«Venga tu reino», de Víctor Ilich: No hay atajos para la verdad

Este es otro de esos libros en que el autor y juez chileno nos saca del tedio pequeño burgués, nos remueve, nos arremolina con su estilo lacerante, nos deja sumidos en la contemplación de lo que no somos, en la abertura siniestra del túnel que transitamos, espiándonos, desconfiados, temerosos, inconsistentes, encandilados por la falsa riqueza que maneja algún endemoniado titiritero, e invariablemente, terminamos sin entender por qué seguimos donde estamos, soñando con el imperio que en este mundo ha sido vedado y que seguimos esperando.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 15.12.2019

“Si tu reino no es de este mundo/ cobran sentido el cubismo de Picasso/ la colusión de precios/ las dictaduras y sus torturas/ y el alza de precios en el plan de las isapres/.”
Víctor Ilich en Venga tu reino

Venga tu reino es el fruto de un reflexivo sarcasmo, de una ironía pensada y un humor agrio, que nos deja con una especie de sinsabor en la boca, que nos enturbia la mente, que a ratos remece algún callado latido del corazón.

Un texto corto, cortísimo, dividido en páginas señeras que ubican a los “escribidores” del Evangelio en cada caso: «Mala fe», «Punto de Fuga», «Iter criminis, (Lucas)»; «Naturaleza muerta», «Hojas de té», «Bajo Mallete, (Juan)»; «Un problema menos», «Manifiesto de un cronopio, (Mateo)», como el sustrato sobre el que se erige el problema del ser y del no ser, de la conciencia de la fe y de la desesperanza, de un mundo cargado de engaños, de sufrimientos, de manipulaciones y de perdidas absolutas de la identidad personal y social, mientras se llama o exige a la vez que se protesta.

Entonces, ¿qué queda? El “Innombrado” está presente a cada instante.  Se le interpela, se le acusa, se le invoca y como es de suponer, no se le entiende. Qué peor conclusión que quedarse a la expectativa de una verdad que al poeta dolido se le escapa a cada verso. Pregona por un atajo. Ha de ser veleidosamente cierto que la llegada más pronta al Reino de los Cielos es por una suerte de “agenda corta”, de otro modo, para qué tanto e inútil padecimiento. En tanto, hará el amor frente al altar del televisor, clamará a orillas del IPhone, la cruz de hoy, el peso invisible del entuerto humano en que nos han (hemos) metido sin eventual salida de salvación. ¿O la hay?

La verdad yace dormida en los índices de gestión, en algún ajado ejemplar del Playboy olvidado sobre un velador, y pregunta casi haciendo gárgaras de complicidad desde su aspecto miserable: “¿Quién me librará de la tontera? Yo también sufro del síndrome de Pilato.” («Hojas de té», pág. 42) Y luego para qué recurrir al “maná” si están los hipermercados, los fuegos de artificio, la soledad compartida en los centros comerciales donde nadie se reconoce en los demás; o bien, todos somos parte de un nauseabundo estigma colectivo, carente de luz, de principios, de verdades, mirando los atajos de reojo, porque debiera haber una salida y un reencuentro, cualquiera, en medio del caos entretejido en nuestra propia telaraña.

Y más tarde, casi como un condenado a muerte preguntándose en la antesala del Plan incomprendido e incompleto: Y si tu plan es perfecto letra por letra. Muchos se preguntan: “¿Por qué no nos matas?” («Bajo mallete», pág. 46) Y he ahí el sentido de una profunda e invisible paradoja: ¿quién es el que en realidad nos gobierna? ¿Quién se ha apoderado del trono y engendra seres repetidos como si fuéramos el reflejo del peor de los desastres a escala humana?

Y de nuevo: “No menosprecio lo pequeño. Ni lo absurdo, ni lo cotidiano. Porque son tiempos violentos.” …  “¡El que tenga oídos para oír repita este verso en el muro de Facebook!” … «En Twitter o YouTube de ser necesario en el estricto caso de un ultimátum”. “Venga tu reino, sin atajos, porque no hay atajos para la verdad.” («Manifiesto de un Cronopio», pág. 55 y 56).

Otro de esos libros conque Víctor Ilich nos saca del tedio pequeño burgués, nos remueve, nos arremolina con su estilo lacerante, nos deja sumidos en la contemplación de lo que no somos, en la abertura siniestra del túnel que transitamos…espiándonos, desconfiados, temerosos, inconsistentes, encandilados por la falsa riqueza que maneja algún endemoniado titiritero…e invariablemente, terminamos sin entender por qué seguimos donde estamos, soñando con el reino que en este mundo ha sido vedado y que seguimos esperando…

El Reino que el poeta Ilich espera y sueña, sin desvíos…a pesar de todo.

 

También puedes leer:

Poemario Hojas de té, de Víctor Ilich: El eco de lo invisible.

 

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los 80 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Venga tu reino», de Víctor Ilich (Mago Editores, 2019)

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Víctor Ilich.