Debate: “Green book”, de Peter Farrelly: Una lección sobre la comunicación

Este discutido largometraje de ficción se eleva más allá de la medianía hacia la esfera de la obra de arte -que le valió el Oscar 2019 a la Mejor Película- gracias a los sólidos pilares de Viggo Mortensen y de Mahershala Ali en los roles protagónicos. Y el arte tiene esta posibilidad: la de mostrarnos lo estúpido que puede ser el hombre más astuto y lo tosco que puede ser el más delicado, porque esto es así -lo enseña el filme- cuando nos llenamos del vacío inexplorado, rico y aleccionador que es la vida del otro.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 3.4.2019

Green book (2018) de Peter Farrelly no es un filme complejo. Es previsible en su desarrollo. Es emotiva. Divertida (lo cual es, ya de por sí, uno de sus más grandes méritos), pero no es una película cómica, accediendo al humor con gracia y delicadeza y constituyéndose en el ABC de lo que debe ser una crowd-pleaser: la comedia amable americana. Es una cinta de una prolijidad estupenda: prolija al detalle en la escena y el plano y prolija en la continuidad. Y más prolija aún al tratar las desprolijidades de la vida real: aquí una tos natural, breve y aislada como nos suele ocurrir… allá el acomodar la tapa de una olla… más allá un tubo de teléfono que no se deja agarrar. Todo es cómodo al ojo… Por supuesto que este Farrelly no parece haber sido nunca el codirector de Tonto y retonto y su elección de Viggo Mortensen, el actor argentino, consigue aunar el espíritu del urbanismo de su Buenos Aires natal con el de Nueva York, y habiendo podido frecuentar el ambiente del inmigrante italiano en ambas urbes, pudo extraer del actor un ítalo americano como Frank Angelo Vallelonga al natural, con un manejo del idioma italiano no muy bueno pero acertado en cuanto a su proxémica y quinética: el gesto sobrador y sensiblero en un contexto de psicología prejuiciosa, maniquea y de una calculada precisión para la violencia. Un hijo de la ciudad, con la panza en camiseta heredada de atracones de pasta y cerveza y que es convocado por un estirado, ampuloso y untuoso “Doctor” Shirley, interpretado por un gran actor de cine y de televisión (es fantástica su actuación en la tercera temporada de la serie True detective) como Mahershala Ali.

Y para seguir con las fórmulas americanas del cine, esta crowd pleaser se transforma rápidamente en una road movie. Tony Lip debe llevar en un hermoso auto verde de comienzos de los ’60 (el filme transcurre en 1962) al “Doctor” Shirley (que, por supuesto, no era ningún doctor) a los lugares que le indica el «Green Book” una guía escrita por Víctor Hugo Green: un cartero del Harlem que reunió información de otros carteros acerca de los sitios que podían ser visitados sin problemas por los negros, durante el pico del racismo -además de la homofobia- de aquellos años. Con sólo recordar que El libro verde del conductor negro (The Negro Motorist Green Book) se editó desde 1936 hasta 1967, y que el Estado de Mississippi derogó la esclavitud formalmente recién en el 2013, ciento cincuenta años después de la decisión de Abraham Lincoln, nos podemos formar una idea aproximada de lo que ser negro -y homosexual- significaba en aquellos años.

Frank “Lip” y su jefe (un frustrado estudioso de música clásica que debe satisfacer las exigencias comerciales de las empresas disqueras) se van hundiendo en ese problema comunicacional que son todos los ‘ismos’ que habitual y procazmente construyen al ser humano. El blanco yanqui lleva las de ganar por un aspecto de la comunicación, pero por otro, el negro del sur tiene el refinamiento, el estilo, la sensibilidad estética de la persona más culta. En el filme, a lo largo del viaje bajo la guía del «Libro verde», el blanco va venciendo la barrera del color y del prejuicio y el negro las barreras del color, de la cultura blanca y de sus barreras personales. Las sucesivas anécdotas -de balanceado humor- van mostrando la diferencia que hay entre límite, frontera y horizonte.

 

Viggo Mortensen en «Green Book» (2018)

 

El límite es, desde ya, la construcción más imaginaria de todas las que hace -e hizo siempre- el ser humano para darle formas a los fantasmas que moldearán su realidad: “las cosas son así” y así se deben aceptar… “¡Qué le vamos a hacer… es así, nomás…!”, dicen los viejos de espíritu que vuelven de sus mundos de frustraciones: “los que están de vuelta” de la desilusión ajena y que generalmente hicieron buenos negocios con la falta de esperanza del prójimo, especialmente en materia política. La realidad no es transformable y mucho menos creable. Realismo fatalista. Sin embargo, poco a poco, la cultura occidental vio que esta mentalidad nunca fue todo el negocio que podía ser. Era necesaria la frontera. El tener a un negro que encantaba los oídos más ricos de una cultura plutócrata como lo es la del sur de los EE.UU., en un palacete a todo lujo y que en vez de poder ir al baño del lugar, el negro de elegante frac debía ir al retrete de madera en el patio de atrás, no era un negocio viable: podía pasar el límite y sentarse ante blancos en un ambiente de blancos, pero de la piel para adentro, allí donde a ambos se les forma la orina, allí donde somos reales, el límite reaparecía.

El Dr. Shirley había descubierto la frontera, donde los espacios simbólicos cerrados que generan los límites se abren en un lenguaje de condescendencia del tipo “tengo un amigo judío” o “dejo tocar música a un negro”. Las fronteras disuelven un segmento del límite a través del cual se puede pasar sin chocar con su hiriente rigidez… pero ¿adónde se va?, ¿a qué lugar se pasa?, a un lugar en esencia igual al anterior. La cárcel que el límite genera es reemplazada por un sistema de cárceles interconectadas por sucesivas fronteras. Después de todo, en ambos lados de la frontera se piden los mismos documentos, porque estar en un país o en otro no deja de ser la misma experiencia social y política.

Los problemas que los ‘ismos’ y ‘fobias’ generan -entre ellos los diferentes racismos y las fobias- quedan atenuados en la “apertura” que se dibuja en el límite… pero en el fondo nada cambia. Puro discurso políticamente correcto. ¿Una prueba? Los más de 1800 muertos en el sur americano porque nada funcionó en el sistema de canales y diques tras el paso del huracán Katrina en el 2005. Nadie se había preocupado en serio por el sur. Las rutas mentales americanas siempre fueron hacia el Oeste: “Al Oeste, muchacho, al Oeste: en busca de fama, fortuna y también de aventuras…”, es la frase que James Stewart desenfunda en The man who shot Liberty Valance de John Ford, película estrenada en el mismo 1962 del Dr. Shirley de nuestra historia… Frase que resume el silencio de muerte al que se dejó al sur americano, allí donde el negro seguía -y sigue- el modelo psicológico del esclavo ya sea desde la sumisión o desde la rebeldía. Una región donde imperaban las extrañas danzas, raras costumbres y magias africanas y donde, para colmo, se daban incómodos exotismos como el menudeo, en aquella zona, del idioma francés… elementos que en la mentalidad horizontal del control policial del vecino americano, están fuera de lugar y deben ser, si no eliminados, sí olvidados o recordados como una aventura exótica de grotescos mascarones de carnaval por las calles de Nouvelle-Orléans: la Big-Easy, la gran complaciente.

 

Mahershala Ali y Viggo Mortensen en una escena de «Green Book»

 

Pero fue rumbo a ese sur en donde ambos van encontrándose uno en el otro. Uno que admitía la posibilidad de una vida intelectual y afectivamente más profunda (Shirley le dictaba a Frank románticas cartas para su esposa) y otro que iba dejando el refinamiento alambicado de un reyezuelo africano por la franqueza de la verdad más íntima y vergonzosa. La verdad de su alcoholismo y su orientación sexual, sumado todo a la “barbarie” que le significaba tomar pollo frito con los dedos por primera vez, intimidado por la risa de aquel noble bruto que hablaba de “Joe Pen” al escuchar por primera vez el nombre de Chopin.

Se abría entre ellos una verdad sin límites ni fronteras. Se abría ante ellos una instancia que superaba el límite y el hipócrita eufemismo de la frontera y del recorte castrante y arbitrario de lo humano que escondía el resentimiento que genera la manía neurótica del poder de un Hombre sobre otro. Cada uno empezó a ser para el otro un espacio abierto al horizonte… ese horizonte que, como el límite, ordena pero contra el que nunca nadie chocará sino que se abrirá en sus respectivas e infinitas amplitudes, bajo el simple nombre de “amistad”.

El guión fue escrito por el hijo de Frank Villalonga y quizás eso explique cierto infantilismo que puede resultar inevitable cuando se escribe desde la memoria filial, pero una cosa nos queda clara: la película se eleva más allá de la medianía hacia la esfera de la obra de arte -que le valió el Oscar a la mejor película- gracias a los sólidos pilares de Mortensen y Mahershala Ali. Y el arte tiene esta posibilidad: la de mostrarnos lo estúpido que puede ser el hombre más astuto y lo tosco que puede ser el más delicado. Y esto es así -lo enseña el filme- cuando nos llenamos del vacío inexplorado, rico y aleccionador que es la vida del otro. Una road movie que se vuelve una clase acerca de lo que tiene que ser la comunicación humana: una ruta despojada de juicios y prejuicios así como un paisaje siempre abierto a la posibilidad del prójimo en nuestras vidas. Porque ser en el otro no nos vuelve dos sino que nos hace uno… y verdaderos, porque la verdad -la libertad- está en la unidad, más allá de la anécdota que es siempre el color de la piel.

 

También puedes leer:

Green Book: Una “road movie” por el País de las Maravillas.

Green Book: El color de la amistad.

Green Book: Las buenas (y necesarias) intenciones.

 

 

Un fotograma de «Green Book»

 

 

 

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: Mahershala Ali y Viggo Mortensen en una escena del filme Green Book (2018), del realizador estadounidense Peter Farrelly.