«En tu piel», de Matías Bize: El metro cuadrado del deseo

El último filme del director chileno recorre las tópicos dramáticos y audiovisuales por los cuales ha insistido a lo largo de su filmografía, con menores o mayores aciertos creativos, según el caso: el universo íntimo de una pareja, y el análisis de sus variables eróticas, afectivas y hasta existenciales. Su cine no crece, pero se aferra a un nicho.

Por Juan José Jordán Colzani

Publicado el 3.6.2019

El nuevo largometraje del director chileno Matías Bize nace a partir de las cenizas de En la cama (2005), su segunda obra. En esta oportunidad no se dispone de una sola noche: se trata de dos personas -Julia (Eva Arias) y Manuel (Josué Guerrero)- que se juntan una vez a la semana en un departamento para dormir la siesta sin pijama, como dice una canción. El hecho de que se disponga de más tiempo (algo cercano a los tres meses) y no solamente de una noche, permite que el relato adquiera mayor verosimilitud y desarrollo, incorporando de modo eficaz la elipsis narrativa.

Un aspecto a considerar en esta nueva versión de En la cama (que, en palabras de su director, se trataría de una nueva película, no de un remake) es que sucede en otro país, en República Dominicana. Ahora bien, como señaló oportunamente un espectador en el espacio destinado a preguntas, en el preestreno que tuvo lugar en la Cineteca Nacional de Chile el pasado jueves 9 de mayo, en realidad daba un poco lo mismo que hubiera sido filmado allá, en Santiago o en Moscú.

Sin considerar un CD con un tema de un cantautor local que el protagonista pone al final, las referencias al entorno son inexistentes. Y esto llama la atención por la forma en que se decidió hacer caso omiso al exterior. Es coherente el director cuando señala que un largometraje se construye a partir de detalles y la exigencia de retratar un país entero es una responsabilidad abrumadoramente grande. De acuerdo. Pero fuera de eso, ¿no había nada, algún plano de la ciudad que hubiera aportado? Por cierto, no tendría por qué haber sido la típica postal al atardecer de las calles con tráfico y los edificios apagando sus luces.

En cuanto a la interacción que se desarrolla, se logra una atmósfera de gran intimidad y fluidez. La relación tiene cambios y se permite entrar también a la suciedad de los sentimientos no tan limpios.

Al respecto se puede mencionar una escena de sexo bastante brutal que al principio no queda tan claro si se trata de una violación o no. Pero lo interesante, que hace de algún modo que el retrato de la pareja sea atípico, es que una vez que los dos entran al pantano de la relación insana, logran salir. Hacen un juego en el que tienen un diálogo del eventual encuentro casual que tendrían en 5 años más, en una jugada bastante ingeniosa del guión. Y lo que se ve que prevalece es el afecto. Es decir, se pudo entrar y salir del infierno del daño, del recibirlo y provocarlo a conciencia, y salir indemne, manteniendo vivo lo primero que los unió. Un caso muy particular, y que extraña, pero que da alegría saber que al menos en el engaño de la ficción las parejas puedan desenvolverse así.

Como es usual en un largometraje de este tipo, la relación comienza en un estado de total frenesí y arrobamiento para, a medida que transcurra el tiempo, vislumbrar algunas complicaciones que sean motivo de eventuales futuros conflictos. Pero acá se suele caer en caricaturas: él, que se queda mirándola antes de decir algo del tipo: “eres perfecta, que afortunado soy” para luego, cuando ese estado se pierda, percibir automáticamente el cambio. Es un mecanismo claro, pero evidente.

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Un aspecto interesante es la forma en que está retratado el sexo. Es gráfico, pero siempre con una música que induce más a la contemplación reflexiva que a sentir la carga erótica del momento. Como en el comienzo con la toma desenfocada de ellos, en la que tiene que pasar un rato para poder distinguir una mano que agarra fuerte atrás, un pezón que se balancea desafiante, con una música que parecería más coherente para cuando el personaje mira un álbum de fotos antiguas que cuando está preocupado de alcanzar el orgasmo.

Es muy interesante acercarse a los mismos temas desde otras perspectivas y que uno, como espectador, se desconcierte y se vea obligado a observar algo conocido con otros ojos. En este sentido es coherente el paralelo que se establece con la muerte. Cuando Julia conoce a Manuel se encontraba celebrando el resultado positivo de una biopsia, que libraba a una gran amiga de peligro. Entonces, verlos sudando y pasándolo bien en el colchón y hablando al mismo tiempo de la muerte, que de alguna forma están celebrando la vida, crea un contraste que va en la misma línea de este mirar el erotismo con otros ojos.

Pero lo que pasa es que el sexo también es la excitación volcánica. Y entre dos desconocidos que se frecuentan por un asunto de piel, es poco coherente que este aspecto se retrate tan a la distancia. Faltó un poco más de animalidad, conectarse con esa cosa misteriosa que es la excitación sexual. Porque no deja de ser un poco erotismo de vitrina elegante. Todo es hermoso, y perfecto. Se despiertan juntos y el encuadre de ellos podría fácilmente ser de la revista Vivienda y Decoración o algo similar. Lo que está bien, pero cansa.

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Había que idear algún modo para entregar la información de los personajes. El diálogo en este sentido cumple una función crucial. Se dan a conocer contando recuerdos, chascarros, metidas de pata; cosas aparentemente intrascendentes, pero que van conformando un retrato de personalidad efectivo. Probablemente un guión deficiente hubiera hecho que los personajes hablaran de sus momentos importantes para darnos la ilusión que teníamos un retrato profundo de ellos.

Pero al mismo tiempo da la impresión que ni los recurrentes planos fijos de ella en la ducha, ni los bosquejos a la interioridad de ambos, logran retratar personalidades muy complejas o que se logre indagar en una problemática existencial más allá del banal me gusta-la extraño.

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En cuanto al tratamiento, se puede destacar el uso (y abuso) de planos fijos, los cambios sutiles de cámara, casi como si estuviéramos espiando a dos personas en una habitación cualquiera y no viendo una película, lo que favorece el naturalismo que se busca conseguir.

Pero da la sensación que algo que señala el personaje, a saber, que no se conoce necesariamente mejor a una persona por pasar mucho tiempo a su lado, en relación a que un esposo puede perfectamente no saber cuál es el plato preferido de su esposa y seguir viviendo a su lado en la inercia de la superficie, se podría haber aplicado también a la película misma. Porque el espectador aguafiestas podría agregar: no por un plano largo que no agrega información, significa que conocemos más y mejor a los personajes.

El final en este sentido es bastante claro: ella, antes del salir del departamento por última vez, mirando cada cosa, con una música que indica que está sucediendo algo importante y todo es eterno. Se entiende el efecto, pero se extiende demasiado y pierde el efecto, se vuelve tedioso. Es cierto que se trata de un cine donde se valora el proceso y no tan solo el lugar a donde llegan los personajes, de carácter más contemplativo y que, por lo mismo, los silencios, los diálogos que aparentemente no revelan nada importante, son características coherentes con la poética del autor. Pero en ocasiones el recurso se evidencia y por lo mismo, pierde efectividad.

Una película que apuesta oportunamente por lo intimista para retratar la forma en que dos desconocidos generan paulatinamente una relación y se van involucrando. Pero también, por otro lado, es legítimo preguntarse si es que en realidad daba para tanto. Resulta difícil no pensar en Los puentes de Madison, en donde hay una relación fuera del matrimonio que significa una tensión real, una decisión que los personajes deben afrontar.

Evidentemente, no es que esa sea la única forma válida de acercarse al tema, claro. Da la sensación que está bien, se gustaron más allá de la mera piel y se involucraron el uno con el otro. Pero también queda un poco en el aire la impresión que se hizo un tema y que uno asistió a una pequeña ópera de la cotidianidad.

Sin embargo, acá no se podría dejar de reconocer la sinceridad: todo el tiempo es clara la intención de contar una historia mínima, sin ánimos de grandilocuencias, que podría pasar en cualquier parte.

 

Juan José Jordán Colzani (1982) estudió literatura en la Universidad Diego Portales y es autor del libro Ahí va esa y otras crónicas (RIL editores, Santiago, 2014), una recopilación de textos pertenecientes al desparecido narrador y periodista talquino, Guillermo Blanco.

 

Los protagonistas de «En tu piel» de Matías Bize, en una escena del filme

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma del filme En tu piel (2018), del realizador chileno Matías Bize.