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«Caminar», de Henry David Thoreau: La esencia de lo salvaje

Las reflexiones en esta obra del clásico pensador estadounidense equivalen a una invitación al acto primario de la movilidad, y como esto nos conecta con lo esencial de lo salvaje. Ese florecer de vitalidad espiritual y metódica, que desnuda los tentáculos y las tentaciones de una civilización sedentaria.

Por Daniel Rojas Pachas

Publicado el 1.2.2019

Caminar (1861) de Henry David Thoreau (1817 – 1862) no remite al caminar como un simple ejercicio o acto físico, menos lo encapsula en la mera idea de vida saludable, ligada a paseos recreativos que podemos asociar al turismo. Un tour por parajes que una agencia o guía nos determina, tampoco se refiere al trotar o al jogging como un elemento anexo al cuidado de una imagen, de un cuerpo que es el vehículo y depositario de los cánones de éxito, el modelo de belleza prestigiado y la construcción ideal de un yo, para imponer a los demás.

Caminar como escribir, es una práctica solitaria, autoreflexiva y de dispersión.

«Se camina a solas porque dos ya es multitud»: Decir de los linyera, errantes pampeanos y nómades que van de un punto a otro en constante fuga, siempre en movimiento, en un abandono perpetuo.

Thoreau en Caminar nos habla de ese desarraigo necesario y constante: «Tal vez tuviéramos que prolongar el más breve de los paseos, con imperecedero espíritu de aventura, para no volver nunca, dispuestos a que sólo regresasen a nuestros afligidos reinos, como reliquias, nuestros corazones embalsamados. Si te sientes dispuesto a abandonar a tu padre y madre, hermano y hermana, esposa, hijo y amigos, y a no volver a verlos nunca; si has pagado tus deudas, hecho testamento, puesto en orden todos tus asuntos y eres un hombre libre; si es así, estás listo para una caminata”.

Un devenir que se transforma en un gesto micro político y subversivo en contra de las rutas prediseñadas, las vías del comercio, las carreteras de las grandes ciudades y los espacios de encierro y delimitación de identidades.

Pienso en los conceptos de ciudadanía, de nación, de patria, de corporación, de trabajo como correlato de adhesión. El slogan tan manido de ponerse la camiseta de la empresa e ir acorde a sus designios, a su visión, idea que horrorizaba a Gilles Deleuze. Me refiero a la doctrina que demanda convertirse en un profesional de planta, un sujeto viable y seguro, estacionado y siempre ubicable dentro de los parámetros de lo políticamente correcto. Todas ideas que remiten a un sedentarismo y encasillamiento. Thoreau nos decía ya en desobediencia civil: “Creo que deberíamos ser hombres primero y ciudadanos después”.

Por tanto, caminar es una muestra de la libre práctica de nuestra voluntad frente a las taxonomías y una impugnación a la dicotomía civilización-barbarie, la cual tiende a ubicar todo lo no aprehensible y domesticable en el plano de lo salvaje, de lo rústico, peligroso y marginal, lo indeseable, las barreras al progreso, lo que trunca el éxito o lo ensucia. Eso que no podemos cuantificar y envasar. Para Thoreau: «la palabra progreso era el pasaje hacia un industrialismo que no ve paisajes sino materias primas”.

Ya Domingo Faustino Sarmiento nos hablaba en nuestra lengua a comienzos del siglo XIX, en el Facundo, del saber del baqueano. Ese sujeto que es el perfecto topógrafo, capaz de desplazarse por los pantanos como una bestia capaz de olfatear y ver en la noche y no sucumbir en los tramos que devoran a los caminantes poco avezados.

Se trata del «otro saber», más que una ciencia una experiencia que se construye en el contacto con la violencia y los desafíos que nos impone la naturaleza. Thoreau, en relación a esto, en el mismo siglo y al otro lado del hemisferio, alude al caminar como un reafirmación de la vitalidad y un saber que muy pocos han alcanzado, prefiriendo la seguridad del encierro.

Hombres y mujeres ven pasar sus vidas como sujetos pasivos y estallan cruzados de piernas, atendiendo días enteros un puesto de venta o degradados tras un mostrador. Traicionamos así la capacidad que tenemos de transigir, desviarnos, perdernos en la espesura que aun subyace en nuestra naturaleza pese a que los espacios se han ido tornando cada vez más abarrotados y delimitados por peajes, fronteras y aduanas.

Los caminantes hoy, deben enfrentar la contaminación y el peligro que significa la locomoción colectiva y los automovilistas que siempre tienen prisa por llegar a algún lugar. Esta premura y ansiedad por alcanzar una meta, conseguir un fin y tener trazado un destino de antemano. Obsesión pragmática que el capitalismo devorador ha exacerbado. Pensemos en los GPS de los automóviles y los aparatos de comunicación que todos portamos, estamos geolocalizados y tenemos nuestros días calendarizados y marcados por esquemas y vías ya delimitados. El ocio increíble del que somos capaces, queda relegado al olvido y la coerción.

Thoreau en Walden anota: “Los hombres se han transformado en herramientas de sus herramientas”.

Por tanto, Caminar es una invitación al acto primal de la movilidad, y como esto nos conecta con lo esencial de lo salvaje. Ese florecer de vitalidad espiritual y metódica que desnuda los tentáculos y las tentaciones de una civilización sedentaria. Estamos ante un manifiesto y declaración de educación sentimental, Caminar es una clara apertura al mundo natural, a lo ignoto y en ese medida podemos entenderlo también como una metáfora o alegoría (dadas las circunstancias de las ciudades modernas que habitamos), de la búsqueda del yo en relación a lo que nos rodea. Apartarnos de los caminos seguros, de las rutinas, de lo mundano como trasunto de un sistema complaciente, anestésico e higienizado, repleto de zonas de confort. En palabras de Thoreau, estamos ante un gesto de rebeldía y de sedición.

«Las carreteras se han hecho para los caballos y los hombres de negocios. Yo viajo por ellas relativamente poco, porque no tengo prisa en llegar a ninguna venta, tienda, cuadra de alquiler o almacén al que lleven. Soy buen caballo de viaje, pero no por carretera. El paisajista, para indicar una carretera, usa figuras humanas. La mía no podría utilizarla. Yo me adentro en la Naturaleza, como lo hicieron los profetas y los poetas antiguos, Manu, Moisés, Homero, Chaucer”.

Tal como señala Carlos Losilla: “Pasear también puede ser un acto de subversión. Mientras paseamos, preferiblemente sin rumbo fijo, no trabajamos, no producimos, no consumimos. Rompemos el circuito mágico del capitalismo. Nos negamos a obedecer las reglas. Y, como mucho, podemos hablar con otro, con otra. Charla también insustancial, que no aporta nada a la gran maquinaria económica”.

En este sentido quiero cerrar este texto refiriéndome a cómo Caminar, establece un vaso comunicante esencial con el arte y la capacidad creativa de autores que han entendido el deambular errático, no sólo como estética, sino como una ética. El genio tras la escritura como un enfrentar al mundo, su representación y el decir sin mediadores, sin cánones, sin tramos gastados por la seguridad de repetir los pasos de la filiación y el vasallaje.

«El genio es una luz que hace visible la oscuridad, como el resplandor del relámpago, que tal vez haga añicos el templo mismo de la sabiduría, no de una vela encendida en el hogar de la raza que empalidece ante la luz del día ordinario».

 

Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983). Escritor y editor. Dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas RandomVideo killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog: www.danielrojaspachas.blogspot.com

 

 

Daniel Rojas Pachas

 

 

«Caminar» (1861), en una de sus tantas traducciones al castellano

 

 

 

Imagen destacada: El filósofo estadounidense Henry David Thoreau y su casa en Walden Pond, Massachusetts, Estados Unidos.

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