[Crítica retro] «Beginners»: La voluntad de no rendirse

El realizador estadounidense Mike Mills dirige este recordado filme de 2010 —protagonizado por Ewan McGregor y Mélanie Laurent—, y el cual entregó el Oscar destinado al Mejor Actor Secundario (el único de su vida profesional) para el recientemente fallecido intérprete canadiense Christopher Plummer.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 14.2.2021

«Si miras profundamente en la palma de tu mano, verás a tus padres y todas las generaciones de tus antepasados. Cada uno está presente en tu cuerpo. Eres la continuación de cada una de estas personas. Nacer significa que nace algo que no existía. El día en que nacemos no es nuestro comienzo, es el día de nuestra continuación».
Thich Nhat Hanh

El veterano Christopher Plummer —recientemente fallecido— fue galardonado por su memorable interpretación del carismático Hal obteniendo —entre otros premios— un Globo de Oro y el Oscar al mejor actor secundario.

Hal, tras la muerte de su mujer Georgia (Mary Page Keller) y ya septuagenario, se confiesa homosexual.

La noticia sorprende especialmente a su único hijo Oliver (Ewan McGregor, excelente en una caracterización nada fácil) quien podrá —por fin— ir descubriendo a su distante progenitor y de este modo entender mejor la carga heredada. Especialmente lo hará a partir de que al padre se le diagnostique un grave cáncer.

 

El fracaso y la ocultación

Mills utiliza los flashbacks para exponer esta historia —inspirada en su propia vivencia— de descubrimiento del padre y entendimiento propio. Oliver —alter ego pues del realizador— en su miedo al fracaso —al fracaso de sus padres que ha mamado desde niño— no es capaz de mantener una relación.

Y ahora —en el presente de la acción— tras la muerte del padre se le abre la oportunidad de cambiar su actitud al iniciar un amorío con la bella Ana (Meláine Laurent).

Flashbacks de esos años de descubrimiento del padre y de su infancia —la infancia, esa crucial etapa— marcada por la ausencia paterna y la soledad de la madre. Soledad que compartió Oliver, el niño (Keegan Boss) era el único compañero de esa mujer abandonada, de esa mujer frustrada.

Un preadolescente callado que observaba el a menudo extravagante comportamiento de una madre que buscaba salidas a su desesperación.

Antes de proseguir debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

Georgia jugaba a matar con su hijo, matarlo a él —nunca a la inversa— que entiendo como proyección del deseo de matar a su hombre, a un esposo ausente que no le satisfacía y la tenía “muerta”. Y en ese juego cómplice y en otras actitudes, la mujer —sin ser consciente— colocaba al hijo en un lugar que no le correspondía.

Mucha carga para Oliver, un “buen” chico incapaz de cuestionar a sus progenitores, no rebatía la mentira materna —el estamos bien tu padre y yo— ni buscaba el enfrentamiento con Hal. Y en esa no rebeldía, en esa asunción callada llega a entender el matrimonio (la relación estable) como fracaso.

Así le va en su vida adulta, encadena rupturas que él mismo —como confiesa a Ana— provoca ya sea por acción activa o quietud pasiva.

Oliver —que es dibujante profesional— ilustra esa pesada carga heredada, se dibuja aplastado por una gran roca que rotula como pasado. Así se siente él: “muerto” tal y como vivenció a sus progenitores.

 

«Beginners» (2010)

 

Entender

Pero tras la muerte real de la madre, Oliver presencia la resurrección paterna. Resucita Hal para sí mismo y sin buscarlo resucita para su hijo. El hombre sale a la luz y posibilita en ese ser visto que Oliver lo conozca y lo entienda,  y en ese descubrimiento del padre oculto pueda iluminar su doloroso pasado.

Porque nuestro protagonista es empático y a pesar del peso de la carga heredada, entiende los motivos de la ocultación y dejación de funciones paterna. Se pone en la piel del joven homosexual Hal en un tiempo en que esa condición era considerada enfermedad.

Y descubre que el padre no se mostró cercano porque no sabía cómo sería visto por los demás, si el afecto lo “delataría”. Y descubre también que Georgia lo sabía todo y se casó creyendo ingenuamente que lo “curaría”.

Georgia y Hal, dos jóvenes con miedo, él por su sentir homosexual, ella por su condición de judía. Dos jóvenes que se querían —así lo expresa Hal— a pesar de su gran diferencia, que concibieron a un hijo a pesar de sus carencias afectivas y que envejecieron juntos sin tener el valor de dejar de ocultarse y de mentirse. Y lo que entiendo más grave, sin darse cuenta de que legaban su frustración a Oliver.

Ahora gracias al descubrimiento del padre, Oliver lo tiene claro, todo encaja. Y a pesar de que el hombre se muestra con nula empatía e incluso le hecha en cara sus fracasos sentimentales, nada le reprocha. Grande el corazón de nuestro protagonista.

Y en su carencia histórica Oliver aprovecha cada momento junto al padre a quien ve sumamente feliz. Por fin Hal puede vivir conforme a su sentir. Encuentra buena compañía en el joven Andy (Goran Visnjic) y su razón de ser en el activismo LGTBI.

Es significativa la escena en que vemos bailar al padre junto a su pareja para celebrar que van a vivir juntos, Oliver que los observa y el padre que le invita a unirse a la fiesta.

Esa fuerza vital paterna que no decae hasta la fase final de su enfermedad es todo un ejemplo para Oliver. El padre que tanto peso cargó sobre su espalda le muestra que nunca es tarde para atreverse a amar y vivir en plenitud.

Es la otra cara de la herencia que Oliver conoce gracias a su actitud empática y a su perseverancia. Porque él no se deja llevar por el fácil “aquí te quedas, viejo egoísta” como respuesta a las sombras paternas que aún persisten  y en su permanecer descubre su luz como potencial propio.

Muere el padre renacido —bella la escena en que Oliver se abraza a su cuerpo yacente— y al hijo se le abre la posibilidad de renacer recogiendo su testigo —la luz y no sólo las sombras— y atreverse a amar plenamente siendo aún joven.

 

Atreverse

Con Ana puede ser diferente. Hay complicidad en su relación y sus vidas tienen semejanza, a ambos les ha marcado su infancia, ambos han sido soporte del progenitor de sexo opuesto, ambos tienen miedo al compromiso, ambos abortan sus relaciones, ambos se rinden.

Ana es actriz y vive en un hotel porque entiende que de este modo es más fácil dejar a la gente y terminar sola.

En una escena muy simbólica, los vemos en esa habitación “hogar”. Y telefonea el padre de Ana, la actriz no descuelga y le propone a Oliver escenificar una conversación telefónica, él será ella y ella el padre al que esquiva.

El padre que suelta un: “No puedo dejar de pensar sobre matarme, eres la única a quien puedo contárselo”. Y Ana/Oliver rebate: “Deberías contárselo a mamá, no a mí”. A lo que el padre/Ana responde un significativo: “Tú eres mi chica”. Después el contundente silencio que los define como hijos obligados a ser lo que no toca por unos padres que buscan en ellos lo que no encuentran en sus parejas.

Y se miran —estaban de espaldas— con el “ahora tendré que matarte” de ella que rompe ese silencio común. Y le mata en juego —vestida de rojo pasión— disparándole como hacía Georgia pero amortiguando el supuesto ruido con la almohada de la intimidad.

En el juego, liberan el sentir del niño herido y desconcertado que fueron y son. Un juego antes fuera de lugar por la necesidad de sus progenitores y que ahora es terapia sexual, es abrazo desnudo entre dos personas que se aman.

Así, en ese saberse amado, Oliver le habla a Ana de su padre. De cómo le afecta la ocultación de la gravedad de su enfermedad a todos sus amigos, incluido Andy. Y de la ambivalencia de su sentir al ver a su padre feliz con ese joven.

Ana entiende que esa ocultación fue buena para el padre, gracias a ella pudo disfrutar al máximo con Andy. Y se da cuenta de lo difícil que ha sido para Oliver el ver a su padre más pendiente de ese chico que de su hijo.

Ambos se han desnudado anímicamente, ambos tienen ganas de que su relación perdure. Así que cuando Oliver le propone que vaya a vivir a su casa, ella acepta.

Es bella la forma en que Ana es recibida por Oliver quien le muestra su hogar estancia por estancia e incluso hace las presentaciones —fotografía en mano— con sus padres, siempre en él.

Para los dos resulta extraño ese vivir juntos, y aunque en principio desisten —Ana se va y Oliver la deja marchar— finalmente nuestro protagonista se decide a pedirle que vuelva.

Y Ana al volver lee la carta de presentación que Hal redactó para encontrar pareja. Sonríe y expresa un sentido “no se rindió”. Los dos se miran y en ese mirarse la voluntad de no rendirse.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Beginners (2010).