[5 años de CyL] «Cine y Literatura»: Letra o muerte, ¡venceremos!

El espíritu de esta publicación es, sobre todo, el amor estético, sea por la palabra, el color, el diseño, la imagen animada, la representación escénica, la piedra esculpida o la más excelsa de las artes: la música. Esta es la motivación esencial y de ella surgen los marcos de amplitud de criterio para dar cabida a quienes deseen expresar sus puntos de vista creativos.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 16.8.2022

Cada generación de escritores procura fundar una plataforma de divulgación masiva. Ha sido la mejor forma de expresión de sus creaciones, a través del tiempo. Hay una larga lista de ellas en nuestra humilde república de las letras chilenas. La mayor dificultad para ponerlas en marcha fue, y sigue siendo, de índole financiera.

Editar y publicar una revista en papel constituyó una tarea quijotesca, sino utópica. Concertar voluntades díscolas; articular un proyecto que durase, a lo menos, doce números anuales; obtener financiamiento, ya fuese a través de fantasmales mecenas o de avisadores publicitarios dispuestos a desembolsar en cultura lo que carecerá de réditos económicos.

Recordemos aquí las más conocidas publicaciones del género, excusando las que omitimos, nunca por mala voluntad: Araucaria de Chile (1978 – 1989), Huelén (1980 – 1984), Árbol de Letras (1967 – 1968), Atenea (1924 – 2012), Babel (1921 – 1951), Mandrágora (1938 – 1941), Claridad (1920 – 1932), El Crepúsculo (1843 – 1844), El Mosaico (1860) y El Museo de Ambas Américas (1842).

En 1982 fui invitado a colaborar en una de las mejores revistas literarias editadas en Chile. Me refiero a Huelén. Cuyo creador es nuestro amigo, narrador, ensayista e investigador, Hernán Ortega Parada, hoy residente en Olmué.

Compartí mi entonces bisoña experiencia con Martín Cerda, Jorge Calvo, Paz Molina, Ramón Caamaño. Tiempos difíciles, en medio de esa «larga noche de piedra» de la dictadura. Éramos parias y debíamos movernos con el sigilo de los guerrilleros, aunque nuestras armas se remitían a las palabras y nuestra consigna era: «Letra o muerte, ¡Venceremos!».

Hernán Ortega sintetiza muy bien aquellos afanes:

La revista se gestó en el corazón del taller literario homónimo, fundado en 1979, bajo la protección del Instituto Goethe. Martín Cerda fue contratado como monitor, hecho que duró cinco años. En las sesiones con el maestro no se hablaba de poesía. Quizás no quería escuchar o leer textos poéticos de personas que estaban lejos de la maestría.

Debido a eso se creó un grupo de poetas que, bajo el mismo alero de Huelén, entró a reunirse los sábados a las 17 horas en Avenida España 795, a veces hasta cerca del toque de queda.

Este núcleo fue intensamente infiltrado por los servicios secretos del gobierno a través de falsos amigos. Sin embargo, fue una experiencia literaria buena porque concurrían poetas de otras ciudades y que, después, ayudaron a difundir la revista cuando, de verdad, deseábamos transgredir los límites de la capital.

Afrontábamos una situación irrevocablemente inerte pero mis lecturas provocaban cambios secretos en el pensar y en el actuar. Un alerta precoz: la lengua es un hecho social y, como dijo Pisani, es algo que no existe cuando todos los hablantes de ella están dormidos y no sueñan.

Eso escribía Federico Schopf en Anales de 1967, testimonio que yo tenía madurando en mi espíritu.

 

Las recomendaciones de Martín Cerda

Ha corrido mucha tinta desde entonces, y los medios de expresión se han ido digitalizando en el mundo cibernético, desplazando el papel, dando un respiro a los árboles, como escribiera un poeta. El mundo virtual nos ofrece hoy ilimitadas opciones para publicar en las plataformas digitales.

Cada individuo puede crear su propio nicho para dar a conocer sus escritos y opiniones. Pero, se trata de que no sean espacios encriptados, como en un mausoleo del silencio. Para ello han surgido las revistas diseñadas para la web y sus laberintos.

Cine y Literatura, fundado en la ciudad de Talca, capital del Maule, el 15 de agosto de 2017, cumple cinco años, un lustro de prolífica existencia. Hablamos de revista, aun que es, en propiedad: «el primer diario digital de crítica cultural en Sudamérica».

Hace tres años que me sumé a sus páginas, invitado por mi amigo Enrique Morales Lastra, periodista y escritor, gestor diligente de la publicación. Mi ámbito —ya se sabe— es la literatura, y aunque no soy crítico académico, mi compulsión lectora de siete décadas es mi mejor doctorado.

Digo esto, porque el espíritu de esta publicación es, sobre todo, el amor estético, sea por la palabra, el color, el diseño, la imagen animada, la representación escénica, la piedra esculpida o la más excelsa de las artes: la música.

Esta es la motivación esencial y de ella surgen los marcos de amplitud de criterio para dar cabida a quienes deseen expresar sus puntos de vista creativos.

Una ventana ágil y actualizada del acontecer artístico, chileno y universal. Espacio para la reflexión, el contrapunto y la polémica, entendida ésta como opción dialéctica y enriquecedora de los más diversos puntos de vista, sin otros límites que el respeto y la intención de hacer realidad «el júbilo de comprender».

Entre las revistas chilenas (Filebo me lo recuerda aquí, con un guiño desde la eternidad) está nuestra publicación institucional de la Sociedad de Escritores de Chile, Simpson 7, de tirada anual, como una especie de antología de trabajos literarios de diversos autores y socios.

Publicación que ha padecido los altibajos de la escasez de recursos, en especial durante los larguísimos años en que la dictadura nos privó del subsidio estatal a la Casa del Escritor, concedido bajo el gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez (1961). Ahora renace, con nuevos números y diagramación renovada.

Para celebrar estos cinco años de Cine y Literatura, estimo adecuado reproducir parte de un texto de Martín Cerda, nuestro primer ensayista, cuya lucidez parece refrendar la voluntad propositiva de este, nuestro diario y revista, al que auguramos, a lo menos, un siglo de vida en el éter inconmensurable de las palabras:

Siempre he sospechado que la literatura no es un ente autónomo, sino que, al contrario, es un sistema secundario e indirecto de violencias, compulsiones e incitaciones que, de un modo u otro, se sostiene en la Historia. Esta sumaria sospecha explica, posiblemente, por qué en nuestros días toda literatura se ha vuelto, en último término, ‘sospechosa’, porque al establecer, mediante la escritura, una forma peculiar de solidaridad histórica, el escritor se enfrenta siempre, quiéralo o no, con ese fenómeno que Roland Barthes denomina la ‘ruse de la littérature’.

Este planteamiento, para muchos tal vez enigmático, me ha acompañado durante los años que llevo escribiendo, puesto que escribir es —por lo menos, desde hace 60 o 70 años— un acto fundamentalmente dubitativo.

Este acto se da siempre, como puede comprobárselo en el caso célebre de Paul Valéry o en los casos extremos de las llamadas ‘aliteraturas’, dentro de la zona de variaciones que el escritor introduce en su mensaje primario.

Escribir es, de este modo, modificar el sistema primero, directo e inmediato de la experiencia del mundo. Este sistema es siempre un sistema rudimentario: está constituido, en lo esencial, por una serie de formas, desde las más sencillas hasta las más complejas, del deseo o del temor.

Solo en la medida que el escritor modifica el mensaje primario de sus deseos o de sus temores es posible hablar de literatura. En este sentido cabe entender la afirmación de Gide de que ‘con los mejores deseos se hace la peor literatura’.

Lo trágico, en nuestro país, de todo planteamiento literario está representado por el hecho que, habitualmente, este es mantenido voluntariamente dentro de las demarcaciones de lo primario. Rara vez se logra trascender estas demarcaciones.

Normalmente la crítica —o esas fórmulas de reemplazo que he denominado la ‘acrítica’— se ejerce desde esta problemática zona, donde temores, deseos e insatisfacciones juegan un papel muchísimo más efectivo de lo que pudiera pensarse.

Procuremos incorporar, a nuestro quehacer en la palabra, las reflexiones del querido y recordado maestro.

¡Feliz y prolífico aniversario, Cine y Literatura!

 

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Martín Cerda.