[Crónica] El deseo del espanto

Ante la actual amenaza nuclear enarbolada por la Rusia de Vladimir Putin, la escritora bonaerense de origen armenio recuerda la jornada del 6 de agosto de 1945, día del los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, en una carta que el amado escribe a su amada desde Siberia.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 6.4.2024

Un territorio de trabajo, de espesor del tiempo, de repeticiones huecas y mudas. El territorio de la reclusión que es también un lugar de aprendizaje se asemeja, de algún modo, a nuestro tiempo. Y la calamidad ante la pregunta: ¿puede el espanto desear el espanto?

6 de agosto de 1945.

Una navaja. No un objeto soviético ni una cuestión de ornamentación. El filo a la piel. Ese pequeño temblor que pueda calentarme, un poco. La sangre tibia corriendo por mi brazo. ¿El brazo te parece bien? ¿O mejor en el torso? Antes de que llegue el guardián del campo, la piel hablará en su hilo caliente.

Todo es blanco aquí, todo silencio. Códigos, prácticas de escrituras clandestinas, recitación son parte de la cultura de los detenidos. El célebre precepto nuestro: «no creas en nada, no temas nada, no pidas nada», es parte de la oración del monstruo de hielo que somos.

6 de agosto de 1945.

Fuera del lenguaje administrativo y del argot de las bandas. No un acrónimo, una fecha. Estamos en el norte de Rusia, el este siberiano. Un territorio de trabajo, de maduraciones lentas, de espesor del tiempo, de repeticiones huecas y mudas. El territorio de la reclusión es también un lugar de aprendizaje. Y, como toda escolarización, exige fechas: hoy, 6 de agosto.

La redacción final se inscribirá en la sangre que se escabullirá por debajo de estos trapos sucios. Tiene su atractivo sentir el rojo de las mujeres deslizándose con su olor ácido y dulzón. Hasta podría lamerla.

Acá todos tenemos el nombre del hambre, del agotamiento y del dolor. Pero somos también una comunidad, al fin. Somos el álbum vivo de cuerpos muertos. Aún no perdí este deseo de dibujarme, amor. Los trazos del secreto gritan sobre las pieles.

Los cuerpos de los fusilados no son devueltos a nadie, tirados a la tierra sin ningún rezo, vestidos con los uniformes que portaban al tiempo de ser ejecutados; no hay ninguna huella de tumba aquí. Algunos son incinerados para no dejar sombras.

Cualquier carta que te escriba será interceptada por la Vetcheka, la comisión extraordinaria panrusa. Y aún cuando llegases a recibir esa misiva, inmediatamente serías acusada de Tchsvn: miembro de la familia de un enemigo del pueblo.

Aislamiento disciplinario en la colonia de rehabilitación por el trabajo, el título que cuelga en mi legajo. Las labores se realizan bajo la ausencia total de normas de seguridad. Los accidentes en las minas o en los bosques son tan habituales, amor.

6 de agosto de 1945. Que la navaja escriba la fecha sobre la piel. Que el carmín de la sangre borre el terror rojo por mantener al enemigo en el miedo. Un tatuaje como una carta que venza el papel en blanco al que somos sometidos: nuestros vientres sobre el hielo mientras nos obligan a hacer cuerpo a tierra cuando la tierra es pura nieve.

En el extremo norte, los prisioneros llevan a otros prisioneros y los matan para comérselos. En nuestra jerga a estos detenidos los llamamos terneros. En el interrogatorio nos encapuchan con el fin de quitarnos la respiración. Después de varias sesiones empezamos a desaguar por la nariz, la boca, las orejas. Un líquido de estirpe convulsa.

El 6 de agosto de 1945 me entibiaré de golpe con el espíritu de 100 mil personas al fuego. Dos días después comenzará la invasión de Manchukuo con el apoyo de los mongoles, así se iniciará la guerra. La rendición de los japoneses dará el fin de este combate que nos tiene a todos estallados. Si termina, porque terminará, saldremos de aquí y mi cuerpo como esa carta que llega a destino te hablará al oído.

 

Mi corazón todavía ardiendo aún en este gélido vacío

Los bombardeos en el teatro del Pacífico provocarán las tormentas de agosto. Los niños quemados, quemándose mientras corren; o las fotos de los niños quemados, corriendo mientras se queman, llegarán después que este pedazo de pecho que te ofrezco. Mi corazón todavía ardiendo aún en este gélido vacío.

El comando del Lejano Oriente, bajo las órdenes del mariscal Aleksandr Vasilevskiy tiene un plan simple, pero de gran escala, para conquistar Manchuria. La idea es realizar un movimiento de pinza sobre el territorio. Alguno de nosotros será el metal de dicho instrumento.

Antes de que llegue el 8 de agosto, la navaja hará su escrito pertinente, dibujará un 6 para que el ejército rojo se detenga, que la tenaza soviética del oriente no cruce el Ussuri y el veneno termine con un imperio; el de ellos, es decir, el nuestro.

Una columna de humo cuyo centro se muestre de un terrible color rojo nos dará una idea de algún tinte desde aquí. Aquí, donde todos estamos enceguecidos de un no color. Una masa burbujeante gris violácea y dos, tres, cuatro, seis, ocho, diez incendios que nos hagan recordar cómo era sentirse en casa. Un hogar prendido bajo una masa de melaza en un hongo que se extienda nos hará recordar las luces navideñas centelleantes. Un árbol que crezca más y más como una densa niebla atravesada con un lanzallamas.

Y la ciudad debajo de todo eso. Las llamas y el humo se hincharán y se arremolinarán. Las colinas desparecerán bajo el vapor. Este sitio terminará siendo un campo de aviación.

No vuelvas a Armenia. Llegan las noticias que a fines de este año Stalin autorizará el retorno de miles de familias. No dejes los Balcanes. No aceptes ninguna repatriación, no hay ningún lugar adonde volver. Temo que vos también seas desplazada hasta lo distante de lo distante, lo gélido de lo gélido.

De todos modos, el 6 de agosto nos salvará. Una reacción nuclear en cadena que se moje en el mar de Seto y nade hacia arriba hasta la península de Kamchatka. En verano la banquisa se derrite y el mar vuelve a ser navegable. Entre barcos náufragos, las ballenas saludarán a los ex asentamientos cosacos saltando sobre submarinos con misiles balísticos.

Las ballenas traerán atadas a sí esa cadena que desparramarán como flores en la costa. Y la tierra se despertará. Acá supe, amor, que el nombre Siberia viene del turco y significa tierra dormida.

Si los alemanes no pudieron tomar el ferrocarril transiberiano para acabar con esta región, quizás puedan hacerlo la onda expansiva y el pulso térmico. Como un sismo que tiene el epicentro en una localidad y cuyos efectos destructivos se hacen sentir en otro, saldremos de aquí sin ninguna fotografía que retrate nuestro pánico.

Amor, acaso el horror se cure con más horror.

Espérame.

Llegaré.

 

 

 

***

Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.

De formación abogada (titulada en la Universidad del Salvador), ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar.

Asimismo, fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.

Filmó en Armenia y en Argentina el largometraje documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, un registro en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en el régimen militar vivido al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).

Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

Ana Arzoumanian

 

 

Imagen destacada: The Century with Mushroom Clouds: Project for the 20th Century (1996), de Cai Guo – Qiang.