«Tomboy», de Céline Sciamma: La sexualidad en la infancia

La realizadora francesa nos ofrece un reposado largometraje de gran sensibilidad en torno a Laure, una chica de ocho años que se siente niño y que al mudarse es confundida como tal. Se nos muestra todo de forma sencilla y deliberadamente neutra. Se agradecen los bellos planos de la naturaleza y los de la natural desnudez de manos, pies, torsos y caras. Sin duda uno de los mejores aciertos del filme está en la elección de la protagonista Zoé Héran, quien con un convincente rostro andrógino demuestra además que sabe encarnar la dualidad del personaje.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 15.6.2019

 

«Yo como vosotros sentí que me despojaban
de mis vestidos
y cuando en mis manos pusieron
mi vergüenza,
vergüenza comí cada día».
Alda Merini

 

Vergüenza

Aunque a menudo la infancia sea la etapa más olvidada, es paradójicamente la que más nos influye a lo largo de nuestras vidas. Las vivencias de la niña o el niño que fuimos (y somos) repercuten en cómo vemos la vida, en cómo nos movemos, en cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. Así, el ambiente familiar es la base de nuestra formación como personas. Nuestros padres (como sus padres y los padres de estos) ejercieron lo mejor que pudieron-supieron este delicado “oficio” donde todo tiene tanta importancia.

Ser madre o ser padre, a mi entender, es la mayor experiencia de la vida y es también el mayor reto; serlo con voluntad de serlo implica un constante ponerse a prueba, revisarse, aprender de los inevitables e innumerables errores, renovarse… A menudo (aún sin querer) cargamos las mochilas de nuestros hijos con nuestras piedras (problemas-limitaciones-condicionamientos-conflictos), piedras que dificultan su andar por la vida. Las piedras que les cargamos durante la infancia, al ser las primeras, quedan en el fondo de sus mochilas; con los años se irán acumulando más por encima de esas primeras que quedarán aún más sepultadas. El fondo o lo que más cuesta de alcanzar a ver-reconocer-doler luego siendo ya adulto.

De todos los temas que se vivencian en la infancia, el descubrimiento de la sexualidad por el niño en la pubertad es probablemente el más delicado de tratar. A tan temprana edad ya se empiezan a sentir los cambios en el cuerpo y la atracción por otros más allá de la amistad, se empieza a despertar el apetito sexual. Muchos padres confían demasiado en que sus hijos resuelvan ese proceso natural por sí solos o con la ayuda de los educadores en la escuela. Otros no se dan cuenta de la importancia-influencia que ellos tienen sobre sus hijos.

El poema escogido en el encabezado es de Alda Merini, gran poeta (y como toda o todo poeta una persona muy sensible) cuyo padre era un erudito que la estimuló desde muy niña a aprender-cultivarse. A los ocho años le regaló La divina comedia de Dante Alighieri ilustrada por Gustavo Doré y eso como ella misma confiesa la marcó, en concreto las imágenes del infierno que muestran personas desnudas llenas de pavor. ¿Fue un regalo adecuado a su edad?, ¿supo el padre descargarla del pecado-culpa implícito en la obra? No lo sabemos, lo que sabemos es que ella tuvo una vida muy difícil y que fue ingresada por largos periodos en centros psiquiátricos.

No se trata de juzgar a nadie, se trata de darse cuenta de que todo influye y mucho. Influye el traspasar a los hijos creencias limitantes como la del castigo-infierno o influye del mismo modo la comúnmente extendida ocultación de los cuerpos desnudos, la ocultación de la sexualidad. El cuerpo y el sexo como tabú incómodo para la mayoría de la sociedad que suele resolverse en el esconder. Ese esconder se convierte entonces en un misterio para el púber, misterio que fácilmente le causará también vergüenza e incluso temor. Hay otras formas de ocultación, una es la de los padres que no quieren-saben ver lo que ocurre o se mueve en sus hijos pese a las señales que estos les envían. Ese es el caso de Laure, una chica que no se identifica como tal y que verá reforzada su vergüenza cuando sus padres se den cuenta por fin de su sentir.

 

Laure o Michael

Laure se siente mucho más unida e identificada con su padre, la vemos compartiendo con él juegos y actividades como el conducir un coche bajo su supervisión. Laure viste a lo chico, siempre va con el cabello corto, le gusta el color azul, tiene mucha fuerza y es muy buena jugadora de fútbol. Contrasta su forma de ser con la de su hermana pequeña a quien tanto quiere y ayuda, Jeanne es muy femenina vistiendo, tiene una larga cabellera y le encanta maquillarse. Pese a su diferencia se quieren con complicidad, en este sentido es bella la escena en la que Laure le dibuja a Jeanne un reloj en su muñeca para que pueda saber cuándo volverá. Y la madre es la que está siempre en casa, la mujer está embarazada a punto ya de dar a luz, y su relación con Laure no es tan cómplice como la del padre, pues a ella le incomoda la marcada masculinidad de la niña.

La familia acaba de mudarse, todo es nuevo para Laure que está finalizando sus vacaciones de verano. Conoce a Lisa una vecina de su misma edad quien cree que es un chico y ella no lo desmiente presentándose como Michael. Así es también nombrado por los demás amigos de Lisa, todos chicos. Michael se hace valer como chico tanto en el fútbol como en las peleas. Se siente satisfecho lanzando escupitajos en el suelo al igual que hacen ellos o demostrando sus habilidades. Es todo un chico en su nuevo hábitat.

Lo vemos recortando su braguita bañador para dejarlo como de niño y con pastelina construir un pene para marcar paquete. Tras el baño con sus nuevos amigos guarda su pene en la cajita de los dientes de leche, todo un símbolo de consideración-valor.

Lisa se siente muy atraída por él a quien ve diferente a los demás chicos, a Michael le sucede lo mismo con ella. Se besan, el beso en los labios como primera bella manifestación de contacto más allá de la amistad, el atisbo del apetito-deseo sexual. Pero el beso también repudiado cuando la verdad de su condición aflora.

 

Un fotograma de «Tomboy»

 

Asqueroso

Al conocer la verdad, los chicos reaccionan con extrañeza. Todos lo miran preguntándose si parece una niña, él tremendamente solo, sintiéndose muy mal, finalmente deciden que es mejor verificarlo. Llega Lisa y se encara con ellos, pero le dicen que si Michael es una niña, ella ha besado a una chica y eso lo entienden como asqueroso. ¿No es asqueroso?, le instigan hasta que Lisa cabizbaja acaba claudicando con un débil: “sí, es asqueroso” y le obligan a que sea ella misma quien lo compruebe tras lo cual se nos muestra a Michael solo en posición de autoprotección.

Ese asqueroso impuesto por los niños es reflejo de lo que estos han “mamado” en su entorno, y ese entorno a esas edades es principalmente el entorno familiar. Esos niños han asumido como verdad una opinión sesgada sobre la sexualidad, una opinión discriminatoria que les priva de abrir su mente a las diferencias. Y Lisa al aceptar esa opinión, al dejarse vencer por la presión verbal de los niños, se niega a sí misma para evitar ser excluida del grupo.

 

Los padres ante la verdad

El padre se da cuenta de que algo le sucede a Laure, en varias ocasiones le pregunta qué le pasa y cómo se siente. Y ante la falta de respuesta acaba creyendo que su hija extraña el cambio de lugar (se siente responsable de tantos cambios habidos por su trabajo), le promete que estarán mucho tiempo allí y que estarán bien abrazándose a su hija con ternura.

Pero es la madre la primera en saber la verdad. La madre que siempre recela de la masculinidad de Laure, la madre que se alegra cuando ella tiene por fin una amiga y cuando aparece maquillada precisamente por Lisa. La madre que siempre intenta feminizarla; vemos cómo le entrega las llaves del piso en una cinta rosa, cinta que ella cambia por un cordón blanco de sus bambas a lo chico. La madre que evita querer saber qué le sucede, qué siente, qué le mueve a Laure a ser tan poco femenina.

Al saber la verdad ella la recrimina en tono acusador preguntándole por qué lo hace y afeándole que haya hecho partícipe de su mentira a Jeanne (la primera que lo supo). Ante sus “no lo sé” le abofetea castigándola a su habitación. Más tarde el padre acude con un: “no culpes a mamá, ya sabes. No te preocupes, pasará; se va a solucionar, ya terminó”, a lo que su hija pide: “Quiero que nos vayamos. Por favor, ¿podemos irnos?”. Pero esa no será esa la “solución”.

Por la mañana la madre la obliga a ponerse uno de sus pocos vestidos, ella que siempre viste pantalones y camiseta se ve forzada a mostrarse como chica primero en casa de un chico con el que se peleó por defender a Jeanne y después en casa de su amada Lisa. Se resiste, y la madre la convence con una disertación tramposa: “¿Cual es tú problema? La escuela va empezar, no tenemos otra opción, hay que decirlo. No hago esto para herirte ni para darte una lección. Estoy obligada, ¿entiendes? No me molesta que juegues a ser chico, no vale la pena, pero esto no puede continuar. Si tienes una idea mejor dímelo porque yo no la tengo”, y la acerca besándole la cabeza.

La madre dice que no le molesta que “juegue a ser chico” y de este modo se niega y le niega a su hija la posibilidad de que lo que siente sea más que sólo un juego. Y con urgencia le plantea una “solución” sin valorar cómo se sentirá Laure, cómo llevará la reacción de sus amigos. Ni se plantea si obró mal castigándola ni si sería conveniente algún tipo de apoyo externo para su hija (y para ellos los padres). Le da a Laure una oportunidad falsa para que ejerza su solución. Pero, ¿cómo va a solucionar una niña de ocho años un tema tan delicado y de tanta envergadura como este?

No obstante su mejor solución ya la expuso a su padre cuando se la castigó: mudarse a otro lugar. Pero a todas luces el hombre no sabe estar, se muestra como un padre más bien cobarde que ha delegado en la madre la gestión-responsabilidad de todo. Un padre próximo en la comodidad pero que desaparece en la dificultad (y es allí donde Laure más le necesitaría). Si es triste la postura de la madre, más triste es lo suyo.

Desamparad@ se siente Laure/Michael quien va al bosque y se baña en su belleza, en la libertad que le inspiran los pájaros y el viento, libertad que desea y explicita abandonando su vestido impuesto bajo el cual está su indumentaria de chico con la que se siente cómod@-identificad@.

 

Piedras que pesan

Sciamma plantea un final donde Laure parece sentirse bien, parece aceptar lo que su madre entiende: que todo ha sido un juego “de niños”. Del mismo modo parece aceptar su castigo y los límites impuestos. La vemos como si nada hubiera ocurrido volviéndose a presentar a Lisa como Laure. A mi entender no es creíble este desenlace que se produce al poco tiempo de su vergüenza y sin ningún tipo de desarrollo. Se nos muestra que ya ha nacido el bebé, que es un niño y con ese mostrar da la impresión que se nos quiera decir que la plaza de niño en la familia ahora sí ya está cubierta.

Entiendo que tras el precipitado y banal final se esconde la tendencia a creer que unos padres que cumplen los estándar no pueden ser nunca “malos”, los “malos” son los que maltratan físicamente o los que agreden verbalmente. Pero todos podemos ser “malos”, todos podemos cargar las mochilas filiales con piedras. Y las piedras pesan igual por mucho que se pinten con sonrisas o colores alegres.

Un niño con piedras suele desarrollar en su vida de joven y de adulto conductas que le perjudicarán y perjudicarán a las personas con las que se relacione. Fácilmente puede lanzarse las piedras a sí mismo o al otro-otros. En la película se nos muestran niños que cargan piedras: Laure que ha integrado como normal la reacción y argumentación materna (y el silencio paterno), Lisa que se ha tragado su diferencia al claudicar ante la opinión mayoritaria y el grupo de los niños quienes han integrado como válido imponer sus criterios.

 

Una escena de «Tomboy»

 

Un mundo mejor

Ante esta realidad, a mi entender, se hace necesario mostrar y mostrarse con naturalidad en todos los ámbitos. Así lo hacen las familias que van con sus hijos a playas o campings nudistas, esos niños no sienten que mostrarse sea algo vergonzoso. Como tampoco es vergonzoso para el niño al que se le permite con toda naturalidad el ver esculturas, pinturas y fotografías de cuerpos humanos desnudos, o de besos y abrazos piel a piel (el arte como bello reflejo de la natural belleza del cuerpo y del amor).

Y evidentemente las familias que tienen esa naturalidad respetuosa a la vez tienen claro que el mundo es afortunadamente diverso, de este modo favorecen que sus hijos tengan mentes abiertas. Niños así no se extrañan, por ejemplo, de que dos mujeres sean pareja; niños así se extrañarán en cambio de que la caza sea un deporte o que matar toros sea una fiesta.

Si escondemos o privamos por absurda “protección” la naturalidad del arte corporal, queramos o no favorecemos la violencia sexual que tanto criticamos. Cuando un cuerpo desnudo escandaliza o es visto como una provocación, tenemos un problema. Y ese problema crea monstruos a nuestro alrededor. Con la ocultación favorecemos que la sexualidad habite en las oscuridades, oscuridades en las que escasea o no existe el amor, el amor que es siempre el necesario respeto a uno mismo y al otro como diferencia.

Hoy en día lamentablemente crece el consumo de pornografía que nada tiene que ver con el arte ni con el amor. En la pornografía se ensalza la violencia, la dominación-sumisión, la monotonía mecánica, la rapidez, el castigo-dolor y el mal gusto. Pero hay otra forma de mostrar la sexualidad, el erotismo. El erotismo sí que es todo un arte amatorio en donde priva el buen gusto, la sensualidad, la sutileza, el ritmo lento, el juego cómplice y la creatividad. ¿Por qué hay más pornografía que erotismo? A mi entender es un reflejo más de una sociedad enferma que es necesario sanar, sanar primero en uno mismo.

Nos escandalizamos de que cada vez más niños consuman pornografía y exigimos mecanismos de protección. ¿Pero esos niños de haber crecido en familias donde el cuerpo y la sexualidad son tratados con naturalidad hubieran aceptado-necesitado consumir pornografía? Sabemos que no.

Así, cuando un niño tenga conductas agresivas en lo sexual (y en cualquier otro aspecto) es favorable revisarse para entender los porqués ocultos tras la desagradable máscara del maltratador-abusador y aceptar cuando exista (suele existir) el propio error como madre o padre. Del mismo modo con los que parecen atraer sobre sí conductas agresivas, las víctimas de repetidos abusos.

Esto es válido también para jóvenes y adultos. Los sacerdotes, los profesores, los empresarios… que abusan-maltratan aprovechándose de sus cargos son niños con mochilas muy cargadas de piedras. Y las personas que caen repetidamente en su enfermizo juego de dominio, a menudo llevan también sus mochilas bien cargadas.

Son tiempos ya de darse cuenta de las piedras heredadas que cada uno de nosotros llevamos a cuestas y nos enferman. Darse cuenta y librarse de su influencia dejándolas reposar con amor sobre la madre tierra que todo lo acepta. Y son tiempos de educar en valores a padres e hijos, de ensalzar la humanidad en todos los ámbitos. De todos nosotros depende un mundo mejor.

 

Dedicado a Enrique quien tanto hace desde este Diario y otros medios por la denuncia de la injusticia social, en especial por la denuncia de los abusos sexuales.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Los actores Zoé Héran y Jeanne Disson en «Tomboy» (2011), de la realizadora francesa Céline Sciamma

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: La actriz Zoé Héran en Tomboy (2011), de la realizadora francesa Céline Sciamma.