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[Crónica] El círculo fatídico de la historia

El drama de la tragedia étnica y persecutora se repite hoy en el castigo que el Estado de Israel inflige al pueblo palestino, obligándolo a un éxodo terrible, como quien entrega el testimonio en llamas en una carrera de postas.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 3.1.2023

«Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Y bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y fue con él Lot».
Génesis

Supimos del interminable éxodo del pueblo hebreo y judío, a través de la historia sagrada que nos dieron a conocer los mandatarios de la Iglesia Católica, como hijos de su religión, «única y verdadera, exclusivo camino de fe para salvar el alma». Pecado, culpa, redención, trilogía también circular para entender el sentido primero y último de la existencia.

Los libros del Antiguo Testamento y la historia de las Doce Tribus de Israel, complementarían aquellos primeros conocimientos sobre el pueblo elegido y su carácter de transeúnte por toda la Tierra. Jehová fue para nosotros el implacable dios de las batallas, una suerte de omnipotente mariscal de los mejores ejércitos.

Sanguinario y apocalíptico, pareció enseñar a los seres humanos la eficacia del fuego destructor, la inmisericordia de las plagas y el sabor inolvidable de la venganza, bajo la Ley del Talión. Puso a prueba al bueno de Abraham, exigiéndole el sacrificio de su propio hijo, conminación inhumana, al decir de José Saramago.

Pero el pueblo judío esperaba al Mesías redentor, en una figura de rey de reyes, capaz de reunir en sí mismo todos los poderes del reino de este mundo. Paralelamente, se tejía otra historia, sin duda hermosa y quizá única entre los semitas, el advenimiento de una deidad hecha hombre, en un pesebre miserable, que vencería al pecado, a la culpa y a la muerte: la leyenda de Jesús el Cristo, vuelta ismo a partir del siglo IV de nuestra era, asociado indisolublemente al imperio romano; cristianismo hecho religión católica, apostólica y romana.

Mas el pueblo judío no reconoció al esperado Mesías en la persona de Jesucristo. Fue su gran pecado histórico, que el nuevo poder no iba a perdonarle, cuyo castigo iba a ser la confirmación de su éxodo y el consiguiente anatema.

Pueblo perseguido en todos los rincones del orbe, permanente chivo expiatorio de crisis y catástrofes, etnia maldita y repudiada que vivió su propio holocausto en los campos de concentración del siglo XX (modelo hoy perfeccionado en Gaza).

 

Contra el muro de los lamentos

El Mesías judío no ha llegado aún. Algunos creyeron que se había encarnado en las Naciones Unidas, cuando la contradictoria y más o menos inútil entidad supranacional, les entregara, en 1948, el territorio de Palestina que desde entonces se denomina Estado de Israel, especie de Tierra Prometida venida a menos.

No obstante, grupos de judíos ortodoxos no aceptaron ni aceptan esa figura de componenda geopolítica financiada por Wall Street y asociados, manteniéndose en la convicción de que el pueblo judío sólo existe como nación errante, jamás establecida en sitio alguno de este planeta.

El círculo fatídico de la historia se repite hoy en el pogromo genocida que el Estado de Israel inflige al pueblo palestino, obligándolo a un éxodo terrible, como quien entrega el testimonio en llamas en una carrera de postas. La diferencia, claro está, es que los palestinos carecen del poder económico y financiero de los judíos, su repercusión o impacto internacional es mínima, su trascendencia geopolítica es igual a cero.

Aquello podemos apreciarlo, día a día, a través de la aberrante manipulación de las noticias sobre su rápido exterminio y de la completa insensibilidad —no sólo del «mundo libre»—, sino también de naciones árabes y musulmanas que dan la espalda a sus hermanos de la vieja Palestina, mientras se benefician de los negocios con sus «enemigos históricos».

Nos duele Palestina y lo gritaremos, donde sea posible, aunque sea predicar en el desierto, o darse de cabezadas contra el muro de los lamentos.

 

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas (1940) es escritor, poeta y cronista, y asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Franja de Gaza.

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