«Caliche sangriento», de Helvio Soto: Volver a mirar lo conocido

El largometraje de Helvio Soto -que data de 1969- permite abrir la puerta para apreciar el tema de la Guerra del Pacífico desde una óptica distinta, y es al mismo tiempo una película profundamente pacifista que descree de la guerra y de sus móviles, un grito de humanidad que llega preciso en estos días, porque el fantasma del nacionalismo siempre anda dando vueltas en nuestros países.

Por Juan José Jordán

Publicado el 27.5.2018

Un escuadrón de dieciséis hombres marchando por el desierto. El único que hace un intento de mantener la moral en alto es el capitán, entonando una canción de corte dichararero[1]. Nadie ríe, nadie más canta. Los hace formar y les dice que tendrán que poner toda su fuerza para poder salir de donde están, “¡Y el que quiere mear, que mee en la cantimplora! Le puede servir para más adelante”, les advierte. Reanudan marcha y ahora sí, cantan con fuerza. Pero de todas formas no es suficiente para que desaparezca la nube negra de incertidumbre: apenas terminan la canción uno se va a tierra y comienza a vomitar, probablemente afectado por la puna. Un sargento pide permiso al capitán para llevarlo a rastra. Se niega (“¡Uno puede matar a dieciséis!”, señala). Le insisten y solo entonces acepta. Se pierden en ese lugar que si está marchado bajo un sol inclemente sin agua y sin comida, es una forma de infierno en la tierra. Porque esa es la orden: atravesar el desierto hasta la ciudad peruana de Moquegua, muy cercana a Arica, bajo dominio chileno en ese momento, contando con que la caballería del general Baquedano debiese haber tomado el pueblo y una vez ahí, abastecerse. El escuadrón retratado en la película es ficción, pero la marcha a través del ejército es real, como señala la voz en off del comienzo: “(…) El ejercito chileno caminaba a Moquegua, en pleno territorio Peruano, para caer sobre el enemigo atrincherado en Tacna y Arica. Miles de soldados chilenos marcharon sin agua y sin víveres en una aventura mal dirigida que pudo ser la peor catástrofe de la guerra (…)”.

Así es el crudo comienzo de la que fue la segunda obra de Helvio Soto, importante director de lo que se dio en llamar el “Nuevo Cine Chileno”, aquel que a mediados de los ’60 buscó nuevas formas de relacionarse con lo audiovisual, comprendiendo la labor cinematográfica desde otro lado que el mero entretenimiento[2]: proponiendo una visión de mundo, en donde también se interpela al espectador. Época fructífera en donde confluyeron multitud de grandes talentos: Raúl Ruiz, Miguel Littín, Helvio Soto, Aldo Francia y Silvio Caiozzi, en la ficción, y Patricio Guzmán y Pedro Chaskel en el documental, por nombrar algunas de las figuras más destacadas. Legaron piezas fundamentales de la filmografía nacional, pero algunas se han perdido o las copias disponibles se encuentras en malas condiciones: sin ir más lejos, la obra comentada acá estuvo muy cerca del olvido; y sólo fue gracias a que un grupo de alumnos del director se dio cuenta de que las escasísimas copias disponibles se encontraban en pésimas condiciones, es que deciden postular a un fondo audiovisual para su restauración, después de 40 años de su estreno, y el filme se logra conservar.

 

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Con este largometraje (que data de 1969), el nombre de Soto pasó a conocimiento del amplio público. Con Lunes 1 domingo 7, su primer trabajo de ficción, obtuvo uno que otro comentario de la crítica especializada. Ahora bien, como ha sido frecuente en la historia cultural de nuestro país, el revuelo que despertó su segunda película fue por razones extra artísticas: las polémicas que en su tiempo generaron obras como El inútil, de Joaquín Edwards Bello o Casa grande, de Luís Orrego Luco, lo confirman. Aunque en esos casos la controversia fue porque se leyeron como obras en clave, en donde los cercanos del escritor creyeron ver en tal o cual personaje el retrato indiscutible de determinada persona. El caso de la conmoción generada a partir de Caliche Sangriento fue diferente: el ejército, el mismo que había colaborado en el proceso de filmación, una vez ya estrenada se sintió ofendido en lo más profundo, al punto de lograr que fuera retirada por un tiempo de los cines. Y es que el modo en que aparece representado no tiene nada que ver con la clásica interpretación con la que se enseña el conflicto en los colegios o con lo que probablemente hubiera hecho un director de décadas anteriores, como señala duramente Jacqueline Mouesca: “no vemos al ejercito glorioso y gallardo de que nos hablan los textos de Historia para escolares, ni la guerra con el Perú nos resulta tan heroica o patriótica: el conflicto es injusto y no parece tener otro objetivo que el de la conquista y la rapiña(…)”[3].

El análisis mismo del conflicto también dio pie para una relectura critica; una en que los países involucrados terminan desempeñando el triste papel de titiriteros de las grandes potencias que controlaban el salitre, principalmente industrias inglesas. Esto está representado en las discusiones que sostienen el capitán, interpretado por Héctor Duvauchelle (quien fuera el narrador de voz prodigiosa de La cantata de Santa María, en la grabación de Quilapayún) con el teniente Gómez, interpretado por Jaime Vadell, actor de reconocido prestigio y trayectoria. Observemos un diálogo para apreciar las posturas:

 

Teniente Gómez: Es penoso saber que en una guerra no se piensa.

Capitán: Se piensa solo para la guerra.

TG: ¿Lo dice con orgullo?

C: Usted está en la guerra más grande que conoce América. Si quiere que la ganemos, haga lo que le ordenan.

TG: No la vamos a ganar nosotros. Los vencedores serán los ingleses o los yanquis (…) es una cuestión de plata, capitán, no de honor.

C: Cosa que usted no tiene. Si tuviera honor sabría que su bandera es la de Chile.

TG: Lo sé, por eso estoy aquí. Pero ahora me da pena que hayamos sido arrastrados a una guerra por unos enemigos que usted no quiere ver y que no son ni peruanos ni bolivianos

C: Curiosa tontería. Eso es política, no me interesa.

TG: Una guerra es un asunto de política, no de banderas, capitán.

C: ¡Politiquería!

TG: ¿No sabe que hemos ganado el desierto más rico del mundo? No entreguemos entonces el salitre y menos a los comerciantes extranjeros. (…)

 

El conflicto que se alcanza a vislumbrar ahí será uno de los detonantes que diez años después desembocaría en la contienda civil que terminaría con el suicidio del Presidente Balmaceda, quien al tiempo de la guerra era parlamentario. Como bien señala el teniente Gómez, una vez que se ganó el desierto surge un nuevo dilema: qué hacer con los recursos.

A veces puede ser un poco esquemática la forma en que están contrapuestas ambas posturas, además que resulta difícilmente verosímil que en medio de la marcha un teniente se expresaría de ese modo cuando cuenta con la energía precisa para llegar al poblado y conseguir agua. De cualquier modo, lo que prevalece es el intento de volver sobre un hecho histórico desde un postura que busque profundizar más allá de la idealización de aquel valeroso ejército del “¡Muchachos: la contienda es desigual (…)!”. ¿Quién habla del comportamiento del ejercito chileno en Lima, por ejemplo? ¿Por ser una guerra se excusa todo? Pero más allá de eso: ¿Dónde se habla de eso?, ¿sólo existe entonces una interpretación, como si fuera la única verdad? La película de Soto permite abrir la puerta para apreciar el tema desde una óptica distinta. Es al mismo tiempo una película profundamente pacifista que descree de la guerra y sus móviles, un grito de humanidad que llega preciso, porque el fantasma del nacionalismo siempre anda dando vueltas.

Fuera de este punto, la cinta tiene un muy buen ritmo narrativo y no decae en ningún momento. Porque el riesgo que se volviera tediosa era considerable: después de aproximadamente una hora llegan al caserío, con solo el sonido de las pisadas y determinados incidentes aislados. Pero se mantiene el interés, por la atmósfera de opresión que se logra y las buenas actuaciones. Todo impregnado un poco con la atmósfera del western, en especial en una de las últimas secuencias, un poblado abandonado en donde ocurre una suerte de duelo muy bien realizado.

 

Afiche original en la promoción del largometraje (1969)

 

*La película se encuentra disponible en cinechile.cl, gratis. La calidad de la imagen es regular, pero sirve al menos para tener una primera aproximación.

 

[1] ((…)Un Cura viejo y seco en mi pueblo confesaba/ a beatas, viejas, sapas y señoras del lugar/ Échale pimienta a las pantrucas vieja sapa/ para que el Cura olvide la sotana, si ayayay (…)).

[2]  Resulta interesante observar una opinión del por ese tiempo existente Consejo de Censura Cinematográfica en un artículo publicado en la revista Mapocho:  “El cine es fundamentalmente un entretenimiento. (…) las películas mexicanas, con un lenguaje cinematográfico sencillo relatan historias simples, sin rebuscamientos, que constituyen agradable entrenamiento para las clases populares, incluso en Chile, donde tienen gran aceptación entre nuestro pueblo, y que siempre contienen una lección moral y, al mismo tiempo, destacan las tradiciones culturales de este país, tales como costumbres, atavíos, folclore”. Cita de: Plano secuencia de la memoria de Chile 1960- 1985- Jacqueline Mouesca, 1987. Ed: Editorial del litoral. (Disponible en Memoria Chilena para su descarga gratuita).

[3] Plano secuencia de la memoria de Chile 1960- 1985- Jacqueline Mouesca, 1987. Ed: Editorial del litoral.

 

 

Extracto: