«Sangre de mi sangre»: Marco Bellocchio en los pliegues

El filme del realizador italiano reafirma la trayectoria de un artista que ya en su primera película -la lejana «I pugni in tasca» (1965)- demostró que se puede apelar al público sin condescender en las búsquedas estéticas. Actualmente en la cartelera chilena, esta obra audiovisual puede visionarse en la sala El Biógrafo de Santiago.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 12.12.2019

«La obra de arte es un mensaje fundamentalmente ambiguo, una pluralidad de significados que conviven en un solo significante…»
Umberto Eco

Este es el penúltimo filme de Marco Bellocchio (el más reciente es Fai bei sogni que ya fue reseñado en CyL) y, sin dudas es uno de los más bellos, ambigüos y enigmáticos. Director de El diablo en el cuerpo, Vincere y Bella addormentata, el realizador italiano elude los convencionalismos apostando por una narrativa siempre moderna, siempre fuera de lo canónico y no apta para espectadores complacientes.

En Sangre de mi sangre (Sangue del mio sangue, 2015) estamos ante un díptico que pone en resonancia dos épocas -el siglo XVII y el siglo XXI- en un mismo espacio -Bobbio- y con las recurrencias de todos los trabajos del realizador: la opresión constante de la Iglesia Católica, el deseo como indomesticable y antídoto ante el poder -celestial y social-, los sutiles meandros del inconsciente, el paisaje del pueblo de la infancia en la búsqueda de las raíces -más allá de lo personal-, el arte como liberador y generador de múltiples lecturas.

En un monasterio en Bobbio acusan a una monja, Benedetta (Lidiya Liberman), de estar poseída y de haber llevado al suicidio a un «santo» sacerdote seducido por ese amor que lo pierde. La película empieza a toda luz en el bucólico jardín del convento de clausura donde las monjas recogen frutas mientras nos introduce a unos oscuros claustros donde pende la novicia que, pese a la tortura, no confiesa su culpa. De aquí en más, toda la cinta será un despliegue barroco de clarooscuros y Bobbio, el gran set medieval -lugar privilegiado de la infancia y adolescencia del director- donde se traman y unen las historias.

Toda la geografía de este enclave atraviesa el calvario de Benedetta, a la vista de los inquisidores que quieren salvar y sepultar en tierra santa al caído -torturas varias mediante e in crecendo– y al hermano mellizo del muerto (Pier Giorgio Bellocchio) que busca reivindicar «la sangre de su sangre» mientras se deja arropar y desvestir por dos hermanas beatas (Federica Fracassi y Alba Rohrwacher) que sin hábitos ni maridos se rinden a la tentación. Luces y sombras, deseo y represión, leit motiv de toda la obra.

Una misma puerta -oscura y pesada- abre la primera historia en pleno siglo XVII y conecta con la segunda -400 años después- en donde un poco fiable inspector (nuevamente Pier Giorgio Bellocchio) intenta ingresar al convento -hoy prisión- para venderlo a un multimillonario ruso para de «reconvertirlo» -¿lavar dinero?- en fundación artística, hotel de lujo u otras artimañas que el mercado -¿Estado corrupto?- le permita. Acá, no será la sombra de Benedetta sino la presencia de un conde/vampiro (Roberto Herlitzka) con rasgos de personaje gótico, anacrónico -casi una fantasmagoría tétrica- la que supla el poder eclesiástico por la mafia financiera. Lo que se busca exorcizar no es la lujuria de la carne sino la del dinero de fondos y pensiones estatales.

El dramatismo de la primera parte muta en farsa y comedia en la segunda y en ambas, la desconfianza ante lo que la autoridad proclama y las prácticas fraudulentas de la justicia.

Sangre de mi sangre muestra que pasado y presente no difieren y funcionan de manera especular en el «espíritu» de época. Bellocchio sabe conectar los modos en que las sociedades «funcionan» en sus prácticas abusivas. Iglesia y capitalismo acaso sean las dos caras de una misma moneda.

Sangre de mi sangre indaga en las raíces -metafóricas y literales- del director y guionista y lo hace a través de una sólida narrativa, unas actuaciones de excepción -la hipnótica Lidiya Liberman logra capturar con sus matices la atención y la tensión dramática; Herlitzka es un monstruo de la actuación; la presencia de Pier Giorgio Bellocchio en las dos historias con personajes que comparten el mismo nombre además de la filiación directa con el director dan otra vuelta de tuerca a esa «sangre de mi sangre»-; los técnicos que son los mismos de una película a otra -la familia «real» y elegida, nuevamente-; una fotografía que permite esos saltos contrastantes y bellos y la música de Metallica traspasando cuatro siglos con «Nothing else matters». El resultado es una obra de cine de autor que emociona, perturba y deja al espectador a merced de un mundo de sueños y pesadillas que se resignifican dentro y fuera de la pantalla.

Sangre de mi sangre reafirma la trayectoria de quien ya en su primera película I pugni in tasca (1965) demostró que se puede apelar al público sin condescender en las búsquedas estéticas.

Nominada en distintos festivales nacionales e internacionales destacamos el Premio en la Sección Oficial de Largometrajes a concurso en el Festival de Venecia (2015) y en la Sección Oficial a Concurso del Festival de Sevilla (2015).

 

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Dulces sueños, de Marco Bellocchio: La horfandad de un hombre.

 

Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

Un fotograma de «Sangre de mi sangre» (2015), de Marco Bellocchio

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: La actriz Lidiya Liberman en un fotograma de Sangre de mi sangre, de Marco Bellocchio.