De «El violín» a «Miss Bala»: El cine mexicano que visibilizó al «Estado-fallido» y al «Narco-Estado»

Los filmes de los realizadores aztecas Francisco Vargas y Gerardo Naranjo, respectivamente, corresponden a una honesta representación dramática y audiovisual de la vida política y social de su país, que va desde al alzamiento de la guerrilla zapatista hasta la proliferación de poderosos carteles dedicados al tráfico de droga que con su acción pusieron en jaque a la institucionalidad de la nación norteamericana durante la última década.

Por Eduardo Sabugal

Publicado el 24.6.2020

El violín de Francisco Vargas de 2005 y Miss Bala de Gerardo Naranjo de 2011, son dos películas paradigmáticas del cine mexicano contemporáneo. Describen un arco cronológico e involuntario sobre el destino de las armas en México. Al no haber justicia social, y persistir la corrupción de un régimen neoliberal, las armas insuficientes de la guerrilla, después de un sexenio, terminaron en las manos del sicariato del crimen organizado. El estado que torturaba y mataba guerrilleros, terminó por convertirse en un narcoestado.

Ambas películas son profundas y críticamente realistas, alejadas del cine evasivo taquillero. Aunque simples en su trama, son sólidas en su argumento, sin concesiones y con un discurso bien articulado. Ignoradas por la mayoría de los espectadores nacionales que no quieren ver ese México, invisibilizadas por críticos y académicos, a veces censuradas en los mass media, pasaron desapercibidas, e incluso en pleno 2020 algunos editores prefieren no remover los temas que esas obras abordaban y dan carpetazo a ese tipo de cine, como si nunca hubiera existido y prefieren hablar de las novedades o de la oferta de la dictadura del Netflix.

 

Ángel Tavira en «El violín» (2005)

 

Cine político y confrontacional

El violín de Francisco Vargas Quevedo, estrenada en México en el 2007, poco después del fraude electoral del 2006, con todo y el éxito comercial que tuvo en Francia, con más de 30 premios internacionales (premiada en Brasil, Grecia, India, Ecuador, y España) y tres premios Arieles en nuestro país, nunca tuvo desgraciadamente el lugar que se merecía en la crítica nacional. Una crítica de cine de Letras Libres, revista particularmente aplaudidora del viejo régimen neoliberal, recuerdo que escribió en ese entonces que el tema podía ser “manipulador”.

El aparente olvido de este tipo de películas, por censura política, o por simple desinterés de las salas comerciales y de los espectadores (cada vez más volcados al cine hollywoodense) suele remediarse con el pasar de los años, cuando las aguas toman su nivel y se valora a la distancia los verdaderos aportes, por ejemplo el de ser filmes que documentaron un sexenio en la vida política del país y el ejercicio del poder.

En su estreno, después de la proyección, cuando salían los créditos en la pantalla, recuerdo que pasó algo inusual en la sala, una buena parte del público aplaudió fuerte y espontáneamente. Ese aplauso fue una reacción en desuso y bastante extraña, sin embargo, reflejaba la tensa situación y el hartazgo, con los que se asistía en ese entonces al cine, a ver un relato de ese tipo, que tenía que ver con la realidad nacional ocultada sistemáticamente en la televisión y los diarios, casi todos con líneas editoriales impuestas por la derecha.

Supongo que la gente aplaudía porque finalmente veían una película mexicana que hablaba del México real, del México que otros cineastas habían evadido deliberadamente en su carrera desaforada por conseguir algún premio Oscar, la venta del disco de una banda sonora o la promoción de algún director o actor estrella. Harto de comedias urbanas, de guapos actores y de bellas actrices, de enredos de pareja, de asuntos que concernían exclusivamente a la individualidad y a la cotidianidad de las clases medias urbanas, al espectador mexicano le estaba vedado ver en pantalla grande algo que realmente le tocara de cerca y le dijera cómo era, quién era y, sobre todo, cómo podría ser.

El cerco informativo, la autocensura, el miedo a politizar lo que se supone está más allá de lo político (arte por el arte o técnica per se), habían sumido al público mexicano en una oscuridad ofensiva. Si uno admiraba Los olvidados de Buñuel de 1950 o La fórmula secreta de Rubén Gámez de 1965, era sólo para mirar de reojo y con nostalgia, el pasado perdido, el pasado retratado crítica y dignamente por un cine auténtico y casi en extinción.

Pareciera que imágenes de la actualidad, imágenes de los verdaderos problemas políticos, económicos y sociales, que desgarraban el tejido social, en pleno siglo XXI, fueran imposibles de verse abordados en el cine. Cuando Buñuel proyectó Los olvidados fue duramente criticado por mostrar según sus críticos, un México que no existía, fue acusado por deformar la alegre realidad mexicana. Sólo el paso del tiempo puso en su sitio histórico, aquella genial radiografía sociocultural de los cinturones de miseria que bordeaban la periferia de la Ciudad de México.

 

«El violín» (2005)

 

«El violín»: De la guerrilla al «Estado fallido»

Con sólo veinte copias para su distribución, El violín corría el mismo riesgo, el de ser poco vista en su país de origen y valorada hasta mucho tiempo después. En el extranjero esta valoración no esperó, la película ganó un galardón por mejor actuación en el Festival de Cine de Cannes y dos distinciones en el Festival de Cine de San Sebastián, que ayudaron a concluir su producción. Afortunadamente en una suerte de cine itinerante el realizador Francisco Vargas planeó llevar la cinta por todo el país incluyendo en su recorrido comunidades campesinas en algo que él llamó una gran «carreta cinematográfica”.

La dureza de la represión militar, el ataque a comunidades campesinas e indígenas en resistencia, la batalla desigual entre la guerrilla y el Ejército, son temas que abordó Vargas sin rodeos ni concesiones. La secuencia inicial del filme es la violación de una mujer indígena por parte de un soldado; el público mexicano no puede asistir a esa toma sin tener en mente lo sucedido en Atenco en 2006 o el caso de la anciana campesina Ernestina Ascensión, presuntamente violada por elementos del Ejército en 2007.

Nunca se dice en qué lugar geográfico se encuentran situados los personajes, pero la diégesis bien pudiera situarse en los Estados de Chiapas, Michoacán, Guerrero o Oaxaca. La solución narratológica y dramática es admirable, Vargas construye un personaje en apariencia débil y frágil, un anciano indígena de ochenta años, violinista manco que tiene un hijo involucrado en la guerrilla (interpretado por un actor no profesional, Don Ángel Tavira).

Este violinista de nombre Plutarco sólo es vulnerable en apariencia, ignoramos su pasado y la forma en cómo perdió la mano, pero suponemos que en otros tiempos él también participó en una lucha armada. Con la ayuda de la música, teniendo como única arma su violín, Don Plutarco logra librar la vigilancia de algunos soldados y ganarse la confianza del Capitán encargado de combatir la guerrilla. Escudado en su supuesta fragilidad y su capacidad para tocar el violín, logra ayudar a los guerrilleros por algún tiempo.

El desenlace es realista y cruel, sin inverosimilitudes heroicas; los rebeldes son capturados y torturados, las mujeres violadas. A pesar del realismo histórico (hay que recordar la muerte de Jaramillo, de Lucio Cabañas y de Genaro Vázquez, así como la dura represión a guerrillas urbanas post-1968) el filme deja entrever una esperanza en el nieto de Plutarco, un niño que sigue andando los solitarios caminos con una guitarra al hombro, una compañera, y una pistola en la cintura, prometiendo ser como dice uno de los personajes, “más cabrón” que su padre y su abuelo.

 

Stephanie Sigman en «Miss Bala» (2011)

 

«Miss Bala»: El modus operandi del narcotráfico

Por otro lado, filmada en Tijuana y Aguascalientes, Miss Bala de Gerardo Naranjo, también presentada en el Festival de Cine de Cannes, compitiendo en la sección “Una cierta mirada”, salió en México originalmente con 60 copias y después, gracias al éxito de la película, con 100 copias. A pesar de tener una mejor distribución que El violín, no ha sido vista y discutida como merecería. La diferencia con El violín fue que Miss Bala contó con la producción de Canana y la distribución de la Twentieth Century Fox. También ya ha viajado por importantes festivales como el de Toronto, San Sebastián, Nueva York, Chicago, Tokio y Londres.

En la película de Naranjo, se muestra de alguna manera, en dónde terminaron las armas, una vez que el sueño de la guerrilla había sido interrumpido violentamente y extirpado de tajo. El estallido social que la izquierda esperaba desde hace décadas, sólo se dio por la vía pacífica hasta las elecciones del 2018, antes de eso, todas las salidas parecían bloqueadas.

El narcotráfico simboliza en la narrativa de Naranjo, la forma en cómo se dio el estallido social en la primera década del siglo XXI en México, y que parecía inevitable, un estallido no querido, no deseado, no ideologizado ni programado. Miss Bala, en la línea de lo que hubiera escrito un Vicente Leñero, que armonizó como pocos el periodismo con el guionismo, narra la historia de una joven aspirante a convertirse en reina de belleza, interpretada por Stephanie Sigman, en un país controlado por el crimen organizado.

El ambiente de la película fue marcado velozmente por la herramienta lingüística elegida por el director, el plano secuencia. La realidad de los noticieros televisivos y tele–viciados, se colaba en un filme que en estructura de road movie, nos recordó, en el 2011, cómo era el país en el que vivíamos y habíamos vivido. Un país de simulaciones, de cosmética y no de ética, domado por un «Narco–Estado», que nos conducía a la fatalidad en un plano secuencia ultra rápido, sin freno posible, como en caída libre. El personaje femenino, aprisionado entre la pobreza y las conductas antisociales, rodeada de una atmósfera de extrema violencia y seducción mediática, es presa fácil de los anzuelos que prometen fama y fortuna.

La ruta de las armas es un subtema de la violencia en el cine, (pienso también en las 600 millas de Gabriel Ripstein de 2015). Porque esos objetos antropomorfizados y profílmicos, simbolizan un deterioro social; su libre y fácil circulación en el territorio, su uso indiscriminado y viral, muestran un forma de dinámica social que pasa forzosamente por el aniquilamiento del otro. La corona de una reina de belleza, su transmisión televisiva, es también, el símbolo de la hipocresía, la simulación, y el oprobioso absurdo de un sistema que obligó a millones de mexicanos a perseguir fantasías para salir de la miseria.

La secuencia en la que ella, la joven reina de belleza, es violada dentro de una camioneta en mitad del desierto, enlaza con la secuencia inicial de El violín. Violaciones a cuadro, de un narcoestado voraz. El modus operandi del narcotráfico que queda expuesto en Miss Bala, era un secreto a voces, nada nuevo, pero verlo en el marco de una ficción permitió ampliar el espectro de la denuncia y de la toma de conciencia.

¿Valía la pena perseguir las coronas de belleza que ofrecía el mundo del narco?, ¿valía le pena seguir viendo los montajes televisivos?; la obra de Naranjo era una forma de reaccionar catárticamente a tantos años de silencio y de dolor. Estar en el lugar equivocado a la hora equivocada, como le sucede al personaje de Miss Bala, se volvió casi regla general para los habitantes de la mitad del territorio nacional, cuando el desgobierno de Felipe Calderón y el entonces secretario de seguridad pública Genaro García Luna, volvieron una fosa común al país.

La mano represora o narcotraficante que jala el gatillo, la desigualdad social, los cadáveres expuestos, la fragilidad del cuerpo individual y social, la vulnerabilidad, la corrupción, la complicidad de los cuerpos policíacos y militares con la delincuencia, temas todos ellos que desde el paralaje de un tipo de cine como el de Vargas y Naranjo, fueron admirablemente abordados en formas narrativas periféricas, dando testimonio de lo que fueron aquellos años del viejo régimen. Formas también, de una apropiación, de una subjetivación de lo violento, no exentas de un afán realista (sucio o no) que atalayaba el horizonte social, y que permitió hacer visible lo invisible.

 

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Eduardo Sabugal Torres (Puebla, México, 1977) es escritor de cuento, ensayo y guion cinematográfico. Cuenta con dos libros de relatos publicados: Involuciones (Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, 2010) y Liquidaciones (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012) así como de un libro de poesía, Sudario (Editorial Abismos, 2017). Ganador en 2014 del 13º Concurso Nacional de Cortometraje del IMCINE, también es maestro en lengua y literatura hispanoamericana, además de catedrático en la Universidad Iberoamericana de Puebla, y productor y conductor de radio.

 

 

 

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Imagen destacada: La actriz Stephanie Sigman en Miss Bala (2011), de Gerardo Naranjo.