[Entrevista] Andrea Maturana: «La política es mucho más cobarde que el arte»

Una autora fundamental de la escena literaria local contemporánea, lanza de manera independiente su libro «El Querisque. Cuentos reunidos» (2022), un volumen en el cual condensa la totalidad de las ficciones concebidas en el género artístico que le facilitaron un lugar destacado entre las voces femeninas de la denominada (y siempre controvertida) Nueva Narrativa Chilena.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 16.8.2022

Los relatos eróticos de Andrea Maturana Reichenstein (1969) fueron leídos en la década de 1990 con el placer y la fruición de lo gratificantemente culpable, de hecho ese prendamiento estético todavía podía sentirse a comienzos de los 2000, cuando descubrimos al emblemático (Des)encuentros (des)esperados (1993), con cierta frescura transgresora y también agradablemente buscada, en una librería del centro de Santiago.

Mientras, una micro amarilla rugía por la calle Mac Iver, y elevaba el humo catalizado de su tubo de escape hasta las alturas insospechadas de mi febril imaginación.

Veinte años después, el nombre de la autora parece situarse en otro país, en el imaginario de un Chile sancionado por un sentimiento que ronda con la mitificación de una ensoñación en relación a su pasado más inmediato, el pretérito de esos 90 de nuestra niñez y adolescencia, marcados por el boom cultural y financiero de la Concertación y por los goles sabatinos de Iván Zamorano con la gloriosa casaquilla blanca del Real Madrid.

Bióloga de formación —Andrea es sobrina del Premio Nacional de Ciencias 1994, el desaparecido Humberto Maturana—, la escritora considera el hecho de ficcionar al modo de un «acto creativo mágico», y cultivó su verdadera vocación existencial en los talleres de Antonio Skármeta y de Pía Barros, a quien considera fundamental en la maduración y en el nacimiento de su estilo narrativo.

Instalada en Limache junto a su familia (su esposo y sus dos hijas), Maturana ha publicado los relatos de  (Des)encuentros (des)esperados (1993), No decir (2006) y la novela El daño (1997).

Asimismo, ha lanzado los volúmenes de literatura infantil Siri y Mateo (2006), El gran Hugo (2012) y La vida sin Santi (2014), entre otros. Y fue desde la fresca localidad ubicada en la Quinta Región, donde surgió el proyecto de estos Cuentos reunidos con una editorial independiente de la zona, bautizada como Una Casa de Cartón.

Prologados por la también narradora y dramaturga Nona Fernández, El Querisque. Cuentos reunidos, son reasumidos hoy en su estética y novedad originales, en la forma de una seña efectuada hacia el futuro, acerca de una época que como ese arte anunciaba, daría paso al advenimiento de una transformación nacional, que el verbo de la autora del prefacio, cree observar en el reciente y todavía inconcluso proceso constituyente.

El volumen recién puesto en circulación incluye el relato inédito «El Querisque», los trece cuentos de (Des)encuentros (des)esperados, y las doce historias breves de No decir.

 

«Los jóvenes tenemos derecho a ser cándidos, a creer en algo»

—Publicaste tus primeros libros en la década de los 90, tomando en cuenta ese contexto temporal, ¿te sientes parte de ese fenómeno entre comercial, estético y literario que fue y se denominó mediáticamente como la Nueva Narrativa Chilena?

—Siempre sentí que por época de publicación me correspondía ser parte de esa «corriente» de la literatura chilena, pero por generación pertenezco a otro lugar: más a la mirada de mis contemporáneas de vida como Alejandra Costamagna o Nona Fernández o Larissa Contreras.

Empezar a publicar tan joven me dejó un poco descalzada, un poco en tierra de nadie, la más joven de un movimiento que se venía gestando antes pero con una mirada más cercana a quienes empezarían a publicar después.

 

—Fuiste una joven veinteañera de esos llamados años de la transición posterior al régimen militar de Augusto Pinochet (naciste en 1969). ¿Crees que pese a todo, y mirado desde la lejanía, ese período contiene una nostalgia que ha sido castigada y sancionada por su implacable futuro? A ver, que no se me malentienda, pero tampoco fueron días tan malos, y si comparamos cifras y cantidad de títulos publicados, en esa época se imprimían más libros de autores chilenos que hoy en día.

—Sé poco de cómo era en términos comerciales esa época; yo estaba estudiando en la universidad y mis preocupaciones eran las de cualquier universitaria cuando publiqué el primer libro.

Nunca tuve la mirada puesta en el «escenario» literario. Esto quizás es sancionable o cuestionable, pero para mí el proceso creativo es algo muy personal y visceral, muy poco público y dialoga muy poco con las expectativas del mercado. Yo nunca pensé publicar tan joven. Me daba mucho miedo. Sentía que mi vida podía cambiar para siempre, no sabía en qué dirección y eso me asustaba.

Vivía en esos años con una amiga entrañable que hacía campaña para convencerme de que nada pasaría. Publiqué y pasó de todo. Me resulta lejana la pregunta sobre la nostalgia de un período… sí recuerdo haber sentido un tremendo alivio y una tremenda esperanza después del triunfo del NO, esto ya más allá de escribir o no, y que esa esperanza se haya ido tiñendo de amargura y desazón.

Creo que fuimos cándidos, pero los jóvenes tenemos derecho a eso, a ser cándidos, a creer en algo. Necesitamos, como jóvenes, de poder creer en algo. Pero eso es una conversación más social y menos literaria. No se cruzan mucho, dentro de mí, estas dos cosas.

 

«El arte ha sido una voz que abre paso a la mirada»

—Nona Fernández, por ejemplo, se refiere en el prólogo de estos Cuentos reunidos a la represión neoliberal de los cuerpos existente, para ella, en el período, sin embargo, tus relatos, en 1993, fueron saludados al modo de un reflejo de la libertad y del desenfado creativo propio de las nuevas generaciones, mientras como música de fondo se escuchaba a León Gieco y sus Los salieris de Charly. ¿Concuerdas con el juicio de Fernández? Treinta años después, ¿cuál es tu apreciación artística y por ende política, acerca de esos fustigados dos lustros con lo que se cerró el siglo XX, entre nosotros, los chilenos?

—Estoy de acuerdo con que mi mirada en esa época, esos cuentos, abrieron una ventanita por la que pocos se permitían mirar; menos las mujeres. Hoy eso no es tema, y eso me produce un inmenso alivio. Es decir; sigue existiendo sectorizado, lamentablemente, pero muchas de las cosas que en esa época se nombraban poco hoy son temas abiertos y desde ese lente mi libro de cuentos es casi naif.

Creo que somos un país conservador al que le ha costado aceptar temas sociales que intentamos tapar con normas o leyes, y que el arte ha sido (o fue, o debería ser, u ojalá siga siendo), una voz que abre paso a la mirada, a entrar en cosas que a veces dan hasta miedo.

Y para mí ese es el rol del arte, ir adelante de la política. La política es mucho más lenta que el arte, mucho más concesiva, mucho más cobarde. Y creo que en ese período también lo fue, recuperó las voces calladas, recuperó o ha intentado recuperar la historia, no soltar la mirada a la sombra del país, incluida la sombra política, que no es poca.

 

«Mi libro ‘Secreto’ es el mismo ‘No decir’ pero en versión infantil»

—¿Por qué y asimismo, cómo, una promisoria narradora dramática, de literatura para adultos, autora de celebradas historias eróticas, finalmente desarrolla una importante bibliografía en el llamado género de la ficción infantil o de niños? ¿Qué hilo invisible une a esas dos artistas de nombre Andrea Maturana? ¿O se trata de una sola creadora que responde a un mapa inventivo que habita a la vez zonas y regiones distintas?

—Esta pregunta, así como está formulada, me lleva a una mirada que me resulta un poco distante y ajena: la del análisis mental de algo que para mí es mucho más intuitivo y visceral.

Yo no estudié literatura justamente para no entrar a hacer este ejercicio con algo que ha estado allí presente en mi vida desde que tengo memoria, y que es un acto creativo mágico, que no mando, sobre el que no tomo decisiones muy conscientes y que a veces ha sido hasta compulsivo. Una especie de posesión a manos de una fuerza que me maneja a mí mucho más de la que yo la manejo a ella.

Lo primero es que nunca me sentí escritora de historias eróticas, aunque a estas alturas de la vida creo que es un sello que no puedo sacarme y me entrego a la lectura que hace el mundo de aquello que yo creé.

Son cuentos hijos de mi momento de vida, de la búsqueda de un otro, del no encontrar, o encontrar y perder, de una joven inquieta a la que le costaba estar sola. La vida me ha ido trayendo después otras cosas, como la familia, la maternidad, la tranquilidad, la conversación con otras miradas, como la de los niños.

Sin embargo, si tú lees mis cuentos infantiles, los temas son similares: a veces son dolores, a veces son ausencias. Yo bromeo diciendo que mi libro Secreto es el mismo No decir pero en versión infantil.

En suma, sigo siendo yo, sigue inquietándome lo que me inquieta, sigo invitando a mirar por ventanas parecidas que tienen que ver con las relaciones, con la validación de la experiencia, con lo que se dice o no se dice, se muestra o no se muestra.

 

—Centrémonos, ahora, en el cuento «El Querisque», concebido con el mismo estilo cuidado, la pulcritud de tus palabras y párrafos al modo de un rasgo distintivo de tu obra en general. Ahí, la violencia de género (enunciada por un loco, claro está), que termina por convertirse en la búsqueda compartida de una comunión afectiva, en ese lugar tan emblemático y castigado de Santiago como lo es el Parque Forestal. ¿A qué responde ese giro argumental? ¿Qué perseguías expresar con esa historia que pese a que no lo es, se percibe de un pasado actual y vibrante? ¿La ternura es el órgano interno de lo grosero y de lo impúdico, finalmente?

—Quería mirar hacia el corazón de los personajes más allá de sus realidades. Quería mirar cómo muchas veces puede que detrás de la locura haya una herida, como todos podemos ser locos o cuerdos en momentos de la vida. Para mí el Querisque no es un símbolo de la violencia de género ni del patriarcado ni del machismo: es un loco.

Distinto es que eso pueda ser violento para quien lo «sufre», pero él es un loco, y está dañado, sin hogar y solo, igual como lo está la protagonista cuando se encuentra con él en una banca de la plaza: dañada, sin hogar y sola, después de pensar en asesinar a alguien del puro dolor que ha sentido. (Con esto no quiero decir que no exista la perversión, o los personajes estratégicos en dañar a otros, o la psicopatía, ojo, no se vaya a malentender. No es el caso del Querisque).

 

«Una forma de dialogar con el país que hemos sido»

—¿Cómo te gustaría que fueran leídos y comprendidos hoy, en el Chile de 2022, tan evanescente y cambiante, los relatos de (Des)encuentros (des)esperados y los de No decir?

—Como retratos de una época para mirar dentro de lo que esa época decía y no decía.

Como la mirada de una persona particular, una mujer joven que se hacía preguntas sobre la pareja, sobre la sexualidad, sobre la sociedad, sobre la familia, sobre los secretos.

Como una forma de dialogar con el país que hemos sido.

Como un gesto, igual a tantos otros, de decir algo, que quizás toca algún corazón.

Eso es suficiente.

 

La ciudad magnífica

—¿De qué modo se observan el Parque Forestal y la ciudad de Santiago desde Limache? A un artista visual como Pablo Burchard, sin ir más lejos, esos árboles se reflejan una y otra vez en su retina, pese a que intentaba dibujar otras plazas y otras bancas. ¿Cuál es tu caso (me refiero a esa dimensión psicológica tan importante de tu obra) con respecto a ese daño estético que siempre nos provocan nuestras obsesiones y zonas de perdición cotidianas?

—Observo poco hoy en día el Parque Forestal y Santiago. Son acervo de mis recuerdos más que de mi vida cotidiana. Tal vez la vida rural y su tranquilidad atentan un poco contra la pulsión por crear desde el desahogo, hay menos cosas que desahogar, menos grito, menos incomodidad. Tal vez la adultez ha sido más quieta que la juventud, o siempre lo es, o casi siempre.

Yo empecé a meditar hace 25 años; luego me metí en el camino de autoconocimiento que propone Claudio Naranjo, he sido su discípula y hoy continúo llevando al mundo su mirada y su trabajo. Ya no estoy sentada en un banco del parque Forestal, ya no vivo en Santiago. Lo soporto poco, de hecho.

Recién estuve allá, este fin de semana, luego de la lluvia, al pie de la montaña, con la nieve casi hasta mis pies y mirando Santiago limpio hasta donde se perdía la vista. Estaba sola en el auto y dije en voz alta: ‘esta ciudad es magnífica’.

Sentí un revoloteo interno, como un anhelo de algo que ya no es, pero me duró un segundo.

 

Mujeres precursoras

—¿En la década de 1990, cuando escribías los cuentos de (Des)encuentros (des)esperados, te considerabas una autora feminista?

—No, me consideraba una autora mujer, pero eso también fue gracias a un trabajo tremendo de otras mujeres que abrieron camino antes que yo: Pía Barros, Lillan Elphick, Ana María del Río , Sonia González y otras más.

 

—¿Qué opinas de la literatura chilena actual? Me refiero a la producida por los escritores o escritoras, nacidos desde 1980 en adelante.

—Confieso que he leído poco, difícilmente puedo opinar. He leído cosas individuales que me han gustado, pero no tengo la amplitud de miras para opinar sobre «la literatura chilena actual».

Me queda muy grande.

 

—¿Trabajas en algún texto literario de tu autoría, en el presente? Si es así, ¿nos puedes describir y contar de aquella obra, si es que existe?

—No, en este momento no.

 

 

***

«El Querisque. Cuentos reunidos», de Andrea Maturana (Una Casa de Cartón, 2022)

 

 

 

Andrea Maturana

 

 

Crédito de las imágenes utilizadas: Esteban Cabezas.