[Ensayo] «Silenced»: Ante los abusos, el poder del arte audiovisual

La popular plataforma de streaming Netflix acaba de incluir en su catálogo esta obra —la cual data de 2011— y perteneciente a la filmografía del realizador surcoreano Hwang Dong-hyuk, el mismo autor cinematográfico detrás de la aplaudida serie «El juego del calamar».

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 9.12.2021

«Empecé a hacer cine porque estaba muy frustrado por todos estos problemas sociales sin resolver que vi. No se puede cambiar la sociedad con una sola película, pero mirando la repercusión del estreno de esta, podemos pensar en el poder que tiene una película en términos de afectar positivamente a la sociedad».
Hwang Dong-hyuk

El director de la aclamada serie El juego del calamar es un hombre comprometido con la gente que sufre en propia piel las injusticias y desigualdades de nuestro mundo globalizado. Si en la serie nos ofrecía una metáfora que denuncia la creciente deshumanización social fruto del culto ciego al dinero, en esta —considerada como su mejor película— pone el foco en quizás el peor cáncer humano al que nos enfrentamos hoy en día: la pederastia, el abuso a la inocencia infantil.

Como en la serie, Dong-hyuk nos muestra imágenes muy crudas con la finalidad de conmover al espectador para concientizarlo ante el grave problema social que está retratando. Pero a diferencia de esta, la película expone un caso real que ocurrió a principios de este siglo en una importante ciudad del suroeste surcoreano, Gwangju cuyo significado viene a ser “lugar de luz” pese que a menudo está sumida en simbólicas nieblas.

Luz en las nieblas —más bien tinieblas— es la que pone el genial realizador cogiendo el relevo de dos hombres que le precedieron en su comprometido actuar: el exitoso escritor nacional Gong Ji-young quien destapó el caso en su novela homónima y el joven profesor que con valor afrontó la aberrante situación que se vivía en el internado escolar para niños sordos al que acudió para impartir clases de arte pictórico.

Gracias a estos tres hombres sensibles vinculados al arte finalmente se hizo justicia a la gravísima situación de abusos a menores que se vivía de por décadas en el centro Gwanju Inwha, institución educativa dirigida por un perverso pedófilo que sin rubor alguno se mostraba públicamente en su maloliente disfraz de benefactor cristiano.

La película removió y mucho a la sociedad surcoreana, el colegio cerró al poco de su estreno y las autoridades reabrieron el caso que había sido resuelto de forma perversamente injusta, en el nuevo juicio se condenó contundentemente a ese poderoso hombre y a sus colaboradores pedófilos.

Y no solo eso, gracias a la presión social y mediática tras ese mostrar el horror vivido por tantos niños desvalidos, se derogaron las tibias leyes surcoreanas en torno a los delitos sexuales contra menores y discapacitados.

Más allá del mérito del realizador, entiendo que la película es un éxito de equipo en el cual el profesor que lo destapó todo se llevó la peor parte. El caso es un ejemplo de la fuerza del persistir ante la perversidad del abuso de poder, ejemplo que es aplicable a todos los ámbitos de la preocupante escalada de injusticia social que vivenciamos hoy en día.

El poder del heroísmo de las personas que no toleran lo intolerable adoptando una actitud comprometida con la gente más allá de su interés personal tenga el “precio” que tenga para sí mismo.

Ese heroísmo es siempre muy necesario, quizás no se obtengan en el presente los resultados que en justicia se merecerían, pero sin duda se abre un camino que otros pueden continuar a buen fin. O la transformación social entendida como una carrera de relevos a lo largo del tiempo —a menudo generaciones— en la cual cada participante entrega el testigo al siguiente corredor comprometido.

Así es en la realidad retratada en Silenced, película considerada como una de las mejores de la cinematografía surcoreana de todos los tiempos más allá de su enorme valor social.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Infancias abusadas

Kang (Gong Yoo) nada puede sospechar de que su nuevo centro de trabajo es un lugar tenebroso. Así, en su primera clase, queda impactado al ver niños sin pizca de ilusión en una actividad creativa como es el dibujo.

Averiguará lo que ocurre allí, entenderá que son niños atemorizados, niños obligados a obedecer órdenes y acostumbrados a los más perversos castigos, niños de inocencias cruelmente abusadas, niños incapaces de disfrutar de nada, niños que ya no son niños.

Y denunciará al “respetable” director y sus ayudantes pedófilos. Lo hace a pesar de la presión de su propia madre y del profesor que lo recomendó para ese puesto, gran presión porque se le chantajea advirtiéndole de que su persistencia perjudicará a su hija enferma quien necesita costosos tratamientos. Pero Kang no se achanta y le espeta a su progenitora que no podría ser un buen padre para su niñita si dejara pasar todo ese mal causado a otros niños.

Niños que como su hija requieren la máxima atención. Niños con disfunción auditiva que en su mayoría pertenecen a familias vulnerables con pocos recursos económicos. Niños que merecerían cuidados especiales y que en cambio son cruelmente abusados con la complicidad silente del personal del centro.

 

Sin justicia

Personal silente por interés económico, personal comprado dentro y fuera del centro, como el corrupto jefe de policía local o el fiscal y el juez del vergonzoso juicio a esos perversos abusadores de infancias.

A juicio van por el valor de Kang quien cuenta con la ayuda de Seo (Yu-mi Jung), una activista pro derechos humanos. Ambos consiguen que tres niños estén dispuestos a declarar los abusos a los que fueron sometidos. Los niños se sienten muy protegidos en su compañía lejos del horror vivenciado, es bella la escena —un respiro luminoso entre tantas tinieblas— en la que los cinco acuden a una playa cual familia “normal”.

Allí, Kang conversa con uno de ellos en lenguaje de signos y le cita a Helen Keller: “Las cosas mejores y más bellas del mundo no pueden ser vistas ni tocadas. Deben sentirse con el corazón”, palabras que son reflejo —palabras encarnadas— de la extraordinaria sensibilidad del empático profesor y que son bálsamo para esos niños traumatizados.

Sólo uno de ellos finalmente podrá declarar en el juicio. La más pequeña tiene que relatar el horror vivido frente a sus abusadores presionada por su letrado, y Dong-hyuk nos muestra con maestría su terror enfocando el charco de orina que deja bajo la silla tras ese angustioso careo.

En uno de los mejores momentos de ese juicio y del filme, la vemos identificar sabiamente al director quien está sentado junto a su hermano gemelo idéntico.

Pero a pesar de la contundencia de esa declaración y de las pruebas que la pareja acusadora consiguen, los acusados reciben “penas” ridículas gracias a la ayuda del fiscal y el juez quienes sin rubor alguno anteponen sus intereses personales a la justicia con mayúsculas.

Habrán protestas del colectivo de disminuidos abanderadas por Kang y Seo pero de nada —en ese momento— sirven. Nuevamente Dong-hyuk nos muestra mucho con un pequeño detalle, el profesor porta un retrato enmarcado de uno de esos tres niños quien ante tanto mal vivenciado se suicidó como antes hiciera su hermano por el mismo motivo.

Ese retrato cual pancarta frente a la policía que carga con violencia ante la inacción del numeroso público —distante, indolente, cobarde— que lo observa silente, y el cuadro que es pisoteado —esa infancia, esas infancias hechas añicos—, sublime.

 

Sí, se puede

Después de ver esta película uno se pregunta por qué ha tenido tan poca repercusión fuera de su país. Y por qué, en general, ponemos tan poco el foco en las salidas a los malolientes pozos del mundo. ¿De verdad creemos que todo está perdido, que nuestro destino y el de la humanidad está ya condenado al fracaso?

Historias como esta nos recuerdan que por muy difícil que sea se puede salir de los pozos personales y colectivos. Doy las gracias a los tres artistas implicados en la obra por recordárnoslo.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Silenced (2011).