El tráfico de telenovelas turcas en Sudamérica: Lavado de lenguaje como lavado de dinero

Este valiente y crítico artículo de la redactora argentina del Diario «Cine y Literatura» aborda las narraciones televisivas venidas desde la península de Anatolia como modos de construcción política y de usos operativos en el contexto de las relaciones internacionales, en una dirigida acción ideológica y mediática (donde se manipulan los datos históricos), ofreciéndose finalmente a las audiencias masivas una versión falsa y corrupta de los acontecimientos.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 3.6.2019

El poder político hace uso de las herramientas de la narración para construirse como autoridad dominante.  En esos movimientos se entrelazan desplazamientos, conquista y escrituras.  Ya desde la antigüedad podemos seguir los relatos de las batallas y sus avatares en la poesía épica y los cantares de gesta, pasando por las novelas de caballería. Recordemos los Comentarios de Julio César, las obras de Tucídides, Tito Livio y Jenofonte. Transitar, nombrar, poblar. [1]El aparato retórico se instala en la tradición discursiva vinculándose con el discurso legal. Así sucedió también en América cuando los textos de los conquistadores se concebían en el contexto del discurso de la ley, observemos las Cartas de Relación de Hernán Cortés y sus pasajes estructurados en dispositio, inventio y elocutio en sus lazos con la Ley de las VII Tablas. La edificación de la nueva urbe se realiza sobre las ruinas de la anterior inscribiéndose en un corpus de crónicas. El relato deviene también la historia de una mirada, de un modo de mirar al otro y de reconocerse en esa instancia.

Desde esa mirada que cuenta, podemos pensar  las conquistas modernas y sus aconteceres atroces. Los prisioneros iraquíes encapuchados en las fotografías y los videos que tomaron los soldados norteamericanos en Abu Ghraib en el año 2003 y su posterior distribución, son un ejemplo [2]. Si en las conquistas de la antigüedad, la acción consistía en conquistar y narrar; hoy, los verbos serían: conquistar y fotografiar.

Teniendo en cuenta lo que hemos descrito más arriba, si pensamos en el genocidio armenio el verbo que sucede a la aniquilación/ conquista no es el de narrar, sino el de desnarrar. El dejar de nombrar es una política, se borran viejos nombres, se instituyen otros, se realizan cambios semánticos para una fundación ideológica. Se realizan procesos, definidos por la escritora chilena Lina Meruane: de “lavado de lenguaje” [3].

Una fundación léxica que, en el caso del genocidio y el arrasamiento de las poblaciones armenias del Imperio Otomano, se afianza a partir de un borramiento. De manera tal que, en lugar de pensar en una nueva forma de dominación a través de una traducción como sería el caso de la relación entre Hernán Cortés y la Malinche, lo español/ mexicano; tendríamos que pensar en formas de falsificación.

El concepto de lavado de lenguaje se utiliza como analogía al de lavado de dinero. La manera que un dinero obtenido por acción del delito entra al mercado financiero y es legitimado a partir de operatorias que el propio mercado genera. Así con el lenguaje. Estafas. Falsificaciones. Gobernabilidad sobre nuevas formas de decir legitimadas por el poder. Hoy asistimos a tráficos narrativos escenificados en productos televisivos.

 

Literatura en el Imperio Otomano

La primera novela turca- otomana data del año 1851. Su autor es Vartán Pachá, un armenio que trabajaba para el sultán. Fue escrita en lengua turca con caracteres armenios. La novela se llama Historia de Akabi [4]. Mientras que la primera novela armenia, escrita por Khacahdur Abovyan en 1841 y publicada póstumamente, llamada Heridas de Armenia, se editó en Tiflis en el año 1858.

Se llama Turcia al área lingüística que recorre la lengua turca. Turcia no es un estado, ni un país, ni un territorio; sino que es una extensión de la lengua turca cuyo alfabeto era o bien el árabe, o el armenio o el griego. Dicho mapa se extendía desde China hasta los límites del Imperio Austro – Húngaro.

Las primeras novelas turco-otomanas son novelas de educación, en ellas aparece el narrador. Recién en la época de la República se siente la influencia francesa, especialmente de la literatrua de Zola, creando un narrador invisible, omnisciente. Los otomanos eran coleccionistas y como tales, les gustaba adquirir manuscritos. De manera tal que los libros impresos fueron aceptados tardíamente. Las principales imprentas estaban en manos de armenios.

Por otro lado, había un motivo religioso que conjugaba escritura y libro. El monopolio de la palabra en el aspecto externo del islman está presente en el Corán, en la palabra revelada al profeta. La palabra árabe Qur’ân deriva del verbo leer, es decir leer a alguien. A diferencia de la Biblia donde Moisés recibe de Dios los diez mandamientos en tablas escritas, en el caso del Corán, el profeta no poseía ningún texto divino, y como era analfabeto, tuvo que pedir a otros que pusieran por escrito la revelación.[5] La escritura no solo era la anotación sino también la marca de la palabra divina. Como tal recibía un culto propio. El libro es la revelación de la palabra, y así fue cuidado, de manera que se desconfiaba de las reproducciones que podían profanar la escritura con sus erratas. Por ello el arte de la imprenta aparece tarde en el Imperio, y fue una labor de los cristianos otomanos.

El lenguaje era reflejo de la vida que llevaban las minorías en el imperio. Abdul Hamid, el sultán depuesto por los jóvenes turcos era hijo de una mujer armenia del Caúcaso que se transformó en sultana, casándose en el palacio de Topkapi y convirtiéndose al islam.

En el año 1923, cuando cae el Imperio, Atatürk re escribe el relato acerca de lo que él llamo “nuestra historia” y en esa empresa el resto del sultanato fue exiliado, la mayor parte a Alemania, o eliminado.

 

Mustafá Kemal Atatürk

 

Construcción retórica de la República

El 29 de octubre del año 1923 tiene lugar el nacimiento de la República de Turquía bajo las reformas de aquello que se denominó “modificaciones en la civilización” que constaban en los cambios en la vestimenta (el sombrero por el fez), cambios en el calendario y en el alfabeto. Este último dejaba de seguir los caracteres de los alfabetos persa, árabe, armenio, griego para ahondar la occidentalización según el alfabeto latino. De manera tal que estas reformas introdujeron hondas consecuencias en el área de la educación, llegando a no poder leerse las generaciones entre sí. Los padres no podían leer lo que escribían o leían sus hijos, y los hijos no podían leer a sus padres.

Las modificaciones en la lengua, ese borramiento, ese lavado, tiene consecuencias no solo en el orden de la conformación de una cultura que dejaba de ser imperial y, por lo tanto, múltiple, para convertirse en nacional; sino que tiene derivas jurídicas. Los papeles que algunos familiares de sobrevivientes poseen son ilegibles y esa ilegibilidad suspende sus efectos jurídicos. Solo muy pocos académicos especialistas pueden “traducir” esa documentación, traducción que debe hacerse bajo el aval oficial de una universidad. Es decir, bajo el control público nacional.

A la abolición del sultanato en el año 1923, le siguió la liquidación del califato en el año 1924. En el 1926 se incorpora el código civil suizo de las obligaciones como legislación de la nación. Reformas que llevaron a una aculturalización de la sociedad y a un olvido impuesto de ciertos aspectos del sutlanato. Tal es así, que la primera novela turca, aquella escrita por Vartán Pachá se “traduce” al turco moderno (lengua turca con caracteres latinos) en el año 1991. El deliberado finiquito y acabamiento de las costumbres del sultanato, no eran meros maquillaje, sino que componía un hacer desaparecer primero cuerpos (los exterminados de las minorías, pero también el exilio obligado a la familia del sultán) y luego las expresiones que daban a esos cuerpos carácter de sujetos de la historia.

En el año 1923, Atatürk pronuncia un discurso en la Asociación de Artesanos de Adaná, sus palabras reafirman la gesta de lo turco: “los armenios no tienen ningún derecho en este país productivo. Este país es suyo, pertenece al turco, en el pasado y en el futuro y será turco por siempre”.

Si en el primer período de las reformas que seguía el ideario de la Revolución Francesa se distinguía entre civilización (a la manera occidental) y cultura (a la manera tradicional, no occidental); Atatürk termina igualando los dos conceptos. Las minorías no musulmanas que no leían o no escribían en turco no podían ser diputados. En el año 1933 acuña su famosa frase: “qué feliz aquel que se dice yo soy turco”.

El escritor Yahya Kemal en un fragmento de su libro Memorias del oficial Rahmi Apak sobre la invención del sentido del nacionalismo, escribe el siguiente diálogo:

-¿De qué nacionalidad sos?

– Soy otomano.

– ¿Qué significa otomano?, ¿no sos turco?

– No, no soy turco. Soy otomano.

– Bien, ¿en qué lengua hablás?, ¿armenio o turco?

– Hablo turco.

– Si hablás turco, entonces sos turco.

– No, señor. No soy turco.

– Gracias a dios, vos sos turco, como yo.

– Señor, usted puede ser turco, no es mi asunto, pero yo no soy turco.

– Mi querido soldado: ¿estás loco? aún el sultán es turco.

– Señor, no ponga en entredicho a mi sultán, ¡el sultán no podría ser turco! [6]

En el año 1972 el Ministerio de Educación tomó la frase que acuñara Atatürk y que se encuentra grabada en varios poblados de Turquía, cerca de las urbanizaciones kurdas, pero también cerca de la frontera con Armenia, esa frase que reza: “qué feliz aquel que se dice yo soy turco” y conformó una oda que los estudiantes debían recitar cada vez que entraban a sus aulas. Esto fue así hasta el año 2013 cuando es considerada discriminatoria. Los versos que los jóvenes y niños recitaban todos los días antes de entrar a clase decía:

“Soy turco honesto y trabajador. Mi principio es proteger a los más jóvenes y respetar a los mayores. Amar a mi patria y a mi nación más que a mí mismo. Mi ideal es crecer y progresar. Mi existencia debe estar dedicada a la existencia de lo turco. Oh, gran Atatürk quien ha creado nuestro presente, sobre el camino que has andado, en el país que has construido, juro caminar incesantemente bajo tus propósitos. Qué feliz aquel que se dice yo soy turco”.

 

Escrito en el cuerpo

Hay un espacio donde ese lenguaje otomano sigue hablando, un espacio que desoye la hegemonía del relato, y es la piel de las mujeres tatuadas. Allí, el cuerpo deviene un signo. El cuerpo de la mujer como paradigma de un subtexto. Símbolo de tensiones, contradicciones y opresión, esos tatuajes son metáfora de capas arqueológicas que claman por ser descubiertas.

Volviendo a las construcciones épicas, narraciones y conquistas, observamos que la primera mujer en la literatura latinoamericana es la Malinche [7], la “chingada” esa mujer violada que conoce la lengua del conquistador y que tiene un hijo de él. Lo mestizo como el encuentro cruel entre dos culturas con la mujer india jugando el rol de la violada y como el origen individual de cada mexicano.

Si la conquista del siglo XIX construyó naciones a través de la narración, el desencuentro de las culturas que habitaban el orden otomano se conjugó en la consolidación de la república como un borramiento, una desaparición que solo cuenta con indicios. Huellas en textos ilegibles, en cuerpos tatuados. En ese sentido, ¿cuál sería el equivalente malincheano entre las culturas turca otomana y armenia otomana si pensamos que el náhuatl y el maya terminaron perdiéndose en la traducción que Malinche hiciera ante el español? Traducciones, traiciones, falsificaciones.

La mutilación de la lengua, la princesa vendida como esclava, el bautismo y el abandono del nombre indígena por el cristiano hicieron de Malinche: Doña Marina. Pero Marina no era la dueña del relato, Malinche en náhuatl quiere decir mujer que trae Cortés. Luego de la batalla de Centla como tributo entregado al conquistador, Marina se transforma en el símbolo del vasallaje, pero su bilingüismo (náhuatl- maya) la lleva a hacer aparecer otra lengua: la española.

¿Qué figura en la historia del extermino armenio, qué figura que implique una sobrevida se acercará a la Malinche? ¿Acaso Aurora Mardiganian y su Ravished Armenia (Armenia arrasada/ violada) relato de la humillación contado en primera persona, pero que no corta la lengua del perpetrador? ¿O, acaso, Sabiha Gökçen, la primera aviadora militar turca, la hija adoptiva de Atatürk, aquella que bombardeó los Balcanes, a los kurdos, aquella que nació en Bursa en el año 1913 y se dice hija de armenios? Fue Hrant Dink quien publicó en el semanario bilingüe Agos el origen armenio de la hija de Atatürk (el padre de la patria) dando a conocer su nombre de origen: Hatun Sebilsiyan.

 

Un grabado de la Malinche

 

La lengua de los santos

Si en la república turca no se reconoce a Sabiha como Hatun, en las representaciones de las violadas crucificadas del relato de la diáspora armenia se describen mujeres violadas muertas, o mujeres violadas sin hijos, o mujeres violadas que se matan con sus hijos. Imposibilidad de pensar el cruce de lenguas.

La canonización masiva de los mártires del genocidio llevada a cabo por la iglesia apostólica armenia declara como santos a los 1 millón 500 mil muertos. La incorruptibilidad es una propiedad de los santos. De manera tal que sus cadáveres se preservan bajo el efecto del milagro sin descomposición. Invulnerbales, ingresan a la eternidad con el costo de la desencarnación del cuerpo. El silencio del órganos por destrucción del deseo del cuerpo de 1 millón 500 mil seres incorruptibles. Allí, imposible la Malinche y su esclavitud traductora. Sin traducción, ya que los santos no hablan porque no se corrompen. Ése es el precio.

Naming and shaming es una frase, especie de grito de guerra, que tiene sus raíces en los años duros del estalinismo. Cuando una mujer informante de Stalin desea encontrarse con Nadezhda Mandelstam y ella responde que hay que hacer algo para evitar este tipo de espionajes, entonces, enfatiza: “deben ser apuntados con el dedo, y deben ser nombrados”. El triángulo de la atrocidad tiene tres vértices, perpetrador, víctima y observadores. En ese triángulo para que el observador ocupe ese lugar del espectáculo atroz y para que el sufrimiento sea visto, debe ser nombrado. La atrocidad no es un concepto ni un estado mental, sino una institución, un entramado concreto de prácticas sociales. El horror tiene sus propias leyes, su jurisprudencia, su burocracia, su educación, su lenguaje, sus representaciones culturales.

El delito de lavado de dinero consta de la acción última de purificar o sacar la mancha. Jurídicamente la acción típicamente antijurídica y culpable es encubrir el origen de fondos que fueron obtenidos mediante actividades ilegales. El lavado o blanqueo tiene la pretensión de legitimación de un material desconsiderando su origen.

El lavado de lenguaje provoca también una discontinuidad con el origen, una apropiación y posterior sustitución de la lengua.

La necesidad de reconstruir es parte de la verdad y la justicia, esa reconstrucción mira hacia atrás para saber, para hurgar en el discurso público que hizo posible el silencio y la indiferencia. El cuerpo de la lengua, la palabra en femenino pulsa por leer el pasado y no simplemente por aceptarlo.[8]Las tramas, los caracteres o los temas son las formas de una vida que se vive realmente en común.

El dramaturgo Heiner Müller desmantela el lenguaje en una crítica de la violencia política y de la victimización del otro:

«Voy a abrirme las venas con una tijera porque soy una mujer. Mi sangre puede servirle para mamarracharse una nueva máscara…. Voy a clavarme una aguja de tejer desde el pubis hasta arriba y hacia adentro para estar absolutamente segura que de mí no crecerá nada que usted haya sembrado…. Voy a bailar para usted balancénadome de la soga…. Quiere saber más. Soy un diccionario moribundo, cada palabra, un pedazo de sangre seca».[9]

 

Bibliografía citada:

[1] H. Cortés, Segunda carta de relación. Ed. Corregidor, pág. 10- 78. Buenos Aires, 2012.

[2]  S. Eisenman, El efecto Abu Ghraib. Uns hisotoria visual de la violencia. Sans Soleil ediciones, pág. 40- 61. Buenos Aires, 2014.

[3]  L. Meruane, Volverse Palestina. Random House, pág. 88- 110. Santiago de Chile, 2015.

[4] S. Faroqhi. Subjects of the Sultan. Tauris, pág. 265- 283. New York, 2013.

[5]  H. Belting. Florencia y Bagdad. Un historia de la mirada entre oriente y occidente. Akal, pág. 60- 72. Madrid, 2012.

[6] A. Hür. From “Barbarian Turk” to “Muslim Turk”· Armenian and Turkish identity today. Artículo online.

[7] S. Messingeer Cypess. La Malinche in Mexican Literatrue. Froam History to Myth. University of Texas Press, pág 2- 16. Texas, 1991.

[8] P. Ricouer. Historia y narratividad. Paidós, pág. 30- 46. Barcelona, 1999.

[9]  H. Müller. Cuarteto. Losada, pág. 60- 61. Buenos Aires, 2008.

 

Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.

De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: LabiosDebajo de la piedraEl ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos; los relatos de La granadaMíaJuana I; y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.

Rodó en Armenia y en Argentina el documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

Ana Arzoumanian

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de la telenovela turca Mi vida eres tú, que actualmente trasmite la señal televisiva Telefé en la República Argentina.