[Entrevista] Armando Uribe Arce: «Estamos a la vuelta de un estallido social y de una feroz represión por quienes detentan el poder del Estado»

Crítico y extremadamente erudito, el Premio Nacional de Literatura 2004 fue todo un referente para examinar al Chile de siempre. Enclaustrado desde 1998 en su departamento frente al Parque Forestal hasta el día de su muerte (hoy), el otrora embajador de la Unidad Popular en China no dejó tema sin repasar, en esta conversación que —realizada en agosto de 2011—, se mantenía inédita y vigente en sus conceptos: sus reflexiones acerca de la historia del país, el significado de las masivas protestas actuales, la figura del Presidente Sebastián Piñera, la obra de su examigo Jorge Edwards, las ideas del sociólogo Eugenio Tironi, y el rol de la clase dirigente en esta encrucijada trascendental.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 23.1.2020

Hablar con Armando Uribe (1933 – 2020) es conversar con un hombre de otro tiempo. De días cuando en Chile abundaban las figuras que cruzaban las distintas áreas de las humanidades con igual conocimiento en la literatura, la historia, la sociología y las artes visuales.

De otra época, también, resulta caminar por el Parque Forestal un lunes de agosto mientras llueve —unos versos de Borges dicen que la lluvia siempre sucede en el pasado— y cruzar los mojados adoquines de la calle Ismael Valdés Vergara para golpear la puerta del departamento en donde reside la eminencia.

Circunspecto pero amable, es el mismo poeta, ensayista, abogado, profesor de derecho minero y diplomático, quien franquea la entrada a su hogar. La estampa se recorta pulcra y elegante, de chaqueta y corbata negras, aunque sea sólo para transitar entre esas cuatro paredes, pues de salir, ni hablar, ya que ni a Misa concurre los domingos —previo permiso eclesiástico— este católico observante.

Desde 1998 que Armando Uribe no sale —salvo en contadas ocasiones—, de su departamento. Fecha que coincide con el suicidio de su hijo Francisco (de un pistoletazo en el corazón) en esas mismas habitaciones. La muerte, también, se llevaría en este lugar a su esposa, la artista visual Cecilia Echeverría Eguiguren (a causa de la tristeza generada por la dolorosa pérdida de ese descendiente), tres años después (2001).

Entonces, Uribe se encerró para reflexionar sobre su vida y prepararse para la muerte, a la manera de un señor antiguo que enfrenta: «sus culpas, aciertos y temores a fin de rendir cuentas a Dios».

Porque así es el exprofesor titular de La Sorbonne, dispuesto a entregar opiniones sobre cada uno de los acontecimientos que vivió y de las personas a las cuales conoció. Y eso que trató con cercanía —y se enemistó— con varios de los seres más influyentes en Chile durante el último medio siglo.

Hombre de viajes voluntarios y forzados, Uribe ha vivido en Italia, Estados Unidos, China y Francia, tanto por sus labores en el Ministerio de Relaciones Exteriores como para vivir el exilio entre 1973 y 1990.

Hace dos años (2009, en esa época) que dejó de fumar los cigarrillos que eran un sello característico de su persona, por un enfisema pulmonar que padece. Situación que le hace expresarse con el aire entrecortado, pero siempre elocuente, y en un rasgo muy suyo e inalterable: apasionado al manifestar sus juicios.

 

Chile: Un país de extravagantes e historia cruenta

—En relación a las violentas protestas de estos meses (las ocurridas en 2011), algunos líderes de opinión han planteado que el país está condenado a vivir una crisis en su sistema político cada 40 años. ¿Qué piensa al respecto?

—Es un infantilismo que se ha apoderado de algunos cerebros en Chile, esa idea de que cada 40 años debe haber un golpe de Estado o una intervención de los militares en la política. Son calculitos hechos por algún periodista o de alguna persona que le metió eso en la cabeza al periodista. Pero es falso.

Son facilismos didácticos del periodismo superficial. Eso no es así, y es un absurdo que ha penetrado en un cierto número de chilenos —los que figuran y circulan— de que tiene que haber un cambio político gravísimo transcurridos esa cantidad de años. Es una posición falsa respecto de la historia de Chile, y con una intención maliciosa y de justificar los golpes de Estado en el país.

 

—Usted ha expresado que Chile es un país raro, compuesto de gente extravagante. ¿A qué se refiere con eso?

—Dije que el país es raro y extravagante comparado con cualquier país de este continente y tal vez del mundo porque Chile es una extravagancia geográfica e histórica. Primero, Chile es el último lugar a donde podían llegar los seres humanos. Las poblaciones aborígenes llegaron de Asia por el Estrecho de Bering y estos pueblos no conocían la rueda. Y al último lugar donde podían llegar es lo que más tarde se conocería como Chile. El último, pero absolutamente el último lugar. Los que llegaban a Chile no tenían más lugar a donde ir.

Llegar a Chile era llegar al lugar más alejado y más difícil del total de América. Esta franja limitada por el Pacífico y los andes es dificultoso, estrecha, con cordilleras paralelas y cerros transversales.

La idea de que existen lugares últimos existe porque en todo territorio alcanzado por el ser humano hay zonas, y partes de vida extrema. La denominación de finis terrae en Europa la reciben muchos lugares, el Estrecho de la Mancha en Francia, por ejemplo. Hay siempre lugares últimos, está implícita en la organización cerebral de los seres humanos.

Pero en el caso de los chilenos, este país es realmente el último lugar. Por eso, en Chile, la gente que vino a quedarse es sicológicamente muy especial, pues viene a asentarse al lugar del cual no se puede ir más allá, ni físicamente ni en lo sueños, ni de ninguna otra forma. Aunque, claro, en eso hay escalas.

 

—Una rareza generada por la geografía.

En parte sí, fíjese que Joaquín Edwards Bello en una de sus crónicas, menciona que de la Cordillera de los Andes emanan fluidos minerales que provocarían cambios importantes en las psiquis de las personas. Y si uno revisa los informes de la Organización Mundial de la Salud, en Chile existe uno de los mayores índices de depresiones y de enfermedades de tipo mental.

Y si usted le pregunta a extranjeros de valía, le van a decir eso, que los chilenos somos muy raros, que tenemos fama de ser extraños.

 

—¿Cuál es el adjetivo que define la historia de Chile?

—La crueldad. La historia de Chile es una historia muy cruel y cruenta cuando existe la lucha entre distintos bandos. Y ese es un fenómeno propio de la conquista ibérica, que como en ningún otro lugar de la América hispana duró alrededor de un siglo, con interrupciones que llegan hasta el mismo siglo XIX.

Eso también creó, en las familias antiguas y descendientes de conquistadores, una forma especial de ver la vida: una cultura aristocratizante donde todo podía derrumbarse de un momento a otro, y de una forma brutal y dolorosa.

 

Sólo a través de la literatura se entiende a Chile

¿Y quiénes han podido apreciar de una forma satisfactoria estas cualidades inconscientes y colectivas?

En general, los sociólogos han sido incapaces de escribir algo de valor para definir los caracteres de la sociedad chilena. Las obras de un Manuel Antonio Garretón, de un (José Joaquín) Brunner, por citar, ni siquiera se comparan con los libros de Joaquín Edwards Bello y de Carlos Vicuña Fuentes y a sus agudas observaciones para hablar de estas cosas.

Estos dos sociólogos silvestres —que no estudiaron en Europa ni tuvieron profesores extranjeros— son los únicos que, a través de dos libros fundamentales como Valparaíso y La tiranía en Chile, en el caso de don Carlos Vicuña, han podido definir algo que podríamos llamar como el ethos de los chilenos. En verdad, sólo a través de la literatura se puede entender a Chile, y aparte de los mencionados destaco las novelas de Luis Orrego Luco, de José Donoso y de Arturo Fontaine Talavera.

Los sociólogos chilenos son muy malos.

 

—¿Y Eugenio Tironi?

Ese es un sinvergüenza… En fin, digo sinvergüenza pero no le conozco ninguna estafa… Pero me molesta tanto lo que escribe, literariamente hablando, claro. Además, es un tonto, dice mucha tontera, un tonto que pasó por la universidad. Ocupa fórmulas simplistas y vulgares para interpretar la sociedad chilena, que él cree que valen algo pero que no valen nada. Pero en fin, esas son molestias literarias mías, nada personal.

Ni siquiera vale la pena hablar de él, que es insignificante, más allá de que el señor Tironi tiene mucho más poder e influencia del que pudiera tener yo. Sin embargo no es poder lo único que busca cuando habla de la esencia de nuestra sociedad, sino que verdades.

 

—¿Y cuál es esa verdad aparte de la extravagancia?

—Que hay que hacer mucho para que Chile exista, lo que significa que hay una especie de duda de si existe, pese a que los conquistadores llegaron para quedarse y formar una nación, pese a que se formara un Estado. Siempre está este sentimiento de inseguridad que va acompañado con otras inseguridades: la economía, el gran problema de las protestas actuales, porque el trabajo es más duro que en otras partes de América.

Por eso es que dijo Joaquín Edwards Bello que si en Chile pasan las mismas cosas en otras partes del mundo, en Chile ocurren con un 20 por ciento de exageración, lo que yo creo que es exacto. Hay que hacer siempre un esfuerzo, que ojalá sea un esfuerzo consciente.

Por eso es tan grave que ahora, en las últimas cuatro décadas, haya disminuido tanto la conciencia colectiva chilena, a pesar de que se mantiene el inconsciente colectivo chileno con sus rasgos tanto positivos como negativos. Yo diría que el patriotismo en Chile consiste en saber que se debe hacer un esfuerzo extra para que siga existiendo el país y su Estado.

Ahora, parece que nadie está dispuesto a hacer ese esfuerzo.

 

—¿Hubo una aristocracia que influyera en un sentido cultural?, ¿o los que han influido han sido más bien personajes excéntricos?

En Chile, puede ser que haya habido una nobleza de la Conquista, pero aristocracia creo que no. La palabra aristocracia sólo empezó a ser usada —se nota en novelas— a fines del siglo XIX. En el curso de los siglos anteriores no era usada esa palabra.

Ahora bien, en Chile no puede haber excéntricos. En Inglaterra hay excéntricos, porque son distintos respecto de un centro, pero en Chile podemos ser extravagantes, que es respecto a ningún centro.

 

—¿Y a quién calificaría de extravagante?

—Yo creo que soy muy extravagante. Entre otras cosas, los extravagantes somos distintos unos de otros, si no, no somos extravagantes. Vicente Huidobro lo era, Joaquín Edwards también. En fin, la lista es interminable.

 

—¿Qué obras admira de la literatura chilena aparte de los autores que ya mencionó?

—A González Vera. Cuando era muchacho es válido como crónica social. La poesía…, yo creo que es heredera del lenguaje de las crónicas de la Conquista hasta los libros que hemos mencionado. Como en mucha de la buena poesía de Carlos Pezoa Véliz y Diego Dublé Urrutia, que son de las primeras décadas del siglo XX.

Pero todo ese espíritu y ese sentido, y esa conciencia que hay… y aquí viene un problema muy de fondo. Habría habido en el curso de la República una suerte de homogeneidad psicológica, eso no quiere decir que se trate de una raza homogénea y mucho menos tampoco de una homogeneidad política. Pero sí desde el punto de vista cívico, de la conciencia, más aún, del inconsciente colectivo. Creo que ahí sí que hay unas formas comunes, cualquiera que sea el estrato social que se mire, con tal de que no sea el sujeto un recién llegado, es decir, de los que son extranjeros aún.

 

—En cuanto a eso, ¿el punto no sería que las élites del siglo XIX y de la primera mitad del XX eran cultas, y que de alguna manera transmitieron esa cultura a las capas populares?

Eso es efectivo, en el Chile de hace 50 o 100 años, en lo que ahora llamarían el empresariado agrícola, los dueños de fundo eran en la práctica mucho más humanos y generosos que el empresariado actual. Yo creo que ahí había un modo de vivir que fue mal entendido, incluso cuando se realizó la Reforma Agraria.

 

—¿Cómo es eso?

Puedo hablar por experiencia propia. Yo conocí a un ministro de Agricultura que hacía la Reforma Agraria, para nombrarlo se llamaba Jacques Chonchol. Debía ser el año 1971, y le pregunté si había tomado en cuenta él, previa lectura, lo que dice Mario Góngora en dos libros: Evolución de la propiedad rural en el Valle de Puangue  y en Origen de los inquilinos de Chile Central. Me dijo que no tenía tiempo para leer esos textos. Eso demuestra dejación y flojera. Le dije lo que escribió Foucault: que la pasión más intensa de los seres humanos es la pereza.

Como quiera que sea, yo creo que en Chile ha habido una generación que hasta ahora no ha tenido la menor capacidad de cultivarse, o disposición de cultivarse de la que había en décadas anteriores. Realmente hay allí una falla de fondo.

 

—¿Y cuál es esa falla?

—Ahora no hay comunicación, no sólo dentro de una misma generación, sino que mucho menos entre generaciones. La manera cómo se mantienen las tradiciones, desde las históricas hasta las familiares, hasta las sociales es a través de la sabiduría o de la experiencia oral y así se van transmitiendo de una generación a otra.

 

—¿Qué piensa de los escritores de su generación como Jorge Edwards?

Éramos íntimos amigos hasta que me aburrió su frivolidad y su superficialidad. Lo conocí cuando estudiábamos en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, teníamos bastantes amigos en común. Y como escritor lo encuentro bastante menor, inflado por las editoriales y la crítica obsecuente.

Le voy a contar algo, que a su vez me relató alguien que fue su secretaria. Y es que su éxito literario se lo debe a que en España le enviaba cartas pidiéndole favores a medio mundo, desde agentes literarios hasta políticos. Algo parecido hizo Gonzalo Rojas, el otro Premio Cervantes que tenemos. Creo que el escritor de talento más genuino de mi generación fue Enrique Lafourcade.

Pero lo peor de Jorge fue cuando estuvo en Cuba. A cierta gente le ocurre que expuestos a una gran presión o un conflicto fuerte, emergen en su verdadera dimensión y personalidad. Y eso ocurrió con mi examigo. Allí apareció con toda su banalidad e inmoralidad, como realmente es.

(Uribe se refiere a la atormentada estadía que tuvo Edwards en Cuba como encargado de negocios en la embajada de Chile durante la Unidad Popular).

Con Neruda intentamos disuadirlo que se olvidara de eso cuando conversamos en París, cuando Pablo era embajador en Francia, pero no, no hubo caso. Luego escribió ese libro que está lleno de mentiras, Persona non grata. Cuando él fracasó en su misión y puso en jaque las relaciones internacionales de Chile, ya que de Cuba nunca lo expulsaron.

 

—¿Y por qué lo trata de inmoral?

—Porque después del 11 de septiembre de 1973, Cuba era una de los destinos más seguros para muchos chilenos que fueron expulsados de Chile, pero él, con la publicación de su libro, y a pesar de que muchos le solicitamos que no lo publicara, igual lo hizo, sin importarle la suerte de cientos de personas.

Está de más decir que después del libro de Edwards, la isla fue un destino seguro para muy pocos chilenos en el exilio. Después de eso le hice la cruz, nunca más traté con él salvo en breves encuentros en la década del 90.

 

Un pensador llamado Augusto Pinochet

—¿Cómo juzga al gobierno de la Unidad Popular y el posterior golpe de Estado de 1973?

—Ese gobierno era consecuencia de la historia política y social chilena de décadas y décadas, se puede decir desde 1891, se puede decir desde 1920. Pero era algo natural, que si no se hubiera producido la intervención norteamericana, habría ocurrido algo diferente.

No digo que la causa norteamericana fuera la única, no fue causa suficiente, pero fue causa eficiente para provocar lo que se produjo y generar las consecuencias de las que todavía somos objeto, más o menos víctimas o no, pero objetos.

Una de las razones de las políticas fallidas de la Unidad Popular fue que sus políticos no leían. Esa razón hizo que tomaran como libros de cabecera para entender a la sociedad chilena e introducir cambios en ella, textos como los de Marta Harnecker —quien escribió en colaboración con una prima hermana mía (Gabriela Uribe)— y que contenían una serie de juicios errados en torno al sistema de clases en Chile. Eso explica mucho de las malas decisiones del gobierno liderado por Salvador Allende.

 

—Usted ha escrito que Augusto Pinochet fue subvalorado cuando asumió el mando del país, pero que en realidad se trataba de un intelectual…

Así es, a pesar de que lo detesto con toda mi alma, Augusto Pinochet fue el Presidente chileno más importante del siglo XX, tanto así, que ha sido el hombre que más ha gobernado en Chile en toda su historia desde el siglo XVI, y el que más cambios ha hecho en la cara del país en un solo gobierno. ¿Usted cree que un tonto hace eso?

Yo lo conocía desde que publicaba sus libros de geopolítica e historia militar mucho antes de 1973, y lo consideraba y lo sigo considerando un intelectual de la milicia. Así lo dije justo después del golpe en Francia, y me dijeron que estaba loco. Los hechos me dieron la razón. Y no sólo eso, pues demostró ser un político astuto e inteligentísimo.

Si Allende y los que lo rodeaban hubiesen leído las obras de Pinochet, se habrían dado cuenta de que no lo podía nombrar ministro de Defensa (fue designado comandante en jefe del Ejército, en reemplazo de Carlos Prats, N. de la R.) por las ideas que exponía en esos textos. ¿Pero qué se puede esperar de un país si los que mandan leen con suerte el diario?

 

Con los Piñera en Washington

—Usted conoció a los Piñera Echenique a través del padre, José, en la embajada chilena de Washington, ¿cómo evalúa el desempeño de su hijo Sebastián Piñera como Presidente de la República?

—Es cierto, conocía a Pepe Piñera de antes pero compartimos mucho en la embajada chilena de Washington cuando los dos estábamos en misión por Norteamérica, él creo, si mal no recuerdo, ante las Naciones Unidas. Y qué le puedo decir, los hijos se parecen mucho más a la madre (Magdalena) que era una mujer muy desagradable y ambiciosa, diría que arribista, que al padre, pues José era muy ameno y agradable.

Quizás porque lo conocí de niño, no voy a emitir un juicio tan tajante sobre Sebastián Piñera. Pero citaré a Stendhal para graficarle mi opinión en torno al asunto.

Escribió Stendhal que cuando un hombre se hace tan rico en muy poco tiempo es porque inevitablemente debió hacer cosas inmorales para conseguir su fortuna, y es por todos conocidos ciertos episodios de la vida empresarial de Sebastián Piñera…

Sobre su presidencia. Mmm, sólo ha seguido la tónica de los últimos 20 años, en donde han cogobernado la Concertación y la Alianza (la antigua Alianza por Chile, hoy Chile Vamos) en un sistema de economía de mercado desregulada, que como dicen los grandes teóricos de la economía, lleva escrita la palabra crisis en su interior.

Me parece que estamos a la vuelta de un estallido social y de una feroz represión por quienes detentan el poder del Estado para no perder sus privilegios ni su condición de élite social, económica y política. Espero que eso no suceda.

 

También puedes leer:

Vida viuda, de Armando Uribe Arce: Antes de morir.

 

 

Armando Uribe Arce en la China comunista, cuando era embajador del gobierno de la Unidad Popular

 

 

Imagen destacada: El poeta Armando Uribe Arce (1933 – 2020).