[Crítica] «Mundos etéreos»: Cuentos de un cambio de época

Este conjunto de relatos de la narradora rusa Tatiana Tolstáia, representan una referencia ineludible en torno a los imaginarios culturales del país que en la actualidad tiene en jaque al sistema de relaciones internacionales, debido a su posible enfrentamiento bélico con su vecina Ucrania.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 1.2.2022

Otra de las sorpresas que nos dejó Juan Forn, gracias a su curatoría en la colección rara avis de Tusquets, es el conjunto de relatos de la rusa Tatiana Tolstáia (San Petersburgo, 1951).

La escritora, publicista y presentadora de televisión es una referencia más que visible en el mundo de las letras rusas, pues cuenta con una considerable obra, traducida a varios idiomas. En palabras de Forn, quien se entromete en sus pensamientos: “lo que Tatiana Tolstáia alcanza a vislumbrar a su alrededor es otra cosa, más inmaterial”.

Mundos etéreos (Tusquets 2021) se abre con un relato autobiográfico, con la voz protagonista de la escritora compartiendo la amenaza de la ceguera en “20 x 20”, en un momento en que las operaciones de miopía se hacían con bisturí (“una carnicería”) y no láser.

Es el año 1983. Y, aunque los contextos son contemporáneos, en todos los cuentos hay un aura de pasado, de carga que aún no se ha sacudido.

Aquello es lo que vemos en “El áspic”, donde se relata la tradición de este preparado típico, analogada a la religión: “Es una ofrenda anual, sólo que no se sabe bien a quién ni para qué. Y tampoco es claro qué pasaría si no lo prepararan”. La voz nos comparte esta arbitrariedad de los rituales, su ridiculez y hasta sinsentido, para concluir que ellos cumplen un rol en el tejido social; son oportunidades de catarsis.

 

Las repercusiones de una transición histórica

En “Muchacha en flor” se muestra a una abuela, acosada por el trauma. Aunque el año que corre es 1970, la anciana: “recuerda la guerra, aún no se ha repuesto de la evacuación”. Este trauma de acumulación de guerras, es recibido por la muchacha en flor, un receptáculo de tan solo 18 años, ya marcado por la herencia histórica.

Y es que las marcas siguen ahí: “En ese barrio había muchos edificios bellos y viejos que aún se mantenían con vida a pesar de todo: a pesar del bloqueo, de la pobreza soviética, de las sombras inocentes de quienes fueron arrestados y sacados de allí con las piernas dobladas, por esos escalones algo gastados”.

En «La doncella invisible» las repercusiones de la transición son nítidamente palpadas: «Cuando el régimen soviético se derrumbó y en su reemplazo vinieron los tiempos democráticos, y por eso el trabajo por el bien común se volvió un anacronismo ridículo y despreciable, los patios de Petersburgo no tardaron en cubrirse de basura».

Y, como nadie sale a hacer la limpieza colectiva, la labor queda en manos de dos personas: la encargada del edificio y la madre de la protagonista: «Mamá ya estaba por cumplir ochenta. Se ponía unas manoplas de lona, se envolvía la cabeza la cabeza con una pañoleta e iba a recoger las botellas… a barrer la caca de perro congelada, a juntar papeles, bolsas y jeringas tiradas por los drogadictos».

En “Humo y sombra” Tolstáia retrata las distintas visiones culturales que entrechocan involuntariamente: el romance de la protagonista con Eric, un gringo, está lleno de colisiones. Él no entiende, por ejemplo, que en el alfabeto ruso exista el signo duro, que no suena.

Eric pregunta: “¿Entonces para qué sirve?”, y la protagonista responde a esta inquietud materialista: «Para nada… Nuestro alfabeto tiene signos del silencio». En el cuento que da título al volumen vemos a la protagonista lanzándose irónicamente de lleno en el capitalismo.

Divagando en torno a la compra de una casa en Nueva Jersey, en un verdadero frenesí de sueños americanos, comenta: «Y si alguien se mete en mi casa sin pedir permiso, tengo derecho a dispararle».

En esta radiografía del habitar gringo Tolstáia destaca algunos puntos más sutiles, como el sistema de evaluación de la academia, inseparable de los vaivenes del mercado: “Si uno sencillamente expone a un alumno delante de todos y le pone un 1 por no haber estudiado, él se cobrará revancha al finalizar el semestre”. Ella concluye: “al estudiante no hay que enseñarle; hay que hacerle sentir que ha aprendido”.

Pero su bagaje cultural, por más inmersión en los Estados Unidos, sigue siendo nítidamente ruso. El título de este cuento, “Mundos etéreos”, hace referencia a uno de los pilares de la narración rusa, Dostoievski, y su condición: “antes de un ataque de epilepsia se revela un mundo etéreo”.

En “El karma de París” y “Tierras lejanas” Tatiana elabora diversas odas a ciudades europeas, a un cierto temperamento europeo, en contraste con el signo ruso. Aquí hay visibles diferencias entre Europa oriental y Europa occidental.

A partir de la figura del borracho realiza un estudio de las distintas variantes de borracho según el país, y apunta: «un ruso triste y solitario en un bar es inconcebible. En cuanto entra para beber, busca compañía con los ojos, enseguida la consigue y de inmediato traba una rápida, fugaz y peligrosa amistad, aplastando todo con los pies y transgrediendo de golpe todos los límites personales que sus compañeros de botella, a lo mejor, ni siquiera sospechaban que existían”.

 

***

Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

 

«Mundos etéreos», de Tatiana Tolstáia (Tusquets Editores, 2021)

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Tatiana Tolstáia.