólica. Él es quien nos advierte del destino de este viaje al explicar el apodo de la máquina: El Espectro. Confiesa: “Don Milton me contó que bautizaron a esta máquina como el Espectro. Dicen que un trabajador murió electrocutado en su interior cuando estaban instalando la carrocería en Perú, y ahora penaba por las noches”. En otro momento vemos otra arista de Enzo Aguirre cuando asiste a una mujer accidentada, mientras piensa cómo robar en su casa. Su comportamiento delictivo hace directa referencia al paso por hogares de menores y a amistades allegadas al río Mapocho.

Milton, por otra parte, escéptico, quien dice no creer en cosas paranormales o supersticiones, guarda su propia cicatriz: Después de 10 años trabajando como guardia en un banco, es dado de baja luego de ser baleado ahí en un atraco. En el momento del viaje, solo espera llegar a su destino, pues va a ser abuelo (de una niña adoptada en un centro de menores).

La crítica social abunda en Población, pero siempre es sutil y tamizada por una poética. El bus se transforma en una heterotopia donde esta literal Población flotante, esta célula móvil discordante, disconforme, desconcertante, ve sus leyes suspenderse, entrar en caos, hacia un destino que no parece nada de promisorio. El viaje de este bus, de este “espectro”, que, de modo sutil, oblicuo, repasa hitos cruciales de nuestra historia, es en realidad, un viaje hacia la noche más oscura y desvalida.

 

Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

La novela «Población flotante» (Emecé Cruz del Sur, 2018)

 

 

El escritor chileno Carlos Araya Díaz

 

 

El narrador y crítico nacional Nicolás Poblete Pardo

 

 

 

Crédito de la fotografía a Carlos Díaz Araya: Leo Piagneri.

Crédito de la imagen destacada: Editorial Planeta.