Prólogo a «Poesía», de Stéphane Mallarmé: El debut soñado de Ediciones Moneda en Chile

En 1994 la pintora nacional Ximena Subercaseaux comenzó a traducir poemas de Mallarmé, inconforme con la versión que tenía en sus manos, y diez años después, completamente imbuida de su poética, presentó en México “Libación”, una serie de óleos en diálogo con el poeta intraducible, ni aún al francés, según Jules Renard. En 2006 su traducción (la de la artista local) fue publicada en México por Ediciones Sin Nombre y Mantis Editores, figurando entre la bibliografía académica que estudia al escritor galo desde las estéticas hispanoamericanas. Ahora, una nueva edición, con un cuadro de la autora en portada, da inicio a Ediciones Moneda, un sello que se propone: «ampliar el círculo de los lectores de versos con volúmenes atractivos y accesibles de firmas insoslayables». El pasado 7 de diciembre la publicación se presentó en la Sociedad de Escritores de Chile, en Santiago, el día 12 se lanzará en Viña del Mar, en la librería Qué leo y el 21 su propuesta formará parte de la mesa de traducción en la Primera Feria Internacional de Libro de Valparaíso, en una charla que contará con la participación del vate haitiano Jean Jacques Pierre-Paul.

Por Ximena Subercaseaux

Publicado el 11.12.2017

¿Qué es escribir, se sabe qué es escribir? pregunta Mallarmé, convirtiendo  la pregunta en fundamento de una poética nueva, al tiempo que experimenta nuevos territorios para el lenguaje ante la incomprensión de la mayoría de sus coetáneos (1). Preciosismo, esterilidad, obscuridad, son  términos que aplicará la crítica francesa de la segunda mitad del siglo XIX  al maestro cuyas innovaciones iluminan los comienzos de la poesía moderna. Coincidentemente, la primera exposición del grupo de pintores a los que el crítico Louis Leroy agrupa bajo el nombre de impresionistas, es objeto de burla encarnizada  de la  prensa.  En ambos casos se puede hablar de una crisis de la representación, como función del arte.

Recuérdese, yo no disfruto, vivo en la belleza, dice el maestro desde su pequeño estudio, sentado frente a una chimenea de loza, protegido del mundo por sus propias visiones y rodeado de arte:  obras de Manet, Monet, Renoir, Gauguin, Morisot, Rodin, lo acompañan durante las horas de ensueño que marca el reloj de pared.

Leyendo su correspondencia nos damos cuenta de que la poesía, los problemas de la escritura y la reflexión estética son el eje en torno al cual gira toda su vida.

En Mallarmé la poesía es ella misma realidad, puesta ante nuestros ojos mediante el único lenguaje capaz de registrarla. Si al leerle surge la impresión de un reencuentro es el de la facultad poética del mundo: los versos parecen ir cayendo al pozo profundo de donde han salido. Pocas veces se habrá experimentado  antes con tal claridad la espacialidad de las palabras

Leer por el hondo placer de la resonancia.

Todo arte es composición, se ha dicho. En la composición mallarmeana la idea se presenta encarnada en una imagen que a cada verso se desplaza como en un pase de tango hacia una imagen nueva, ampliando y enriqueciendo la anterior a la manera en que se potencian los instrumentos de una orquesta.  Tempo donde pasado y futuro se entrelazan en el espacio abarcador del poema que, abolida la bidimensionalidad de la mirada, funda una nueva dimensión de lo real.

El poema -al decir del maestro- es una clave cuyo significado sólo puede descifrar el lector, de ahí la predilección por palabras de acepciones diversas, resueltas en una sintaxis

que despliega el abanico de las lecturas. Revertir la sintaxis, hasta producir  -con palabras de uso común- un lenguaje nuevo,  descontextualizar no a la manera sugerida por Lautrémont, sino a la manera de Homero: decir lo antiguo, por primera vez.

El verso que de varios vocablos rehace una palabra total, nueva, extranjera a la lengua y como de encantamiento, alcanza este aislamiento de la palabra; negando, de un trazo supremo, el azar que se rezaga en las palabras a pesar  de su  vigorización alternada en el sentido y la sonoridad, y os causa esta sorpresa de no haber oído nunca semejante fragmento ordinario de alocución, al mismo tiempo que la reminiscencia del objeto nombrado  se empapa de una atmósfera nueva. (2)

Al igual que Baudelaire, quien se burla del que aspira a una obra maestra lanzando los caracteres al techo esperando que vuelvan a caer convertidos en poema,  Mallarmé desconfía del destello revelador:  concibe la obra no como fruto de inspiraciones súbitas y azarosas   sino  construcción arquitectónica, arduo trabajo de un intelecto que sumido en el ensueño atisba destellos de extraordinaria lucidez. Semejante a un músico  que nunca termina de afinar su instrumento, corrige sin descanso hasta adentrarse en  espacios donde las palabras resuenan con sonidos propios, como si fuesen éstas, y sólo éstas, única vía  para acceder a la realidad de la imagen:

La obra pura implica la desaparición elocutoria del poeta, que cede la iniciativa a las palabras,  movilizadas por el choque de su desigualdad; ellas se iluminan de reflejos recíprocos como un virtual reguero de fuego sobre las pedrerías, reemplazando la respiración perceptible en el antiguo soplo lírico o la dirección personal entusiasta de la frase. (3)

El poema consiste entonces,  no en la descripción poética de las cosas sino en  una particular constelación de palabras cuya fuerza  radica  en la relación entre éstas y las imágenes que suscitan. Autonomía que el poeta concede a las palabras y que se relaciona con la visión del poema como  ente vivo, actuante y suscitador de las distintas lecturas, capacidad creadora que Mallarmé transfiere a su vez al lector,  al liberar al poema  de toda obligación descriptiva. Será allí -y no en la voluntad del poeta- donde la  idea se concretará en imagen:

Para qué  la maravilla de  transportar  un hecho de la naturaleza en su casi desaparición vibratoria según el juego de la palabra,  no obstante,  si no es para que de ahí emane, sin la molestia  de una evocación cercana o concreta, la noción pura.

Digo: ¡una flor! Y, fuera del olvido al que mi voz relega algún contorno, como algo distinto a los sabidos cálices , musicalmente se eleva, idea misma y suave, la ausente de todos los ramos. (4)

Bien  sabemos: flor,  nube,  sepulcro, ventana o  vaporosa cabellera en Mallarmé sólo significan en tanto objetos en los que se plasma la atmósfera  por donde transita el tema por excelencia: el lenguaje.  Tema que recorre no sólo su poesía sino también, desde una distancia reflexiva, levitante casi, el exhaustivo análisis del propio proceso creativo.

 

II

El año 1864 marca un  hito en la evolución del poeta, que para entonces cuenta con 22 años. Habiendo vivido una temporada en Londres,  regresa a Francia junto a su esposa Marie Gerhard, siendo asignado como  profesor de inglés en Toulon. Allí, convirtiendo la noche en jornada, comienza la que considerará  su obra maestra:   Herodías, poema con el cual Mallarmé es consciente de haber  traspasado  un límite:

«: …. ..   Con terror, pues invento una lengua que debe necesariamente surgir de una poética muy nueva, que podría definir en estas dos palabras: pintar no la cosa, sino el efecto que ella produce. El verso aquí no debe entonces, componerse de palabras, sino de intenciones, y todas las palabras borrarse ante las sensaciones….  (5)

 Durante los años siguientes, mientras trabaja en la versión definitiva de Herodías, – poema que esperaba llegase a ser digno de Poe- comienza a apoderarse de Mallarmé la obsesión que a partir de ahí consumirá gran parte de su energía y lucidez: la Obra Soñada, el gran libro, obra total  que visualiza como un conjunto de volúmenes que constituirían la explicación órfica de la tierra:

 En cuanto a mí, hace dos años que he cometido el pecado de enfrentarme con el sueño en su desnudez ideal, cuando más bien debí  haber amontonado entre Él y yo un misterio de olvido y de música. Y ahora, llegado a la horrible visión de una Obra Pura, casi he perdido la razón y el sentido de las palabras más familiares. (6)

 Su sueño, al que  manifiesta estar dispuesto a sacrificar toda gloria en vida,  consiste  en lograr acabar al menos fragmentos de la Obra, destellos que atestiguasen el esplendor final inalcanzable: tanto Herodías como el posterior Golpe de Dados pueden ser considerados materializaciones del sueño que llevó al maestro tan cerca de los Abismos:

 Para huir de la realidad tórrida, me complazco en evocar imágenes frías, te diré que me encuentro hace un mes en los más puros glaciares de la Estética, que después de haber encontrado la Nada encontré la Belleza -y no puedes imaginarte hacia qué altitudes lúcidas me aventuro. (7)

Hice un descenso bastante largo hacia la Nada para poder hablar con certeza. No hay más que la Belleza  -y no tiene más que una expresión perfecta: la Poesía. Todo el resto es mentira -excepto para los que viven del cuerpo, el amor, y ese amor del espíritu, la amistad. (8)

La destrucción fue mi Beatriz,  dice el poeta al explicar el proceso que le permitió terminar el bosquejo de la Obra:

Pero no me enorgullezco, amigo mío, de ese resultado, y más bien me entristece. Pues todo eso no ha sido hallado por el desarrollo normal de mis facultades, sino por la vía pecadora y precipitada, satánica y fácil, de la destrucción de mí, produciendo no la fuerza, sino una sensibilidad que, fatalmente, me ha conducido ahí.(9)

Inmerso en la aterrante belleza de las imágenes que va creando, induciéndose a un estado de lejanía necesario a la profundidad de su reflexión estética y filosófica, trabajando las palabras como un antiguo alquimista,  se adentra el poeta en territorios gélidos que lo llevan al borde de la locura:

 Acabo de pasar un año horroroso: mi Pensamiento se ha pensado,  llegando así  a una Concepción Pura. Todo aquello que, por el contra-golpe mi ser ha sufrido, durante esta larga agonía, es inenarrable, pero, felizmente, estoy perfectamente muerto, y la región más impura en la que mi espíritu pueda aventurarse es la Eternidad, mi espíritu este solitario habitual de su propia pureza que no oscurece ya más el reflejo del Tiempo…Confieso por lo demás pero sólo a ti, que todavía siento necesidad, así hayan sido de grandes  las afrentas de mi triunfo, de verme a mí mismo  en este hielo para pensar, y que si no estuviese delante la mesa en que te escribo esta carta, me volvería la Nada.  Esto para mostrarte que soy ahora impersonal, y no más el Stéphane que conociste – sino una aptitud del Universo Espiritual, para verse y desarrollarse, a través de lo que fui yo. (10)

En los años siguientes, su correspondencia, escasa, da cuenta de sucesivos quiebres nerviosos y una lucha continua entre la realidad, que para él representa la escritura, y la Obra Pura, mental, soñada, que no alcanza a concretar más que como bosquejo.

 

III

El traslado de Mallarmé a París, en 1871, rompe en cierta medida el aislamiento del atormentado período anterior, en el que crea tanto Herodías como la Siesta de un Fauno. Las circunstancias de vida del maestro a partir de esa fecha,  son conocidas por sus seguidores, así como la afamada tertulia que preside  los martes en la calle Roma:  Paul Claudel, André Guide, Henry de Régnier, Verlaine, Maeterlinck, Jean Maras, Paul Valéry, entre otros, forman parte del  cenáculo  que es a la vez pila de bautismo del Paris literario de la época.

Habiendo sufrido  el castigo de tener que procurarse el sustento en labores ajenas a la poesía, (durante toda su vida adulta a excepción de los últimos años) comprende como pocos la condición de paria –fuera de la ley, dice- en que ha puesto al poeta el materialismo de la sociedad moderna. De ahí que, atravesando con  pies alados las aparentes distancias, admire sin reservas a Verlaine, cuyas transgresiones considera propias de la arrogancia y el orgullo de poeta, más que debilidades del carácter. ¿Qué hace usted, en las horas negras y breves del día?, le pregunta en una de sus cartas.

Ni la acción política directa, ni el anarquismo  que despierta simpatías en los medios intelectuales parisinos  de la época, atraen a Mallarmé: la mejor bomba es un buen libro, dijo al escucharse una detonación mientras participaba  en un banquete de escritores de La Plume.  Pero el poeta no es ajeno a las vicisitudes de este mundo y se muestra particularmente sensible en lo que concierne a las condiciones de vida de quienes dedican su vida a la literatura. Su propuesta de crear una Caja de Socorro para Escritores, «Caja de las Letras» financiada con un mínimo impuesto a los Editores, es publicada en el Figaro del 17 de agosto de 1894. De la disposición de socorrer a sus pares  dan cuenta, entre otros, Villiers de l’Isle Adam,  Paul Gauguin, el mismo Verlaine: acompañando a unos en su lecho de muerte, organizando y presidiendo banquetes para financiar el viaje  del otro o la recuperación del amigo enfermo,   la condición solidaria de Mallarmé lo coloca  más alto en el sitial ya ganado desde los tormentos de un espíritu lúcido  que desde muy joven manifestó su desconfianza en las bondades de la felicidad terrestre.

 

IV

Es  época de revoluciones en el arte. El revuelo causado ante la exhibición del cuadro «Impresión», de Monet, coincide en el tiempo –1874- con los primeros años parisinos del poeta.  Mallarmé, quien bajo la influencia de Poe y  Baudelaire ya ha desarrollado lo sustancial de su poética,  defiende sin vacilaciones  la nueva pintura, en la que encuentra un eco que refuerza y alienta sus convicciones.

Describir no las cosas, sino la sensación que éstas producen;  propuesta estética que sobrepasando el ámbito literario, aletea en el aire que respira  la época: pintar no las cosas, sino relaciones  entre las cosas,  proponen los nuevos pintores resistiendo el sarcasmo del público y el rechazo de los académicos.

Todas las palabras deben desaparecer ante la sensación, dice Mallarmé. El dibujo no es la forma sino la sensación que se tiene de ella, dice Degas.

La incipiente fotografía descubre atmósferas.  Pintores y  poetas buscan, crean, pintan atmósferas que remiten a un estado espiritual nuevo, fresco, asombrado de sí mismo, donde lo más simple -un paseo al aire libre o una habitación vacía- aparece lleno de significado.

Dice el poeta:

Aquello a lo que debemos aspirar es sobre todo a que, en el poema,  las palabras -que ya son lo bastante ellas como para no recibir más- se reflejen las unas sobre las otras hasta que parezca que no tienen ya su color propio y que no son sino las transiciones de una gama. (11)

Palabras visuales éstas, que parecieran   refractar  la luz a la manera de los cuerpos físicos. Palabras reflejadas unas sobre las otras como en las pinceladas de Monet o las correspondencias cromáticas en los cuadros de  Gauguin. Con Edouard Manet (quien ilustra la primera edición de lujo de La Siesta de un Fauno) sostiene una amistad de visita diaria, durante 10 años.

A partir de los años 80 el reconocimiento del carácter innovador de la obra de  Mallarmé  y su prestigio intelectual ya se han asentado, reconocido ampliamente por Verlaine, príncipe de los poetas, quien lo incluye en su antología de  Los Poetas Malditos. Huysmans le prodiga un homenaje en su novela À Rebours (12). El maestro es invitado a realizar conferencias literarias en Bélgica e Inglaterra.

 A pocos días de su muerte, el 17 de agosto de 1898, Mallarmé se aboca a responder un cuestionario de Jean Bernard para Le Figaro. Solo se conserva  este borrador…

¿Cuál era mi ideal a los 20 años? Nada de improbable que  lo haya incluso débilmente expresado, ya que el acto, escogido por mí, fue el de escribir:  ahora,  si la edad madura lo ha realizado, este juicio sólo pertenece  a las personas que me siguen prodigando su interés. En cuanto a apreciaciones autobiográficas íntimas, de aquellas a las que uno se entrega, particularmente, sólo o en presencia de un huésped extraordinario, agregaría, en el diario, según su deseo, por decir cualquier cosa, que, suficientemente,  yo me he sido fiel, de modo que mi humilde vida guarde  un sentido. El medio, lo publico, consiste  en desenpolvar cotidianamente, de mi iluminación natural, la azarosa aportación exterior que uno recoge, más bien bajo el nombre de experiencia. Feliz o vana, mi voluntad de los veinte años sobrevive intacta.

Las últimas instrucciones que da a su esposa e hija, y que éstas en parte cumplen, al menos en lo que respecta a fragmentos de la Obra Soñada, confirman hasta qué punto el poeta permanece fiel a este sueño hasta el final:

«Quemadlo todo, en consecuencia. Aquí no hay herencia literaria. No lo sometáis siquiera a la apreciación de nadie; rehusad más bien toda intromisión curiosa o amistosa. Decid que todo es incomprensible, lo cual por lo demás es cierto, y vosotras, mis pobres postradas, únicos seres en el mundo capaces de respetar hasta este punto una vida de artista sincero…….»

 El 9 de septiembre de 1898 muere en su casa de Valvins, el Maestro que, al decir de Paul Valéry, vio por primera vez la figura de un pensamiento situado en el espacio, después de haber intentado «elevar al fin una página hasta la potencia del cielo estrellado». (13)

 

Notas

1. Banville y Coquelin objetaron la falta de anécdota en la primera versión de La Siesta de un Fauno, mientras Villiers de l’Isle Adam, Catulle Mendès y Mistral , ante la lectura que les obsequiara Mallarmé de fragmentos de Igitur, consideraron que carecía de sentido. Alfonso Reyes, Obras Completas, XXV, págs. 52 y 53, FCE
2. S. Mallarmé. Crisis del Verso. Publicado en La Revista Blanca, 1895
3. Crisis del Verso
4. Crisis del Verso
5. Carta a Cazalis, octubre de 1864
6. Carta a Cazalis, 14 de mayo 1867
7. Carta a Cazalis, julio 1866
8. Carta a Cazalis, 18 de mayo 1867
9. Carta a Cazalis, 14 de mayo 1867
10. Carta a Cazalis, 14 de mayo 1867
11. Carta a F. Coppée, 5 Diciembre 1866
12. «Un poeta que, en un siglo de sufragio universal, y en un tiempo de lucro, vive en el refugio de las letras, resguardado de la estupidez en torno por su desdén, complaciéndose, lejos del mundo, en las sorpresas del intelecto, en las visiones de su cerebro, refinando pensamientos ya especiosos que engarza con sutilezas bizantinas y perpetúa en deducciones ligeramente indicadas, apenas enlazadas por un hilo imperceptible. («Á Rebours», Huysmans)
13. Paul Valéry, «Le Coup de Dés, Lettre au Directeur des Marges», 1920

 

Retrato del poeta Stéphane Mallarmé, por el pintor Pierre-Auguste Renoir (1892)